jueves, 7 de junio de 2018

CAPITULO 2 (PRIMERA HISTORIA)



Su hermano Samuel era la cara visible de la compañía, el empresario.


Pedro era un friqui de la informática y prefería quedarse en segundo plano. ¿Qué sabía él sobre el arte de la seducción? 


Jamás había tenido que engatusar a ninguna mujer para llevársela a la cama. Las tías a las que se tiraba se iban con él a cambio de un beneficio. Tenía fama de ser un amante generoso. No era tan tonto como para pensar que esas chicas sentían algo por él. Esa situación la entendía. Y la sabía manejar.


«Quizá lo único que tengo que hacer para superar esta absurda obsesión es tirármela».


¿Se contentaría con eso? ¿Dejaría de estar obsesionado con ella si encontrara el modo de llevársela a la cama?


¡Joder, tenía que hacer algo! Esa irracional fijación con Paula había ido en aumento en los últimos doce meses y le impedía desear a ninguna otra.


Desde hacía más de un año su vida sexual se limitaba al placer que le ofrecían sus manos, y ya no podía aguantarlo más. Sin embargo, era incapaz de hacer nada al respecto. 


Cuando se proponía tomar cartas en el asunto y llamar a otra mujer, recordaba la dulce carita de Paula y colgaba el teléfono.


«¡Joder, estoy rayadísimo con esta tía!».


Pedro se percató de que alguien se acercaba. 


Como era una mujer de pelo oscuro que llevaba una minifalda negra de cuero y un jersey rojo chillón, prácticamente la descartó de inmediato. Siempre había visto a Paula en vaqueros con una camiseta con el logo del restaurante; el atuendo informal que solían llevar las camareras del bistró de su madre.


A medida que ella se aproximaba Pedro no daba crédito a lo que vislumbraban sus ojos y, cuando por fin vio con claridad su rostro, se quedó boquiabierto. ¡La hostia! Sí que era Paula. 


Estaba tan cerca que veía a la perfección sus facciones, aquel rostro que se le aparecía en sus sueños húmedos cada maldita noche, pero esa ropa…


«¿Qué coño lleva puesto?».


La falda era tan tan corta que dejaba al descubierto prácticamente cada centímetro de sus largas, esbeltas y torneadas piernas. La ropa se le ajustaba a los pechos, el torso y el trasero como un guante. Pedro se empalmó de inmediato y sacó las manos de los bolsillos. 


Apretó los puños mientras una gota de sudor le resbalaba por la cara. Y después otra. Y otra.


«¡Maldita sea! ¿Cómo se le ocurre vestirse así? Está pidiendo a gritos que la aborde cualquier desconocido por la calle».


Juró por Dios que él sería ese desconocido. No pensaba brindar esa oportunidad a otro hombre, a alguien que quizá le hiciera daño.


«¿No se da cuenta de que estamos en una gran ciudad? Tampa no es una aldea por la que puedas deambular a tus anchas por la noche sin que nadie te moleste».


Sin despegar la mirada de la mujer que seguía acercándose, Pedro estiró la mano para apoyarse en el marco del ventanal. Apretó los dientes mientras se hacía a la idea de que ese era el día en que tendría que aproximarse a ella, situarse más cerca de ella de lo que jamás había estado.


Ya no podía controlar esos desenfrenados instintos animales. No le gustaban, no estaba acostumbrado a ellos. Lo único que deseaba era recuperar la cordura, volver a enfrascarse en su gran pasión, la creación de videojuegos, sin que le interrumpieran fantasías eróticas cuya protagonista era Paula.


Sensatez. Raciocinio. Control. Ese era su estilo de vida. 


Para volver a ser él mismo, para recuperar su estado de ánimo habitual, tenía que recuperar esas cualidades, y lo conseguiría costara lo que costara. Encontraría la manera de purgarse de este ridículo deseo incontrolable que sentía por Paula Chaves.


Una vez tomada esa decisión se separó del ventanal y permaneció inmóvil mientras se ponía la «máscara» con la que ocultaba toda emoción de su rostro.


Esconder lo que sentía se le daba bien. Se había criado en una zona de Los Ángeles en la que la gente normal no se atrevería ni a parar; un lugar en el que mostrar un ápice de debilidad, torpeza o fragilidad podía suponer la destrucción.


Pedro Alfonso era, como mínimo, un superviviente. Oculto tras su disfraz, apartó la mirada de la calle, se giró con brusquedad y avanzó con paso decidido hacia la puerta.



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