miércoles, 19 de septiembre de 2018

CAPITULO 34 (SEPTIMA HISTORIA)




—Mi jefe me ha enviado un mensaje. Me quiere de vuelta en Washington pronto. Estamos faltos de personal y necesita que vuelva al trabajo —le contó Paula a Pedro en voz baja mientras cenaban juntos aquella noche—. Esperaba tener más tiempo, pero es muy insistente.


Pedro casi se atragantó con la pasta cuando tomó aire para protestar. Tosió y dio un trago a su cerveza, mirando a Paula antes de hablar.


—No vuelvas. —«Dios. No puedo soportar la idea de que se marche. La casa estaría vacía sin ella. Yo estaré vacío sin ella», pensó.


Paula alzó la mirada hacia él y dejó el tenedor en su plato.


—Sabes que tengo que volver a casa. Tengo una carrera, y tú también. No sé qué sigues haciendo con el gobierno, pero sé que trabajas mucho con la empresa de equipos antiincendios, desarrollando nuevos productos. Ambos tenemos nuestras vidas, muy diferentes.


—Ya no viajo mucho, y trabajo con investigación y desarrollo en Denver para Alfonso Fire Equipment. No estoy allí todos los días. Tengo profesionales haciendo ese trabajo. Sólo doy mi opinión e intento dar con ideas nuevas.


Shep gimoteó a los pies de Paula, como si supiera de qué estaban hablando.


«Joder, hasta mi puñetero perro la adora. No puede irse».


—Me tomo en serio mi carrera, Pedro. Yo no soy multimillonaria. Mis padres no estaban preparados para morir tan jóvenes precisamente. Pagué mis estudios con mi herencia, pero no pude ir más allá de una licenciatura. —Tomó un sorbo del vino blanco que le encantaba, que había encontrado en su bodega.


Pedro ya había hecho un pedido de varias cajas del mismo vino.


—¿Es por eso por lo que te uniste al FBI? —le preguntó con voz ronca.


—Sí y no. Quería hacer algo que me apasionara. Obviamente, soy una apasionada del terrorismo. Trabajar para el FBI era una opción razonable.


—¿Qué más te apasionaba?


—Me licencié en Psicología. Hubo un tiempo en que quería ser consejera o psicóloga —admitió, su voz nostálgica.


—Entonces, hazlo. Quédate aquí y termina la universidad. Joder, tal vez incluso puedas arreglarme a mí. —Dios sabía que todo el mundo le decía que estaba loco.


Ella le sonrió.


—No hay nada que querría cambiar. De acuerdo, tal vez lo de cocinar. Pero eres rico. No necesitas cocinar. —Volvió a tomar su tenedor y giró la pasta alrededor del cubierto—. Esperaba trabajar con mujeres maltratadas para sacarlas del ciclo de abuso.


—¿Por qué? —ahora Pedro estaba fascinado.


—Te dije que fui a vivir con mi tía cuando murieron mis padres. Mi tío era un maltratador —contestó con voz triste.


—¿Te hizo daño? —Pedro apretó el puño alrededor de la cerveza que sostenía.


Paula negó con la cabeza.


—No. Pero hizo daño a mi tía. Le supliqué que lo dejara, pero él siempre volvía y le decía que lo sentía, que nunca lo volvería a hacer. Por desgracia, ella no pudo salir del ciclo. Sólo tuve que quedarme poco más de un año allí para
terminar el instituto antes de irme a la universidad, y a mí nunca me tocó. Pero yo quería sacarla. No pude.


El remordimiento y la tristeza en los ojos de Paula hicieron que a Pedro le doliera el pecho.


—¿Dónde está ahora?


—Falleció hace unos años, de cáncer.


—Lo siento, cariño. —Estaba totalmente sola en el mundo. Lo único que quería hacer Tate Pedroera abrazarla, ser su confidente cuando necesitara a alguien—. ¿Cómo es tu vida en Washington?


—Principalmente trabajo. —Se encogió de hombros—. Sabes lo que es vivir para tu trabajo. Tengo un apartamento pequeño, mis amigos del departamento. Estoy contenta por ahora. Quiero ahorrar y con el tiempo volver a la universidad.
La vida útil de un agente no es tan larga.


Pedro sabía que entre el agotamiento y la edad, ser agente de campo podía ser una carrera relativamente corta. Los agentes tenían que estar en condiciones físicas óptimas y era un trabajo exigente.


—Déjalo ahora. Quédate conmigo y vuelve a la universidad. No tendrás que trabajar, Paula.


Ella masticó y tragó antes de que contestar.


—Eso no va a suceder. No voy a vivir a costa de un amigo, aunque sea multimillonario.


—Soy más que tu amigo —murmulló él irritado—. Soy uno de los fundadores de una nueva organización benéfica para ayudar a mujeres maltratadas. Podrías trabajar allí. Haz lo que realmente quieras hacer.


El rostro de Paula mostró su sorpresa.


—¿Te refieres a la nueva que están poniendo en marcha esos hermanos multimillonarios en Florida?


Pedro asintió.


—Muchos multimillonarios, y no solo en Florida. Los Hudson y los Harrison son miembros fundadores, y yo también. Mis hermanos se están implicando ahora también. Y Gabriel Sinclair en Maine.


—Guau. Eso es mucha potencia de fuego.


Pedro sonrió con suficiencia, divertido por la forma en que Paula lo medía todo con armas y con las fuerzas del orden.


—Podrías formar parte de ella. La esposa de Kevin Harrison fue maltratada y está decidida a hacer todo lo que pueda para ayudar a las mujeres maltratadas a salir de sus situaciones. Estaría encantada de tener a alguien preparado con quien trabajar.


Vio un destello de anhelo en los ojos de Paula antes de que ella negara lentamente con la cabeza.


—Todavía necesito más formación y no estoy lista para dejar mi trabajo ahora mismo. Pero podría aceptar tu oferta en el futuro.


«Joder. Qué testaruda es». Pedro no pensaba que el caso fuera que no quisiera dejar su trabajo en el FBI, sino pura independencia obstinada. Lo admiraba y lo odiaba al mismo tiempo.


—¿Cuándo pensabas volver? —Lo carcomía pensar en su marcha siquiera.


—El martes.


Era viernes. «Mierda. Solo me quedan tres días para convencerla de que se quede», pensó Pedro


Se levantó para llevar sus platos a la cocina, devanándose los sesos para encontrar cualquier manera de persuadirla de que se quedara con él. Cualquier otra solución era inaceptable.


—Te llevaré volando. Me gustaría ver a Benjamin. Hablé con él ayer, pero no fue muy comunicativo con la información. Creo que sería mejor hablar con él en persona.


Paula recogió sus propios platos y los llevó a la cocina; asintió en respuesta.


Sinceramente, Pedro no pensaba llevarla a ninguna parte excepto a la cama, pero ya lidiaría con la situación del viaje cuando ocurriera, si se presentase. Por el momento, tenía que encontrar la manera de que se quedara con él. 


«Soy un puñetero Alfonso y los Alfonso nunca renunciamos, nunca nos damos por vencidos.
Vengo de un linaje obstinado, de hombres que nunca dejaron de intentarlo. Ésa es la razón por la que todos somos tan ricos hoy en día. Todos los ancestros Alfonso eran tenaces, algunos realmente cascarrabias. Pero nunca había dejado de intentar emprender nuevos negocios, de seguir progresando». Pedro no había sobrevivido a años de misiones prácticamente suicidas sólo para perder a la única mujer a la que había deseado en toda su vida. «Eso. No. Va. A. Suceder».


Paula estaba a punto de averiguar lo insistente y gruñón que podía llegar a ser.



CAPITULO 33 (SEPTIMA HISTORIA)




—Ha sido una de las experiencias más aterradoras de mi vida, y soy agente del FBI —murmuró Paula en tono coqueto cuando Pedro aterrizaba con el helicóptero en la pista de aterrizaje de los terrenos de los Alfonso. Pedro pilotaba como si condujera un auto: rapidísimo, ya que su principal objetivo era la velocidad.


—Debo informarte de que soy uno de los mejores pilotos de helicóptero del mundo —respondió él con arrogancia, como si se hubiera ofendido, mientras apagaba los motores—. Te dije que te llevaría a Denver y te traería de vuelta rápido.


—¿Hace cuánto tiempo que vuelas? —preguntó ella con curiosidad mientras se quitaba los auriculares. Paula había montado en bastantes helicópteros y no cabía duda de que Pedro Alfonso era bueno. Pilotaba con tanta confianza que no importaba lo loco estuviera, en realidad Paula no había pasado ni un momento de miedo. Pero era divertido echarle la bronca por su manera de hacer las cosas sin rodeos.


—Desde no mucho después de tener edad legal para conducir —respondió, todavía contrariado—. Me saqué la licencia de piloto al año siguiente.


—¿Qué más pilotas?


Pedro le lanzó una sonrisa.


—Cualquier cosa que vuele, nena.


—¿No tienes piloto? ¿Lo pilotas todo tú mismo?


—Sí. Estoy mucho más cómodo si tengo el control.


—Joder. Supongo que eso arruina mis posibilidades de unirme al club de los que han tenido sexo en un avión —respondió en broma, asegurándose de sonar decepcionada mientras se desabrochaba el cinturón del asiento de pasajeros.


Pedro se movió tan rápido que casi parecía borroso cuando saltó del asiento delantero al banco trasero que Paula apenas lo vio.


—Vuelve aquí. Estaré encantado de iniciarte —dijo con voz ronca.


Ella se volvió para mirarlo cuando él se recostó contra el asiento trasero, la mano plegada sobre el abdomen, esperando.


—No estamos en el aire —dijo ella sin aliento. 


Sus ojos recorrieron a Pedro hambrientos. Se le calentó la sangre ante la idea de sentarse a horcajadas sobre él en ese preciso instante y tomar lo que quería. No podía importarle menos el club la milla de altura. Pero claro que lo deseaba a él. Constantemente.


Desesperadamente. Casi dolorosamente.


—Creo que las reglas dicen que tienes que tener relaciones sexuales en un avión mientras está en el aire. Ya estamos altos aquí, en las montañas, más de una milla, y definitivamente estamos en una nave. Técnicamente diría que estamos bien —respondió él con entusiasmo—. Ven aquí o iré a por ti. Te he necesitado todo el puñetero día, Paula. No quiero esperar más.


Paula suspiró.


—No podemos hacer esto aquí. —Echó un vistazo a la pista de aterrizaje a través de la ventana, la porción que había usado Marcos aún clausurada para la investigación. No vio a nadie por allí y Pedro había aterrizado en el extremo opuesto del pequeño aeropuerto. Sin embargo, era arriesgado.—Podría ir o venir gente.


—Conozco a dos personas que definitivamente van a venirse —dijo él con voz áspera. Se cruzó de brazos—. Ven a mí. Te reto. Toma lo que quieras. —Él le lanzó el desafío intencionadamente, la mirada ardiente y indicándole que fuera a él. «Mierda. Sabe cuánto lo deseo y está absolutamente seguro de que no me echaré atrás ante un desafío suyo».


Se mordió el labio, intentando controlar su deseo innegable. A Pedro le gustaba ponerla a prueba, empujar sus límites, pero no se daba cuenta de que cuando se trataba de él, sus límites se estaban ensanchando bastante.


—¿Qué quieres tú? —le preguntó ella tono seductor. Se arrodilló en el asiento del pasajero y se quitó el suéter que llevaba. Jugaría aquel juego y lo saborearía porque él la deseaba tanto como ella lo deseaba a él.


—Ahora no juegues conmigo, nena —gruñó él mientras se quitaba la camisa y la dejaba caer al suelo del helicóptero.


Él le sostuvo la mirada mientras ella se contoneaba torpemente para quitarse los pantalones y la ropa interior, y luego se desabrochó el sujetador y se lo quitó.


Se estremeció cuando el aire sopló sobre su piel desnuda, desnudo ahora su cuerpo.


—¿Quién dice que estoy jugando? —Ella lo miró con una ceja levantada; le encantaba su cara de sorpresa. Sabía que en realidad él no esperaba que se desnudara en su helicóptero y aceptara 
su desafío.


Sus ojos vagaron por la erección visible que intentaba reventar la cremallera de sus pantalones. Su camisa gris de manga larga abrazaba sus brazos y su pecho musculosos; el color combinaba perfectamente con sus ojos.


—Dios, Paula. Vas a matarme. —Gimió y le tendió los brazos.


Trepando por encima de los controles y del asiento, literalmente se cayó a horcajadas sobre Pedro. Él la envolvió con los brazos de inmediato, una mano apareció detrás de su cuello y atrajo su cuerpo ruborizado contra él.


Respiró profundamente y le acarició el cuello con la nariz.


—A la mierda el club. Te llevaré tan alto como quieras —comentó en tono punzante, su aliento cálido en el cuello de Paula—. Tu olor hace que quiera ahogarme en ti. —Mordió su piel y luego la lamió—. Tu sabor hace que quiera devorarte. —Metió el brazo entre sus cuerpos y pasó un dedo por su sexo empapado—. Y esto hace que quiera joderte hasta que grites. —Su boca se cerró sobre uno de sus pezones endurecidos.
Paula se echó hacia atrás. Pedro nunca la dejaría caer; confiaba completamente en él. 


—Te deseo, Pedro. Por favor. —Pasó sus manos por su fuerte torso, adorando la sensación de su piel caliente bajo los dedos. Cuando se puso de rodillas, le dio espacio para que se desabrochase y se bajase los pantalones con el fin de liberar su miembro dilatado. —¿Nunca llevas ropa interior? —gimió al sentir el acero sedoso de él contra su sexo ardiente.


—Casi nunca desde el día en que te conocí.


Ella sofocó una carcajada ante su tono serio.


—¿Entonces siempre estás listo? —Descendió sobre él, temblando mientras deslizaba su sexo por el ancho y duro tronco de su miembro.


—Siempre tengo esperanzas —corrigió él mientras le colocaba las manos sobre las caderas—. ¿Quieres conceder su deseo a un hombre optimista?


Las ansias de Pedro la envalentonaron. Cómo sonaba, cómo hablaba con ella hacía que se sintiera como si fuera una diosa, como si él fuera afortunado por tenerla. Se sentía como la mujer más deseable de la tierra. Probablemente porque pensaba que Pedro era el hombre más sexy del planeta y la deseaba a ella.


—No puedo conceder deseos —le dijo ella en tono coqueto mientras agarraba su espada y se la colocaba contra la vaina—. No soy mágica.


—Para mí lo eres —gruñó Pedro mientras la guiaba hacia abajo, sobre él—. Móntame, Paula. Toma lo que quieras, lo que necesites de mí.


El corazón se le aceleró al mirar sus ojos tumultuosos, fundidos de deseo, y una de las cosas más bonitas que había visto. Se le cortó la respiración cuando él la atrajo hasta abajo para sentarse mientras estaba completamente dentro de ella.


—Me siento muy necesitada —dijo ella meciendo las caderas.


—Gracias, joder —gimió él. Le agarró el trasero y volvió a mecerla contra él.


Paula empezó a moverse, usando las piernas dobladas para hacer palanca y mantener el equilibrio, y se abrazó a los hombros de Pedro. Ella cerró los ojos; absorbió su esencia, dejó que su cuerpo ondulara con el de Pedro de manera erótica, satisfactoria, y dejó que llenara sus sentidos por completo.


Se movieron juntos como uno, y Paula saboreó la lenta acumulación de calor, la intimidad de tenerlo dentro de sí, la sensación de su mano subiendo y bajando por su espalda suavemente. 


Aquello no era una carrera hasta la meta. 


La urgencia estaba allí, pero era como si ninguno de ellos quisiera que terminara.


Sus manos se clavaron en su cabello; ella bajó su boca hacia la de él y enredó sus lenguas en un baile sensual e íntimo mientras ella se movía más fuerte, más rápido.


Pedro gimió en su boca. Le acarició el trasero, agarrándolo finalmente como si se hubiera hundido y levantó las caderas para intensificar la fuerza de su penetración, jodiéndola como si la necesitara, como si tuviera que poseerla completamente.


—Mía —dijo mientras Paula apartaba su boca de la de Pedro—. Eres mía, cariño. Nunca te dejaré marchar.


Sus palabras dominantes desencadenaron el clímax de Paula; su cuerpo se hizo eco de su declaración mientras se restregaba contra él, tratando de reclamarlo como suyo con su cuerpo.


Deseaba.


Necesitaba.


Estaba desesperada.


Ella era… suya.


—¡Ah, Dios! ¡Pedro! —Jadeó cuando las ondas se convirtieron en olas gigantescas que cayeron sobre ella. Paula se aferró a él, echó la cabeza hacia atrás y gritó cuando su orgasmo le atravesó el cuerpo. Sintió que Pedro se estremecía contra ella y la seguía hacia el abismo con un gemido de éxtasis.


Él la abrazó con codicia, un brazo alrededor de su cintura y el otro en el trasero.


—Eso ha sido mucho más de una milla de altura.


Paula sonrió mientras sostenía la cabeza de Pedro contra sus pechos.


—Desde luego —convino, aún aturdida, el cuerpo flácido contra el de Pedro.


Aún sobrevolando las nubes, Paula se preguntó si alguna vez volvería a bajar.




CAPITULO 32 (SEPTIMA HISTORIA)




—Creo que ahora entiendo lo básico, pero ¿crees que podríamos seguir practicando? —le preguntó Chloe a Paula mientras caminaba a paso tranquilo en la cinta.


Paula estaba corriendo, pero aún no le faltaba el aliento.


—Sí, claro. Podemos repasarlo hasta que tenga que irme.


Habían practicado autodefensa básica durante bastante rato antes de terminar y Paula se montó en la cinta para hacer su rutina diaria. Le había visto unos cuantos moratones más a Chloe y le saltaron todas las alarmas, muy alto—. Chloe, ¿está haciéndote daño Javier? —tenía que preguntárselo. Su conciencia no le permitía mantenerse en silencio.


Chloe miró hacia delante mientras respondía.


—No. Claro que no. Lo de las artes marciales fue un accidente. Se impacientó y ahora mismo está muy estresado.


—Tienes moratones nuevos —discutió Paula.


—Soy una torpe —dijo Chloe a toda prisa—. Me tropiezo mucho y hago cosas estúpidas. Me salen moratones fácilmente.


Paula sabía que estaba poniendo a la defensiva a la hermana de Pedro, así que respondió sencillamente.


—Si alguna vez necesitas hablar, estoy aquí para escuchar. —A veces era más fácil hablarle a una mujer que a un hombre. A Paula no se le había escapado que Chloe nunca había recurrido a Pedro cuando lo necesitaba, y durante aquella crisis familiar sería bueno que estuviera cerca para tranquilizarla.


—Gracias —dijo Chloe en tono informal—. Pero estoy bien. Todas las relaciones se encuentran con baches, creo. —Hizo una pausa—. Dios, ¿te torturas así todos los días?


Paula pensaba que probablemente la mayor parte de las relaciones tenían sus más y sus menos, pero temía que Chloe estuviera topándose con montañas en lugar de baches en su relación.


—Sí. No me queda más elección que entrenar todos los días. Tengo que estar en buena forma física para mi trabajo, y me gusta comer.


—A mí también —respondió Chloe con un suspiro—. Pero gano peso aunque huela chocolate o algo que engorde.


—No estás gorda, Chloe —le dijo Paula con severidad, enfadada porque algún hombre hubiera hecho que se sintiera poco atractiva cuando en realidad era guapísima.


—A Javier no le gustan mucho las mujeres con curvas.


—Entonces déjalo y encuentra a alguien a quien sí le gusten —dijo Paula enfadada—. ¿Qué hay de ese vaquero guapo con el que estabas la otra noche?


—¿Gabriel? —Chloe se sonrojó—. Es un vaquero multimillonario y sólo es amigo de la familia, principalmente amigo de Benjamin. Y ni siquiera nos llevamos bien la mayor parte del tiempo.


—Yo creo que le gustas —contradijo Paula, reduciendo la velocidad para relajar su carrera.


—No le gusto. Solo le gusta bromear. A mí no me gusta eso.


Paula tenía la sensación de que a Chloe no le gustaba porque no creía a Gabriel cuando le lanzaba un cumplido.


—Parecía muy preocupado cuando Marcos fue arrestado y Pedro resultó herido.


—Fue bueno —admitió Chloe mientras detenía su cinta para bajarse—. Pero no duró mucho. —Con aspecto incómodo, Chloe cambió de tema—. ¿Le tienes cariño a Pedro?


Paula se sintió un poco incómoda cuando bajó el ritmo hasta caminar; no le gustaba estar en el punto de mira.


—Sí. Me ayudó mucho. Es un hombre muy valiente y lo admiro mucho. —«Y está tan bueno que quiero acostarme con él a cada minuto del día», pensó, pero decidió no compartir esa información con la hermana de Pedro.


Chloe la miró y puso los ojos en blanco.


—Sabes a qué me refiero. ¿Te gusta?


Paula se puso colorada.


—Es atractivo, pero apenas lo conozco. —«Vale, quizás lo conozco íntimamente, pero no hace mucho tiempo».


—Ha estado tan distante y solitario desde el accidente. Ésa es una de las razones por las que quería que adoptara a Shep.


Pedro adora a ese cachorro —le dijo Paula a Chloe cuando dejó de andar y se bajó de la cinta—. No dejes que te diga lo contrario.


Chloe le sonrió.


—Lo sé. Gruñe y se queja de Shep, pero ahora no podría separarlo de ese cachorro aunque quisiera. —Se sentó en una silla junto a las cintas.


Pedro tenía razón: el gimnasio estaba vacío y ella y Chloe tenían todo la sala para ellas.


—¿Sabes?, está destrozado por Marcos aunque no lo demuestre —dijo Chloe entristecida—. Supongo que todos lo estamos. Mamá todavía se niega a creer que Marcos sea culpable siquiera de algo ilegal.


La culpa inundó a Paula irrevocablemente.


—Lo siento mucho, Chloe.


Ésta miró a Paula.


—No tienes razones para disculparte. Estabas haciendo tu trabajo.


«Dios, Chloe suena igual que Pedro».


—Gracias. —Paula tomó una toalla para secarse la cara empapada en sudor.


Ambas mujeres recogieron sus bolsas para ir a ducharse.


—Bueno, ¿tienes novio en Washington? —preguntó Chloe con picardía.


—No. Hace años que no tengo novio.


—¿Qué le pasó? —preguntó Chloe con curiosidad.


—Me engañó. —Resultaba extraño, pero Paula ya ni siquiera pensaba en lo que había hecho. Quizás por no se mereciera el tiempo ni el esfuerzo que requería estar enfadada por ello. El novio infiel había sido humillante, pero nunca había tocado sus emociones como Pedro.


—Vaya mierda. ¿Sabes?, Pedro es muy leal cuando alguien se ha ganado su cariño.


Paula sonrió a la astuta hermana de Pedro.


—Nada de hacer de celestina —le dijo a Chloe con una sonrisa—. Pedro vive en Colorado. Yo vivo en Washington, D. C. Eso presenta algunas problemas geográficos muy interesantes.


Chloe se encogió de hombros.


—Él es piloto.


—Como he dicho, apenas nos conocemos —repitió Paula ligeramente antes de dirigirse hacia el vestuario.


—Tienes que reconocer que es un guapo tremendo—dijo Chloe con orgullo.


Pensando en la forma en que Pedro lo hacía todo, incluyendo la manera en que había desarmado a tres hombres a la vez y disparado a su atacante, Paula tuvo que responder:
—De acuerdo. —Que Pedro era guapo era un eufemismo. Era absolutamente impresionante, especialmente cuando estaba desnudo, pero se guardó esa información para sí misma.


No podía quedarse allí, en Colorado, aunque Pedro quisiera continuar su relación durante un tiempo. Tenía una vida, una carrera en Washington. No quería que Chloe pensara siquiera en ir por ese camino.


—Espero que todos podamos mantenernos en contacto —añadió, tratando de hacer que sonara como si dejar Pedro no fuera a ser importante.


—Oh, creo que lo haremos —dijo Chloe con una sonrisa misteriosa mientras caminaba junto a ella—. ¿Cuánto tiempo te quedas?


—Al menos otra semana —respondió Paula, no muy segura de cuánto tiempo le permitiría quedarse allí su jefe. Pero debía tener por lo menos una semana más antes de que empezara a perseguirla para que volviera al trabajo.


Chloe asintió con la cabeza.


—Eso debería ser suficiente. —La morena bonita entró en el vestuario.


Paula negó con la cabeza, no muy segura de qué quería decir y siguió a la hermana de Pedro por la puerta.