sábado, 8 de septiembre de 2018

CAPITULO 52 (SEXTA HISTORIA)





Una semana después, Paula entró cojeando al dormitorio de la casa de invitados, curiosa por ver de dónde provenía todo el ruido que oía desde el salón. Había estado trabajando en sus fotografías con su ordenador, pero los golpes interesantes que provenían del dormitorio la habían intrigado.


Su tobillo estaba mejor, aunque Pedro se pasaba la mayor parte del tiempo llevándola en brazos. A ese ritmo, la mimaría durante el resto de su vida. No se trataba de que ella no disfrutara de sentirse atesorada, pero lo echaba de menos y quería quitarse la ropa interior cada vez que lo miraba. Por desgracia, él no lo aceptaba, temeroso de hacerle daño en el tobillo si hacía cualquier otra cosa aparte de darle un beso tierno, y la sostenía como si fuera tan frágil como el vidrio soplado.


Dios, lo amaba. Pedro cuidaba de ella por completo, pero Paula necesitaba que la tocara y necesitaba tener sexo con él o se moriría de frustración.


Al día siguiente volverían a Nueva York. Pedro necesitaba ocuparse de unos negocios allí. Le preocupaba que pudiera ser infeliz en la ciudad, pero ella le aseguró que siempre y cuando estuvieran juntos, se sentiría feliz y contenta. Él tenía un trabajo que hacer, responsabilidades, y a ella le parecía perfecto vivir en su ático durante un tiempo. Pedro había decidido que no quería vivir allí permanentemente y a Paula le parecía bien. Lo seguiría prácticamente a cualquier lugar. 


Todavía tenían el apartamento de Paula en Aspen para escaparse y ella tenía su encantadora casa en Amesport, Maine. La idea de Pedro era formar su hogar en Amesport y acabar viajando a Nueva York únicamente para hacer negocios.


Paula se sentía exultante, entusiasmada de volver a vivir cerca de German. Le gustaba mucho Emilia y sabía que haría nuevos amigos allí a través de German y de Emilia. Estaba más que dispuesta a vivir allí durante la mayor parte del año, cuando Pedro hubiera concluido algunas cosas en Nueva York. Algo le decía que a él también le gustaría estar más cerca de su madre y de German.


Sus pies dieron con la lujosa alfombra del dormitorio y asomó la cabeza al cuarto de baño. Pedro estaba parado frente al espejo del baño. Había estado colgándolo.


—¿Deshaciéndote de las pruebas traviesas? —
le preguntó alegremente.


—¿Por qué te has levantado de la silla? —Se volvió y le lanzó una mirada severa.


—Porque necesito caminar de vez en cuando y ya no me duele al apoyar el peso sobre el tobillo. —Examinó el espejo y después fue a la cama para mirar bajo el dosel—. Se ve bien. Yo no me daría cuenta —dijo con una risita.


—Te dije que era bueno con las herramientas. —sitúa detrás de ella para abrazarse a su cintura.


Volviéndose, ella se abrazó a su cuello.


—Eres un hombre con muchos talentos. Se te dan bien muchas cosas. —«Eres fantástico haciéndome llegar al orgasmo. Por favor, hazlo».


Acabada su paciencia, Paula tomó la iniciativa y le desabrochó la camisa.


—Paula. Es demasiado pronto. —Gimió y tomó las manos errantes de ella entre las suyas—. No quiero hacerte daño.


—Ya me duele. —Se llevó una de las manos de Pedro entre los muslos—. Me duele de anhelo y nadie puede arreglar eso excepto tú. Fóllame, Pedro. Ya no puedo esperar más.


—Joder —gruñó él—. También es duro para mí, Paula.


Ella bajó el brazo y acarició la erección de Pedro por encima de sus pantalones.


—Ya veo que es duro… —murmuró en tono seductor—. Puedo arreglar eso. —Se zafó de su mano y terminó de desabrocharle la camisa—. Por favor. Estoy bien. Te necesito.


Pedro le clavó las manos en el pelo.


—No quiero acostarme contigo, aunque me encanta cuando me hablas sucio. Quiero hacerte el amor, cariño.


—Yo también quiero eso —le confió. Con la camisa abierta, ahora Paula empezó a darle besos húmedos en el torso—. Quiero tocarte.


Pedro se quitó la camisa de un tirón y gimió.


—Entonces, tócame. Solo avísame si te hago daño.


El sexo se le inundó cuando recorrió su pecho musculoso con las palmas, sus bíceps fuertes y su espalda. Se sentía como un pecado ardiente y duro, y ella ya estaba temblando de deseos de tenerlo dentro.


Paula se llevó las manos a los pantalones de Pedro y se peleó con los botones hasta que todos estuvieron desabrochados. Pedro se los bajó y se llevó los bóxer con ellos. Se los quitó antes de echar mano a la camisa de verano de Paula. Ella alzó los brazos obedientemente, lista para estar desnuda y sentirlos piel contra piel.


—Parece que ha pasado una eternidad —le dijo con un lamento.


—Lo sé —respondió él bruscamente—. Y solo ha pasado una semana.


Paula tiró del cordón de sus pantalones cortos, se contoneó para bajárselos con la ropa interior y dejó que Pedro se los quitara de los pies con delicadeza.


Él la recostó suavemente sobre la cama.


—He quitado el espejo —le recordó al situarse entre sus muslos abiertos.


Ella le rodeó el cuello con los brazos.


—No lo necesito. Ya lo sabes. Hazme el amor como quieras, PedroNecesito sentirte dentro de mí.


Se estremeció cuando Pedro colocó su cuerpo sobre el suyo, aliviada cuando su piel desnuda conectó finalmente. Tenía los pezones duros y el pecho de Pedro le raspaba las puntas sensibles.


Paula dejó escapar un suspiro de placer; el tacto y el aroma de Pedro guiaban su deseo. 


Enredando las manos en su pelo, jadeó:
—Te amo.


Pedro cerró los puños en el cabello de Paula; su boca recorría cada centímetro de la delicada piel de su cuello y se detuvo para sacar la lengua y saborear su piel.


—Te amo —respondió él, la voz apagada contra la garganta de Paula.


Se tomó su tiempo, recorriéndole los hombros con los labios hasta llegar a sus pechos. Tomó uno de los pezones duros entre los labios, adorándolo con la boca antes de rendirle homenaje al otro. Paula gimió mientras sostenía su cabeza contra los senos, necesitada de más, necesitada de él.


Pedro. Por favor. —Paula no iba a ser capaz de aguantar la forma en que la excitaba durante mucho tiempo.


Ascendiendo por su cuerpo con cuidado, su mirada tempestuosa y codiciosa le Recorrió el rostro antes de que Pedro bajase la boca hasta sus labios.


Paula le acarició el cuello con los dedos y descendió por su espalda; recibió su beso con la misma urgencia que mostraba él. Sus lenguas se entrelazaron y se enredaron, fundiéndolos en uno. Ella gimió con el éxtasis de estar en esa postura íntima, los dos unidos. Se abrazó con las piernas a sus caderas y se levantó contra él, impaciente por sentirlo unido a ella.


Apartando su boca de la de Paula, con el pecho jadeante, Pedro le dijo con ternura:
—Despacito, cariño. —Le sujetó las manos por encima de la cabeza y las sostuvo con fuerza. Pedro la miraba con posesividad, los ojos azules remolinos turbulentos—. Mía. Me perteneces. —Aunque su tono era codicioso, también sonaba maravillado, incrédulo.


—Siempre —susurró ella, sintiendo el deseo de Pedro junto con el suyo—. Hazme el amor, Pedro —Le encantaba su posesión autoritaria en la habitación, que redoblaba su deseo y excitaba su cuerpo hasta hacerla sentirse como si fuera a arder en llamas.


Pedro estiró una mano entre ellos mientras sostenía las muñecas de Paula con la otra y le recorrió los pliegues empapados y tórridos. Siseó cuando le encontró el clítoris.


—Eres tan receptiva, estás tan húmeda por mí.


—Solo por ti —lo alentó ella, que lo quería dentro de su cuerpo.


—Me encanta la manera en que tu cuerpo responde a mí —le susurró con voz sensual cerca de la sien. Su aliento cálido le sopló seductor al oído.


Paula gritó cuando Pedro le estimuló el clítoris. 


Primero su dedo pulgar rodeó la palpitante masa de nervios y después rodó sobre ella sin la suficiente presión. Pedro le soltó las muñecas para agarrarle el trasero.


Ella le arañó la espalda con las uñas de los dedos y le clavó los talones en el trasero para obligarlo a actuar.


—Márcame —gruñó él—. Dios, me encanta eso. Hazme tuyo, Paula. Siempre he sido tuyo.


Sus palabras la excitaron y Paula gritó su nombre mientras él embestía en su vaina con fuerza y se enterraba hasta la raíz del pene.


—Sí —ronroneó ella mientras le clavaba las uñas en la espalda—. Oh, Pedro. Te siento tan bien.


—Yo te siento increíble, cariño. —Gruñó él. Su pene entró y salió con una embestida poderosa, ahora con ambas manos en el trasero de Paula para mantenerla justo donde la quería. La levantó para que lo recibiera a cada embestida; sus pieles se entrechocaban con la fuerza de su unión.


Paula gimió, tocó cada centímetro de Pedro que pudieron encontrar sus dedos, se movió por su espalda, bajó hasta su trasero prieto, se lo agarró y lo instó a que la tomara más duro, más rápido.


Pedro cambió de postura y entraba y salía de su vagina con ímpetu, estimulándole el clítoris.


—Sí. Por favor —suplicó. Su cuerpo se estremeció, el deseo le atravesó el vientre directo hasta el sexo.


—Te quiero, nena. Vente para mí —exigió—. Sus embestidas eran más profundas, más rápidas. Se inclinó hacia delante y capturó la boca de Paula; la lengua le atravesaba los labios imitando las fuertes y rápidas caricias que le hacía con el pene.


«Te quiero. Te quiero. Te quiero».


Las palabras resonaban en su mente cuando su cuerpo llegó al orgasmo y Paula se agarró a Pedro mientras perdía el control y su sexo se contraía en torno a su miembro. Paula gimió en su boca y sintió el gemido que le respondía.


Llegó al clímax así, la boca fundida con la de Pedro. Su pene la penetraba mientras ella palpitaba en torno a su miembro haciendo que él encontrase su propio orgasmo.


Pedro separó su boca de la de Paula y dejó que su cuerpo descansara sobre ella como si no quisiera que se separasen. Paula sentía su corazón golpeándole los pechos y ambos intentaron recobrar el aliento mientras seguían allí tumbados, anonadados y saciados.


—Mierda. Peso demasiado para ti —dijo Pedro contrariado. Rodó hasta quedar al lado de Paula y la atrajo suavemente encima de él—. ¿Tu tobillo está bien?


Paula ni siquiera sentía el tobillo. Su cuerpo estaba tan saciado y su mente tan en paz que no podría sentir un dolor minúsculo en la pierna.


—Está bien. —Jadeó y le acarició la áspera barba de tres días en la mejilla.


Se sentía abrumada, las emociones desatadas. 


El rostro se le inundó de lágrimas mientras decía con la voz entrecortada:
—Te quiero tanto.


—Cariño, ¿qué pasa? —Pedro se despejó de inmediato. Puso las manos a ambos lados de su cabeza para poder mirarla.


—Soy feliz —sollozó ella—. Soy tan condenadamente feliz. No sabía que podía ser así. —Solo había conocido el sexo como un acto violento hasta Pedro—. Eres increíble.


Él le secó las lágrimas delicadamente y colocó la cabeza de Paula sobre su pecho.


—Siempre debería ser así. Odio lo que sufriste, Paula —le dijo bruscamente, con intensidad, la voz llena de dolor.


Alzando la cabeza, ella lo miró con ternura.


—No. No pienses en el pasado. Piensa en lo felices que somos ahora. Me alegro de haber sobrevivido o nunca tendría esto. No te tendría a ti.


—Desearía que me hubieras tenido y así no habrías tenido que sufrir todo aquello —respondió él con tono áspero y lleno de emoción.


Paula sabía que Pedro tardaría un tiempo en no pensar en el suceso todos los días, pero con suerte cada vez pensaría menos en ello.


—Ahora eso está en el pasado. Gracias a ti, soy una mujer diferente de la que era hace unas semanas.


—Siempre has sido la misma mujer, Paula. Y siempre has sido mía. —Sus brazos la estrecharon con más fuerza y sintió que su cuerpo grande se estremecía.


Con el tiempo, Paula se sentía optimista con respecto a que Pedro superaría lo que le había ocurrido. Todos los días mejoraba y la experiencia abandonaba su mente casi por completo cuando la reemplazaban recuerdos de Pedro. Con el paso del tiempo, le recordaría todos los días lo feliz que la hacía, cuánto lo amaba y esa horrible experiencia se desvanecería. Tendría que hacerlo. Nadie podía experimentar tanta dicha sin que esta apartase los malos recuerdos tarde o temprano.


—Tienes razón. Siempre he sido tuya. —El corazón se le hinchó de amor mientras le acariciaba la mejilla con el dorso de la mano para después enterrarla en su bonito pelo áspero que decía «fóllame».


La verdad era que Pedro había tenido su corazón desde que podía recordar, primero como su niño-héroe y después como hombre. Nunca había creído mucho en el destino, pero tenía la sensación de que estaba destinada a que su sitio estuviera con Pedro desde que era niña. Solo necesitaba crecer.


—Me alegro de ser adulta ahora —dijo con un suspiro de felicidad.


—Gracias a Dios —se hizo eco Pedro—. Estaba cansándome de esperar.


—Podrías haberte casado con otra —bromeó.


—No hay otra mujer para mí —gruñó, pero mientras le enredaba los dedos en el pelo con delicadeza.



CAPITULO 51 (SEXTA HISTORIA)




Al día siguiente, Paula recibió una llamada de cada uno de sus hermanos, todos furiosos con Pedro. Para cuando recibió la llamada de German, el último hermano que se puso en contacto con ella, estaba harta de oírlos a todos dando una paliza verbal a Pedro.


Estaba de vuelta en su cama en la casa de invitados, con el tobillo en alto.


No estaba roto, pero tenía un mal esguince. Ya había bajado la inflamación por el hielo y los antiinflamatorios, y el dolor era casi inexistente excepto si intentaba apoyar el peso sobre el pie derecho. Pronto estaría recuperada. El tobillo sólo necesitaba un poco de tiempo para curarse.


Pedro había atendido su menor deseo, permanecía con ella constantemente y le llevaba cualquier cosa que quisiera o necesitara. 


Permaneció al pie de la cama y frunció el ceño mientras ella hablaba por teléfono con German.


—Juro que voy a ponerle los huevos de corbata cuando lo vea. Emilia está haciendo la maleta ahora mismo. Vamos de camino —le dijo bruscamente.


Paula suspiró. Ya le había explicado a cada uno de sus hermanos que Pedro estaba cuidándola muy bien y que no quería nada. Estaría bien en cuanto se recuperase.


German demostró ser el más obstinado, probablemente porque era el que estaba más unido a Pedro y se sentía traicionado.


—No vas a tocarle los huevos —le dijo Paula a German con calma—. Me gustan exactamente donde están.


—Te mintió —dijo German furioso—. Te manipuló.


—Yo también le mentí, German —Su mirada se cruzó con la de Pedro mientras sostenía el teléfono contra la oreja, con la espalda apoyada en el cabecero de la cama. No habían tenido oportunidad de hablar de nada todavía puesto que Pedro había convertido en su prioridad cuidar de ella—. No estoy contenta con cómo ocurrió todo—. La expresión de Pedro se volvió de arrepentimiento—. Pero el problema es que… lo amo. Lo amo tanto que quiero que este matrimonio dure para siempre, sin importar cómo se produjo.


Pedro levantó la cabeza de pronto y sus ojos se concentraron en el rostro de Paula.


—Sí, él también dijo que te amaba. Pero no me gusta la manera que consiguió que te casaras con él —gruñó la voz de German a través de la línea.


—¿Dijo eso? —A Paula le retumbó el corazón cuando miró a Pedro y este asintió con la cabeza, la mirada brillante e intensa.


—Lo dijo —afirmó German—. Estoy preocupado, Paula. Solo quiero que seas feliz.


—Soy feliz. —Una lágrima le cayó por la mejilla. Todos sus hermanos habían expresado su preocupación, que era sincera. Tal vez no había podido estar realmente unida a ellos, pero quería que eso cambiara—. Te quiero, German. Estoy muy contenta de que tengas a Emilia. Yo voy a ser tan feliz con Pedro como lo eres tú con Emi —le dijo en tono tranquilizador.


—Eres mi hermanita pequeña. Es mi deber preocuparme —contestó German con voz ronca y emocionada—. Y yo también te quiero, Paula. No quiero que estés casada con el hombre equivocado.


—No lo estoy. Me casé con el hombre perfecto para mí. Sé que estás disgustado con Pedro, pero lo conoces. Sabes qué clase de persona es. Arriesgó su vida descendiendo una pared de roca que ningún escalador debería bajar sin equipo de seguridad, sólo para llegar a mí. Y lo único que tenía era un esguince en un tobillo. ¿De verdad crees que me haría daño intencionadamente? Me gusta pensar que mintió porque estaba tan fuera de sus cabales de deseo que habría hecho cualquier cosa para acostarse conmigo —le dijo a su hermano en tono de broma.


Pedro volvió a asentir, esta vez con énfasis, la mirada fija en los ojos de Paula.


—Por favor. No quiero oír nada sobre la vida sexual de mi mejor amigo y de mi hermana pequeña, aunque no sé exactamente lo que sentía —dijo German a toda prisa—. Solo dime una vez más, sinceramente, que estás bien.


—Estoy mejor que bien —le dijo en voz baja—. Estoy enamorada de Pedro.


Pedro la miró boquiabierto, como si estuviera sorprendido de volver a oírla decirlo.


—Dile que tiene suerte de que no le demos una paliza todos —gruñó German.


—Yo no dejaría que le pusierais la mano encima. Me gustan su cara guapa y su trasero sexy exactamente como están, muchas gracias —le devolvió el tiro a German.


—Ahórrame los detalles —suplicó German.


Paual rió, una risita encantada porque a su hermano parecía repugnarlo completamente oír cualquier cosa sexual sobre ella y Pedro.


—Transmítele mi cariño a Emilia —pidió Paula.


—Eso puedo hacerlo —respondió su hermano—. Llámame mañana. Quiero tener noticias tuyas todos los días o iré allí para asegurarme de que estás bien.


—Llamaré —colgó el teléfono cuando hubieron dicho adiós.


Pedro se adelantó lentamente, le quitó el teléfono de la mano y se arrodilló junto a la cama.


—¿Lo decías en serio? —preguntó dubitativo, vulnerable.


—Sí. —Lo miró a los ojos. Las lágrimas seguían cayéndole por el rostro —. ¿Y tú?


—Te quiero más que nada ni a nadie en este mundo, Paula. —Le dio la mano y entrelazó sus dedos—. Retiraría cómo se produjo nuestra boda en un abrir y cerrar de ojos si pudiera, pero no consigo arrepentirme de estar casado contigo. Lo quiero demasiado. Te amo demasiado. —Se le quebró la voz de la emoción mientras le apretaba los dedos—. ¿Me perdonas?


Al recordar que iba a hacer que se arrastrara, ella le preguntó:
—¿Cuánto deseas mi perdón? —Ya lo había perdonado en el momento en que arriesgó su vida por ella, quizás incluso antes de eso, pero no estaba totalmente preparada para contárselo todavía


—Lo deseo lo suficiente como para pasar el resto de mi vida compensándotelo. Siempre serás lo primero en mi vida, cariño. Y nunca volveré a mentirte.


—¿Por qué lo hiciste?


Pedro hizo una mueca.


—Por la misma razón que le has dicho a German por teléfono que esperabas. Estaba loco por ti y cuando me enteré de que te casabas, no podía permitir que te casaras con nadie más que conmigo.


—¿Ibas a contármelo? —Le preguntó por curiosidad, sin querer pensar que no planeara decirle la verdad.


—Sí. No podría vivir conmigo mismo ni contigo si no lo hiciera. Planeaba contártelo en cuanto llegara de la ciudad. De ahí las flores. —Pedro hizo un gesto con la cabeza hacia el enorme ramo que ahora descansaba sobre la cómoda para que Paula disfrutara de él—. Y unas cuantas cosas más que compré.


—¿Estabas intentando sobornarme para que te perdonara? —retorció los labios para contener una sonrisa. Pedro parecía tan triste que no quería que pensara que estaba riéndose de él.


—No. Quería hacerte feliz —digo sinceramente.


Paula se secó las lágrimas. Para ser honesta, la tristeza de Pedro estaba matándola.


—Las flores son preciosas. Gracias.


Pedro la miró esperanzado.


—También tengo un par de cositas más. —Se levantó y se apresuró hasta el armario, de donde volvió con una bolsa grande. Primero sacó una pequeña caja—. Espero que te guste esto.


Paula aceptó la caja; pero de la misma tienda donde había comprado sus alianzas. Al levantar la tapa, el collar sobre el terciopelo rojo del estuche la dejó anonadada. No era ostentoso, pero era precioso y el corazón era un símbolo encantador de amor.


—Es increíble —le dijo sin aliento. No había comprado la joya más grande ni la más llamativa, aunque sabía que era cara. Pedro le había entregado su corazón simbólicamente, y eso era muy bonito.


La ayudó a ponérselo y le llevó un espejo para que pudiera ver cómo le quedaba.


—Quería que pudieras llevarlo todos los días, llevar mi corazón contigo todo el tiempo. Las esmeraldas me recuerdan el color de tus ojos. Más tarde compraré algo más grande —le dijo dubitativo.


—Ni te atrevas. —Le agarró la mano con urgencia—. Me encanta. No me lo quitaré nunca. No quiero nada más.


—Ya veremos —replicó Pedro sin comprometerse, devolviéndole sus propias palabras con una sonrisa traviesa. Le entregó la bolsa—. Espero que esto te sirva.


Paula echó un ojo a la bolsa y ahogó un grito cuando sacó su regalo. Era una cámara de gama alta que podía utilizarse bajo el agua.


—Es una maravilla. Pero no hago fotografía subacuática.


—Espero que la hagas algún día, al menos desde mi barco. Creo que te gustaría el buceo de superficie. Con tu ojo para el color, te encantaría hacer fotografía subacuática en las Bahamas.


Paula sonrió y se cruzó de brazos.


—Sigues llamándolo barco. ¿Exactamente, cómo de grande es tu barquito?


—No es tan pequeño. Mide veinte metros aproximadamente, con unos camarotes increíblemente cómodos —reconoció Pedro tímidamente—. Pero no es gigantesco.


Paula después tapar una carcajada de sorpresa.


—Es gigantesco.


—Se llama así por ti —confesó Pedro—. No era coincidencia. No podía comprar un barco viejo si iba a llamarlo como tú.


Pedro nunca compraría un barco viejo. Era multimillonario y le gustaban las cosas más refinadas. El hecho de que no considerase su «barco» como un yate le hacía gracia a Paula, que se sintió conmovida y sorprendida de que lo hubiera llamado Paula por ella.


—¿De verdad se llama así por mí? —preguntó con vacilación—. ¿Por qué?


Pedro se trasladó al otro lado de la cama, se acercó a ella y se sentó con cuidado para evitar empujar el tobillo. Deslizando un brazo alrededor de sus hombros, apoyo la espalda en el cabecero de la cama y atrajo la cabeza de Paula sobre su hombro.


—Creo que probablemente he estado enamorado de ti desde que tenías dieciocho años —empezó a decir pensativo mientras le acariciaba el cabello con la mano—. Se me pone duro por ti desde entonces. Cada vez que te veía después de tu graduación del instituto me resultaba difícil. Supongo que perdí la cabeza durante las vacaciones. Finalmente, no había novio, por fin estabas disponible y yo estaba exultante. Aunque eras la hermana de German, ya no podía seguir ignorando lo mucho que me atraías. Me quedé destrozado cuando me levanté y te habías ido después de nuestra noche juntos. Me destrozó oír que ibas a casarte con el novio con el que habías roto meses antes.


Pedro dejó escapar un largo suspiro masculino.


—Lo que le dijiste a German es verdad. Te deseaba tan desesperadamente que no estaba dispuesto a dejar que te casaras con nadie más. —Su cuerpo se tensó —. No pensé en las consecuencias, Paula. Lo único en lo que podía pensar era en que alguien más te tocara, que abrazara lo que me pertenecía. Cuando Gustavo ideó su plan de locos, accedí de buena gana. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa, incluso enfrentarme a tu ira, con tal de tenerte. Me preocupaba que fueras desdichada con un perdedor, pero la mayor parte de mis motivos eran estrictamente egoístas. Te quería para mí.


Paula se quedó pasmada. Nunca se había percatado de que Pedro sentía lo mismo que ella había sentido durante todos esos años.


—¿Te acuerdas de la boda?


—Por supuesto. Yo escogí los anillos. Planeé emborracharte para poder casarme contigo. No voy a seguir mintiendo al respecto —dijo con ferocidad —. Me dije que te dejaría marchar cuando nos hubiéramos satisfecho ambos, pero eso no iba a ocurrir nunca. Simplemente tardé un tiempo reconocérmelo a mí mismo. Estaba enfadado contigo por casarte con otra persona después de lo ocurrido en Nochevieja.


—Pero no era real.


—Yo no sabía eso —replicó él.


—¿Cómo fue la boda?


—Para mí, fue el día más feliz de mi vida, aunque estuvieras borracha. Te puse el anillo en el dedo y eras mía después de años de tortura. Puramente egoísta… pero cierto. Nos casó un juez de paz y fue breve. Gustavo fue mi testigo y yo encontré a una joven para que fuera tu testigo. Lo siento. No era la boda que te merecías y podemos volver a casarnos, esta vez bien. —Pedro le masajeó la espalda y los hombros en gesto reconfortante.


—No creo que la boda sea importante. Es el matrimonio que tienes después de la boda lo que importa —le dijo pensativa. Sinceramente, no le importaba como había ocurrido siempre y cuando fuera legal. Le pertenecía a Pedro y lo que importaba era cómo siguieran a partir de ahí—. El caso es que siempre he sentido lo mismo por ti. Lo he sentido desde que te vi en mi graduación. Por eso es por lo que seguía siendo virgen cuando fui atacada. Nadie estaba a tu altura.


—Debería haberte dicho lo que sentía hace mucho tiempo, cuánto te quería —dijo Pedro con voz ronca; sonaba disgustado consigo mismo.


—No podemos cambiar el pasado, Pedro. ¿Podemos limitarnos a seguir desde aquí? —Paula no quería pensar en el pasado ahora que estaban juntos. No podían cambiar las cosas, volver atrás ni volver a hacer nada. Pero juntos podían tener la vida más feliz imaginable—. Te amo. —Suspiró de felicidad—. Siempre he estado esperándote.


—Yo también estaba esperándote, melocotoncito. —Le dio un beso tierno en la frente—. Siento haberte mentido. ¿Vas a levantarme el castigo?


—No creo que tenga otra opción. —Intentó hacer que su voz sonara atribulada—. Ahora te amo y me has echado a perder. Soy adicta a ti.


—Cariño, estoy echado a perder desde que cumpliste dieciocho años. Te amo. Perdóname. Por favor —suplicó seriamente—. Me mataría que no lo hicieras.


—Vale —dijo ella como si estuviera soñando, placenteramente. Era difícil resistirse a un Pedro arrepentido y él ya se había arrastrado bastante. Paula solo quería seguir amándolo y que él siguiera amándola a ella—. Qué fácil soy.


—Eres cualquier cosa menos fácil. Me ha costado años hacerte mía —dijo Pedro incrédulo—. Y ahora vas a hacer que me cague de miedo todos los días con tu carrera. Tengo que reconocer que tengo una relación amor-odio con tu valentía.


—Yo no soy valiente —susurró con voz ronca—. Y ya no voy a volver a cazar tormentas. —Había tomado la decisión después de hablar con Gustavo—. Cuando empecé hacerlo, estaba entusiasmada. Me encantaba el subidón de adrenalina y quería labrarme una reputación. Después de ser… secuestrada, tenía que volver para demostrarme algo a mí misma. Tenías razón cuando dijiste que ya no necesitaba demostrarle nada a un hombre muerto. En realidad,no creo que los últimos años se haya tratado de conquistar mis miedos. Eso ya lo había hecho. Creo que me sentía desconectada y sola y que no sabía nada más. Mentir a mi familia me había separado de mis hermanos y mantuve a distancia a todos los demás porque estaba acostumbrada. No quiero seguir haciendo eso —terminó sin aliento.


—Gracias a Dios —soltó Pedro con énfasis—. No quiero que lo dejes si te gusta realmente, pero si ya no quieres hacerlo me sentiré eufórico, joder.


Paula rió.


—Entonces siéntete eufórico, porque creo que me gustaría hacer fotografía subacuática y me encanta hacer fotos de paisajes y naturaleza. Todavía me gustan las tormentas, pero creo que las cazaba por las razones equivocadas. Me sentía sola y no sabía cómo ser de otra manera.


—Ya no, cariño. Me tienes a mí y puedes permitirte volver a estar unida a tus hermanos ahora que no tienes que ocultar nada.


—Eso me gustaría —respondió feliz—. ¿Crees que debería contárselo todo?


—Es decisión tuya, cariño. Apoyaré lo que quieras hacer. Pero no creo que necesites hacerlo por ellos. Creo que solo necesitas hacerlo si eso es lo que quieres.


—Puede que algún día se lo cuente. Ahora mismo, solo me gustaría pasar un tiempo siendo feliz con mi marido y ver cómo es no sentirse sola.


Pedro jugueteaba con un mechón de pelo de Paula.


—Yo también. He estado inquieto y malhumorado durante mucho tiempo porque te echaba de menos.


—¿Ocupando el tiempo trabajando para organizaciones benéficas? — preguntó ella con curiosidad.


—De hecho, sí. Tengo mi propio trabajo, pero creo que empezar esta organización para mujeres maltratadas me ha resultado más satisfactorio que nada de lo que he hecho en mi vida. —Dudó durante un momento—. Gustavo debe de habértelo contado.


—Lo hizo. Creo que eres increíble, Pedro Alfonso. ¿Puedo donar? Ahora tengo un marido muy rico, así que no tengo que preocuparme por el dinero — coqueteó con él despiadadamente.


—Ahorra tu dinero —le aconsejó él—. Yo ya he donado bastante por los dos. Dedícalo a inversiones seguras y déjaselo a nuestros hijos.


A Paula se le aceleró el corazón.


—¿Vamos a tener niños?


—Eso espero —respondió Pedro rotundamente—. Me encantaría tener una niña tan dulce como su madre.


A Paula le dio un vuelco el corazón.


—No creía que fuera a tener hijos nunca, pero me gustaría, algún día. — Siempre le habían gustado los niños, pero nunca se había imaginado teniendo tanta intimidad con un hombre—. ¿Conoces a algún asesor de inversiones que pueda ayudarme a hacer crecer mi dinero para mis hijos?


—Conozco al mejor —dijo con arrogancia.


Paula rió alegremente y le acarició la barba incipiente con amor.


—Seguro que sí —susurró mientras se inclinaba hacia él para besarlo en la boca con ternura. El corazón se le hinchó cuando él la besó con un cariño tierno que hacía que se sintiera deseada y muy amada—. ¿Tiene un barco para que pueda hacer fotografía subacuática? Puede que sea el hombre de mis sueños —le dijo mientras se echaba atrás y dejaba los labios a solo unos centímetros de los de Pedro.


—Cariño, no sé si tú soñabas conmigo, pero yo he tenido más sueños húmedos sobre ti que los que puedo contar y soy tu hombre. Siempre lo seré —le dijo en tono mandón.


Paula sintió su aliento cálido acariciándole la boca y se quedó inmóvil durante un instante; le encantaba la cálida intimidad de su posesividad.


—Creo que tienes razón. Eres perfecto. —Sonrió mientras acortaba la distancia entre sus labios y le daba un beso que lo dejaría sin ninguna duda acerca de dónde estaba su corazón ni de cuánto lo amaba.


Pedro dejó escapar un gemido ahogado cuando su lengua se enredó suavemente con la de Paula, un sonido triunfante y apasionado de un hombre que acababa de conseguir todo lo que quería… y más.