miércoles, 29 de agosto de 2018
CAPITULO 20 (SEXTA HISTORIA)
«¡Maldita sea!».
La prensa tampoco la dejaría a ella. Sería el final de su carrera. No podía hacer lo que hacía con un jodido séquito. Su furia con Pedro explotó y su mano voló hacia el rostro de él llena de ira.
Él la capturó antes de que le tocara la mejilla.
—No vuelvas a intentarlo. Ninguna mujer ha tenido éxito antes que tú y no va a volver a ocurrir una segunda vez. —Una mano fuerte y firme le sostenía la muñeca junto al rostro de Pedro.
—Cabrón —siseó. Lo odiaba por lo que estaba haciendo.
—Por fin lo has entendido. —La mirada gélida de Pedro recorrió su rostro impasible—. ¿Hay trato o no?
Paula reflexionó sobre sus alternativas y no se le ocurrió nada.
—Nada de sexo —arrancó la muñeca de su mano de un tirón y volvió a dejarla caer al costado—. Te daré dos semanas, pero voy a hacerte la vida imposible entretanto. —Sufriría durante las dos semanas enteras; Paula era capaz de hacerlo sin siquiera intentarlo, siendo ella misma, la persona dañada que era.
Pedro estaba a punto de descubrir que no podía conseguir lo que quería de ella. Bien. Le daría sus puñeteras dos semanas y él se alegraría de librarse de ella cuando esos días hubieran pasado.
—Habrá sexo, y mucho —contradijo Pedro—. No estoy seguro de a qué estás jugando, pero deseas esto tanto como yo —dijo con voz seductora aunque su expresión seguía siendo fría. Tomó un mechón de pelo de Paula y jugueteó con él—. ¿Sigues siendo virgen, Paula? —Su tono era más amable.
Ella resopló y le apartó la mano de un golpe.
—¿Estás de broma? Eso me lo quitaron hace años.
—Obviamente, alguien hizo un trabajo bastante mediocre al respecto — comentó con indiferencia—. Deja de luchar contra esto. Deja de resistirte a nosotros. Va a ocurrir. Y no será involuntariamente. No me gusta tomar mujeres por la fuerza.
—Si me deseas, tendrás que hacerlo —replicó ella con aspereza.
—Ya lo veremos, melocotoncito. Dos semanas es mucho tiempo. Espero que hagas todo lo que quiero excepto acostarme contigo. Eso ocurrirá cuando estés lista para admitir que me deseas tanto como yo te deseo a ti.
Incluso enfurecida, Paula ya estaba dispuesta a admitirlo, pero no importaba.
—Quiero tu promesa de que me dejaras marcharme cuando terminen las dos semanas, que nunca me revelarás ni volverás a molestarme —le dijo bruscamente.
Vio que él se encogía brevemente. Una mirada herida cruzó su rostro antes de desaparecer.
Solo fue un instante, pero le había hecho daño y el corazón le dolía por ello. No importaba lo imbécil que fuera en ese momento, aquel no
era el Pedro con el que había crecido. No podía haber cambiado tanto. En algún lugar de ese complejo cerebro suyo, pensaba que estaba protegiéndola.
—De acuerdo —dijo con voz ronca.
—Me gustaría pasar un tiempo a solas. Voy a darme un baño. —Necesitaba relajarse, darle a su cuerpo y a su mente la oportunidad de calmarse sin la presencia de Pedro. Su cuerpo seguía temblando por la reacción y necesitaba espacio para respirar.
—Tengo una idea mejor. —Le dio la mano y tiró de ella con firmeza por el pasillo, hacia el dormitorio.
CAPITULO 19 (SEXTA HISTORIA)
Paula sabía que estaba condenada en el momento en que vio la expresión incrédula de Pedro. Toda la energía que había invertido para chantajearla y que se quedara allí con él había sido en vano. No iba a casarse, ni ahora ni nunca.
Tal vez ninguno de ellos sabía lo que estaba haciendo cuando se casaron, pero Pedro no era malvado y ella tenía la sensación de que no estaba intentando convencerla para que se quedara simplemente porque quisiera acostarse con ella. Su próxima boda tenía que haber tenido algo que ver con su decisión de casarse con ella cuando estaba borracho y de la consiguiente negativa a dejar que se marchara.
A Paula le costaba creer que sólo quisiera acostarse con ella.
—¿También mentiste sobre él? —rugió. Sus ojos centelleaban como llamas azules cuando se echó atrás para mirarla a la cara.
—Sí.
—¡Increíble, joder! ¿Por qué el novio falso? —Se la quitó del regazo y la clavó al sofá con su cuerpo—. ¿Por qué demonios tenías que mentir sobre eso? ¡Maldita sea! Quiero conocerte otra vez, Paula, pero no te entiendo, joder.
Dejar que la conociera era demasiado peligroso. De alguna manera, necesitaba alejarlo, aunque su corazón no quisiera.
—Por la misma razón. Mis hermanos siempre estaban intentando que saliera con cualquiera que conocieran cuando viajaban a Colorado. No quería que me emparejasen. Al final, me inventé a alguien. A pesar del hecho de que lo hago a menudo, en realidad miento muy mal. Me trabé cuando me preguntaron cómo se llamaba y se me ocurrió algo nada original. Entré en pánico cuando quisieron saber a qué se dedicaba, para quién trabajaba. Sabía que espiarían. Tuve que inventarme que estaba en paro.
—¿Y la ruptura antes de ir a casa de German durante las vacaciones?
—Teníamos que romper porque German quería que lo trajera conmigo. ¿Qué crees que habría dicho si mi novio desempleado no pudiera asistir a su fiesta de compromiso?
La proximidad de Pedro hacía que su cuerpo suspirase de deseo insatisfecho, pero su cerebro protestaba; el enfado de Pedro la sofocaba.
—Por favor, quítate de encima, Pedro—suplicó. Necesitaba distancia.
—¡Dios! —siseó él con vehemencia—. Todo acerca de ti es una mentira.
—Sí. —Respiró pesadamente. Se sentía atrapada por el hombre enfadado sobre ella, aunque sabía que nunca le haría daño—. Todo.
«Tengo que alejarlo. Es mejor que me odie».
A Paula le costaba alejarse de él. Necesitaba aire; necesitaba espacio.
—Pues ahora lo sabes. Nunca hubo ninguna razón para que te casaras conmigo y, desde luego, ninguna razón para que intentaras hacer que me quedara. —Lo empujó por el pecho, su cuerpo fuerte inmóvil como una pared de piedra.
—Oh, hay una razón por la que te quiero aquí ahora. Quiero acostarme contigo, Paula. Por alguna razón, no sacarte de mi sistema. Es posible que no me gustes mucho ahora mismo y está claro que no te entiendo, pero todavía deseo tu cuerpo —carraspeó Pedro, aparentemente no muy feliz con por ello.
—Quítate de encima. —Ahora Paula estaba jadeando, desesperada por alejarse. Su voz enojada y su cuerpo grande y firme la asfixiaban.
—Voy a quitarme de encima —le dijo amargamente—. Después de venirme dentro de ti.
—¡No! —Paula lo arañó para alejarse y jadeaba pesadamente. —No puedo. Para, Pedro. Por favor. —Las palabras salieron de su boca como una súplica desesperada.
—Dios. —Pedro se sentó y se rascó la cabeza con fuerza—. ¿Qué te pasa, joder? En un minuto tu cuerpo responde a mí como si me desearas tanto como te deseo yo y, entonces, unos segundos después, luchas para alejarte.
Paula se sentó rápidamente y se apartó el pelo de la cara con una mano temblorosa.
—No te deseo. Solo necesito salir de aquí, anular este matrimonio desastroso y seguir con mi vida. No quiero que se lo cuentes a mis hermanos, pero no puedo impedírtelo.
La mirada furiosa de Pedro la atravesó. Uno de los músculos de su mandíbula temblaba muchísimo.
Paula nunca había visto a Pedro tan airado.
—Vas a quedarte dos semanas. Cuando te vayas, nunca le diré ni una palabra a tus hermanos —exigió, la expresión facial fría y calculadora.
—No puedo. Ahora mismo estoy ocupada —intentó explicar. Ahora que Pedro sabía que su prometido era una farsa, ¿por qué seguía queriendo que se quedara?
—No me importa una mierda. Lo último que necesitas es estar ahí fuera cazando putas tormentas, aunque no sean tornados. Te quedas aquí. Acepta el trato o se lo contaré a todos y cada uno de tus hermanos y tendrás más gente pegada al trasero que el presidente de Estados Unidos.
«Vale. Ahora está intentando impedirme hacer mi trabajo porque es peligroso. Aunque accedí a no volver a cazar tornados, no quiere que cace ninguna tormenta en absoluto».
Paula se puso en pie, indignada y molesta. Tal vez a Pedro no le gustara cómo dirigía su vida, pero no tenía derecho a entrometerse.
—No puedo hacerlo sin anonimato —le explicó apasionadamente—. Aunque no cace tornados, todavía tengo un trabajo que hacer. Hay muchos
fenómenos meteorológicos extremos.
Pedro se puso en pie y la miró desde su altura.
Su fuerza como una torre pretendía intimidarla.
—Entonces supongo que eso es un problema. De pronto serás famosa, P. Chaves, la conocida fotógrafa se hará aún más conocida porque forma parte de la familia multimillonaria de los Chaves. Los medios de comunicación no hablarán de otra cosa.
CAPITULO 18 (SEXTA HISTORIA)
Capturó su boca en un beso feroz que hizo que el sexo de Paula se contrajera en respuesta. Su beso era posesivo. Salvaje. Abrasador. Era la clase de beso al que Paula no podía resistirse porque carecía de la fuerza necesaria.
Con los brazos rodeándole el cuello, chilló cuando las palmas de Pedro le agarraron el trasero codiciosamente y la subieron sobre la mesa. Sus labios no se despegaron de los de Paula en ningún momento. Pedro sabía a pecado, como el chocolate decadente que acababa de comerse él, y era igual de adictivo.
Agarrándola de las caderas, atrajo de un tirón su sexo ardiente contra su miembro dilatado, no muy delicadamente, y dejó que ella sintiera cuánto lo excitaba.
Durante solo un momento, el corazón de Paula latió de forma irregular, satisfecho, y ella le rodeó la cintura con las piernas de inmediato para sentirlo más cerca, más pegado.
«Pedro».
Su corazón suspiraba y su cuerpo se prendió en llamas mientras Pedro la besaba como si necesitara el vínculo, como si necesitara su boca más que nada.
«Pedro».
Paula ciñó las piernas en torno a su cintura; lo necesitaba tan desesperadamente que el sexo se le inundó de deseo líquido. Se le endurecieron los pezones hasta convertirse en sensibles cumbres gemelas.
«Pedro».
Apartó la boca de la de él, echó la cabeza hacia atrás y gimió. Lágrimas de frustración se derramaban por sus mejillas.
«No puedo hacer esto».
—¿Paula? —Pedro le puso una mano en la nuca y la obligó a mirarlo—. ¿Qué pasa? ¿Por qué lloras?
Paula lo miró a los ojos cargados de pasión y se sintió incapaz de explicárselo. El Pedro imbécil se había esfumado y el hombre compasivo que conocía volvió lentamente. Por desgracia, sus múltiples personalidades hacían que todo resultara aún más confuso. Quería confesarle todo a su viejo amigo, al hombre que le había proporcionado un placer tan exquisito antes aquel año.
En cuanto al hombre que intentó chantajearla para que se quedara con él, Paula no quería tener nada que ver con él. El problema era que, en el fondo, sabía que aquel no era el verdadero Pedro. Su crueldad fría podía formar parte de él, pero no era todo lo que él era.
—Todo está mal —masculló ella. Se sentía como si el mundo entero se estuviera desplomando de repente a su alrededor. Lo empujó por el pecho—. Esto está mal. Nunca deberíamos habernos casado, Pedro. No consigo imaginarnos a ninguno de nosotros comportándonos de esa manera, pero lo hicimos. —No toda la culpa de aquello era de Pedro. Desde luego, ahora estaba jugando sucio, aprovechándose de la situación, pero ella se había emborrachado y por lo visto se había abalanzado sobre la oportunidad de tener a un hombre al que había deseado durante tantísimo tiempo. Después, sus mentiras le habían dado alcance con venganza. —No creo que hicieras esto por razones completamente egoístas. No si en ese momento estabas preocupado de que fuera a casarme con el hombre equivocado. Tal vez una parte racional de ti estuviera intentando salvarme.
Pedro alzó una ceja.
—No intentes convertirme en un héroe, Paula. Estoy seguro de que fue completamente egoísta. Y mi exigencia de que te quedes es definitivamente hedonista.
—Entonces estabas perdiendo el tiempo —le escupió Paula. Se fue ofendida al salón con Pedro pisándole los talones.
—No creo que entiendas cuánto te deseo —dijo Pedro en tono inquietante. Con un movimiento rápido, le rodeó la cintura con el brazo y la atrajo al sofá —. Para empezar, oigamos por qué mentiste. Háblame.
Paula aterrizó sobre su regazo, pero salió en desbandada y se sentó al otro extremo del sofá. No podía estar cerca de él en ese preciso momento.
Necesitaba revelar algunas cosas de su vida y arriesgarse con Pedro, aunque siguiera enojada por sus tácticas despóticas para intentar convencerla de que se quedara. Se secó las lágrimas de la cara.
—¿Sabes acerca de mi carrera como fotógrafa?
—Evidentemente —dijo Pedro con aspereza—. Es difícil pasarse por alto un portafolio lleno de fotos. También está claro que no querías que nadie te asociara con la multimillonaria familia Chaves, razón por la cual utilizabas tus iniciales. Lo que no entiendo es por qué nunca se lo dijiste a nadie.
Paula vio un destello de dolor en la mirada de Pedro.
—¿Crees que mis hermanos me habrían apoyado? —resopló—. Los quiero con todo mi corazón, pero habrían hecho todo lo posible para impedirme hacer algo que quería hacer. Sabes que lo habrían hecho. Por Dios, si querían que tuviera escolta incluso cuando iba a la universidad. La única manera que tuve de convencerlos fue decirles que nadie me asociaba con los Chaves de Boston y que nunca se lo diría a nadie. Después de la universidad, tuve que hacerles pensar que llevaba una vida muy tranquila y muy anónima. De lo contrario, me habrían echado encima a sus escoltas, tanto si quisiera como si no.
—¿Por qué tienen que ser fenómenos meteorológicos extremos? —sé quejó Pedro. No podía discutirle su argumento acerca de sus hermanos.
Paula se encogió de hombros.
—Empezó por casualidad. Siempre me han gustado las tormentas: los truenos, los rayos y relámpagos, el poder imparable de la Madre Naturaleza. Las tormentas eléctricas son brutalmente hermosas y fascinantes porque todavía hay tanto que no entendemos acerca de los fenómenos meteorológicos extremos. Tal vez sea el misterio lo primero que me intrigó. Empecé por cuenta propia justo al terminar la universidad; la mayor parte de mis fotos eran de rayos y tormentas eléctricas. Empezaron a comprarlas periódicos y otras empresas, que querían más. Me metí en ello de manera gradual al percatarme de que lo que yo fotografiaba era lo más demandado. Al final, dejé de esperar a que las tormentas llegaran a mí. Yo iba a ellas.
—Así que cuando la mayor parte de la gente en su sano juicio huía, ¿tú corrías hacia las tormentas? —farfulló Pedro descontento; aún sonaba disgustado.
Paula asintió.
—Sí. Siempre soy lo más cuidadosa que puedo. Los tornados son impredecibles, pero David y yo intentábamos ser tan cautos como podíamos. Cuando empecé, hubo veces en las que no fui tan precavida. Era demasiado ingenua y estaba ebria de ser libre como para que me importara. Cuando creces bajo el puño de hierro de un alcohólico violento y después quedas abandonada a una madre que te culpa porque no puede mudarse a otra parte para olvidar el pasado, aprendes a valorar la libertad.
—¿Tu madre te culpaba? —dijo Pedro furioso.
—Todos los puñeteros días. Me recordaba constantemente que si yo no existiera, ella tendría su libertad. El día en que me gradué del instituto fue el día más feliz de mi vida. Por fin podía dejar de sentirme culpable por tan solo existir. —Acurrucó a Daisy en su regazo cuando el felino subió al sofá de un salto.
Pedro hizo un gesto con la cabeza hacia su gata.
—El mismo día que recibiste una gata sorda como regalo de graduación.
—Nunca me he arrepentido de tenerla —le dijo Paula sinceramente—. Me da amor incondicional. Ha sido una gran compañera, Pedro. Viene conmigo cuando puedo llevármela y se adapta a cualquier entorno, lo cual es muy extraño para una gata. —Paula no pensaba decirle que ella quería a Daisy mucho más porque se la había regalado Pedro.
—¿Cómo es posible que ninguno de nosotros lo descubriera nunca por sí mismo? ¿Por qué no sabíamos ninguno que eras fotógrafa? ¿Cómo es posible que tus hermanos nunca lo descubrieran? —preguntó Pedro contrariado.
—Porque yo no quería que nadie lo supiera. Quería mi libertad. Creían que llevaba una vida ociosa y anónima en Aspen, viajando ocasionalmente con amigos. Es lo que yo quería que creyeran.
—Sabes que lo que estás haciendo es una locura, ¿verdad? Estás arriesgando tu vida por unas fotos.
—Es mi vida para arriesgarla —le echó en cara—. Y no creo que sea una locura. Es mi trabajo.
—Vi las fotografías, Paula. La destrucción y la pérdida de vidas tienen que pasarte factura. —Le lanzó una mirada penetrante.
Esa era la parte más difícil, el aspecto de su trabajo que le carcomía el alma.
—Es horrible —reconoció—. Ayudo cuando puedo. Me formé en servicios de primera respuesta. Pero sí… es difícil. —Tragó un nudo en la garganta al admitir la verdad—. Los fenómenos meteorológicos extremos van a producirse tanto si estoy allí como si no, y las víctimas sufrirán terriblemente.
Tenía que hacer de tripas corazón e intentar ayudar.
—¿Qué estabas haciendo en Las Vegas? Ahora me parece evidente que no estabas allí para una despedida de soltera como dijiste cuando nos encontramos. Te habrías preocupado de ponerte en contacto con quienquiera que estuvieras. No había nada ni nadie en tu habitación excepto tus cosas. — Pedro la miró como si le ordenara mentalmente que le dijera la verdad.
—Estaba allí para una conferencia. Me pidieron que diera una clase sobre fotografía extrema. Por eso tenía mi portafolio. —A Paula se le hizo un nudo en el estómago al revelar más mentiras—. La fiesta parecía una buena excusa cuando metí la pata y le dije a German que iba a Las Vegas. Estaba cansada aquel día. Acababa de volver de Oklahoma. Estaba exhausta y no pensaba con claridad.
Pedro levantó las cejas.
—Ah, sí. El tipo en algunas de tus fotos. ¿Dónde encaja él?
—David —dijo con voz entrecortada.-Era un meteorólogo extremo. Fuimos juntos a la universidad. Vivía en Oklahoma y hacíamos equipo para cazar tornados. Aprendí mucho de él. —Paula estaba sin aliento e incrédula por estar confesándole todo aquello a Pedro. Pero por la mirada obstinada en su rostro se percató de que él no se detendría hasta obtener toda la verdad.
—¿Qué tan buen amigo es? —preguntó Pedro con voz ronca.
—Probablemente era mi mejor amigo. —Paula observó el rostro de Pedro.
—¿Amigos con derecho a roce? —preguntó bruscamente.
Paula dejó escapar una bocanada ahogada de sorpresa. ¿Estaba… celoso?
—No. A David no le interesaban las mujeres de esa manera.
—¿Es gay? —Pedro parecía aliviado.
Paula asintió y se le llenaron los ojos de lágrimas al contestar.
—Era gay. Él… murió. —Odiaba decir aquellas palabras, odiaba referirse a David en pasado. Todavía no había aceptado el hecho de que su mejor amigo, su único amigo, se había ido.
—¿Cuándo? ¿Cómo? —preguntó Pedro en tono amable.
—Ahora hace casi dos semanas. Acababa de volver de su funeral y de visitar a su familia cuando me llamó German. Estaba muy unida a sus padres. Estaba agotada, Pedro, física y emocionalmente. No tenía ni idea de lo que estaba diciéndole a German. Estaba farfullando.
—Siento que perdieras a tu amigo, melocotoncito —dijo sinceramente, con ternura—. ¿Qué pasó?
A Paula aún le dolía el corazón tras la pérdida de David, pero respondió con voz temblorosa:
—No conocemos todos los detalles. Estaba cazando un gran tornado bastante cerca de su ciudad natal. Los testigos dicen que de pronto cambió de rumbo y eso dejó a David justo en medio de su camino. Yo estaba aquí, en Colorado, porque estaba intentando preparar mi clase para Las Vegas, así que él estaba solo. No tenía ningún sitio donde ir, ningún sitio donde esconderse. Su camioneta fue levantada y arrojada en otro sitio, literalmente. No quedó mucho de ella. —Las lágrimas le bañaban el rostro—. Todavía no puedo creer que se haya ido.
—Dios, Paula. Podrías haber estado en esa camioneta. —La voz de Pedro temblaba de miedo—. De hecho, oí algo del suceso. Entonces no tenía ni idea de que se trataba de alguien a quien conocías. Esa es una de las razones por las que tengo tanto miedo de que caces tornados. Gente con décadas de experiencia y un montón de conocimiento puede morir de todas formas.
Paula asintió. No podía discutírselo. Los tornados eran las tormentas más impredecibles. Incluso tomando precauciones, no había nada garantizado porque nunca podías predecir completamente su recorrido.
—Lo sé. David era bueno, muy cauto y, aun así, murió. Era un apasionado de la investigación de tornados. No lo hacía por el subidón de adrenalina; estaba intentando salvar vidas, advertir a la gente en los recorridos de los tornados con más tiempo. —David era uno de los hombres más compasivos que había conocido nunca.
Pedro se acercó y la atrajo sobre su regazo. Sus manos le acariciaron la espalda y el cabello mientras lloraba.
—Lo sé, cielo. Lo siento. Por favor, prométeme que has dejado de cazar tornados —dijo con voz ronca mientras enterraba el rostro en su pelo—. Por favor.
El tono de súplica de su voz desató a Paula. Sollozó y se colgó de Pedro con los brazos alrededor de su cuello.
—Ya no puedo hacerlo. No sin David. Éramos un equipo y él era quien tenía todo el conocimiento. Si yo sacaba fotos que pensaba que podían estudiarse, las copiaba y las donaba a la investigación.
—No vas a volver a hacerlo con nadie, nunca más. Prométemelo, Paula, antes de que pierda la cabeza —carraspeó Pedro contra su cuello. Su cuerpo se estremeció fuertemente—. Podrías haber estado con él.
—No lo estaba —respondió ella con voz temblorosa—. Y lo prometo. — No podía soportar volver a oír el miedo en la voz de Pedro ni planeaba volver a cazar ningún tornado. Perder a David la había destrozado y era algo que no volvería a hacer nunca sin su amigo.
—Gracias a Dios —respondió Pedro con voz gutural mientras apretaba su cuerpo con fuerza.
—Lo echo de menos —le confió—. Me conocía. Era el único que me conocía realmente. —Su amigo sabía todos sus secretos, pero se había ido, y el vacío en su alma era tan profundo que apenas había sido capaz de funcionar con normalidad desde su muerte.
—Deja que yo te conozca otra vez, Paula. Déjame entrar. Por favor —rogó Pedro. La voz le temblaba de emoción.
—¿Y qué pasa si no te gusta la persona que soy ahora? —preguntó ella dubitativa, muy tentada de apoyarse en Pedro, de dejar que se llevara parte de su dolor.
—Me gustará. Y te juro que nunca revelaré ninguno de tus secretos. Háblame. —La besó en la frente con reverencia.
—Tenemos que arreglar esta situación del matrimonio, Pedro, para poder volver a ser verdaderos amigos —le dijo en voz baja.
—Se arreglará —respondió él vagamente—. Pero no estoy seguro de poder volver a ser solo amigos. Sé que yo no puedo. También quiero ser tu amante, Paula. Te deseo y sé que tú también me deseas.
—No es que no te desee físicamente —dijo Paula con un suspiro. ¿Por qué negarlo? ¿Por qué oponerse a él cuando él sentía su respuesta cada vez que la tocaba? El traidor de su cuerpo lo decía todo—. Simplemente no puedo hacerlo física ni emocionalmente.
—¿Por tu supuesto prometido? Y una mierda. No lo amas y lo sabes. Si lo hicieras, tu cuerpo nunca respondería a mí. Te conozco lo bastante como para saber eso, Paula.
—No se trata de Javier. Soy yo. Ahora entiendes por qué estaba fuera de mis cabales cuando hablé con German; quería que dejara de machacarme para que fuera a una recaudación de fondos multimillonaria a la que tú ibas a asistir en Colorado. Quería que fuera a conocer chicos decentes. Como si todos los multimillonarios fueran maravillosos… —Puso los ojos en blanco—. De pura frustración, le dije que iba a casarme con Javier y que estaría ocupada en la despedida de soltera en Las Vegas. No debería haberlo dicho, pero estaba dispuesta a decir cualquier cosa con tal de que me dejara en paz. Solo quería que dejara de sermonearme y que me dejara colgar el teléfono.
—¿Entonces tu novio no te pidió que te casaras con él? —preguntó Pedro con cautela.
—No me pidió nada en absoluto. No existe. Me lo inventé. Utilizaba a mi novio ficticio cada vez que necesitaba quitarme de encima a mis hermanos o cuando sabía que estaría fuera de contacto durante un tiempo. Javier ni siquiera
existe.
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