martes, 28 de agosto de 2018

CAPITULO 15 (SEXTA HISTORIA)




El deseo de Paula creció y esta gimió en la boca de él, deseosa de mucho más de lo que podía conseguir. Lo deseaba a él, había deseado aquello durante muchísimo tiempo. Pero no era capaz de darle a Pedro lo que él quería, aunque le dejara ser un abusón dominante, lo cual se negaba a hacer. Aun así, su cuerpo deseaba, pero lo que necesitaba realmente era una imposibilidad frustrante.


Rompieron el beso, ambos respirando pesadamente.


—Suéltame, Pedro —le dijo con firmeza antes de empujarlo por los hombros—. Suéltame.


Se escabulló de su abrazo mientras juraría que lo oyó susurrar la palabra «nunca» en voz baja.


—Voy a darme una ducha y después me iré.


—Date una ducha —murmuró él—. Y después comeremos y vas a explicarme exactamente por qué te pareció necesario mentir a todas las personas que te quieren. No es una amenaza vacía, Paula —le advirtió en tono amenazante.


—Siempre te odiaré por esto —le dijo airadamente, furiosa consigo misma por seguir sintiéndose atraída por él de manera tan incontrolable cuando estaba comportándose como semejante imbécil—. ¿Qué te pasa, joder? ¿Qué le ha pasado al Pedro que me rescataba de los abusones en lugar de ser uno él mismo?


—Crecí hasta convertirme en un imbécil —respondió él malhumorado, la mirada cerúlea glacial y oscura—. Ódiame si eso hace que te sientas mejor, pero no voy a dejar que te vayas de aquí hasta que consiga lo que quiero.


«¡Cabrón!». Odiar a Pedro resultaba más fácil a cada palabra que decía.


Paula se acercó a él e hizo volar su mano sin otra idea que sacudirle la mirada petulante de la cara.


¡Zas!


La satisfacción de su mano cuando entró en contacto con el gesto glacial de Pedro fue mejor que el escozor de la palma dolorida. ¿Cómo se atrevía a extorsionarla con el único fin de llevársela a la cama?


La expresión conmocionada en el rostro de Pedro no tenía precio y la ira de Paula siguió aumentando cuando él le agarró la muñeca para impedir que lo abofeteara de nuevo.


A decir verdad, no solo estaba enojada, sino que se sentía descorazonada y se preguntaba qué le había ocurrido al Pedro que sí le gustaba. Aquel hombre era alguien completamente diferente y su corazón lloraba la pérdida del hombre que siempre le había guardado sus secretos sin exigir nada a cambio.


—Supongo que esto significa que has decidido despreciarme. —Se llevó la mano a la mejilla enrojecida—. Pero no importa.


Durante un breve momento, Paula pensó que había divisado una mirada triste y herida en sus ojos, de lo contrario fríos… pero en un instante, había desaparecido.


—No estoy segura de cómo esperas que me sienta de otra manera. —Paula tiró de la muñeca para zafarse de su agarre—. Lo reconozco… me pillé una buena borrachera, cosa que no hago normalmente. Lo reconozco… no he sido precisamente comunicativa con respecto a la carrera de mi elección. Pero eso es asunto mío. Soy adulta. Lo que hago y lo que elijo no contarle a la gente no es de tu incumbencia. No soy nada para ti y tú no eres nada más que un viejo amigo de la infancia para mí. —«¡Mentirosa!», se dijo. El corazón acelerado de Paula estaba muy apenado y añoraba al hombre a quien había deseado tan desesperadamente, uno que era muy diferente del Pedro al que veía en ese preciso momento.


—Distas mucho de no ser nada para mí. Puedes negarlo cuanto quieras, pero tu cuerpo me desea aunque tú me odies —le dijo sin alterarse—. Estás casada conmigo. Evidentemente, no te obligué a la felicidad conyugal. Yo también tengo un anillo en el dedo y nadie me fuerza a hacer nada. Lo único que pido es algo de tiempo.


—Me estás pidiendo que sea tu zorra para evitar que le chismorrees la verdad a mis hermanos. No estás pidiendo tiempo, Pedro. Estás pidiendo una prostituta chantajeada —respondió furiosa, sin aliento.


—Estoy pidiendo tiempo. El sexo simplemente se da por hecho. Dios, ¿no puedes sentir la tensión sexual que hay entre nosotros? —Se mesó el pelo con una mano frustrada—. Y. No. Eres. Mi. Zorra. —Su voz estaba llena de cólera cuando pronunció cada palabra sucintamente y con énfasis—. Eres mi esposa.


—No durante mucho tiempo —prometió ella, todavía disgustada, pero también confusa. Pedro parecía agraviado por la descripción de lo que había dispuesto y eso carecía de sentido. ¿No era eso exactamente lo que pedía?—. Y el sexo no se da por hecho. Es imposible.


Incapaz de escuchar una palabra más sin que se le desgarrase el corazón en el pecho, se fue al dormitorio prácticamente a la carrera. Cerró la puerta con pestillo y sacó ropa de su maleta, sorprendida al encontrar más pantalones, pantalones cortos y otras prendas informales en una bolsa grande junto a su maleta, cosas que estaban en su apartamento. Alguien tenía que haber estado en
su casa, lo cual hacía que se le pusiera la carne de gallina. Quienquiera que hubiera llevado a Daisy hasta allí también le había llevado más ropa a ella.


Paula se estremeció de indignación. Agarró un par de pantalones limpios y una camiseta ajustada, fue al cuarto de baño, cerró la puerta rápidamente y echó el pestillo antes de que empezaran a brotarle las lágrimas.



CAPITULO 14 (SEXTA HISTORIA)




Paula apartó la mirada de la de Pedro y se trasladó a la cocina. Dejó caer la licencia matrimonial sobre la encimera y utilizó la superficie de piedra firme para apoyarse. Tenía que resolver aquello, poner distancia entre ella y Pedro.


«¿Cómo demonios pude permitirme convertirme en Paula Alfonso, independientemente de lo mucho que hubiera bebido?».


—¿Por qué ibas a negarlo? —Lo miró a la cara desde el otro lado de la sala —. Es pan comido, algo que ocurrió por error. Tenemos que arreglarlo.


Él avanzó hacia ella con una gracia salvaje que le recordaba a un león acechante de melena dorada. Colocó una mano a cada lado del armario y la atrapó efectivamente con sus brazos fuertes y musculosos.


—Sabes que quiero acostarme contigo, Paula. Creo que lo dejé suficientemente claro la última vez que estuvimos juntos. Pero, sobre todo, no quiero que te cases con un hombre que te hará una desdichada. Podemos tener sexo hasta que ambos estemos satisfechos y entonces, solo entonces, haremos que anulen este matrimonio.


—¿Todo esto, permanecer en un matrimonio que es un chiste, por sexo? — Paula alzó la mirada hacia él, desconcertada y herida por su comportamiento anómalo. No veía nada en sus ojos excepto una resolución calculada, y eso la enfureció tanto que envió una espiral de calor a su sexo. Aquel no era el Pedro que conocía. Era una parte de él totalmente diferente con la que nunca se había familiarizado. «Encantada de conocerte, imbécil. Ahora, ¿dónde has puesto al verdadero Pedro Alfonso?»—. No puedes obligarme a quedarme contigo.


—¿Crees que no puedo? —inquirió impasible—. ¿Y si me limitara a contarle a tus hermanos que has estado mintiéndonos a todos durante mucho tiempo? ¿Cómo crees que se sentirían al respecto?


«Pedro lo sabe», pensó Paula.


—No lo harías. ¡Se sentirían dolidos! —exclamó Paula con desesperación.


Se preguntaba cuánto había descubierto exactamente. Resultaba obvio que había averiguado su carrera, ya que su portafolio era más que revelador.


«¡Joder!».


—Entonces, ¿por qué lo hiciste, Paula? ¿Por qué? ¿Cómo crees que se sentiría tu familia si te hubiera ocurrido algo y ni siquiera supieran a qué te dedicabas? ¿Y si desaparecieras sin dejar rastro en algún desastre natural y nunca llegaran a saber lo que te ocurrió? Los mataría a todos —respondió Pedro. La voz temblaba de ira—. Sé que a mí me habría atormentado durante el resto de mi puñetera vida, seguro.


—No entiendo por qué habría de perturbarte en absoluto. ¿Por qué es esto asunto tuyo? Ya no somos amigos. Tuvimos un… encuentro en las vacaciones, pero eso es todo lo que fue. Me hice mayor hace mucho tiempo. No necesito tu protección —resopló y lo empujó furiosa por el pecho, duro como una roca.


Por lo visto, estaba enfadado, pero ella no valoraba sus intentos de chantajearla.


Sin embargo, no podía permitir que se lo contara a sus hermanos. Los destrozaría que no hubiera compartido su vida real con ellos, pero le resultaba imposible hacerlo. La atarían de manos, la seguirían constantemente si supieran que estaba en peligro, pondrían su seguridad por delante de su enfado con ellos. No podría hacer su trabajo de aquella manera. Por desgracia, también descubrirían que les había mentido, y Paula quería a sus hermanos más que a nada en el mundo. Mentirles había puesto una distancia entre ella y sus hermanos que le partía el corazón. Pero no había visto ninguna otra manera. Después de su infancia asfixiante, necesitaba ser libre para perseguir su propia carrera, tal y como había hecho Dante cuando se convirtió en detective de homicidios. Sin embargo, al ser la más joven y la única chica de la familia, sus hermanos llevaban a cabo la rutina del hermano mayor sobreprotector a la perfección. Todos tenían el dinero necesario para tenerla vigilada constantemente y ella no podría soportarlo nunca.


—Estoy haciéndolo asunto mío, melocotoncito —le dijo en tono gutural.


Las manos de Pedro ascendieron para enmarcarle la cara a medida que su boca descendía sobre la de Paula.


«¿Melocotoncito?». No la había llamado eso desde que era niña, cuando le dijo que los reflejos naranja rojizo de su pelo le recordaban los melocotones maduros. Cuando era más joven no le importaba demasiado y necesitaba un empujón para su ego. Él le dijo que los melocotones maduros eran algo bueno y que su pelo era único. Ahora, el mote de infancia era una mofa que provenía de su boca en lugar del epíteto reconfortante que había sido para ella cuando era niña.


—No me llames eso… —sus palabras fueron interrumpidas cuando la boca de Pedro reivindicó la suya con un beso exigente, furioso, que hizo que capitulara casi de inmediato. Inhaló su perfume masculino, ahora familiar.


Sabía a menta, a café intenso y a puro deseo carnal. Su lengua le atravesó los labios, exigiendo su sumisión.


«No sucumbas. Está siendo un abusón. No sucumbas».


Sus pezones traicioneros se endurecieron contra el pecho de Pedro, su anhelo de pronto era más fuerte que su fuerza de voluntad para resistirse. 


Le lanceó el cabello, que parecía decir «fóllame ahora mismo», lo empuñó y atrajo la boca de Pedro con más fuerza contra la suya. Sus bocas se fundieron y él hizo estragos con cada estocada de su lengua. Él presionaba y ella presionaba a su vez




CAPITULO 13 (SEXTA HISTORIA)




Paula se despertó más consciente de lo que la rodeaba, el dolor de cabeza ahora sólo era un dolor sordo. Ya no tenía náuseas y estaba sedienta.


El lado de la cama de Pedro estaba vacío y la almohada aplastada era el único indicativo de que antes tampoco había tenido un sueño absurdo de que él estuviera allí.


«Las tres de la tarde».


El reloj de la mesilla de noche indicaba que se había pasado todo el día durmiendo.


—Mierda —susurró, todavía desorientada. 


Debía de haber estado completamente borracha, aunque no recordaba cuántas copas se había tomado.


¡Obviamente, demasiadas! Sus pies se encontraron con la lujosa alfombra cuando salía de la cama, haciendo que suspirase en silencio, nerviosa. ¿Cómo era posible que se hubiera emborrachado tanto? Fue al baño y bebió un poco más de agua. Al volver a entrar en el dormitorio, se percató de su equipaje apilado en una esquina de la habitación.


«¿Cómo ha llegado hasta aquí? ¿Acaso Pedro tuvo que hacer que dejara mi habitación y me trajo junto con el equipaje dondequiera que se aloje él?».


Se encogió al ver su enorme portafolio junto a su maleta. Malditas pruebas.


¿Era posible que Pedro no se hubiera dado cuenta?


Paula se sorprendió al sentir una sensación familiar: Daisy, su gata, le rozó las piernas desnudas a Paula en un círculo de bienvenida.


—¿Daisy? —recogió a su gata automáticamente.


«¿Qué demonios…?».


Abrió la puerta de la habitación y miró a su alrededor lo que, decididamente, no era una suite de hotel, como vio demasiado tarde.


Acariciando a Daisy con nerviosismo, recorrió el vestíbulo hasta un salón espacioso con una chimenea y vigas de madera que atravesaban un techo alto de catedral a la izquierda. A la derecha, había una preciosa cocina con cacerolas de cobre colgadas y resplandecientes encimeras de granito.


—Increíble —musitó. ¿Cómo había conseguido Pedro un sitio como aquel en Las Vegas, aunque fuera multimillonario? Debía de alojarse en The Strip o fuera de la ciudad.


—¿Estás bien? —musitó Pedro desde un sillón reclinable en el salón.


Paula no lo había visto. Estaba demasiado ocupada mirando el techo.


—Sí. Eso creo. —Estaba como para comérselo con unos pantalones y una camisa con el cuello desabrochado que hacía juego con sus gloriosos ojos azules—. ¿Qué estás haciendo? ¿Dónde estamos?


Pedro se puso en pie.


—Estaba esperando que despertaras. —Dejó el ordenador portátil que había estado utilizando a un lado y lo colocó sobre la silla al levantarse.


—Siento muchísimo que haya ocurrido esto. Nunca me emborracho. Siento que hayas tenido que cuidar de mí anoche. Voy a darme una ducha y me quitaré de en medio. Tomaré el primer vuelo que pueda conseguir a Aspen.


—No fue solo anoche —la informó Pedro con aire despreocupado—. Paula, nos encontramos hace dos días a esta hora aproximadamente.


—¿D-dos días? —tartamudeó. «Imposible»—. Ay, Dios. Tengo que volver a Colorado. —Temblorosa, dejó a Daisy en el suelo.


—Ya estás de vuelta. —Pedro atravesó la habitación para detenerse frente a ella. 


—¿En Aspen?


—En Rocky Springs —respondió él de repente.


¿Rocky Springs? Paula sabía acerca de la localidad del resort decadente y lujoso, pero nunca había ido allí.


—¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué está aquí Daisy?


Pedro se encogió de hombros.


—Mis negocios en Las Vegas habían concluido. Se trajo aquí a la gata porque no estaba seguro de si alguien estaba cuidando de ella porque te retrasaste. Los Colter, la familia dueña de esta propiedad, son amigos. Tenía que hablar de unos negocios con Gustavo Colter, de modo que te traje conmigo.


Ella había oído hablar de los Colter. Todo el mundo en Colorado sabía algo acerca de la familia obscenamente rica que era dueña de prácticamente todo en aquella zona.


—Vale. —Paula exhaló un suspiro pensativo—. Eso lo hará más fácil, supongo. Por lo menos he vuelto. Entiendo que tengo que darte las gracias por traerme de vuelta a Colorado. Obviamente, Pedro la había subido a su avión privado. Ya le había causado bastantes problemas. Le resultaría fácil volver a AspenSi no te importa, me daré una ducha y dejaré de estorbarte. Seguro que puedo alquilar un coche en la ciudad, pero tal vez necesite que me lleves allí.—Giró sobre sus talones para batirse en retirada, avergonzada de haber perdido tanto el control que no recordaba dos días enteros de su vida.


No llegó demasiado lejos. Pedro la agarró del brazo y le dio la vuelta.


—Vas a quedarte durante un tiempo —le informó con rostro impasible.


—No puedo quedarme. Tengo obligaciones —dijo ella en irritada, nada contenta con el tono autoritario.


—Te quedas —repitió Pedro—. Y vamos a tener una pequeña charla. Después te llevaré a la cama y tendremos sexo hasta que no puedas pensar en nada más que en mí. Creo que hemos ignorado nuestra atracción mutua durante demasiado tiempo.


Paula lo miró boquiabierta, estupefacta.


—Me voy y no voy a tener sexo contigo —se enfureció—. Estoy… comprometida.


—Otra cosa de la que tenemos que hablar. Pronto —dijo Pedro en tono inquietante.


—No hay nada de lo que hablar —contestó ella a la defensiva.


«Tengo que alejarme de él. Ahora».


Pedro la agarró por los hombros.


—¿Cuánto de nuestro tiempo en Las Vegas recuerdas exactamente? 


¿Y qué importaba eso ahora? Obviamente, se había emborrachado lo suficiente como para pasar inconsciente la mayor parte del viaje de vuelta a Colorado y su recuperación de la resaca del demonio.


—Recuerdo haberte visto. Recuerdo haber salido a tomar unas copas. No recuerdo mucho después de eso —admitió exasperada.


—Entonces has olvidado mucho —la informó Pedro en tono que no auguraba nada bueno—. No habrá otros hombres. No estás prometida con nadie más. Ya estás casada. Conmigo —terminó en tono vehemente. Tomó su mano izquierda entre las suyas, entrelazó sus dedos y sostuvo los dedos unidos contra su pecho.


Paula lanzó un grito ahogado cuando su mirada se posó sobre las manos entrelazadas de ambos. El brillo del diamante en su dedo le devolvía un centelleo con sorna. Pedro tenía un anillo de oro en el dedo anular derecho y ella portaba un exquisito anillo de diamante del que ni siquiera se había percatado antes porque estaba demasiado aturdida.


—No. —Horrorizada, sacudió la cabeza con rotundidad.


—Sí —espetó Pedro en respuesta—. Estamos casados, Paula.


—No puedo estar casada contigo. No podría haber olvidado mi propia boda. —«¡Imposible!».


Pedro le soltó la mano, que cayó de vuelta a su costado. Sin hablar, se llevó la mano bolsillo y sacó un trozo de papel que le entregó.


Paula lo abrió con frenesí y miró la licencia matrimonial como si fuera una pena de muerte. Ojeó el documento y se detuvo en la firma al final. Era temblorosa, pero el nombre de la firma era el suyo y había optado por utilizar el apellido de Pedro como su apellido de casada.


—Ay, Dios. Esto no puede ser real. —Gimió.


—Es muy real. Cuando la encontré, hice que revisaran el matrimonio. Ocurrió, Paula. La boda está siendo registrada en el juzgado de Las Vegas — contestó Pedro tranquilamente.


—¿Pronunciamos votos de verdad?


—Por lo visto, sí —murmuró él.


A Paula le daba vueltas la cabeza, el cuerpo prácticamente inmóvil por la conmoción al mirar la expresión fría de Pedro. Le lanzó una mirada penetrante.


—¿Tú también estabas borracho? —Tenía que ser la única explicación posible. Ambos estaban fuera de sus cabales—. Todo esto no es más que un error garrafal. Podemos hacer que lo anulen. Podemos decirles que ninguno de los dos estábamos en nuestro sano juicio en ese momento —le dijo sin aliento.


—Yo lo negaría —dijo Pedro despiadadamente—. Ahora que estás aquí, tenemos un asunto pendiente que resolver.