domingo, 26 de agosto de 2018
CAPITULO 9 (SEXTA HISTORIA)
Rocky Springs, Colorado, en el presente.
—¿Sigue inconsciente? —preguntó Gustavo Colter con curiosidad cuando Pedro volvió a entrar en el salón de una de las casas de invitados del resort de Gustavo en Rocky Springs, Colorado.
Pedro había conocido al obscenamente rico Gustavo Colter en un evento benéfico allí, en Rocky Springs, y estaba allí en el evento benéfico organizado por Colter cuando oyó que Paula iba a casarse. Era a Gustavo a quien se le había ocurrido todo aquel plan absurdo y fue él quien ayudó a coordinarlo todo.
Como antiguo miembro de las Fuerzas Especiales, Colter era más preciso a la hora de ejecutar un plan y más calculador que Pedro cuando se trataba de engañar.
Pedro echó una ojeada a Gustavo. Frunció el ceño cuando se dio cuenta de que Gustavo estaba en el portátil de Paula, el trasero plantado en un cómodo sillón reclinable.
—¿Qué estás haciendo?
—Encontrar todos los trapos sucios de tu mujer —respondió Gustavo sin remordimientos—. Es increíble cuánto puede aprender una persona sobre alguien mirando en su ordenador.
Pedro alzó las cejas.
—¿Le has hackeado el ordenador?
Gustavo se encogió de hombros.
—No fue difícil. Necesita mejor seguridad. Pero aun así eso no habría evitado que se lo hackeara. —Sonrió a Pedro desvergonzadamente.
Este sintió una punzada de culpa, pero la ignoró.
—Sal de sus cosas personales —gruñó a Gustavo. Le molestaba sobremanera que Gustavo viera nada personal acerca de Paula.
—Nada es personal si está en un ordenador. Tienes que ver algo de esto. — La mirada de Gustavo volvió a la pantalla del ordenador—. ¿Sabías que era fotógrafa? Y no una fotógrafa cualquiera. Hace cosas radicales. —Su tono de voz sonaba ligeramente asombrado—. Es posible que esté más loca que yo.
Pedro lo dudaba, aunque estaba casi seguro de que tenían que examinarle la cabeza a él por lo que había ocurrido en las pasadas veinticuatro horas.
Cuando German le dijo que Paula iba a casarse y que en ese momento estaba en Las Vegas para una despedida de soltera, Pedro voló hasta allí para localizarla intencionadamente, como una especie de acosador loco. No le había resultado difícil encontrarla y después de conseguir el número de la habitación del hotel en el que se hospedaba, la siguió fingiendo que estaba allí por negocios. Pero el encuentro distaba mucho de haber sido accidental.
Apretó la mandíbula mientras la felicitaba por su próxima boda —las palabras casi lo mataron cuando las dijo— y la arrastró a tomar una copa a modo de celebración. Ella cayó en su trampa, se emborrachó muy rápido y arrojó la cautela al viento para cuando solo había tomado un par de copas. Solo consiguió emborracharse más y más con cada bebida posterior. Obviamente,
Paula no aguantaba bien el alcohol. Perdió el conocimiento en algún punto sobre Colorado, en el vuelo de vuelta, y Pedro la llevó en volandas al dormitorio de la casa de invitados allí, en Rocky Springs. Era la misma casa de invitados en la que se había hospedado él antes de irse a Las Vegas. Había sido idea de Colter llevarla allí, para hacer que le resultara más difícil marcharse.
Estaba a unas buenas cinco horas en coche de Aspen y no tenía coche. Era improbable que encontrasen a nadie más, teniendo en cuenta que estaban en los terrenos privados de los Colter; la pequeña ciudad de Rocky Springs estaba a varios kilómetros de allí.
El silbido de apreciación de Gustavo sacó a Pedro de sus pensamientos.
—Déjame ver eso. —Pedro le quitó el portátil a Gustavo y se aposentó en otro sillón reclinable, decidido a ver qué era lo que tenía tan impresionadísimo a Gustavo Colter. Por no mencionar el hecho de que quería evitar que Colter siguiera mirando nada más de la vida personal de Paula.
Examinó detenidamente algunas de las fotografías de la galería fotográfica que Gustavo había estado comiéndose con los ojos, estupefacto por lo que veía.
Las fotografías eran crudas y bonitas de una manera un poco aterradora.
Bastantes de ellas eran de grandes tornados, tomadas muy de cerca. Todas las demás era de alguna especie de fuerza extrema de la naturaleza, todo desde tornados a vientos huracanados que prácticamente doblaban los árboles por la mitad, probablemente huracanes.
—Estas fotos no pueden ser suyas —negó Pedro. Se estremeció ante la idea de que Paula estuviera lo bastante cerca como para sacar fotos de algo tan condenadamente peligroso.
—Son suyas —dijo Gustavo en tono petulante—. Si revisas su email, tiene confirmaciones de viaje que coinciden con estas fotografías. Y tiene todo un portafolio con el equipaje que recogimos en el hotel. Las fotos tienen su marca en la esquina inferior derecha. Supongo que ella es P. Chaves. He hecho una búsqueda del nombre. Se la idolatra en el mundo de la fotografía como fotógrafa de fenómenos meteorológicos extremos. Joder, más bien parece mi tipo de mujer que el tuyo. —Gustavo sonrió a Pedro—. Debe de tener huevos para viajar a todos los rincones del mundo para eso.
—No tiene huevos —gruñó Pedro mientras examinaba todas las fotografías que por lo visto había hecho Paula—. Dios. ¿Qué demonios ha estado haciendo?
—Por lo visto, sacando fotos. Se licenció en Bellas Artes con énfasis en Fotografía. Lo vi en su biografía.
Pedro frunció el ceño a la pantalla del ordenador. Sabía que se había licenciado en Bellas Artes, pero no sabía que era fotógrafa, y ahora lo enojaba que Gustavo supiera más de Paula que él. ¿Por qué no lo sabía? Tal vez se debía a que había pasado años intentando controlarse a su alrededor, a que había utilizado hasta la última gota de fuerza de voluntad que tenía para no echársela al hombro y llevársela alguna parte, a cualquier lado, con él.
—Te garantizo que sus hermanos no lo saben. La habrían encerrado y habrían tirado la llave si hubieran sabido que estaba haciendo esta mierda.
—Probablemente sea por eso por lo que nunca se lo ha dicho —musitó Gustavo en tono filosófico—. Hombre, es adulta. Puede hacer lo que quiera.
—Esto no —replicó Pedro airadamente. No puede andar vagando por el mundo, arrojándose al peligro. —Todo el vello del cuerpo se le erizó alarmado al ver algunas fotografías de lo que era un huracán, un tifón o un ciclón. Era difícil distinguir dónde habían sido tomadas. Lo único que sabía Pedro era que Paula tenía que haber estado alojándose allí durante la maldita
tormenta. Había disparado justo cuando se desgarraba el tejado de un edificio; la fotografía era una prueba espeluznante de la violencia de la tempestad a la que se había arrojado.
—Claro que puede ir. Es una mujer adulta —argumentó Gustavo razonablemente.
Pedro no se sentía razonable.
—Ahora es mía —espetó en respuesta a Gustavo.
—No era tuya cuando hizo las fotografías y la has secuestrado para que saliera de Las Vegas sin saber quién es ahora en realidad. ¿Cuántas veces la has visto siendo adulto, un puñado? No puedes esperar que detenga su vida porque se emborrachó y te siguió aquí por voluntad propia simplemente porque iba haciendo eses de lo borracha que estaba.
Egoístamente, eso era exactamente lo que quería Pedro. Se la había llevado con intención de saciarse con ella antes de dejarla marchar tarde o temprano.
Ya enfadado y dolido porque no le había dicho que iba a casarse, lo único que quería era a Paula en su cama y evitar que se casara con un imbécil. Ahora ya no estaba tan seguro de que fuera a perderla de vista nunca más, aunque no es que no siguiera enojado con ella, pero sus instintos protectores se antepusieron a su enfado. Dios, ¿tenía ganas de morir o algo así como para cazar esa clase de tormentas?
«Ya no me conoces».
Paula le había dicho eso cuando estaban juntos en Amesport. Resulta que ella tenía razón.
—Tiene toda una vida secreta de la que nadie sabe nada —especuló Pedro en voz alta, enojado y preocupado. ¿Dónde demonios estaba la chica tímida que había conocido, la dulce joven y callada que había visto justo antes de que ella se marchase la universidad? Todas las veces que la había visto después de aquel día fatídico, ella se había mostrado callada y apagada, sin hacer nada que indicara que había… cambiado.
—Todos tenemos nuestros secretos —dijo Gustavo con solemnidad—. Ha logrado mucho para una mujer de su edad. Vende muchas de sus fotos a grandes publicaciones y ya es muy respetada en su campo.
—Es muy peligroso, joder —contestó Pedro en tono irritado—. ¿Cómo te sentirías si te importase alguien que se apurase a meterse en situaciones peligrosas todo el tiempo? ¿Y si fuera tu hermana, Chloe?
Gustavo frunció el ceño.
—La encerraría y tiraría la llave.
Pedro alzó las cejas, lanzándole a Gustavo una mirada que decía: «Te lo dije».
—Es mi hermana pequeña —prosiguió Gustavo a la defensiva.
—Exactamente. Alguien que te importa, alguien a quien quieres proteger.
—Es familia —refunfuñó Gustavo—. Nunca me he sentido así por ninguna mujer. No podía. Hacía locuras. En cualquier misión siempre había muchas posibilidades de que cuando me fuera, no volvería.
Pedro observó el rostro de Gustavo, la mirada breve y atormentada que se mostró rápidamente en sus ojos. Ya no era miembro de las Fuerzas Especiales, pero obviamente algunas de las cosas que había hecho durante sus días de militar todavía le carcomían la mente.
—Estás forrado, Colter. Tienes una buena familia. ¿Por qué lo hacías? — Pedro se preguntaba por qué alguien con el origen privilegiado de Gustavo se uniría a las Fuerzas Especiales. De hecho, Gustavo era el único multimillonario que conocía que se había alistado en el ejército siquiera cuando tenía miles de millones de dólares en el banco.
Este se encogió de hombros.
—Porque podía. Soy un piloto condenadamente bueno y durante mucho tiempo me crecía en la adrenalina. Hacíamos algunas cosas buenas, salvábamos algunas vidas. Merecía la pena.
Gustavo podía ser un hijo de puta fastidiosamente arrogante, pero Pedro lo respetaba. No cabía duda de que había salvado vidas.
—Ya no estás en las Fuerzas Especiales. ¿Cuál es la excusa para no tener mujer ahora?
—¿Cuál era la tuya? —le devolvió la pregunta a Pedro.
—Estaba obsesionado con Paula —admitió Pedro de buena gana. Su obsesión con Paula siempre le había rondado la cabeza cada vez que estaba con una mujer. Con suerte, podría librarse de esa fascinación acostándose con ella ahora que la tenía. Probablemente acabarían hartos el uno del otro después de un día o dos juntos.
Gustavo se retorció.
—Sí. Bueno, supongo que simplemente no he encontrado a una mujer por la que merezca la pena obsesionarse. Gracias a Dios —masculló en voz baja y ferviente.
Pedro se pasó una mano frustrada por el cabello.
—Quizás eso no sea tan malo. —Tenía la mente nublada por la falta de sueño y la cabeza le daba vueltas después de averiguar tanto acerca de Paula que no sabía antes. Quizás averiguarlo todo ahora era algo bueno. Quizás, el hecho de que ella fuera evidentemente una mentirosa compulsiva y no la mujer dulce que él creía conocer lo curaría de su obsesión por acostarse con ella, de hacerla suya. Él, desde luego, esperaba que así fuera. Por desgracia, aunque estaba cabreado, sus instintos protectores seguían presentes e incluso eran más fuertes ahora que sabía que Paula se enfrentaba al peligro todo el tiempo.
Lamentablemente, también sabía que la Paula a la que había conocido seguía allí. Había degustado su dulzura en su noche juntos durante las vacaciones y ese sabor suyo sólo había dejado un deseo agonizante de más.
«No sé quién es ahora».
—Descansa un poco. —Gustavo se levantó del sillón reclinable—. ¿Necesitas algo más?
—Tengo que encontrar una manera de hacerme con el gato de Paula — respondió Pedro con una mueca—. Ella solo había planeado irse unos cuantos días. No sé si alguien está cuidando a su gato.
—Yo me ocuparé de ello —respondió Gustavo con aire despreocupado—. Pasaré a dejar el gato más tarde. Es un trayecto corto en helicóptero. —Fue hasta la puerta a grandes zancadas y la abrió.
—¿Gustavo? —Pedro alzó la voz para que este pudiera oírlo desde el otro lado de la habitación.
—¿Sí?
—¿No quieres su dirección?
Gustavo sonrió con suficiencia.
—Le he hackeado el ordenador. Ya la tengo.
—¿Las llaves de su apartamento?
—Nunca he encontrado una cerradura que no pudiera forzar —le dijo Gustavo a Pedro con arrogancia—. Hasta luego. —Cerró la puerta tras de sí.
—Cabrón arrogante —refunfuñó Pedro mientras iba hacia la puerta por la que acaba de salir Gustavo y la cerró con llave, aunque en realidad estaba más enfadado consigo mismo que con Gustavo. De hecho, Colter le había ayudado a
alcanzar un objetivo: evitar que Paula se casara con otra persona, un hombre que, con toda probabilidad, no la quería en absoluto y tenía que haber pasado años viviendo a su costa si nunca había encontrado trabajo. Sus otros motivos estaban relacionados con este objetivo principal y eran igual de urgentes, pero puramente egoístas.
CAPITULO 8 (SEXTA HISTORIA)
Durante los meses siguientes, Pedro intentó darle una oportunidad a Paula para recuperarse de su relación con el perdedor de su novio, intentó ser paciente.
Por desgracia, parecía incapaz de dejar de enviarle un correo electrónico al menos una vez a la semana. Quería saber si estaba bien, y una parte secreta de sí mismo lo hacía por razones completamente egoístas: para recordarle que estaba esperando. Los correos que enviaba siempre eran iguales:
Solo quiero saber que estás bien.
P.
Las respuestas de Paula siempre eran de dos palabras.
Estoy bien.
P.
En enero, cuando le envió un email, estaba bien.
Durante el resto del invierno, cuando escribía, ella estaba bien. En primavera, respondió su pregunta de la misma manera: estaba bien.
Entonces, a principios de verano, Paula iba a casarse.
«¿Qué cojones…?».
Pedro estaba en Rocky Springs, Colorado, en una función benéfica cuando averiguó que Paula planeaba casarse con el mismo perdedor del que Pedro esperaba que se recuperase. Había hablado con su hermano, German, y se había enterado de la noticia por él. Paula nunca lo había mencionado. Sólo estaba bien, según sus respuestas semanales de dos palabras.
Nunca le había hecho saber que había vuelto con su ex novio, mucho menos que iban a casarse.
Por desgracia, la noticia no le sentó tan bien a Pedro.
«Me quedé lívido, joder, y ya he esperado bastante».
Por fin iba a llevarse a Paula a su cama y a expulsar al imbécil de su vida cuando lo hiciera; no se oponía a jugar sucio si eso era lo que hacía falta para conseguir su objetivo. Pedro no sabía a qué clase de humillación estaba sometiéndola ese tipo para que Paula accediera a casarse con él, pero el juego estaba a punto de terminar.
Desgraciadamente, aunque ya tenían planes de casarse con otro hombre, un tipo al que no le importaba una mierda, Pedro todavía la quería para sí. Y no iba a renunciar a ella hasta que estuviera bien y preparado para hacerlo y hasta que el imbécil que había en su vida estuviera completamente fuera de escena.
Por alguna razón, Paula estaba huyendo de lo que había ocurrido entre ellos, pero la atraparía, haría que admitiera que lo deseaba a él y que no amaba al hombre con el que iba a casarse. Si hubiera amado a otro hombre, nunca habría tenido relaciones con él durante las vacaciones.
Tal vez Paula pensara que Pedro no era más que un imbécil en la superficie, pero estaba a punto de averiguar lo imbécil que podía llegar a ser. Cuando se trataba de Paula, era perfectamente capaz de ser un cabrón despiadado para conseguirla y mantenerla alejada de alguien que le haría daño. Paula estaba a punto de ver una faceta diferente de Pedro. Así que, podría terminar odiándolo.
Era mejor a que terminara casada y desdichada, atada a una sanguijuela.
Él y Gustavo Colter, un tipo medio loco y muy acaudalado, antiguo miembro de las Fuerzas Especiales, tramaron un plan en Rocky Springs justo después de que Pedro averiguara que Paula iba a casarse. Era una intriga egoísta y codiciosa que cambiaría irreversiblemente su vida y la de Paula. Pedro no se lo pensó dos veces a la hora de llevarlo a la práctica con ayuda de Gustavo. Con la razón nublada por el enfado y la incredulidad, siguió adelante con Gustavo, con el único objetivo de separar a Paula de cualquier otro hombre excepto él.
Cualquier otro resultado era inaceptable, impensable.
Pedro ignoró la vocecita irritante que le decía que terminar con sus planes de boda no era la única razón por la que tomaba aquella estrategia en particular. En lugar de eso, puso en marcha el plan y finalmente levantó una barrera entre sí mismo y cualquiera de sus emociones después de tomar la decisión de llevar a cabo la solución propuesta por Gustavo, tal y como siempre había hecho en sus asuntos de negocios. Él y Paula tenían un asunto pendiente
y él estaba a punto de concluirlo —permanentemente y por completo
CAPITULO 7 (SEXTA HISTORIA)
«Se fue sin más. Ni una nota ni un adiós. Se fue como si nunca hubiera estado allí».
Pedro se sentó en un cómodo asiento de cuero en su avión privado y sacó el ordenador portátil, cabreado y enfadado porque se había despertado aquella mañana y Paula ya se había ido. No había oído una palabra de ninguno de sus hermanos, que se habrían puesto furiosos si hubieran visto su coche de alquiler en casa de Paula. Obviamente, ella no había permitido que lo vieran; probablemente anduvo hasta el final de su entrada de coches cuando la recogieron aquella mañana con el único fin de evitarlo.
El avión de Enzo ya había partido unas pocas horas antes de que Pedro despertara a mediodía. Él supo que Paula se había ido en el momento en que vio la hora y el espacio vacío a su lado. Enzo había mencionado que se iría hacia las diez y Pedro sabía que Paula iría en ese avión.
«¡Joder! Por lo menos podría haber dicho adiós».
Pedro sostuvo la llave que había encontrado sobre la mesa de la cocina entre el dedo pulgar y el índice, mirándola fijamente antes de dejarla caer en el bolsillo de su camisa abotonada. Si Paula había dejado la llave de su casa allí para él intencionadamente o no, no lo sabía. Pero la utilizó para cerrar la puerta antes de irse e iba a quedársela.
Le daría tiempo, pero él y Paula no habían terminado. Él no lo permitiría.
Ella podía correr… por ahora.
«No estoy preparada».
Sus palabras hicieron eco en su cabeza, una y otra vez. No había importado que no se acostase con ella. Simplemente la sensación de sus labios sobre su piel desnuda y su preciosa boca sobre su pene habían bastado para revolucionar su mundo. El simple hecho de estar con Paula había mitigado su soledad temporalmente, había curado la intranquilidad que lo acosaba desde hacía tanto tiempo. La pasada noche había sido una revelación para él.
Al recordar todas las relaciones sin sentido que había tenido durante los últimos ocho años, desde el momento en que volvió a verla en su graduación del instituto, ahora sabía una cosa con certeza: «Siempre he estado aguardando mi
momento, esperando a Paula».
Su enfado se esfumó, sustituido por preocupación al pensar en la noche anterior, en la mirada destrozada en el rostro de ella cuando le dijo que no estaba preparada. Habría jurado que vio un destello de preocupación, un momento de miedo en sus ojos. ¿Había imaginado cosas o realmente tenía miedo? Lo más probable era que estuviera imaginándoselo.
Paula había tenido novios antes, el más reciente durante varios años, un holgazán que no tenía trabajo y que evidentemente era un cabrón egoísta, a juzgar por la falta de experiencia sexual de Paula.
«Sólo se acostaba con ella y vivía a su costa».
Aquel pensamiento volvió loco a Pedro. Paula tenía un corazón enorme y no le gustaba la idea de que nadie se aprovechara de ella.
Sus dedos volaron sobre el teclado del ordenador portátil y accedió a su correo personal. Buscando, por fin encontró el correo electrónico que German les había enviado a todos cuando se prometió. Encontró su nombre en el grupo y empezó a escribir un mensaje con su dirección:
Necesito saber que llegaste a casa a salvo y que estás bien. Si no tengo noticias de ti, te encontraré.
P.
Apretó el botón «enviar» con más fuerza de la necesaria.
Su respuesta llegó aquella tarde, cuando Pedro estaba en casa, en su ático de Nueva York.
Reclinándose en la silla de escritorio de su despacho en casa, cerró los ojos. «Maldita sea».
Quería más información. Sí, quería saber que estaba a salvo, pero quería que dijera más, que le contara más, que le hiciera saber cómo se sentía.
«¡Mierda!». Empezaba a sonar como una mujer, deseoso de sonsacarle sus emociones hasta que hablara. Normalmente, evitaba las confrontaciones emocionales a toda costa. Era hijo único, así que no tenía hermanas que intentaran estrangularlo con mierdas emocionales. Y si una mujer empezaba siquiera a mostrar apego emocional, ponía fin a la relación. La mayor parte de las veces, no tenía que preocuparse por ello. Era cuidadoso, se atenía a mujeres que solo querían o necesitaban sexo sin ataduras y eso le había funcionado bien la mayor parte del tiempo.
«Estoy perdiendo la cabeza».
Paula Chaves vendría con toda clase de ataduras y ella ya había atado algunas para asegurarlas a él. Por extraño que pareciera, no le importaba una mierda. El sexo informal iba a ser cosa del pasado. Lo había arruinado. Y si tenía que esperar… esperaría. Demonios, ya había esperado ocho años a que creciera. Ahora desearía no haber esperado tanto tiempo.
«Es mía. Siempre ha sido mía».
Tarde o temprano, atraparía a Paula Chaves y se quedaría con ella hasta que ambos hubieran tenido bastante sexo como para sacarse del sistema el uno del otro. Era la única manera que se le ocurría de recobrar la cordura.
«Tal vez entonces sea capaz de concentrarme. Tal vez la inquietud y la soledad desaparezcan si me acuesto con Paula tantas veces como ambos queramos».
Borró su correo electrónico y sacó sus documentos de trabajo, con esperanza ferviente de no tener que esperar demasiado tiempo
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