jueves, 19 de julio de 2018

CAPITULO 20 (TERCERA HISTORIA)




Algo más tarde, Paula llegaba al rancho de su abuela en Montana, agotada y deshecha, con el corazón a pedazos. Dos semanas antes, había ido a Tampa porque Teo había enviado a su equipo de seguridad a buscarla, diciéndole que tenía que volver a Florida. No había tenido ocasión de averiguar por qué se había puesto en contacto con ella y por qué quería que volviera. 


No había tenido contacto con él ni con nadie más desde que salió del estado, en dirección a Montana, hacía poco más de dos años.


No hasta recientemente, cuando los volvió a ver, olvidándose que no había visto aquellos rostros tan queridos en todo ese tiempo.


Volver a Montana esta vez era muy diferente.


Cuando fue allí a esconderse, a desaparecer, nadie había vivido en la casa desde hacía años. 


Hasta a Teo le tuvo que recordar que tenía una casa allí.


Esta vez no había llegado en secreto en el avión privado de Teo. Había ido en un vuelo regular, dejando un rastro que cualquiera podría seguir. Lo había hecho a propósito, para que no cupiese duda de que había salido de Tampa. La prensa había desvelado que no estaba muerta y necesitaba alejar el peligro de la gente que quería. De hecho, quería atraerlo hacia su persona, era lo mejor. Era mejor que Dany Harvey la encontrara a ella antes que alguno de sus seres queridos. Dejar que viniese por ella. 


Cuando supiera que estaba viva, la encontraría, pero era mejor estar lo más lejos posible de su familia. Ella sería el cebo, el señuelo que llevaría a Dany allí, lejos de Pedro y de sus hermanos.


Aunque Dany no me mate, aunque haga alguna cosa y vaya a la cárcel, nunca podré volver con Pedro. Nunca lo pondré en peligro por algo tan estúpido que hice en el pasado.


Paula salió del coche de alquiler, alumbrándose con la luz de la luna para llegar hasta la casa, la que había sido su hogar durante los últimos dos años.


Buscando en la tierra de una maceta moribunda encontró la llave de la casa, se limpió las manos en los vaqueros y abrió la puerta. 


Encendió la luz, que de alguna manera la tranquilizó. Pensó que era una lástima que la luz no pudiera llegar a la penumbra de su corazón. 


La casa seguía igual: cómodos sillones de piel en el salón, la chimenea de piedra que aliviaba los frías tardes de invierno de Montana y los muchos recuerdos de su abuela, que le había enseñado a hacer su primera joya allí mismo, en aquella casa. Sentía paz allí. Se encontraba a sí misma allí. Pero ahora sólo podía sentir la desesperanza que la embargaba. 


No había habido un momento en que no añorara a Pedro, pero después de haberlo visto otra vez el dolor de la separación era insoportable.


Dejando caer el bolso y la llave en el sofá, se fue a la cocina, comprobando el reloj para asegurarse de que no era demasiado tarde para llamar a sus vecinos, Maria y Horacio. El rancho era pequeño para el estándar de Montana, un rancho de recreo, pero lo suficientemente grande para dejarla aislada. Maria y Horacio cuidaban del rancho cuando no había nadie allí. Hasta hacía poco más de dos años, eso significaba siempre. Marcó el número, les explicó que había vuelto y que no tenían que ir todos los días para cuidar de los caballos. Era algo que ella disfrutaba, por otra parte, y la razón por la que sus manos estaban ásperas y descuidadas. Y la actividad en el rancho la había adelgazado de manera natural. 


Tras una breve charla con Maria colgó, agotada de pretender jovialidad al teléfono.


Todo le costaba un gran esfuerzo y aparentar que todo iba bien era doloroso. Nada iba bien. Pedro estaba completamente fuera de su vida y sentía que había perdido algo de ella, una parte que nunca volvería a recuperar.


Eres Paula Chaves. No tienes que ser Mariana
Peterson nunca más.


Había sido Mariana Peterson para todos excepto
Maria and Horacio, que sabían exactamente quién era por sus visitas cuando era más joven, cuando pasaba allí los veranos con su abuela. 


Habían sido amigos de ella y no había manera de que pudiera engañarlos. A pesar de que habían pasado muchos años, la recordaban, pero le guardaron su secreto.


Había unos cuantos más que la conocían, pero como Mariana Peterson. Había vivido aislada en el rancho, yendo a Billings sólo a comprar, a vender sus joyas y a sus sesiones de terapia.


No importa si todo el mundo sabe ahora quién soy. No guardo secretos ya. Intento atraer a Dany hasta aquí, lejos de mi familia.


Aunque no pensaba ocultar su verdadera identidad, era improbable que alguien la reconociera.


Sus vecinos estaban demasiado ocupados con sus ranchos como para leer los cotilleos sociales de Florida y ella siempre había estado en todo lo posible alejada de los medios. Cuando fuera a Billings a visitar a sus conocidos, ninguno sabría quién era o quiénes fueron sus padres si les dijera su verdadero nombre. Era algo que le encantaba de vivir allí. A la gente de allí ella les gustaba por quien era ella, no por cuánto dinero tenía o por quién era su familia.


Paula cruzó en salón hacia una de las habitaciones, que había convertido en taller. 


Como esperaba, la habitación era un caos, tal como la había dejado. Pero el desorden era organizado. Sabía dónde estaba cada gema, cada cuenta, cada pedazo de metal. Al carecer de las gemas y metales con los que normalmente trabajaba, Paula había empezado a hacer piezas inspiradas en los indios americanos y había encontrado su inspiración, como nunca lo había hecho creando joyería de lujo impersonal. Ahora, cada pieza estaba hecha con amor; cada anillo, cada brazalete, cada par de pendientes llevaban su sello personal. 


Milagrosamente, la originalidad de sus diseños había gustado y vendió lo suficiente para mantenerse, sin necesidad de tocar el dinero que Teo enviaba.


Por eso miraba el precio de todo. No gastaba más de lo que debía. Quería hacerlo a mi manera y lo hice.


La única vez que había usado el dinero que
Teo enviaba fue para comprar una vieja camioneta, una necesidad cuando alguien vive tan lejos de la ciudad.


Deambulando sin rumbo, fue a su habitación.


Sus ojos se dirigieron a la cómoda. Sigue aquí.


Sin pensar lo que hacía, fue hacia la cómoda,
cogió su anillo de boda y se lo puso en el dedo.


Ponérselo le traía dolor y tristeza en igual medida.


No debí haberlo visto otra vez. Debería
haber esperado a hablar con Teo y largarme.


— Ahora me odiará realmente —pensó en voz alta, llena de angustia. Pero necesitaba hacerlo, necesitaba que la odiara y que no intentara buscarla.


Dios, lo había echado tanto de menos. No había habido un día desde que lo vio por última vez que no deseara verlo, que no sintiera que algo de ella se había perdido para siempre. 


Mientras que tuvo una laguna en su memoria no podía recordar lo que había sido vivir sin él. 


Ahora lo recordaba, y era intolerable. Su único consuelo había sido que su familia estaba a salvo.


Intentó quitarse el anillo, pero no pudo hacerlo.


El peso de la alianza de platino y diamantes la reconfortaba. No era mucho, pero era algo. 


De vuelta a la cocina marcó el teléfono de la oficina de Teo, pero no respondió. 


Aparentemente, había cambiado los números en los últimos años y no sabía su número actual. 


Después de de marcar el teléfono de Kevin le respondió el contestador. Colgó sin dejar mensaje. Kevin raramente llevaba su móvil, un hábito que había adquirido de vivir en público por tanto tiempo, cuando el teléfono sonaba constantemente y no lo dejaba en paz a menos que lo desconectara o lo dejara en casa.


Su mano planeó sobre los números de teléfono,
tentada de llamar a Pedro, sólo para decirle cuánto lo sentía, cuánto lo amaba.


— ¡No! —se dijo a sí misma bruscamente,
poniendo el teléfono de vuelta en su plataforma—. No puedes llamarlo nunca más. Tienes que alejarte de él completamente. Eres un peligro para él.


Había tanto que Pedro no sabía, tanto que nunca le había dicho. ¿Qué pensaría de ella si supiera lo estúpida que había sido, cuánto la había dañado su pasado?


Dos mujeres en un solo cuerpo.


Ahora sabía exactamente por qué se sentía de esa manera. Sólo recordaba la mujer que había sido antes de hacer terapia, antes de saber cómo vivir con su pasado y de empezar a gustarle la mujer que había descubierto debajo de su disfuncionalidad.


Pedro se había enamorado de una ilusión, una mujer que se anularía a sí misma para complacerlo, fabricando una persona que no era real. Pedro no la conocía en realidad. Nunca la había conocido.


Yo tampoco conocí a Pedro completamente,
pero lo quería. Todavía lo quiero.


Paula cerró de golpe la puerta a sus pensamientos. No quería pensar en la agonía de amarlo como lo hacía. Él no le había revelado antes a ella todo lo que sentía, pero no le ocultaba la clase de secretos que ella nunca le contó, los horribles capítulos de su pasado. 


¿Qué pensaría de una mujer que había sido tan estúpida como para relacionarse con un hombre que no tenía conciencia ni reparos para matar a cualquiera que a ella le importase? Su padre había perdido la cabeza. Dany era un psicópata asesino.


Paula oyó un coche acercándose a la casa, las ruedas crujían sobre el polvo y la grava a medida que el coche avanzaba por el largo y serpenteante sendero. Su corazón empezó a martillearle en el pecho y corrió a la cocina para coger el teléfono. Le temblaban las manos. 


Aunque estaba dispuesta a sacrificarlo todo por Pedro y sus hermanos, y era lo que iba a hacer, no deseaba que llegara el momento de sufrir la consecuencia de sus acciones. Podría estar muerta mucho antes de que llegara la policía.


Encendiendo la luz del porche y mirando por la ventana al lado de la entrada, observó cómo un deportivo negro se detenía al lado de su coche de alquiler. Una figura salió del coche, una figura grande y alta. Incapaz de verle la cara, entrecerró los ojos para concentrarse en sus rasgos cuando entró en el círculo de luz que dibujaba la lámpara del porche. El hombre dio un traspiés, maldijo y siguió avanzando, toda su persona finalmente visible. Le fallaron las piernas a Paula, primero por el alivio, luego
por el horror.


Pedro. Dios mío. ¡No!


Finalmente llegó a la puerta, dando tumbos, y desapareció de la vista. Paula aún podía oírlo mascullar mientras golpeaba la madera, llamándola.


— Abre la puerta, Paula. Sé que estás ahí.


Acercándose a la puerta con dificultad, la abrió
de par en par.


Por primera vez en su vida, Pedro parecía sucio y desarreglado.


Por primera vez en su vida, Pedro parecía
completamente bebido y alterado.


Y, por primera vez en su vida, Pedro no parecía
contento de verla.



CAPITULO 19 (TERCERA HISTORIA)




Kevin Chaves entró en la oficina de su hermano Teo en la Chaves Corporation sin llamar, empujando la sólida puerta de roble con tal fuerza que, al abrirse, golpeó la pared con un estruendo. Ignorando el ruido, Kevin se dirigió a su hermano, sentado al otro lado del escritorio, 
enterrado en una avalancha de papeles.


Teo miró a Kevin brevemente y volvió a sutrabajo. No pareció inmutarse por el hecho de que su hermano casi tirara la imponente puerta de madera.


Kevin no estaba sorprendido de encontrar a su
hermano en la oficina, aunque era Sábado. 


Teo estaba siempre en la oficina. Estaba convencido de que su hermano tenía un apartamento escondido en el edificio donde dormía unas cuantas horas antes de regresar a la oficina otra vez.


— ¿Dónde está? —preguntó sin más, dejándose
caer en la silla delante del escritorio.


Teo levantó de nuevo la vista, mirando el ceño
de Kevin.


— ¿Quién?


— Paula —siseó Kevin impacientemente, mirando a su hermano a la cara. Eran mellizos, 
Teo apenas veinte minutos mayor que él. Compartían los mismos ojos azules, pero mientras que Kevin era rubio como su madre y como Paula, el pelo de Teo era negro como ala de cuervo, con rasgos que recordaban a su padre—. No podría haberlo hecho sola. Y sólo hay una persona que yo conozca que puede hacer algo así. —¡Maldita sea! Estaba convencido de que Teo sabía algo. Paula era una mujer inteligente, pero tenía que tener un cómplice, alguien cercano a ella que la ayudara a desaparecer por más de dos años.Nadie puede ocultar sus propias huellas tan bien. Y nadie era tan extremadamente meticuloso y tan hábil como su hermano. Todo esto llevaba la firma de Teo—. ¿Dos desapariciones sin ninguna señal? ¿Dónde está, Teo? Esto está matando a Pedro.


Teo se echó hacia atrás en el sillón,
entrelazando los dedos detrás de la nuca.


— ¿Qué quieres decir con dos? Ella ha vuelto.


— Se ha ido otra vez —dijo Kevin categóricamente, sin perder de vista la expresión de Teo, convencido ahora de que no sabía nada. Esta vez. Los dos nunca estaban de acuerdo en nada, pero eran mellizos y se podían leer bien mutuamente.


A veces, demasiado bien.


— ¡Mierda!. Yo la traje de vuelta. ¿Recuperó la
memoria? —preguntó Teo, incorporándose y
apoyándose en el escritorio.


— Eso parece. ¿Qué importa? —preguntó
Kevin curioso.


— Importa mucho. Es algo que necesitaba
haberle dicho tan pronto como recuperara la
memoria. Necesitaba haberle dicho que no huyera. Ya no tenía que hacerlo —dijo Teo enojado, aunque Kevin pudo ver lo que había detrás. Miedo.


La mandíbula de Kevin se contrajo.


— ¿Tú la ayudaste a desaparecer la primera
vez?


— Sí.


— ¿Y no me dijiste que no estaba muerta? —
Kevin quería levantarse y darle una paliza hasta
matarlo. Teo, su propio hermano, le había hecho creer que Paula estaba muerta—. ¿Por qué?


— Tenía problemas. Su propia vida peligraba, y la tuya, y la de Pedro. Si tener la boca cerrada era que lo que tenía que hacer para que nadie muriese, es lo que hice. —Teo dio un puñetazo en la mesa, haciendo que todo lo que había en ella se tambaleara —. ¿Crees que fue fácil para mí no decir nada, ver a todo el mundo sufrir? Al contrario de lo que puedas pensar, no me produce ninguna satisfacción verte a ti o a Pedro sufrir.


— No estuviste al lado de Pedro. No viste cuánto


— Porque no podía —respondió Teo irritado.


Teo podía ser un hijo de puta calculador si se lo proponía, pero Kevin sabía que quería a su familia.


Aunque seguía enojado, tenía que saber lo que
sucedió.


— Cuéntame todo. Desde el principio.


— Ahora no hay tiempo para eso. Te lo contaré después. Necesitamos encontrar a Paula. Tiene que estar asustada. No sabe que el hombre que amenazaba la vida de todos ya no es un problema. —Teo se levantó y agarró la chaqueta, poniéndosela con movimientos nerviosos. No era la persona calmada, en control de la situación, que solía ser.


— ¿Y eso por qué? —replicó Kevin,
levantándose para ponerse a la altura de su
hermano.


— Está muerto —respondió Teo con la
serenidad de un difunto—. Un desgraciado
accidente.


— Tenías que haberme dicho todo esto. Eres mi
hermano —dijo Kevin con un tono hostil. El que
Teo se guardara todo esto por tanto tiempo le daba deseos de estrangularlo. Teo siempre
pensaba que sabía qué era lo mejor para todos. Se pasaba más tiempo intentando arreglar los problemas ajenos que los suyos.


Teo se dirigió a él con una mirada fría,
intensa.


— ¿Por qué? ¿Qué podrías haber hecho? ¿Ir a buscarla pensando que la protegerías? ¿Decirle a Pedro que podía encontrarla?


— Probablemente. Paula no necesitaba hacer
nada. Tenemos guardias de seguridad.


— Agentes que no pudieron protegerla de un psicópata —informó amargamente Teo a su
hermano—. Así que adelante, dame hasta dejarme inconsciente por intentar proteger a nuestra hermana pequeña, por no querer verla degradada y abusada otra vez. Si tú o Pedro hubierais ido a buscarla nunca habría estado a salvo. Ódiame todo lo que quieras por asegurarme de que nadie corriera peligro —
concluyó Teo, con la frialdad de un hombre que
siempre había hecho lo que tenía que hacer, su ojos azules, glaciales y amenazadores, clavados en su hermano.


Kevin se encogió. Odiaba que Teo lo
desarmara con esa mirada siniestra y heladora.


— Supongo que tengo que oír lo que tengas que decir. Quiero saber qué sucedió. Me lo vas a contar mientras buscamos a Paula —gruñó Kevin, anticipando que no le iba a gustar lo que su hermano tuviese que contarle. Por más que Teo fuera insoportable a veces, era la amalgama que mantenía la familia unida, el que resolvía los problemas, el que hacía el trabajo sucio cuando tenía que ser hecho.


Teo asintió con la cabeza y se dirigió hacia la
puerta.


— Estoy seguro que sé dónde está. Tendremos tiempo de hablar. —Teo se detuvo en la puerta, mirando de arriba abajo el torso de Kevin—. Esa debe ser la camisa más fea que te he visto. Enhorabuena. Has superado la verde vómito con ranas.


Kevin sonrió.


— Sabía que te gustaría —dijo, siguiendo a
Teo hasta el ascensor.


— ¿Vas a crecer algún día? —preguntó Teo
con ternura mientras entraban en el ascensor.


— No, si lo puedo evitar.


La sonrisa de Kevin se acentuó al ver la
expresión contrariada de su hermano.


— Te vas a cambiar de camisa, ¿verdad? No
voy contigo a ninguna parte si llevas eso puesto.


— Seguro. Sólo tenemos que pasar por casa
una vez que hablemos con Pedro — respondió Kevin impasible—. Puedo recoger alguna ropa si tenemos que pasar la noche fuera para buscar a Paula.


— De acuerdo.


Teo parecía aliviado. A Kevin no le causaba ningún problema cambiarse de ropa. 


Tenía un ropero lleno de camisas parecidas que podía ponerse. A pesar de la urgencia de la situación, se rió disimuladamente mientras se cerraban las puertas del ascensor.