miércoles, 12 de septiembre de 2018

CAPITULO 11 (SEPTIMA HISTORIA)




Muy poco sorprendía ya a Pedro Alfonso, pero la revelación de Paula más temprano aquel día de que había perdido a sus padres en el peor atentado terrorista en suelo estadounidense lo había dejado pasmado. Su familia se había desgarrado cuando perdieron a su padre. 


Sólo podía imaginar el dolor que debía de haber sufrido Paula cuando perdió a sus dos padres al mismo tiempo. Toda la familia de Pedro había llorado a su padre durante años, pero tenían a su madre para hacer que mantuvieran los pies en la tierra. Ella había mantenido sus vidas lo más normales que pudo. Paula se había visto desplazada y perdió a sus dos seres más queridos en un suceso impactante que había sacudido a todo el país.


Había perdido su hogar y todo lo normal que había en su vida junto con sus padres.


—Mierda —susurró con vehemencia para sí mismo. Aquellos hechos sobre su vida no estaban en la información que había recabado sobre ella, pero tampoco había estado buscando su parentesco. Había estado buscando información actual sobre ella y sobre lo que estaba haciendo en Rocky Springs.


Paula quería volver al resort, pero Pedro se negó. Claro que podía volver al resort si quería, aunque técnicamente las carreteras estaban intransitables para coches y camiones hasta que fueran limpiadas. Ya habían caído más de treinta centímetros de nieve y en muchas zonas había ventisqueros aún más altos debido a los fuertes vientos. Y seguían cayendo copos. Para cuando aquella tormenta hubiera terminado, se habría acumulado más de un metro de nieve virgen.


Pedro le había dicho a Paula que estaban atrapados hasta que limpiaran las carreteras y que después de la tormenta podía llevarla de vuelta al resort sin riesgo. No le dijo que tenía un Jeep quitanieves enorme en el garaje adicional.


Antes, cuando la trajo de vuelta a su casa, su motivación estaba clara: llevársela a la cama para poder poner fin a esa preocupación creciente por acostarse con ella hasta quitarle el sentido y después averiguar todos sus secretos.


Ahora, ya no estaba totalmente seguro de cuál era su objetivo exactamente.


Sí, todavía quería acostarse con ella más de lo que había deseado a ninguna mujer en toda su vida. Pero todo acerca de ella empezaba a gustarle, lo volvía loco e hizo que su obsesión con ella se disparase.


Se apartó de su puesto junto a la ventana pintoresca. «¿Está desnuda ahora mismo?». A ella le gustaba comer, así que había cocinado una cantidad ingente de comida para los dos y habían guardado una buena cena antes de que Pedro le mostrara sus aguas termales privadas. 


Probablemente su muslo seguía dolorido,
así que le había ofrecido darse un baño en las aguas termales. Ahora desearía haber sugerido que compartieran el baño. «Se habría negado».


—¡Joder! —Pedro enganchó la correa de Shep a su collar y salió. El cachorro lo miró con ojos marrones tristes que le recordaban a los de Paula. «Joder, ahora mismo casi cualquier cosa me recuerda a ella». Se agachó y acarició al perro—. No voy a abandonarte, chico. Simplemente preferiría que no hicieras tus cosas en la casa—. Pedro sabía que el cachorro todavía tenía miedo al abandono, pero él no iba a irse a ninguna parte. Cuando decidía asumir una responsabilidad, se la tomaba en serio. «¿Qué clase de imbécil podría dejar tirado un animalito pequeño e indefenso junto a la carretera, a sabiendo de que probablemente moriría?».


Se encendieron las luces automáticas con sensor de movimiento delante de la casa, pero no ayudaron demasiado. La ventisca seguía bramando y la visibilidad era muy mala. Urgió al cachorrillo hacia el lindero del bosque. Había salido sin abrigo, con la esperanza de poder enfriar su cuerpo ardiente y de que la erección
siempre presente que lucía cada vez que pensaba en Paula o que la veía bajara finalmente.


Pedro tenía frío para cuando Shep vació la vejiga, pero seguía teniendo el pene duro. Era casi imposible sacarse de la cabeza la imagen de Paula descansando desnuda en su baño privado de aguas termales, tan jodidamente cerca de él que casi podía tocarla.


—Vamos, amigo —instó al cachorro, enfadado consigo mismo por estar tan preocupado por una mujer. Shep daba saltitos alegremente frente a él, ansioso por volver a un ambiente cálido.


Pedro se quitó las botas en el porche cubierto. 


Volvió a entrar en la casa y le quitó la correa a Shep antes de colgar la soga en un perchero junto a la puerta y darle una palmadita al perro.


—Buen chico. —No sabía mucho acerca de adiestrar a un cachorro, pero esperaba que un pequeño elogio contribuyera a evitar que Shep le encharcara el suelo.


Pedro deambuló por la casa y se detuvo junto a la puerta cerrada que conducía a las aguas termales. «¿Sigue ahí Paula? ¿Está tardando más de lo normal o solo me lo parece por mi imaginación hiperactiva y por mi obsesión por ella?».


Llevaba un rato ahí dentro, desde después de cenar.


—Paula —llamó a través de la puerta, casi seguro de que no lo oiría. Entre ellos había una puerta corredera y un camino de piedra hasta las piscinas cubiertas. Giró el picaporte y empujó la puerta, que se abrió de par en par. «No cerró la puerta».


Sintiéndose culpable y a la vez eufórico de que confiara lo suficiente en él como para dejar la puerta abierta, cruzó la puerta sin hacer ruido y salió al camino que conducía a las piscinas rocosas de aguas termales. Se quedó sin aliento al doblar la esquina.




CAPITULO 10 (SEPTIMA HISTORIA)



Pedro fue a echar el trapo a lavar después de encender la chimenea de gas y volvió unos minutos después con tazas de chocolate caliente y una manta. Le envolvió el cuerpo con la manta y le dio una de las tazas humeantes antes de dejarse caer al otro lado del sofá.


—¿Te importaría explicarme qué demonios te ha poseído para quedarte fuera cuando sabías que se acercaba una tormenta y además de eso a dejar la pista de motos de nieve? Las ventiscas en Colorado no son ninguna broma. Hablé con Chloe. Dijo que te advirtió de que venía tormenta —refunfuñó Pedro. Sus ojos grises la examinaban con cautela mientras daba un trago de su propia taza.


—Me… me perdí —mintió con tristeza. No quería engañar precisamente al hombre que había salido a recogerla con una tormenta tan feroz, pero no tenía elección—. ¿Estaba preocupada Chloe? ¿Te mandó a buscarme?


Él asintió y le dedicó un gesto molesto.


—Lo siento. Ha sido una estupidez.


Pedro volvió a asentir, la mirada aguda y evaluadora.


«Genial. Ahora piensa que soy una idiota, una rubia tonta que no es lo bastante lista como para evitar una ventisca que se acercaba. Sinceramente, no puedo culparlo por pensar lo que está pensando ahora mismo, pero no me gusta», pensó Paula.


Por extraño que pareciera, en realidad ahora le importaba lo que Pedro pensara de ella. Había arriesgado su propia vida para salir a salvarla. Estaba enojado, y con razón. De pronto Paula se encontró a sí misma echando de menos su habitual sonrisa con hoyuelos y su actitud arrogante. En ese momento, parecía oscuro e intenso, más serio de lo que lo había visto hasta entonces, y esa expresión feroz hizo que se sintiera avergonzada.


—¿Por qué lo hiciste? ¿Qué estabas buscando, Paula? Dejaste la pista y no me creo que estuvieras totalmente perdida. —La miró a los ojos; su mirada penetrante penetró su alma.


Ella abrió la boca y la cerró de nuevo, no muy segura de qué decirle. «No quiero mentirle». Un pequeño ladrido la salvó de tener que decir nada cuando el cachorro de pastor alemán más lindo que Paula había visto entró correteando en el salón y evitó que ella tuviera que hablar.


Ella sonrió cuando la criatura diminuta se detuvo a los pies de Pedro contoneándose de emoción. Paula observó cómo levantaba al pequeño can con una ternura que hizo que le diera un vuelco el corazón.


—¿Quién es?


Pedro rascó el cuerpecito del cachorro.


—Se llama Shep.


—Como el perro fiel de Fort Benton. No es un nombre muy único, Alfonso — lo reprendió en voz baja—. ¿Es tuyo?


—No lo planeé exactamente —gruñó Pedro, pero siguió rascando el cuerpo tembloroso del cachorro—. Alguien lo dejó tirado en la autopista. Probablemente un regalo de Navidad que alguien decidió que no quería que le mordiera los muebles. Chloe me convenció para que me lo quedara —Se encogió de hombros—. Joder, supuse que podía cuidar de él mejor que sus dueños anteriores.


Obviamente cuidaba muy bien de la bolita de pelo, y a Paula le resultaba evidente que Pedro ya quería al cachorro, independientemente de lo mucho que refunfuñara por adoptar al perrito.


—Parece que apenas es lo bastante grande para ser destetado —observó pensativa.


—Chloe dice que tiene unas diez o doce semanas.


Paula se puso al cachorro en su regazo cuando Shep cayó de los muslos de Pedro y se arrastró entusiasmado hacia ella.


—Es adorable. —Se acurrucó al perrito contra el pecho y acarició el pelaje sedoso mientras el cachorro le lamía la mandíbula—. ¿Cómo puede ser nadie tan cruel? Podría haber muerto de frío. Es muy pequeño y no tiene reservas para sobrevivir mucho tiempo a la intemperie.


—Estuvo a punto de congelarse. Tenía mucho frío cuando lo recogí. Me alegro de que Chloe estuviera aquí para cuidar de él. También era bastante probable que lo atropellara un coche. La autopista tiene mucho tráfico en invierno con la temporada de esquí —contestó Pedro.


Era muy difícil que no le gustara un hombre que rescataba cachorritos —y damiselas— en apuros. Tal vez Pedro no estuviera muy contento con ella en ese momento, pero la había salvado de todas maneras. Paula levantó la vista y le
sonrió, y el le devolvió una sonrisa cuando Shep clavó los dientes en su suéter y empezó a tirar. 


Ella rio alegremente y liberó de su prenda a la bola de pelo negra y canela—. Le gusta mordisquear.


—Va a ser muy travieso —coincidió Pedro, que no sonaba intimidado en lo más mínimo.


—Me recuerda mucho a Chief cuando era un cachorro. Me lo regalaron cuando cumplí diez años. También era un pastor alemán y su pelaje era parecido. Chief fue mi compañero constante durante años. —Paula suspiró. «Joder». Incluso ahora, seguía añorando a su compañero perruno. 


—¿Qué le pasó? —preguntó Pedro con curiosidad.


Shep empezó a dar saltitos intentando investigar qué había en la taza de Paula, y ella se echó a reír ante sus payasadas, recordando de pronto lo divertido que podía ser un cachorro.


—Nada de chocolate para ti, cachorrito. No es bueno para ti. —Sostuvo la taza medio vacía en alto. Miró a Pedro y respondió dubitativa—. Tuve que darlo en adopción. Mis padres murieron cuando tenía dieciséis años. Tuve que mudarme con mi tía, y mi tío odiaba a los perros—. Acarició al perrito en su regazo mientras se terminaba el chocolate caliente y dejaba la taza
cuidadosamente en un posavasos en la mesita. Su tío odiaba todo y a todos, incluida su esposa.


—Dios, Paula. ¿Tus padres murieron a la vez? ¿Qué pasó?


Ahora, incluso un poco más de trece años después de aquel día horrendo, a Paula le costaba hablar de la muerte de sus padres.


—Fueron asesinados.


—Cuéntamelo. ¿Cómo? —La voz de Pedro era tierna y compasiva.


Paula se encontró con sus ojos mientras acurrucaba a Shep en busca de consuelo.


—Los dos murieron el 11 de septiembre de 2001. —Instintivamente, supo que Pedro lo relacionaría y no tendría que decir nada más.


El rostro de Pedro se convirtió en una expresión de asombro.


—¿Ambos murieron en el ataque al World Trade Center?


Paula asintió lentamente, los ojos húmedos de llanto.


—Torre Sur. No tenían ninguna oportunidad. Mi padre era abogado. Tenía negocios en Nueva York, y Mamá había ido con él porque su aniversario de boda era el 12 de septiembre. Querían celebrarlo en la ciudad de Nueva York. Aquel día ella fue con él al World Trade Center. Mamá le había dicho a mi tía esa mañana que mi padre sólo necesitaba hacer una parada rápida y que luego iba a llevarla a desayunar. Simplemente estaban en el lugar equivocado en el momento equivocado. —¿Cuántas veces había pensado eso Paula? No era como si su padre hubiera ido allí todos los días. 


Si tan solo sus padres hubieran ido el día anterior.


Si tan solo su padre no fuera tan madrugador y hubieran planeado ir más tarde.


Si tan solo…


—Lo siento muchísimo, Paula —carraspeó Pedro mientras se movía hasta estar junto a ella, le rodeaba los hombros y dejaba a Shep en el suelo suavemente.


Estrechó entre sus brazos el cuerpo de Paula, que no se resistió, y acunó su cabeza contra el pecho. Ella dejó que lo hiciera. Qué gusto daba sentir una conexión humana otra vez, dejar que la reconfortara, aunque no debería.


—Todavía los echo de menos. —Aquel día fatídico quedaría grabado a fuego en su mente para siempre.


—Lo sé. Yo también echo en falta a mi padre a veces, aunque cada vez me resulta más difícil recordarlo.


—¿Qué pasó? —Paula sabía que el padre de Pedro había muerto hacía años, pero no conocía la causa exacta.


—Por extraño que parezca, él también murió en un atentado, pero no ocurrió en EE. UU. En un viaje a Oriente Medio a mediados de los años noventa, estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado, igual que tus padres. Murió cuando explotó un coche bomba. No era su coche. Sólo dio la casualidad de que estaba justo al lado del coche cuando detonó la bomba. Más tarde los terroristas reivindicaron la autoría, felices de haber matado a un estadounidense —gruñó Pedro en su cabello—. Cabrones.


A Paula se le abrieron los ojos como platos por la sorpresa. La coincidencia de que ambos hubieran perdido a un ser querido en un atentado terrorista era bastante extraña, pero el hecho de que algo así le hubiera ocurrido a Marcos resultaba aún más raro.


La cabeza le daba vueltas al comprender todas las implicaciones de lo que acababa de relatarle Pedro. Por la tristeza en la voz de Pedro se dio cuenta de que aún lamentaba la muerte de su padre. ¿Y Marcos? Si así era, las cosas eran aún más extrañas y desconcertantes de lo que Pedro podía imaginar siquiera.


Se aferró a él y se abrazó a su cuello mientras él la mecía suavemente, sintiendo asco y remordimientos al pensar que aquel hombre alocado, engreído y arrogante, pero bueno, se quedaría aún más destrozado cuando descubriera la verdad.

CAPITULO 9 (SEPTIMA HISTORIA)





Unas horas después, Paula averiguó que el reto de conducir la moto nieve en terreno montañoso no era un problema. Era desconocido, la falta de conocimiento de la zona lo que hizo que encontrase su trasero en la nieve.


Aunque no estaba conduciendo muy rápido, el pino salió de ninguna parte cuando subió una pendiente y se chocó con el tronco del enorme obstáculo.


—¡Joder! —se puso en pie, molesta consigo misma por inutilizar su único medio de transporte en aquel momento. Al chocar, uno de los patines en la parte delantera de la moto de nieve se había roto y solo se había desviado del camino un kilómetro y medio atrás aproximadamente, lo cual significaba que seguía a varios kilómetros de la casa de Marcos Alfonso—. Mierda. Mierda. Mierda — farfulló enojada mientras miraba fijamente el esquí, que no tenía arreglo—. Supongo que voy a ir andando.


La velocidad del viento había aumentado y la visibilidad empezaba a apestar, que era una de las razones por las que no había sido lo bastante rápida para esquivar el árbol. Ahora nevaba con fuerza y ya casi se le hundían las botas en la nieve hasta las rodillas puesto que se había salido del camino.


«¿Intento volver al camino o sigo hasta que encuentre la casa de Marcos?», se preguntó.


Quitándose el casco, dio un paso hacia la moto de nieve de la que había salido disparada hacía tan solo unos minutos. El músculo de su muslo derecho protestó; ella hizo una mueca de dolor. También pero extendido la pierna cuando la extremidad quedó atrapada en la moto de nieve y se estiró demasiado antes de salir despedida del vehículo. Mientras se frotaba el músculo grande y dolorido sin encontrar alivio, Paula supo que la opción más segura era volver a la pista antes de que estuviera cubierta de nieve para poder encontrar el camino de vuelta al resort.


Metió la mano en el bolsillo con cremallera de su abrigo y sacó su teléfono móvil.


—Por supuesto. No hay cobertura —farfulló entre dientes mientras se metía el teléfono en el bolsillo con torpeza. Si Esta zona sin cobertura, mejoraría a medida que se acercase a la cabaña. Si el mal tiempo había provocado un apagón, estaba jodida.


Deseando con todas sus fuerzas no haberse detenido en la tienda de deportes cercana al resort de camino a la pista, volvió cojeando hacia la ruta marcada por la moto de nieve. 


Tenía un gorro, una bufanda y guantes de nieve, pero iban a servirle de mucho esas prendas ahora que estaba atrapada en una tormenta de nieve. Estaría mejor si hubiera salido de inmediato en lugar de detenerse a comprar ropa más caliente y después a hacer una llamada a su jefe. Esas dos cosas le habían hecho perder el tiempo, hora y media que habría sido muy valiosa teniendo en cuenta que la tormenta invernal acababa de comenzar. A esas alturas podría estar en casa de Marcos Alfonso.


Con la bufanda sobre el rostro para protegerlo del viento y de la nieve brutales, Paula se abrió camino con dificultad hacia la zona donde había dejado la pista, deteniéndose demasiado a menudo porque la pierna estaba matándola.


«Sigue adelante. Tú sigue moviéndote», se dijo. 


Hacía demasiado frío como para bajar el ritmo y ya casi le resultaba imposible ver nada. Los puntos de referencia en los que se había fijado mientras conducía ya no eran visibles.


Volvió a ponerse el casco, esperando ver mejor con el visor protegiéndole los ojos, pero no fue de gran ayuda.


La nieve lo cubría todo. Paula estaba atrapada y dejó de intentar orientarse.


Negándose a que cundiera el pánico, se apoyó contra un árbol y miró con ojos entrecerrados el torbellino blanco que le bloqueaba la vista. Fue entonces cuando le pareció oír el sonido de un motor mezclándose con los aullidos del viento.


«Estoy oyendo cosas. Nadie más va a estar fuera con este tiempo».


Pero el sonido se volvió más fuerte, se acercaba, y Paula agitó los brazos con la esperanza de que la viera quien estuviera tan loco como para estar ahí fuera.


Por suerte, llevaba principalmente ropa negra para la nieve. Debería resaltar sobre el fondo cubierto de blanco.


Alguien la vio y Paula se quedó estupefacta cuando una potente moto de nieve negra se detuvo justo a su lado. La persona que pilotaba el vehículo era grande, probablemente un hombre, pero no podía distinguir sus rasgos. Lo único que veía eran su casco y las gafas de esquí que protegían sus ojos.


—Paula, sube detrás, joder. Ahora.


El misterio de quién estaba fuera con aquella tormenta se resolvió cuando oyó el bramido masculino de enfado de Pedro Alfonso, su voz lo bastante alta como para que la oyera por encima de la fuerza brutal del lamento del viento.


Paula no dudó en admitir su alivio cuando giró la pierna por encima de la potente máquina y se abrazó con cautela al potente cuerpo en la moto de nieve.


No importaba que la irritase. Se sentía agradecida de ver a alguien en un vehículo que funcionase en ese momento.


—Agárrate fuerte —gruñó lo bastante alto como para que ella lo oyera.


Al final, no le quedó más remedio que agarrarse a él ni tuvo la oportunidad de buscar asideros para pasajeros donde sujetarse en lugar de aferrarse a Pedro. Él salió despavorido en el momento en que Paula se sentó y sus pies estaban en posición. La moto de nieve que conducía era mucho más potente que la que había alquilado ella. Paula se aferró a Pedro; se le aceleró el corazón mientras se
preguntaba si el tipo deseaba morir y llevársela a ella consigo. Voló en la ventisca a velocidades vertiginosas que quizás habrían resultado vigorizadoras de no haber estado aterrorizada.


¿Cómo veía por dónde iba? Lo único que veía Paula era blanco puro por todas partes y al final agachó la cabeza detrás de Pedro y la bajó a su espalda para bloquear el viento, incapaz de hacer nada excepto confiar en él y mantenerse aferrada a su cintura. Intentó no dificultar su conducción. Trató de inclinarse con
él cuando era necesario, pero era casi imposible anticipar sus movimientos hasta que ya los había hecho. Sus acciones, veloces como un rayo sobre la poderosa máquina, ya habían terminado antes de que ella pudiera reaccionar siquiera.


Pasados los primeros minutos, el corazón le latía más lentamente y su respiración errática empezó a normalizarse cuando se percató de que Pedro parecía saber exactamente lo que estaba haciendo.


«Si no estamos muertos todavía, obviamente sabe lo que hace».


Estaban rodeados de árboles y subieron y bajaron pendientes volando sin contratiempos. Pedro manejó el recorrido como si ya lo hubiera hecho mil veces antes. 


Paula seguía pensando que estaba loco por circular tan rápido en condiciones adversas, pero evidentemente se sentía cómodo con ello,
completamente familiarizado con el terreno.


Paula se estremeció, el cuerpo medio congelado por la intensidad de los vientos fríos.


Se quedó sin aliento cuando los esquís de la moto de nieve se levantaron del suelo y sobrevolaron una estrecha zanja. Finalmente, exhaló cuando aterrizaron hábilmente y con sorprendente ligereza al otro lado. Volaron cuesta abajo por lo que parecía la milésima vez y Pedro giró la máquina y entró en lo que probablemente era una carretera, un tramo plano de tierra que no estaba tan cubierto de nieve. Pisó el acelerador a fondo y llevó la moto de nieve a toda velocidad mientras avanzaban por el espacio llano y abierto, desprovisto de árboles.


Paula ni siquiera vio la casa hasta que estuvieron casi encima. Pedro disminuyó la velocidad y se detuvo frente a una gran casa de madera.


—Ve adentro y entra en calor. La puerta delantera está abierta. Tengo que colgar el trineo. —Su voz era fuerte y no admitía réplicas.


Paula no discutió. Bajó de la parte trasera de la moto, colgándose a Pedro para compensar la pierna coja. Cuando llegó a la puerta tambaleándose, lo vio desaparecer en la niebla blanca casi de inmediato.


Giró el picaporte de la bonita puerta delantera y este cedió fácilmente. Entró al precioso suelo del recibidor y se quitó la ropa de nieve tan rápido como pudo.


Paula frunció el ceño; desearía haber entrado en un lavadero donde pudiera dejar la ropa de nieve. Después de recoger sus botas mojadas, calcetines, pantalones de nieve, abrigo y otras prendas de invierno empapadas, giró bruscamente hacia lo que parecía una cocina y, de camino, pasó junto a un salón rústico encantador con paredes y estanterías decoradas con antiguo material antiincendios. Con los brazos llenos ropa empapada, no tuvo tiempo de admirar la cocina, aunque decididamente era grande y parecía el sueño de cualquier cocinero. Aliviada, localizó el lavadero donde dejar las botas mojadas a la entrada del garaje, junto a la cocina. Colgó sus cosas mojadas en el perchero de la pared y buscó un trapo en la cocina. La casa era preciosa y no quería dejar agua en los bonitos suelos de madera. Tal vez fuera una casa de madera, pero más bien se trataba de una mansión que de una pequeña en el bosque. 


Todo estaba hecho a medida y la atención al detalle en la construcción resultaba evidente en cada viga de madera que adornaba el techo sobre los lujosos suelos de madera. La manera en que el constructor había conseguido dar a la casa una sensación rústica pero elegante.


Paula estaba limpiando los charcos en el suelo junto a la puerta cuando Pedro entró en la casa, preocupada de que el agua pudiera dañar el suelo.


—¿Qué demonios estás haciendo? —Habló con voz grave que reverberaba con lo que parecía ira.


—Estoy limpiando el agua del suelo. Mis cosas estaban empapadas.


—Déjalo.


Paula terminó la tarea rápidamente y se puso en pie, pero hizo una mueca por su muslo dolorido.


—¿Te has hecho daño? —La voz de Pedro se volvió amable y preocupada.


—Estoy bien, aunque choqué contra un árbol con la moto de nieve del resort. He roto uno de los patines. Lo siento. —Anduvo hasta el lavadero para dejar el trapo.


—He dicho que lo dejes. —Le quitó el trapo de la mano, la condujo hasta el sofá del salón y gesticuló para que se sentara—. Haré que alguien vaya a recoger la moto de nieve cuando se despeje el tiempo. No es nada grave.


Paula se sentó y suspiró cuando la pierna se liberó del peso de su cuerpo, permitiendo que el músculo del muslo se relajase por fin.