viernes, 31 de agosto de 2018
CAPITULO 26 (SEXTA HISTORIA)
Había aumentado la demanda de sus fotografías de paisajes y fauna, aunque era conocida por tomar fotos de fenómenos climatológicos extremos. A medida que tomaba cada fotografía con una sensación relajada de asombro, disfrutó de cada momento que pasó con la maravillosa criatura antes de que se alejara de vuelta al bosque.
—Aquí también verás alces euroasiáticos y osos de vez en cuando — comentó una voz grave detrás de ella—. Es una charca popular entre la fauna.
Paula se volvió como un torbellino. El corazón casi se le salió del pecho al hacer frente a la voz, un hombre que estaba a solo un metro de ella. Con una mano en el pecho, le dijo sin aliento:
—Me has asustado.
—Lo siento. No quería espantar al alce —respondió él con las manos en los bolsillos de los pantalones.
Paula lo miró boquiabierta. El hombre rondaba la edad de Pedro, con un precioso cabello rubio corto y bien cuidado. Ataviado de manera informal con unos pantalones y un jersey, llevaba los pies envueltos en unas botas de senderismo muy bonitas. Miró el suelo, pero cuando alzó la cabeza para mirarla, Paula se quedó helada de pura conmoción. Reconocía aquella cara, aquellos ojos gris ahumado enmarcados por unas pestañas espesas y preciosas.
—¿C-Colt?
—Hola, P. Chaves—respondió él con una sonrisa débil—. Volvemos a encontrarnos.
Paula estaba sin habla, estupefacta al ver al hombre al que solo había conocido brevemente, a pesar de que había representado un papel tan importante en su vida. No podía creer que estuviera parado frente a ella. Cerró los ojos y volvió a abrirlos, pero Colt seguía parado frente a ella.
—¿Cómo estás? —Su rostro se volvió más sombrío.
—Estoy bien. No puedo creer que estés aquí —respondió lentamente.
—Mi verdadero nombre es Gustavo Colter. Podría decirse que este es mi sitio
—respondió burlonamente.
—¿Tú eres Gustavo Colter?
—La última vez que lo comprobé, sí —respondió él de inmediato en tono jocoso. Sostuvo los brazos abiertos mirando a Paula mientras la persuadía con otra pequeña sonrisa que descubrió un atractivo hoyuelo en su mejilla—. Dame un abrazo. Sabes que quieres.
—Ay. Dios. —Paula corrió hacia él y se arrojó en sus brazos abiertos—. Nunca pude darte las gracias. No volví a verte. —Las lágrimas le bañaron el rostro cuando abrazó al hombre que le había salvado la vida con la muerte pisándole los talones—. Gracias, Colt. Gracias por todo lo que hiciste por mí.
Él le devolvió el abrazo y meció su cuerpo ligeramente.
—Sólo estaba haciendo mi trabajo, Paula. Ni siquiera estaba seguro de que fueras a reconocerme. Desde luego, hace unos días no lo hiciste.
¿Cómo podría no reconocer a Colt? Había sido su salvador, y esos preciosos ojos grises eran inolvidables—. Estaba muy borracha cuando llegué —reconoció—. ¿Te vi aquí? —preguntó confundida.
—Yo os traje de vuelta aquí, a Rocky Springs, a ti y a Pedro. Estaba con él en Las Vegas. Perdiste el conocimiento antes de que aterrizáramos y no nos vimos hasta que estabas completamente borracha.
—No fue uno de mis mejores momentos —respondió disgustada. Dio un paso atrás para mirarlo—. Me alegro mucho de verte.
—La mayor parte de las mujeres se alegra —le dijo en tono travieso.
Paula le devolvió una sonrisa de suficiencia. No podía evitarlo. Colt —¿o era Gustavo?— había sido muy arrogante, pero hacía tres años necesitaba esa autoconfianza y se había aferrado a ella con todo lo que tenía por aquel entonces.
—Cuéntame cómo uno de los multimillonarios Colter terminó en las Fuerzas Especiales —pidió con curiosidad.
—Soy un rebelde —respondió despreocupadamente—. Probablemente ocurrió de una manera muy parecida a como una rica Chaves se convirtió en fotógrafa de fenómenos meteorológicos extremos —bromeó—. Mi cabaña está justo en la cima de esta colina. ¿Quieres un café?
—Por supuesto —accedió ella agradecida. Lo siguió cuando la soltó para ir delante. Un silencio cómodo se estableció entre ellos durante un rato, antes de que Gustavo hablara—. Supongo que siento tanta curiosidad como tú —dijo Gustavo pensativo—. Me pregunto cómo una Chaves muy acaudalada termina viajando
sola en un país extranjero y sin protección. Nunca te relacioné con los Chaves. Es un apellido bastante corriente. Y nunca me enteré de tu nombre de pila.
—No quería que lo supiera nadie. —Escogió su camino por un sendero que conducía a lo alto de la colina.
—¿Sabe Pedro lo que pasó? —preguntó Gustavo con solemnidad—. Te reconocí cuando te vi en Las Vegas, pero no dije nada.
Paula miró fijamente su ancha espalda, delante de ella.
—Gracias por no decir nada.
En la cima de la colina, Gustavo dio media vuelta y le tomó la mano para ayudarla por una pendiente corta y pedregosa.
—Te hackeé el ordenador cuando volvimos a Rocky Springs —confesó sin sentir el más mínimo remordimiento.
—¿Por qué? —lo miró socarronamente cuando se adelantó un paso para situarse junto a él.
—Porque podía —dijo él en tono pícaro—. Tienes que comprar mejor protección para tu ordenador. Quería ver qué habías estado haciendo en caso de que no me reconocieras. Volviste a cazar tormentas.
Sabía que debería estar enfadada porque Colt se había metido en su ordenador, pero no podía reunirla. Paula asintió lentamente.
—Tenía que volver.
Gustavo asintió.
—Lo entiendo. Pero creo que tienes que decírselo a Pedro. No tenía ni idea, Paula. El tipo se casó contigo. Le importas lo suficiente como para saberlo. Sólo desvelé tu carrera. Iba a averiguarlo de todas formas. Pero no me corresponde a mí contarle nada más, ni siquiera que ya nos conocemos. Es tu historia para contarla.
Ella lo siguió mientras avanzaba a largos pasos a una enorme casa en la cima de la colina.
—Estaba borracho cuando se casó conmigo y lo único que quiere es llevarme a la cama —le dijo a Colt, atónita en cuanto las palabras salieron de su boca. Apenas conocía a Colt, aunque había sido una persona importante en su vida durante un breve periodo de tiempo.
Gustavo rió entre dientes.
—Tengo un notición para ti, Paula: eso es lo que quiere la mayor parte de los hombres y no necesitan casarse con una mujer para conseguirlo. Eso no es lo que quiere Alfonso en absoluto.
—Colt, dijo…
—Es un mentiroso —dijo Gustavo con confianza—. Y llámame Gustavo. Colt no era más que mi nombre en clave.
CAPITULO 25 (SEXTA HISTORIA)
Paula se despertó temprano a la mañana siguiente. Sus extremidades seguían entrelazadas con las de Pedro, cuyos brazos la abrazaban como si la protegiera.
Salió de la cama sin hacer ruido y se vistió con unos pantalones cortos y una camiseta de manga corta verde pino. Después de cepillarse el pelo revuelto que no se había cepillado la noche anterior, buscó en su neceser de maquillaje hasta que encontró una pinza para confinar los mechones obstinados. Tomó sus zapatillas, su fiel Nikon y la funda y después salió de la habitación a hurtadillas justo cuando el sol empezaba a ascender.
Pedro permaneció plácidamente dormido —¡gracias a Dios!—, así que no tuvo que mantener una confrontación matutina. La pasada noche había sido humillante y no estaba segura de cómo explicarse. Pensaba que habían terminado las reacciones extremas, que por fin había acabado el terror que la carcomía viva desde el suceso que ocurrió hacía más de tres años.
«No he intentado tener relaciones sexuales excepto aquella noche con Pedro».
No lo había hecho y tal vez no debería estar experimentándolo ahora. Pedro podía hacer que su cuerpo volara… pero solo hasta cierto punto. Después de finalmente encontrar un poco de paz, no estaba segura de tener que hacer nada por revivir la experiencia que había destrozado su vida.
Se puso las zapatillas —sin calcetines porque no iba a volver al dormitorio a buscar un par— y fue a la cocina.
«¿Preparo un café o no?», pensó.
Era una inútil sin cafeína, pero no quería detenerse, así que sacó una lata de refresco azucarado cargado de cafeína de la nevera y, con una sonrisa, tomó una barra de dulce de la encimera.
«Sigue siendo un adicto al chocolate».
Rara vez había visto a Pedro sin algo recubierto de chocolate en la mano cuando era más joven y resultaba evidente que sus hábitos no habían cambiado.
Por alguna razón, aquello le parecía reconfortante. Sonrió mientras se preguntaba si se percataría de que había tomado una de sus barritas de Snickers. Siempre había compartido con ella cuando era más joven, pero era bastante posesivo con su chocolate.
La puerta se abrió sin hacer ruido, de modo que salió fuera y cerró suavemente tras de sí. Con la cámara fuera de la funda, se la colgó del cuello con la correa y rápidamente ajustó la lente para tenerla preparada en caso de cruzarse con cualquier tipo de fauna. Cuando echo un vistazo a la zona, decidió seguir lo que parecía camino bien trillado por el bosque y abrió el refresco y la barra de chocolate mientras caminaba. Tenía la correa de la funda de la cámara colgada modo de bandolera para que no la estorbase y no dejó de caminar para que las piernas no pudieran quedársele frías. Había refrescado considerablemente durante la noche, como siempre ocurría a gran altura, pero empezaría a hacer más calor en cuanto el sol ascendiera más y brillase con más fuerza.
No tardó en terminar la barra de chocolate y bebió el refresco a tragos. Se espabiló en cuanto sintió que el azúcar y la cafeína empezaban a hacer efecto.
Paula se detuvo ocasionalmente para sacar fotos de las montañas. El estrecho camino se abrió paso a un campo de hierba. Se quedó helada al ver el arroyo que corría por el centro; el alce americano más grande que había visto en su vida pastaba perezosamente junto al agua. Moviéndose despacio, se mantuvo atenta a cualquier señal de agresión mientras tomaba fotografías del animal majestuoso de pelaje pardo canoso y las astas más grandes que había visto nunca. Sabía que el alce la había divisado, pero el gran mamífero la ignoró. Su único depredador natural era el lobo, así que el alce no parecía demasiado preocupado por ella, aunque Paula mantuvo las distancias y tomó
una fotografía tras otra de la increíble criatura mientras ajustaba la lente y la cámara para sacar distintos ángulos.
CAPITULO 24 (SEXTA HISTORIA)
Él la sostuvo así y perdió la noción del tiempo.
Su mano le acarició el pelo mojado y la espalda hasta que dejó de sollozar. Empujó con una mano los controles de la ducha y cerró el grifo antes de salir del cubículo. Ella permaneció de pie en la ducha, sin decir una sola palabra, mientras él la secaba con la toalla. Se secó brevemente el cuerpo con ella antes de desecharla.
Después la tomó en brazos y la llevó a la cama.
Ella temblaba cuando Pedro se metió en la cama junto a ella y la atrajo rápidamente contra su cuerpo.
—¿Quieres que encienda la luz? —preguntó con voz ronca, sin saber qué más podía hacer para ayudarla. La habitación estaba a oscuras, las contraventanas, cerradas; solo la luz del pasillo iluminaba muy tenuemente el dormitorio.
—No. —Lanzó una pierna por encima de la de Pedro y casi se subió sobre su cuerpo—. No me dejes, Pedro.
Él dejó escapar un suspiro tenso y la abrazó más fuerte.
—No me voy a ninguna parte. Te lo prometo.
Pedro tomó su decisión en ese preciso momento y lugar: nunca iría a ninguna parte si Paula lo necesitaba.
Sus instintos protectores se avivaron en el momento en que la oyó gritar y casi le dio un ataque al corazón. No sabía lo que había pasado, pero lo averiguaría. Ahora mismo, lo único que importaba era la mujer que había en sus brazos. Necesitaba que volviera a sentirse a salvo.
Pedro seguía despierto mucho tiempo después de que ella se hubiera quedado dormida, intentado mandar los demonios que la atormentaban de vuelta al infierno con su fuerza de voluntad. Finalmente, después de asegurarse de que dormía plácidamente en el refugio de sus brazos, Pedro durmió.
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