sábado, 22 de septiembre de 2018

CAPITULO 43 (SEPTIMA HISTORIA)




Le comió la boca con codicia porque tenía que hacerlo, necesitaba hacerlo.


Había estado muy cerca de perderla para siempre, y habría sido un hombre destrozado sin ella. Metió las manos bajo su pijama, necesitaba sentir su piel cálida y sedosa bajo los dedos. 


Entonces, separó su boca de la de Paula
levantando la cabeza y le quitó el pijama de algodón delicadamente, tocando y besando cada centímetro de piel que reveló, adorando su cuerpo como atesoraba su corazón.


Se levantó y se deshizo de sus pantalones de pijama, sonriendo a Paula cuando reveló que no llevaba ropa interior. Pedro permaneció así un momento. Sus ojos recorrían la piel desnuda de Paula; sus largos y enredados mechones rubios que flotaban alrededor de sus hombros; y luego su cara.


Ella se mordió el labio.


—¿Jódeme? —le pidió.


Pedro descendió sobre su cuerpo con cuidado, a sabiendas de que ella tenía que estar dolorida por el sexo brutal de la noche anterior. Le apartó el pelo de la cara y le deslizó un dedo por la mejilla.


—No, cariño. Ahora voy a hacerle el amor a mi prometida. —Tomó su mano izquierda, besó el anillo que la adornaba, y luego entrelazó sus dedos. Tomó su otra mano e hizo lo mismo, dejando que sus manos unidas descansaran por
encima de la cabeza de Paula. Instintivamente, ella le abrazó la cintura con las piernas.


—Te quiero mucho —susurró. Los ojos se le llenaron de lágrimas.


Pedro embistió y gimió cuando sintió que su vagina lo aceptaba y le daba la bienvenida con deseo húmedo.


—Yo también te quiero, Paula. Siempre te querré.


Él saboreó cada momento de estar dentro de ella, de que lo rodeara de su amor. No tuvo prisa cuando la penetró una y otra vez, golpeándola con cada movimiento de sus caderas. Se elevaron cada vez más, juntos. Pedro intentó
degustar cada centímetro expuesto de su piel, se deleitó en la sensación de sus uñas cortas mientras éstas se le clavaban más fuerte en la espalda cuando ella llegó al clímax.


Pedro enterró el rostro en su pelo mientras las paredes de su vagina se contraían alrededor de su miembro y lo masajeaban deliciosamente hasta que no pudo contener su orgasmo. Llegó con un gemido mientras se derramaba en su interior.


«Mía».


La abrazó posesivamente, en gesto protector, totalmente agradecido de tenerla aún con él. Las cosas podrían haber salido de una manera muy diferente, y Pedro juró que nunca daría por hecho el amor de Paula. Todo podía desaparecer, perderse en un instante, y nadie lo sabía mejor que él. Trataría a Paula como un regalo, porque lo era.


—Dime algo que desees realmente, cualquier cosa. Quiero regalarte algo — dijo Pedro desesperadamente, deseando mostrarle a Paula cuánto significaba para él.


Ella empuñó su cabello suavemente para echarle la cabeza hacia atrás.


—Tengo todo lo que quiero, Pedro. Te tengo a ti.


De alguna manera, él no se veía a sí mismo como un gran premio.


—¿Qué más?


Después de estudiar su rostro durante un instante, finalmente respondió:
—Bueno, acabo de cumplir los treinta. Me gustaría tener un bebé en algún momento en los próximos años. Creo que probablemente necesitaré tu ayuda y tu consentimiento puesto que estaremos casados.


El corazón de Pedro empezó a latir desbocado. 


«¿Un bebé?». No había pensado con tanta anticipación, pero se imaginaba a Paula, madura, con su hijo, meciendo a una hija o un hijo para dormirlo. Jugando. Riendo. Amando. Sería increíble.


—Me encantaría. Una niña con tus bonitos ojos y tu sonrisa sería increíble.


—Un chico con tus ojos y tu hoyuelo tan lindo —corrigió ella.


—¿Uno de cada uno? —A él le parecía un buen trato.


—Los bebés no vienen precisamente hechos por encargo —bromeó ella, apretando los dedos de Pedro mientras sus ojos risueños le sonreían.


—Soy un Alfonso. Nunca nos rendimos. —«Joder, le daré tantos bebés como quiera tener, y los querré a todos con locura», pensó—. Papá lo intentó hasta que por fin le dio una niña a Mamá.


—No estoy muy segura de si quiero intentarlo tantas veces como tu madre para tener una niña, pero ya veremos. Entonces, ¿entiendo que tengo tu consentimiento?


—Sí. Y sabes que ayudaré tanto como te gustaría. —Ayudaría varias veces al día si quería quedarse embarazada. De hecho, ayudaría aunque no quisiera quedarse embarazada.


—Creo que voy a tener que practicar hasta que estés preparado. Mucho.


Paula resopló de risa y lo atrajo hacia abajo para que la besara. Él obedeció de muy buena gana. 


Aquella era una misión en la que Pedro sabía que no tenía ninguna reserva en absoluto.




CAPITULO 42 (SEPTIMA HISTORIA)




Hasta la tarde siguiente, Pedro no averiguó que Teo había acertado… otra vez.


El vuelo en el que Paula tenía programado volver a Washington se había estrellado cuando despegaba debido a un fallo en el equipo. No hubo supervivientes.


Pedro observó el rostro de Paula mientras intentaba asimilar lo cerca que había estado de morir. Su propio corazón latía acelerado mientras veían el solemne informe de la noticia.


Ninguno de ellos se había molestado en vestirse y él iba en pantalones de pijama que había encontrado en el armario, probablemente de Gabriel. Paula llevaba un cálido pijama rosa. Él había caminado hasta el helicóptero después de levantarse aquella mañana para recoger las bolsas de Paula.


—Dios mío —Paula ahogó una exclamación, la mano sobre la boca, horrorizada.


Pedro miró la televisión que acababa de encender en el salón, deseando no haberlo hecho.


Paula tendría que haberlo averiguado tarde o temprano, pero no hacía falta que fuera el mismo día. Estaba tan feliz, tan juguetona. 


Seguían regodeándose en la alegría de descubrir que estaban enamorados.


«Oh, mierda».


—Se estrelló, Pedro. Mi vuelo. Murieron todos —dijo en tono conmocionado, los ojos pegados a la televisión.


Él se sentó junto a ella en el sofá y la envolvió con los brazos para acurrucarla contra su pecho.


—Lo sé, Paula. Lo sé. —Pedro prácticamente estaba hiperventilando, imaginándose como se sentiría en ese momento si Paula hubiera ido en aquel avión, y sintiendo náuseas por los pasajeros que sí iban en el avión. 


Fácilmente podría haber sido una de las personas llorando a un ser querido en ese preciso momento.


—Pobre gente. —Paula empezó a llorar.


Pedro apagó las noticias, incapaz de seguir viendo el horror de Paula.


—No lo miremos más.


Paula asintió, pero siguió sollozando.


Él meció su cuerpo contra él, condenadamente agradecido de que estuviera allí, viva y respirando.


—Le debo una a Teo… otra vez.


—¿Qué pasó la última vez? Siento no haberte  creído.


Pedro se encogió de hombros.


—No puedo decir que realmente lo creyera cuando Teo me habló de sus sueños por primera vez. Pero una advertencia de Teo me hizo dudar de aceptar una misión adicional. Sólo me detuve un minuto porque lo que decía no dejaba de repetirse en mi mente una y otra vez. Pero para cuando me ofrecí voluntario para la operación extra, alguien se me había adelantado. Todos los enviados a la misión murieron.


—Así que entiendes cómo me siento —murmuró Paula en voz baja.


Sí, sabía exactamente cómo se sentía: como si ella también debiera haber muerto.


—Sé cómo te sientes, y todo el mundo habría muerto tanto si fueras en ese avión como si no. El hecho de que hayas sobrevivido no supone ninguna diferencia para esas personas, así que siéntete agradecida por estar viva y no te sientas culpable por vivir.


—¿Es así como te sentiste?


Él asintió.


—Sí. Excepto que debería haber sido yo en lugar del otro voluntario. Tardé un tiempo en superarlo.


Paula inspiró hondo, su respiración temblorosa.


—Tengo que conocer a Teo. Es increíble. Ojalá pudiera haber advertido a la aerolínea.


—Estoy seguro de que lo intentó. Pero es imposible que una aerolínea vaya a cancelar un vuelo porque un tipo crea que tuvo un sueño psíquico. Lo más probable es que piensen que está loco. Esto nunca ha sido una bendición para Teo. Más bien ha sido una maldición. No le sucede muy a menudo. Y no creo que haya tenido un sueño premonitorio desde que le salvó la vida a Angela.


—¿Angela?


—Ahora es su esposa. Te encantaría. Puede cabrear a Teo cuando quiere; era su secretaria. —Angela tenía a Teo en la palma de su mano, igual que Paula a Pedro


—Tienes razón. Estoy segura de que podríamos ser muy buenas amigas. ¿Los ves a menudo? —preguntó con curiosidad.


Contento de que Paula estuviera distraída de su experiencia cercana a la muerte, respondió:
—No tan a menudo como me gustaría. Vive en Florida. Pero ambos estamos involucrados en la organización benéfica para mujeres maltratadas de las que te he hablado. Sofia es la mujer de su hermano Kevin, la mujer que fue maltratada y que fundó la organización.


—¿Teo y Kevin Harrison? —preguntó Paula con un tono ligeramente sorprendido.


Pedro frunció el ceño, no le gustaba especialmente el hecho de que Paula sonara
impresionada.


—¿Has oído hablar de ellos?


Paula resopló.


—¿Y quién no? Kevin Harrison era un quarterback famoso y multimillonario, y Teo Harrison es un empresario brillante. Creo que es fantástico que ambos contribuyan.


—No solo contribuimos —respondió Pedro—. Dirigimos toda la operación. Joaquin Sutherland gestiona las finanzas y el resto de nosotros hacemos recaudación de fondos y otras tareas que deben hacerse.


Ella se apartó para mirarlo.


—¿Están metidos todos los multimillonarios de Estados Unidos? ¡Uf! ¿Joaquin Sutherland también?


—No todos… de momento. Pero estamos trabajando en ello. —Pedro le sonrió ampliamente, orgulloso de la organización que habían fundado todos ellos para combatir el maltrato.


—Me gustaría muchísimo involucrarme —musitó Paula.


—Yo te lo ofrecí. —Pedro ya sabía por qué se había negado—. Ahora que vas a ser mi esposa, quizá sientas que puedes involucrarte de cualquier manera que quieras. —Vaciló durante un momento antes de añadir—: No quiero impedirte que hagas lo que quieras. Me mudaría a Washington si quisieras para que puedas seguir siendo agente.


«Joder. ¡Eso ha dolido», pensó.


Lo último que quería era que Paula se pusiera en peligro todos los días como agente del FBI. 


Pero tampoco la quería infeliz. Estaría a su lado con lo que quisiera hacer, pero eso no significaba que tuviera que gustarle especialmente.


—Me gusta Colorado —admitió Paula en voz baja—. Y aquí tendríamos familia.


El corazón de Pedro se colmó de orgullo por el hecho de que Paula también fuera a considerar a su familia como la suya propia. Había pasado mucho tiempo desde que tuvo familia que la quisiera de verdad.


—Es posible que a veces te parezcan un poco abrumadores. —Pedro sabía que a él sí se lo parecían. De hecho, a veces lo volvían loco de remate. Pero quería a todos los miembros de su familia ferozmente y se consideraba afortunado de formar parte de la familia Alfonso.


—La soledad está muy sobrevalorada —le dijo Paula pensativa—. Me encantaría tener familia.


—Bueno, cariño, prepárate, porque ahora vas a tener mucha. —Hizo una pausa—. Entonces, ¿cómo vas a sentirte por renunciar a tu carrera? ¿O sólo vas a trasladarte a la oficina de Denver?


«Mierda. Eso también duele. Pero tengo que asegurarme de que tiene todas las opciones. Esto tiene que ser decisión suya».


—Bueno, en realidad voy a tener un marido muy rico, así que creo que voy a preguntarle si está dispuesto a mantenernos durante un tiempo si vuelvo a la universidad.


Pedro soltó un grito fortísimo.


—Claro que sí, lo haría. Está forrado. —Le besó la frente—. Tengo que admitir que estoy aliviado.


Paula ladeó la cabeza y lo miró mientras le decía:
—Gracias por darme la opción de ser libre para hacer lo que quiera, aunque pueda no gustarte mi decisión.


—Soy completamente feliz con tu decisión —le dijo Pedro con entusiasmo.


—Es bueno saber que vas a ser el tipo de marido que estaría de mi parte independientemente de lo que quisiera hacer con mi propia carrera. —Se acurrucó contra su pecho—. Eres muy especial.


Él no se sentía especial en absoluto. 


Egoístamente, la quería fuera del terreno,
pero…


—Quiero que seas feliz —le dijo con franqueza.


—Lo sé. Yo siento lo mismo. ¿Vas a explicarme exactamente qué es lo que sigues haciendo para el gobierno?


Pedro se encogió de hombros.


—No mucho, y no es peligroso, pero sigo trabajando para ellos como consultor. Si tienen problemas con una misión en concreto de las Fuerzas Especiales, los ayudo. Ya no salgo al terreno. Es estrategia estrictamente.


—¿Entonces eres un genio de las tácticas de combate?


—En realidad… sí, lo soy. Siempre lo he sido. Mi especialidad son la estrategia y las misiones secretas. —Pedro era bueno en esas cosas, así que ¿por qué negarlo? Nunca había sido precisamente modesto y quería que Paula supiera quién era realmente, todas sus fuerzas… y sus debilidades.


—¿Vas a contarme lo que hacías en Operaciones Especiales?


—¿Trabajar? —dijo tentativamente.


Pedro —dijo con esa voz de advertencia que, en realidad, lo excitaba.


«Qué demonios; vamos a casarnos», se dijo.


—El equipo para el que trabajaba no existe para la mayoría de los militares o civiles. Tenías razón cuando dijiste que era extremadamente secreto y, de hecho, parte de lo que hacíamos eran operaciones negras. Eres la única que lo sabe. Ni siquiera podía contarle a mi familia lo que hacía exactamente, así que dejé que pensaran que era un SEAL. Me reclutaron después del entrenamiento de SEAL porque necesitaban otro piloto para su equipo. —Su mujer ya había sido bastante inteligente y lo había descubierto, pero se lo confirmó de todas maneras.


—Nunca se lo diré. Juro que me lo llevaré a la tumba —respondió Paula con solemnidad.


Pedro se estremeció cuando su comentario lo hizo pensar otra vez en lo cerca que había estado de morir.


—Qué mejor que no se produzca hasta dentro de mucho tiempo —gruñó.


—¿Echas de menos estar de servicio activo?


Pedro se paró a pensar un momento en su pregunta.


—Lo hice durante cierto tiempo. Vivía para mi trabajo, igual que tú como agente. Mi equipo estaba tan unido a mí como mis hermanos. A veces vivíamos, dormíamos y comíamos juntos. Renunciar a esa clase de trabajo es como amputar una extremidad. Pero no era algo que fuera a hacer para siempre. Estuve inquieto durante un tiempo, pero poco a poco lo fui superando, pasando página paso a paso. Ahora me alegro de haber salido porque, si no lo hubiera hecho, probablemente no nos habríamos conocido.


—¿Y el accidente que te rompió la pierna?


—Era una misión muy arriesgada. Nos derribaron antes de que pudiéramos conseguir nuestro objetivo. Fui muy afortunado de conseguir aterrizar el helicóptero sin que ardiera en llamas. Pero el impacto fue bastante fuerte. Yo sufrí la mayor parte del daño. Todos los demás salieron por su propio pie. — Toda la operación se jodió, pero al menos nadie murió.


—¿Quién te saco a ti? —preguntó Paula con inquietud.


—Mi equipo. Al final tuvieron que cargarme durante kilómetros antes de que nos recogieran.


—¿De verdad dejaste que te llevaran?


—Era eso o morir desangrado en territorio hostil. Justo ahora, estoy muy contento de haber sobrevivido.


Paula lo miró con suspicacia.


—¿Sufriste tú el daño intencionadamente?


Pedro se encogió de hombros, sin muchas ganas de contarle que había estado dispuesto a caer, literalmente, y a aceptar la culpa por los hombres de su equipo.


Había intentado hacer que el impacto se produjera en su lado del helicóptero, cerca de la parte delantera de la nave.


—Yo era el superior y el comandante. —En realidad no respondió a la pregunta, pero una mirada de comprensión naciente apareció en su bonita cara e hizo que su admisión fuera innecesaria.


Se sostuvieron la mirada y Pedro sintió como si estuviera hundiéndose en su amor por él. Le dolía el pecho mientras Paula lo miraba como si él lo fuera todo para ella… exactamente de la misma manera que él sabía que él la miraba a ella.




CAPITULO 41 (SEPTIMA HISTORIA)




Paula no le dijo a Pedro que no necesitaba que nadie cuidara de ella. Su declaración había sido demasiado dulce, demasiado tierna, y consiguió que el corazón le diera saltitos en el pecho.


Ella observó con curiosidad cómo Pedro se deslizó hasta quitarse de encima de ella y fue contoneándose hacia la puerta completamente desnudo. Le resultaba muy difícil no concentrarse en su trasero perfecto y duro mientras se movía.


Metió la mano en el bolsillo de su chaqueta, colgada en un perchero, sacó algo y volvió a la cama.


Casi parecía avergonzado cuando se arrodilló junto a la cama.


—Compré esto poco después del susto con los terroristas en el aeropuerto. Supongo que te dirá exactamente cuánto tiempo he estado loco por ti.


A Paula se le cortó la respiración cuando le entregó una pequeña caja de terciopelo. Ella exhaló y abrió la tapa con dedos temblorosos.


—Ay, Dios mío. Pedro.


—Cásate conmigo, Paula. Quédate conmigo para siempre.


En la cama de terciopelo estaba el anillo más bonito que había visto nunca.


Era un enorme diamante de piedra central en un engaste de inspiración antigua, que estaba segura de que era de platino. Diamantes más pequeños rodeaban la piedra central en un engaste circular precioso.


—No sé qué decir.


—Di que sí —contestó él inmediatamente con una voz que era exigente y esperanzada a la vez.


—Sí. —Alzó la mirada hacia él, los ojos llenos de lágrimas. La había amado casi desde el principio, igual que ella lo había amado a él.


Pedro la aceptaba, en realidad la adoraba exactamente como era, y ella sentía lo mismo por él. Discutirían porque ambos eran tercos, pero también se amarían.


Tomó el anillo de la caja y se lo puso.


—Encaja. ¿Cómo sabías qué talla comprar?


—Le dije al vendedor que tenías unos preciosos dedos largos y esbeltos que casi me hacen llegar cada vez que me tocas. —dijo Pedro con mirada inexpresiva.


Ella le dio una palmada juguetona en el hombro.


—¡No!


Pedro se encogió de hombros.


—Lo adiviné. Recuerdo haberle comprado un anillo de perlas a Chloe cuando se graduó en la universidad. Intenté juzgar basándome en su talla. Podemos llevarlo a que lo ajusten si necesitas otra talla o no te gusta.


Paula suspiró.


Los diamantes centelleaban y reflejaban la luz mientras ella giraba la mano.


Pedro hizo una mueca cuando subió a la cama y le examinó la mano.


—Quizás debería haber comprado diamantes más grandes.


—Será mejor que estés bromeando —dijo Paula, divertida—. Si fueran más grandes, necesitaría una grúa para levantar la mano. —Rodó hasta sus brazos abiertos y se acurrucó contra él.


—Quiero que todos sepan que me perteneces —dijo él obstinadamente.


—No te preocupes. Lo sabrán. Seré tu esposa. Y a nadie podría escapársele mi anillo precioso. Gracias.


—Gracias a ti—respondió Pedro.


—¿Por qué?


—Por amarme —respondió él con voz ronca mientras la abrazaba más fuerte.


Paula lo envolvió en sus brazos.


—Chloe va a casarse pronto y no quiero desmerecer su felicidad. Lleva mucho tiempo planeándolo. ¿Crees que podríamos fugarnos? —le preguntó a Pedro esperanzada.


Sinceramente, esperaba en secreto que la boda de Chloe no llegara a tener lugar, pero sonaba como una buena excusa para fugarse.


—Te mereces tu día, cariño.


—No me gustan mucho las bodas. No me gustan las aglomeraciones, el ruido, todo la atención en los novios. Para ser sincera, la boda de mis sueños terminaría en menos de diez minutos —admitió.


Pedro se echó atrás para mirarla a la cara.


—¿En serio? ¿No estás diciéndolo porque Chloe se casa?


Paula asintió.


—En serio. No quiero una boda elegante. Sé que eres multimillonario y que los Alfonso sois una familia prominente. Si es lo que se espera, lo haré…


—Nunca hago nada porque sea lo que se espera de mí —dijo sonriéndole—. Y yo también odio las bodas. Dios, de veras eres mi tipo de mujer.


—¿Las Vegas? —preguntó ella.


—En cuanto se despeje el tiempo —convino Pedro alegremente.


—Supongo que tendremos que encontrar algo para entretenernos hasta entonces.


—La tormenta se acerca, así que nada de entretenimiento al aire libre, pero haré todo lo posible para mantenerte bien ocupada. —Le guiñó un ojo y le lanzó una mirada traviesa.


—Creo que estoy empezando a aburrirme dentro —le dijo con picardía.


—Yo me encargaré de ese problema inmediatamente. —Pedro sonaba divertido
mientras bajaba la boca hacia la de Paula con ternura.


Le curó el aburrimiento de inmediato, y tan a fondo que ella no tuvo otro momento de apatía en toda la noche.