sábado, 1 de septiembre de 2018

CAPITULO 29 (SEXTA HISTORIA)




Pedro asintió y no dijo una palabra más mientras la miraba con expresión sombría.


Paula prosiguió.


—Yo solo llevaba un año de carrera profesional y todavía estaba intentando labrarme una reputación. Empezaba a posicionarme haciendo fotografías de fenómenos meteorológicos extremos. Sabía que había un ciclón que iba a golpear la costa de la India. Me subí sola a un avión y volé hasta allí, donde me situé en un lugar seguro en terreno elevado. La tormenta era peor de lo previsto y la costa se convirtió en un desastre. Yo estaba a salvo, pero los daños eran tremendos y todo era muy caótico. Nadie se dio cuenta cuando me metieron en el maletero de un coche y me secuestraron.


Paula empezó a respirar con pesadez, pero siguió hablando para contarlo todo. 


—Estaba aterrorizada y todo permaneció a oscuras durante lo que parecieron días, pero solo fueron unas pocas horas. Cuando por fin abrieron el maletero, estaba muy lejos de la costa y me habían llevado a punta de pistola a una casa destartalada en las afueras de un pueblo. —Paula se estremeció al recordar la mirada fría como la piedra y sin emociones en el rostro del hombre extranjero, pero sacudió la cabeza para alejar el recuerdo—. Había… un hombre. Al principio yo no estaba segura de qué estaba ocurriendo y le supliqué que me dejara marchar antes de que lo averiguasen las autoridades. Él se limitó a reírse y siguió riéndose mientras… mientras… —«Ay, Dios. ¡Dilo!»—. Me violó, Pedro. Varias veces. Luché contra él, grité e intenté escapar, pero no podía. Y dolía. Dolía muchísimo. Al poco tiempo, todo se volvió bastante borroso. Me pegó para hacerme callar, pero nadie vino a socorrerme.


Las lágrimas le caían por el rostro a medida que continuaba.


—Creo que planeaba matarme, pero le dije que si se ponía en contacto con la embajada de Estados Unidos tal vez pudiera conseguir dinero si me mantenía con vida. Entre… —la voz de Paula se entrecortó, pero terminó de decirlo—. Entre abusos, se puso en contacto con ellos y la embajada lo entretuvo para ganar tiempo. La unidad de Gustavo estaba allí, en la India. Más
tarde averigüé que en estaban muy cerca de allí, siguiéndole el rastro a ese hombre en concreto porque era un conocido terrorista que se ocultaba en la India. Creo que sabían que lo mejor que podían hacer era intentar un rescate porque iba a matarme de todas formas, tanto si pagaban como si no. El equipo de Gustavo asaltó la casa y mató al terrorista cuando yo seguía con vida. Me salvaron la vida. —Paula sollozó e intentó no recordar el puro terror que sintió aquel día con todas sus fuerzas, pero fracasó miserablemente. —Gustavo se quedó conmigo todo el camino de vuelta a Estados Unidos, hablando conmigo e intentando ayudarme. Nunca volví a verlo después de eso.
Ni siquiera tuve oportunidad de darle las gracias. Hoy me sentía agradecida de haberlo visto, feliz de tener la oportunidad de darle las gracias por lo que hicieron por mí él y su equipo. —Paula no miraba a Pedro. No podía—. Pasé dos años de terapia. El ejército trató mis lesiones. Tuve que hacerme la prueba del VIH a los tres meses y de nuevo a los seis meses; gracias a Dios ambas fueron negativas. Nunca hubo un caso que llevar a los tribunales. Gustavo mató al
hombre que me atacó y pensé que había superado lo sucedido… hasta que volví a verte. Te deseaba, Pedro. Mi cuerpo volvió a la vida con algo que no he experimentado nunca. No se trata de que no quiera. Me gustaría saber cómo
sería estar contigo. Pero… no puedo emocionalmente. —Cerró los ojos.


De pronto Paula sintió que Pedro levantaba todo su cuerpo y se sentaba en el sofá con ella en su regazo. Le acarició el pelo y le besó la frente. Su otra mano le acariciaba la espalda de arriba abajo en gesto tranquilizador.


—¡Dios! Lo siento, melocotoncito. No lo sabía. Nunca imaginé… —Se le quebró la voz, el dolor y el enfado evidentes en su tono.


Paula enterró el rostro contra su hombro.


—Nunca había estado con un hombre. Nunca había deseado a nadie lo suficiente.


—Seguías siendo virgen cuando ocurrió —dijo Pedro con voz angustiada —. Joder. Me gustaría poder desenterrar a ese cabrón para volver a matarlo. — Su voz empezó a temblar violentamente y enterró el rostro en su pelo—. Lo siento, Paula… lo siento tanto. Debería haber sabido que algo andaba mal, joder. Estaba demasiado ocupado con mis emociones como para verte. Ahora mismo me odio por eso —se atragantó y la abrazó más fuerte—. Odio que pasaras por todo eso sola. ¡Maldita sea! ¿Por qué no estaba allí? ¿Por qué no estaba allí para ti entonces? —La meció en su regazo mientras su cuerpo temblaba de emoción.


—No fue tu culpa —dejó que la reconfortara, que la mantuviera a salvo en sus brazos. Por aquel entonces no había vuelto a ponerse en contacto con David y ellos no estaban unidos. 


Sentaba tan bien tener a alguien, especialmente a Pedro, que le diera consuelo. Aunque estaba reviviendo la experiencia horrorosa, se sentía a salvo en sus brazos.


—Nadie lo sabía. Fue una misión confidencial; no había testigos y la Policía india nunca lo descubrió. Sólo la embajada estadounidense y el Gobierno estuvieron involucrados. Era una zona aislada fuera de un pueblo. Nunca se filtró a los medios de comunicación y yo me sentí muy agradecida por eso. — Había sido bastante horroroso sin tener que lidiar con todo un circo mediático.


—Pero necesitabas a alguien entonces, cariño. Estabas sola, joder —dijo con voz áspera mientras enterraba el rostro en su cabello—. He sido un cabronazo contigo, Paula. No lo sabía. No lo sabía. —La meció más fuerte, aferrándose a ella con desesperación.


La agonía de su voz hizo que Paula temblara y sintiera la volatilidad de sus remordimientos.


—No lo sabías. Y me alegro de que estés aquí, ahora. Estaba sola y fue duro. Ahora es más fácil.


—No haré que te quedes, Paula. Y nunca volveré a amenazarte. Haré lo que sea para compensarte por esto.


A Paula se le contrajo el corazón y enredó las manos en su pelo, devolviéndole el consuelo que él le había otorgado tan dispuesto.


—Quiero quedarme.


—Gracias, joder —gruñó él en tono protector—. Necesito estar contigo. Quiero demostrarte que no soy un imbécil todo el tiempo.


Paula sonrió entre las lágrimas.


—Lo sé.


—No vas a estar sola. Siempre estaré ahí para ti de ahora en adelante. Dios, has lidiado con demasiado tú sola. —Su cuerpo seguía temblando y la meció con ternura—. Necesitas a alguien, Paula. Deja que sea yo ese hombre. Por favor.


Ella no solo necesitaba a alguien, lo necesitaba a él. Por instinto, sabía que Pedro era exactamente lo que necesitaba—. Tengo miedo —reconoció dubitativa.


—Dios. Lo siento. Lo último que quiero es que tengas miedo de mí. Sólo quería que me desearas —admitió él con voz ronca.


—Te deseo. Eres el único hombre al que he deseado de esta forma. Pero espero que ojalá puedas entender que mis miedos tomaron el control. No estaba rechazándote a ti. Era el acto en sí mismo. Lo revivo cuando se trata de ser… penetrada. O recluida. —Fue directa. Necesitaba serlo para que él lo entendiera.


—No volveré a tocarte sexualmente. Lo juro.




CAPITULO 28 (SEXTA HISTORIA)




—Tienes dos segundos para quitarle las manos de encima a mi mujer antes de que te mate —gruñó Pedro enfadado.


Paula se apartó de un brinco del abrazo amistoso de Gustavo de inmediato, sorprendida al ver la expresión asesina en el rostro de Pedro mientras miraba fijamente a Gustavo.


—Estaba deambulando por el bosque. Tal vez deberías cuidar mejor de tu mujer —respondió Gustavo con suficiencia para provocar deliberadamente a Pedro.


—Cabrón —gruñó Pedro mientras intentaba rodear a Paula para llegar a Gustavo.


¡Para! —chilló Paula—. Pedro, necesito hablar contigo. —Permaneció entre él y Gustavo, empujando el pecho de Pedro—. Gustavo, gracias por acompañarme, aunque habría encontrado el camino de vuelta muy fácilmente.


—Creo que se está convirtiendo en costumbre llevarte a casa sana y salva, P Chaves —respondió Gustavo en tono enigmático—. Ya te he dicho que le importa algo más que el sexo —añadió en voz baja antes de dar media vuelta y volver hacia el camino que llevaba a su casa.


—¿Qué cojones quería decir con eso? —preguntó Pedro con estrépito. Sus ojos de zafiro lanzaban rayos de fuego a la espalda de Gustavo.


—Nada —ella dio una evasiva mientras intentaba empujar a Pedro para que entrase. Había tomado algunas decisiones en el camino de vuelta de casa de Gustavo y quería hablar con Pedro, necesitaba intentar explicárselo. Si lo hacía, tal vez accediera a ayudarla a sentirse completa una vez más. Si no lo intentaba, tendría que vivir con el remordimiento de no saber qué habría pasado si le hubiera pedido ayuda.


Y ya había sobrevivido a bastantes cosas de las que se arrepentía.


Volviéndose bruscamente, Pedro entró en la casa como un vendaval.


Paula dejó escapar un suspiro de alivio y entró en la casa detrás de él. No estaba segura de que Pedro no fuera a seguir a Gustavo. Cerró la puerta tras de sí y siguió a Pedro hasta el salón.


—Habla —exigió él. Se hundió en un sillón reclinable de cuero con gesto tormentoso—. Dime cómo terminas enrollándote con un tipo al que acabas de conocer. Dios, Paula. ¿Qué demonios te pasa?


—No estaba enrollándome con él —respondió Paula indignada—. Estaba abrazándolo. Y no acabo de conocerlo hoy. Ya nos habíamos conocido… antes. —Dejó la cámara y la funda con cuidado sobre la mesilla de café y se sentó en el sofá frente a él, con las piernas encogidas bajo su peso.


«Puedes hacerlo. Díselo. Pedro es el único hombre que puede ayudarte ahora mismo».


—¿Cómo demonios conociste a Colter? No me dijo que te conocía. ¿Te acostabas con él entre novios y rupturas? —Pedro explotó y su mirada se volvió fría—. Ya no te entiendo, Paula. En un minuto estás aterrorizada por unos juegos preliminares y a la mañana siguiente te encuentro en brazos de otro hombre.


—Lo sé. —Paula sabía que su comportamiento lo confundía. Al ponerse en su lugar, probablemente pensaba que era psicótica—. Me gustaría explicártelo. Por favor.


—Me gustaría que alguien lo hiciera —gruñó Pedro con gesto irascible.


Paula inspiró hondo.


—Conocí a Gustavo como Colt. Es lo que utilizaba como nombre en clave cuando estaba en las Fuerzas Especiales. No sabía que estaba aquí ni que era uno de los Colter de Colorado. Él y su equipo de las Fuerzas Especiales me salvaron la vida hace tres años. —Vio que Pedro abría la boca para hacer una pregunta, pero sostuvo la mano en alto, ansiosa por contar su historia antes de desmoronarse—. Deja que te cuente la historia primero.



CAPITULO 27 (SEXTA HISTORIA)




Paula se detuvo de repente cuando tuvo una buena vista de la casa a la que se dirigía Gustavo.


—¿Esto es tu cabaña?


Él se encogió de hombros.


—Está hecha de troncos.


Paula miró boquiabierta, intentando asimilar el auténtico tamaño y el diseño de la casa de Gustavo. 


Estaba hecha de troncos de cedro y de piedra, con largos pilares de cedro en la parte delantera de la casa. Altos ventanales la adoraban que probablemente ofrecían una vista increíble de los atardeceres. Tenía como mínimo dos plantas, probablemente tres, porque estaba casi segura de que una de las escaleras conducía a una planta inferior. Había un garaje conectado con varias puertas, una sección de la casa que probablemente podía almacenar media docena de vehículos. Por extraño que pareciera, la casa estaba diseñada para encajar en el marco de bosque de montaña y, aunque era enorme, seguía resultando acogedora en lugar de ostentosa.


—Es muy bonita—dijo Paula sin aliento—. ¿Puedo hacer fotos?


Gustavo hizo un aspaviento y, tomándoselo como un permiso, Paula sacó varias fotos antes de seguirlo por el camino de piedra hasta la puerta.


El interior de la casa era tan impresionante como el exterior: toda la primera planta, abierta y espaciosa, Lucía el mismo techo abovedado y con vigas que la casa de invitados. Al pasar junto al salón, se percató de que había mucho material antiincendios antiguo y fotografías expuestos en lugares prominentes.


—¿Eres coleccionista de antigüedades?


—Sólo de material antiincendios. Uno de mis ancestros empezó Colter Equipment, una gran fábrica de material y equipamiento de bomberos, y hoy en día es uno de los mayores fabricantes. Me gusta coleccionar artículos y anuncios antiguos de la empresa. Es un pasatiempo. Soy bombero voluntario.


Paula sonrió mientras lo seguía hasta la cocina, nada sorprendida de que Gustavo fuera activo ayudando a su comunidad.


—La casa de invitados es preciosa.


—La cocina es un desperdicio —gruñó Gustavo mientras le preparaba una única taza de café y después preparaba la suya—. En realidad,no uso mucho excepto el microondas y la cafetera.


Paula tomó asiento en la mesa de la cocina mientras miraba con admiración la enorme y espaciosa cocina, con todas las comodidades modernas y decorada de manera exquisita con encimeras de granito y armarios de cedro.


Tomó la taza que le ofrecía.
—Qué lástima. Es el sueño de cualquier cocinero.


Gustavo dejó crema de leche y azúcar sobre la mesa antes de tomar su propio café. Volteó la silla de listones de madera y se sentó a horcajadas; sus brazos descansaban sobre la mesa.


—Entonces, ¿de verdad estás bien?


Paula se encogió de hombros.


—La mayor parte del tiempo… sí. Supongo que todavía tengo algunas cosas que nunca desaparecerán.


—No creo que puedas experimentar algo como eso y no tener algún problema —observó Gustavo, la voz grave y tranquilizadora—. ¿Qué vas a hacer con Pedro? Deberías contárselo, Paula. Sabe lo de tu carrera.


A ella se le entrecerraron los ojos.


—Gracias a ti —lo amonestó.


—Lo habría averiguado de todas formas. Tu portafolio estaba allí. No es estúpido. Lo habría averiguado aunque yo no le hubiera ayudado. Estás casada con él, Paula. Tienes que contárselo todo. El tipo está loco por ti.


—No lo está de verdad —negó Paula—. Quería impedir que me casara con un hombre que ni siquiera existe.


Gustavo sonrió de oreja a oreja.


—¿El novio falso?


—¿Cómo lo sabías? —Paula añadió crema de leche y azúcar a su café antes de dar un largo sorbo para saborear el gusto intenso.


—Porque yo no soy Pedro. El pobre no está pensando con claridad en este momento. No fue difícil averiguarlo, pero tardé un tiempo. Creo que al final lo averigüé cuando no encontré ningún email ni información suyos en tu ordenador.


—¿Así que no te pareció importante decírselo? —Le lanzó una mirada enojada.


—No. Supuse que confesarías tarde o temprano.


—Se lo he contado casi todo. Solo hay algunas cosas de las que no quiero hablar. Todavía tengo unos cuantos… problemas. —Paula suspiró—. No puedo seguir casada con él.


—Todos tenemos problemas —masculló Gustavo—. La única manera en que puedes resolver esto con Pedro es hablando con él. Créeme, quiere algo más que llevarte a la cama —le dijo Gustavo llanamente—. Si eso fuera todo lo que quisiera, podría haber encontrado un poco de acción con otra mujer sin todo ese esfuerzo.


Paula lo sabía, pero aún no entendía completamente la motivación de Pedro.


Estaba bastante segura de que la única razón por la que se mantenía en sus trece era para impedir que hiciera nada peligroso.


—Entonces, ¿por qué no lo ha hecho? —preguntó con desesperación—. ¿Por qué no se limitó a encontrar a otra mujer y a alejarse de mí en Las Vegas?


Gustavo cruzó los brazos por encima del respaldo de la silla y la miró fijamente.


—Creo que eso es algo que tendrás que descubrir por ti misma.


Paula dejó escapar un suspiro de exasperación.


—Sé que debería decírselo. Está confuso por algunos de mis miedos. Sabe todo lo demás. Simplemente, me cuesta… revivirlo.


—A pesar de lo difícil que sé que será eso, quiero que puedas pasar página por completo, lo cual significa hacer frente a Pedro y contarle toda la verdad —dijo Gustavo en tono solemne mientras tomaba su taza de café.


—Yo también. Quiero pasar página. —Desearía tener la autoconfianza de Gustavo para poder sentirse completa de nuevo. Pensaba que estaba bien… hasta que vio a Pedro. Hizo que anhelara cosas que antes ni siquiera echaba de
menos. La pasada noche y su experiencia con Pedro durante las vacaciones habían sido reveladoras. Todavía había algunos fantasmas de los que por lo visto no se había liberado.


—¿Cuánto tiempo vas a quedarte?


—Dos semanas. Está chantajeándome —le dijo con tristeza a Gustavo.


Este sonrió con superioridad.


—Chico listo. ¿Amenazó con contárselo a tu familia si te vas?


—Sí.


Gustavo rió entre dientes.


—¿Gustavo? —dijo ella en voz baja.


—¿Sí?


—Eres un imbécil —le dijo.


Él volvió a sonreír.


—Nunca dije que fuera otra cosa, querida…


Paula puso los ojos en blanco. A pesar de lo mucho que le debía a Gustavo, la fastidiaba con esa vaguedad. Suponía que eso formaba parte del territorio de ser miembro de las Fuerzas Especiales.


—¿Has dejado el ejército? —preguntó con curiosidad.


Él asintió.


—Hace más de un año.


Gracias a Dios, Gustavo dejó el tema de Pedro


Charlaron hasta terminarse el café y Gustavo la acompañó de vuelta a la casa de invitados.


Le dio un abrazo a Gustavo en la puerta cuando iba a marcharse justo cuando Pedro abría la puerta.