viernes, 21 de septiembre de 2018

CAPITULO 40 (SEPTIMA HISTORIA)



La besó como si hiciera un voto, como si nunca fuera a dejarla marchar. Su lengua rastreó su boca y Pedro inclinó sus labios sobre los de Paula una y otra vez, hasta que ella se quedó sin aliento y jadeando.


—Necesito estar dentro de ti, Paula. Ahora —exigió mientras separaba su boca de la de ella. 


Su respiración era agitada y pesada.


—Sí. —Ella intentó desabrocharse los pantalones con frenesí, lo necesitaba tan desesperadamente que resultaba atroz—. Por favor, Pedro.


Se desnudaron a una velocidad que probablemente era un récord, un enredo de piernas y brazos, mientras se arrancaban su propia ropa y la del otro.


El corazón de Paula latía desbocado, su aliento caliente y jadeante mientras miraba a Pedro, completamente desnuda. Puso las manos sobre sus hombros y lo acarició con las palmas hasta el pecho y el abdomen.


—Dios, eres un hombre hermoso. —Le rozó el miembro duro y pesado con un dedo antes de envolverlo con los dedos—. No puedo creer que me ames.


—Créelo —contestó él en voz baja y desesperada—. Eres mía, Paula. Siempre serás mía.


Ella no podía discutir su comentario arrogante. Su corazón siempre le pertenecería. Le apretó el pene suavemente.


—¿Eso quiere decir que esto es mío? —preguntó en tono seductor, adorando la forma en que le brillaban los ojos mientras ella lo excitaba.


—Todo. Todo este cuerpo es tuyo, defectos y todo —carraspeó. Deslizó sus dedos entre sus muslos, acarició el calor húmedo que lo recibió y gimió—. Mío. Todo mío —dijo con avidez.


—Entonces, tómalo —le suplicó, necesitada de sentirlo, de estar conectada a él.


Le dio un fuerte beso en la boca antes de girar su cuerpo y colocar las manos de Paula en el brazo del sofá. Ella cerró los ojos al sentir que Pedro le envolvía el trasero y lo acariciaba toscamente.


—Espera, cariño. Creo que ahora mismo no puedo contenerme —le advirtió con voz ronca.


—No te contengas —exigió ella, deseosa de que la tomara duro, de que la hiciera suya.


Ella jadeó cuando sus dedos se zambulleron entre sus muslos, acariciando sus pliegues para excitarle el clítoris. Se movió por su sexo con actitud posesiva, codiciosa. Dos de sus dedos se sumergieron en su vagina, curvándose alrededor de la zona sensible en su interior que hacía que se volviera completamente loca.


Pedro —gimió ella, necesitada de que él la hiciera venirse. Tenía el cuerpo tenso y temblaba.


—Dime, Paula. Dime —contestó mientras seguía con su asalto áspero, sensual.


—¡Te amo! —gritó ella, echando la cabeza hacia atrás mientras él intensificaba la presión sobre su clítoris, y se lo hacía con los dedos, más duro, más rápido, acariciándole el punto G cada vez que se los metía.


—¡Ah, Dios! —Su cuerpo se sacudió.


—Córrete en mis dedos, Paula. Déjate llevar —ordenó.


Ella no tuvo elección. El clímax la golpeó duro y rápido, intensificándose cuando Pedro sacó los dedos y la penetró con su sexo. Su gemido de éxtasis hizo que Paula se meciera contra él. 


Apretó entre los dedos la tela del sillón mientras
sentía que su cuerpo volvía a tensarse.


—No puedo volver a llegar —jadeó salvajemente. Todo era tan intenso, tan abrumador, que estaba segura de que se haría trizas.


—Puedes hacerlo y lo harás —gruñó Pedro mientras le clavaba una mano en el pelo y le levantaba la cabeza. —Míranos.


Paula veía borroso por las lágrimas sobrantes, pero miró frente a ella y vio una imagen tan carnal y erótica que estuvo a punto de tener un orgasmo solo de ver la cara de Pedro. El espejo de cuerpo entero apoyado contra la pared mostraba a ambos; Pedro la penetró con un deseo desenfrenado. Ella observó extasiada cómo se sacudían y se balanceaban con cada golpe de cadera de Pedro. La carnalidad de sentirlos y mirarlos al mismo tiempo hizo que jadeara aún más fuerte, los ojos vidriosos y fijos en Pedro principalmente. Parecía un guerrero antiguo reivindicando a su mujer y la vista era tan cruda que hizo aumentar su deseo aún más.


—Más fuerte —gimió ella. La visión de Pedro dominando su cuerpo, de sus dedos tirándole del pelo eróticamente era condenadamente buena. La imagen sensual quedaría grabada a fuego en su cerebro a partir de ese momento.


Pedro la penetró más duro y se enterró profundamente en su interior a cada embestida. Paula movió el trasero contra él; sus pieles se golpeaban mutuamente a medida que ambos llegaban al punto álgido.


Pedro iba a hacer que tuviera un orgasmo, y Paula no estaba segura de si sobreviviría al mismo.


Él le soltó el cabello y le recorrió la espalda con una mano. Paula mantuvo la cabeza erguida para observar cada uno de sus movimientos; el rostro de Pedro se contorsionó de angustia y de placer.


—Mía —afirmó con brusquedad. Se encontró con su mirada en el espejo y se sostuvieron la mirada.


—Sí —asintió ella sin dejar de mirarlo a los ojos.


Una de las manos de Pedro se deslizó por su vientre buscando, y encontrando, el clítoris de Paula. Lo agarró toscamente y lo hizo girar entre el dedo índice y el pulgar.


Placer y dolor atravesaron a Paula, la sensación tan intensa que llevó su cuerpo a un poderoso clímax.


—Eso es, nena. Vente para mí —insistió Pedro en tono dominante.


Ella implosión como si su cuerpo respondiera a sus órdenes. Las paredes de su vagina se contrajeron salvajemente y su reacción fue tan fuerte que dejó caer la cabeza, rompiendo el contacto visual con Pedro.


—Levanta la cabeza. Quiero verte —gruñó Pedro. Volvió a erguirle la cabeza por el pelo—. Verte llegar es lo más sexy que he visto en mi vida —gimió mientras la penetraba.


—Te amo —gritó Paula.


—Yo también te amo, cariño —respondió Pedro con voz ahogada para penetrarla una última vez antes de encontrar su propio desahogo.


Se estremecieron juntos. Los brazos de Pedro le rodearon la cintura mientras las últimas ondas de su clímax se desvanecían.


—Dios, vas a matarme. Pero moriría así en cualquier momento —le susurró en voz baja y ardiente al oído mientras se inclinaba sobre su cuerpo. Su pecho hizo un fuerte movimiento cuando él la volteó y la levantó para llevarla a la cama grande y dejarse caer, protegiéndola de la caída con su cuerpo.


Ella se quitó de encima de él para que pudiera respirar y luego se hizo un ovillo junto a él. Él tomó su mano y entrelazó sus dedos mientras recuperaban el aliento.


—¿Por qué tienes una cabaña aquí, en medio de la nada? —Le acarició el poderoso pecho con una mano, incapaz de contenerse de tocarlo.


—No es mía —confesó Pedro—. Es de Gabriel. La usa durante la temporada de pesca. Le pregunté si podía arreglarla para mí y si podía tomarla prestada durante un tiempo.


—Es muy bonita para ser una cabaña de pesca. —Paula miró las bonitas alfombras sobre el suelo de madera pulida, los preciosos muebles, y ya estaba tumbada en la cómoda cama—. ¿A qué distancia estamos de la carretera principal?


Él rodó hasta tumbarse sobre ella y le sujetó las manos por encima de la cabeza.


—¿Por qué? ¿Estás planeando una huida? —Sonaba como si sólo bromeara a medias.


—No. Sólo me preguntaba si tenemos bastante comida para aguantar hasta que pase la tormenta.


Pedro se rió, un sonido feliz que llenó de alegría el corazón de Paula.


—Debería haber sabido que estabas preocupada por la comida. —La miró con una amplia sonrisa—. Estamos cubiertos. Gabriel hizo que los cuidadores se aseguraran de que estuviéramos completamente abastecidos.


—Supongo que voy a cocinar yo —Soltó un suspiro atribulado, en broma.


—Tú me enseñarás. —Pedro seguía sonriéndole.


«Ese hoyuelo me atrapa cada vez», pensó Paula.


Alzó la mano y pasó un dedo amoroso por la hendidura en su mejilla.


—Solo si quieres aprender. En realidad no me importa. Me gusta cocinar.


—Quiero aprender. ¿Qué pasa si enfermas y no puedes cocinar? ¿Y si tengo que cuidar de ti? —La miró inquieto.


Ella le sonrió.


—No estás precisamente escaso de fondos. Puedes contratar a alguien.


—No te cuidará nadie más que yo —le dijo vehementemente.- Aprenderé.



CAPITULO 39 (SEPTIMA HISTORIA)




Paula había llorado cuando abrazó a Shep por última vez. También había llorado cuando se despidió de Ailyn y Chloe. Vaya si no se había sentido como un puñetero cubo con fugas durante todo el día.


Suspiró mientras se acomodaba en el asiento del pasajero del helicóptero, mirando hacia la sección clausurada del aeropuerto. Obviamente, la investigación aún no había terminado y la zona seguía cerrada. «Si no fuera por la investigación, Pedro y yo nunca nos habríamos conocido», pensó. Por más que lo intentara, 


Paula no podía arrepentirse de haber conocido a Pedro ni de haber estado con él durante aquel tiempo robado. Le había abierto los ojos a tantas cosas, a saber, a su propia sexualidad. El problema era que no tenía ninguna gana de explorar ese deseo recién descubierto con nadie excepto con él.


Pedro había estado callado casi todo el día, diciéndole que tenía que salir y cuidar de algunas cosas. Le había dolido no quisiera pasar con ella sus últimas horas en Colorado, pero probablemente era mejor así.


Volarían a Denver, ella diría un adiós apresurado sin dejar que viera sus lágrimas hasta estar muy lejos de él.


Despegaron rápidamente. Paula se sentía como si su estómago se hubiera quedado en el suelo mientras el resto de su cuerpo seguía en el helicóptero. Miró los enormes pinos y los espacios abiertos sin gente. Podía ver el rancho de Benjamin a lo lejos, que se extendía en casi todas direcciones hasta donde podía ver. 


La única cosa junto al terreno de Benjamin era la casa de Gabriel y su granja de caballos.


Paula permaneció callada durante el trayecto, mirando el paisaje de Colorado durante un largo tiempo, nerviosa, intentando mantenerse ocupada. Finalmente, miró su posición y hacia dónde se dirigía el helicóptero.


Y no era a Denver.


—¿Dónde vamos? —chilló ella al darse cuenta de que Pedro estaba aterrizando.


—Quiero enseñarte algo —respondió él con voz áspera.


—No tengo mucho tiempo para tomar el vuelo. —Necesitaba llegar pronto y ya se había entretenido un rato con la madre de Pedro y con Chloe.


—Eso no será un problema —respondió Pedro con indiferencia.


—Por supuesto que es un problema. El vuelo va en hora de momento.Despego en menos de dos horas. Tenemos que ir al aeropuerto ahora. —Estaba ansiosa cuando Pedro hizo descender el helicóptero en un pinar. No es que le preocupara que aterrizara a salvo, sino que estaba preocupada por la zona donde había aterrizado. No estaban ni remotamente cerca del aeropuerto.


—No es un problema —repitió Pedro.


—¿Por qué?


—Porque no voy a llevarte al aeropuerto —le dijo al oído con voz ronca.


Paula miró sus alrededores frenéticamente, sin ver nada más que montañas y árboles al aterrizar.


Se quitó los auriculares cuando Pedro apagó el motor.


—¿Qué demonios estás haciendo?


Se quitó los auriculares y la miró directamente a los ojos. Los suyos, de un color gris oscuro, eran increíblemente intensos cuando le informó:
—Estoy deteniéndote temporalmente.


Paula se detuvo y lo miró boquiabierta antes de que él saltara del helicóptero sin dar más explicaciones.


«¿Qué demonios está haciendo?», se repitió mentalmente.


Abrió la puerta, se volvió en el asiento, miró a su alrededor y no vio absolutamente nada más que espesura. La pista de aterrizaje había sido despejada, pero todo lo demás estaba enterrado bajo la nieve.


Pedro apareció, la levantó del asiento y cerró la puerta tras ella después de bajarla al suelo.


Por suerte, Paula llevaba botas, enterradas bajo la nieve hasta las rodillas.


Pedro, tenemos que irnos. Mi vuelo…


—Se irá sin ti —Pedro terminó su frase—. Va a ocurrir algo en ese vuelo. Algo malo. Estarás lo más lejos posible.


Ella caminó arduamente a través de la nieve junto a Pedro, que iba tirando de ella.


¿Sabes algo? Tenemos que advertírselo a alguien si hay algo planeado…


—No es eso… —gruñó Pedro—. Tengo un amigo que tiene sueños premonitorios. Me vio llorando tu muerte en un accidente aéreo. Ése es un sueño que no quiero ver cumplido en la vida real. No voy a arriesgarme.


Paula vio la parte trasera de una cabaña más adelante.


—¿Tu amigo tiene sueños premonitorios?


—Sé que suena a locura, pero Teo lo sabe. Me salvó la vida una vez y le salvó la vida a su propia esposa.


Paula no creía que estuviera loco y no podía negar que la premonición en los sueños era posible, pero…


—Los sueños premonitorios son bastante impredecibles —le dijo cuando llegaron al porche trasero de la cabaña—. No creo que estés loco, pero no puedo dejar mi vida porque alguien que no conozco predijera mi muerte. Podría ser dentro de muchos años, en el futuro, o puede que nunca suceda. —Paula no conocía a su amigo, pero podría estar delirando.


—Yo lo conozco y no dista en el futuro. Ahora sólo tiene sueños raramente, y solo sobre gente cercana o de la familia. Teo y yo somos amigos desde hace años. —Pedro abrió el cerrojo con una llave que oculta bajo el felpudo y empujó la puerta.


—¿Así que el secuestro era la única respuesta? —Puso los brazos en jarras después de entrar por la puerta.


—¿Habías esperado a otro vuelo más tarde?


—No —respondió ella sinceramente.


—Entonces sí… desviarte era la única opción.


—¿Durante cuánto tiempo exactamente? —Ahora estaba enfadada. Quizás Pedro pensara que estaba haciendo lo correcto, pero ella no conocía a su amigo y arriesgarse o no debería haber sido elección suya. Había muy pocos casos documentados sobre sueños premonitorios auténticos, y no eran predecibles en absoluto. Paula no descartaba que la premonición onírica pudiera producirse. El poder de la mente humana era un misterio, razón por la cual siempre le había fascinado la psicología. Pero nunca viviría su vida basándose en la posibilidad de que pudiera morir algún día en el futuro en un accidente de avión. Bien podría ser una especie de coincidencia o simplemente un sueño normal.


Ambos se quitaron la ropa de abrigo. La cabaña ya estaba caldeada.


—Tanto tiempo como haga falta —respondió Pedro bruscamente mientras entraba en la cabaña.


Paula lo siguió y echó un vistazo al pequeño escondite. La cabaña era una habitación enorme construida con troncos y con enormes vigas de madera en el techo alto. Había una cocina pequeña al otro lado de la sala, una estufa junto a ella que parecía despedir mucho calor y muebles rústicos encantadores. A lo largo de una de las paredes había una cama grande con un edredón de parches de aspecto cómodo; el armazón de madera tallada era enorme. Parecía que probablemente había sido tallado a mano.


Pedro, eso ni siquiera es razonable. Con toda probabilidad, no ocurra nada. La gente piensa que tiene sueños premonitorios todo el tiempo, y solo son coincidencias. —Intentó usar la razón porque Pedro era el hombre más lógico que había conocido en toda su vida. Era difícil aferrarse a su enfado cuando obviamente estaba preocupado por ella. Lo veía en su mirada.


—¿Crees que no lo sé? Pero no puedo arriesgarme. Teo ha acertado demasiadas veces —gruñó.


—¿Y si no pasa nada?


—Solo quiero quedarme aquí un tiempo —admitió Pedro.


—¿Cuánto tiempo?


—Hasta que consiga que me ames —respondió en tono gutural. Sus ojos la miraron intensamente.


A Paula se le encogió el corazón, que latía acelerado; se le hizo un nudo en la garganta. 


Tragó saliva y preguntó atragantándose:
—¿Por qué?


—Quiero que me ames tanto como yo te amo a ti. —Anduvo de un lado a otro por el enorme cuarto, rodeando las sillas de la zona del salón mientras caminaba inquieto por la cabaña—. Sinceramente, dudo que sea posible porque te amo tanto que ya no puedo pensar de manera racional. Eres mi obsesión. Todos mis pensamientos están centrados en ti casi desde el día en que nos conocimos. Tengo miedo de que te hagas daño, de que te pase algo, y me aterroriza muchísimo perder la cordura cuando te vayas.


Paula se atragantó con un sollozo mientras vía a Pedro moviéndose como un león enjaulado. 


Su agitación y vulnerabilidad la destrozaron.


«Me ama».


No solo la amaba, sino que la amaba tanto como ella lo amaba a él. Las lágrimas le resbalaban por las mejillas mientras observaba su cuerpo fornido, ahora únicamente ataviado con unos pantalones y un suéter verde bosque, moviéndose sin cesar. Su expresión era sombría y se mesó el pelo de punta con una mano agitada.


Finalmente, se detuvo frente a ella.


—Dime qué tengo que hacer y lo haré —gruñó con las fosas nasales dilatadas. Sus ojos ardientes era un torbellino de emociones, todas ellas poderosas e intensas—. Sin límites.


Paula sintió que se le endurecían los pezones y que el sexo se le contraía con fuerza. El desenfreno de Pedro la excitaba hasta lo insoportable; su vulnerabilidad le rompió el corazón.


—No tienes que hacer nada —confesó ella.


—¿No hay esperanza para mí? —preguntó él en tono cortante. Sus ojos lanzaron chispas y luego se transformaron en tristeza plateada.


A Paula le dio un vuelco el corazón.


—Tampoco hay esperanza para mí —susurró con voz ronca—. Creo que me enamoré de ti desde el momento en que me guardaste esos gofres en el bufé —le dijo suavemente—. Y he seguido enamorándome hasta saber que no puedo escapar.


Por suerte, ahora que sabía que la amaba, no quería escapar. Sólo quería abandonarse a Pedro.


—¿Me amas? —preguntó él, incrédulo.


—Tanto que duele —contestó ella con un sollozo mientras se secaba las lágrimas con la mano.


Pedro envolvió su cuerpo con sus brazos musculosos, abrazándola tan fuerte que Paula apenas podía respirar, pero a ella no le importaba. Sus brazos le rodearon el cuello y ella olió el perfume de Pedro, ahogándose en su amor por él.


—¿Por qué no me lo dijiste, cariño? Dios, te amo tanto —dijo en tono áspero.


—Tenía miedo. Pensaba que el amor era una carga que no querías.


—¿Alguna vez te he hecho sentir como una carga? —le gruñó al oído.


Paula pensó durante un momento y respondió con franqueza:
—No. —Había sido una carga para sus tíos, pero Pedro nunca la había hecho sentir así—. Creo que eran mis propias inseguridades. Lo siento. He estado a punto de irme sin decírtelo. No debería haberme importado si podías corresponderme o no. Debería habértelo dicho.


—No habría sido el final —le dijo Pedro con firmeza—. Yo habría ido a buscarte, habría puesto todo mi empeño en hacerte querer estar conmigo. De alguna manera, te habría agotado tarde o temprano —terminó con confianza—. No estaba bromeando cuando dije que te necesitaba, cariño. Habría perdido la cabeza si no hubiera esperanza.


El corazón de Paula estaba tan lleno de amor que ella pensó que iba a estallar.


—Te quiero, Pedro Alfonso.


—Dios, cariño. Yo te adoro. Lo adoro todo de ti. No sé cómo no sabías lo que sentía por ti.


Ella se inclinó hacia atrás y lo miró a los ojos.


—Puede que fuera porque estaba perdidamente enamorada de ti. El miedo es una motivación poderosa.


—Yo no podría saberlo —bromeó—. Creo que lo único que me ha aterrorizado realmente en la vida es que me dejaras. —Puso una mano en su nuca, la atrajo hacia él y le dio un beso apasionado.