lunes, 3 de septiembre de 2018
CAPITULO 35 (SEXTA HISTORIA)
Paula rebuscó en su bolso, hizo caso omiso de la tarjeta de crédito que Pedro le había dado antes de dejarla en su expedición de compras en la ciudad de Rocky Springs y, en lugar de esta, sacó su propia tarjeta. Se la entregó al amistoso hombre mayor tras el mostrador, contenta de haber encontrado casi todo lo que quería y más.
La tienda de artículos deportivos tenía una amplia variedad de material de senderismo, ropa y otros artículos que quería comprar. Pedro le había entregado dubitativo las llaves de su coche de alquiler, como si pensara que fuera a escaparse.
«Como si de verdad fuera a dejar a un hombre que me proporciona los orgasmos más increíbles que he experimentado nunca».
Quería más, mucho más, y había compartido con él ese pequeño secreto al quitarle las llaves, lo cual fue premiado con una sonrisa de esas que derriten el corazón y un beso que quitaba el aliento antes de salir de la casa de invitados.
Después de firmar la compra, la llevó al coche, abrió el maletero apretando un botón y la guardó en lugar seguro, en el espacioso maletero del todoterreno negro. Cuando el portón empezó a cerrarse, sonrió con superioridad al percatarse de que aunque el Escalade era un coche más caro que el suyo, probablemente era el automóvil más barato que Pedro había conducido nunca. En aquella zona había muy poca necesidad de coches deportivos caros, y probablemente era lo único disponible en la pequeña ciudad.
A Pedro siempre le habían gustado los coches de alto rendimiento y uno de sus pasatiempos cuando era adolescente era restaurar coches deportivos clásicos. Se preguntaba si seguía haciéndolo o si había dejado el pasatiempo porque podía permitirse cualquier coche que quisiera completamente restaurado.
Paula se detuvo, miró a ambos lados de la calle y sonrió al divisar una fábrica de chocolate gourmet. Esa tendría que ser su última parada o el chocolate se derretiría antes de que volviera con Pedro.
Rocky Springs era una encantadora ciudad de montaña que le recordaba a varias otras ciudades pequeñas y pueblos de Colorado. La zona del centro, la calle principal, era una colección de tiendas útiles y eclécticas, principalmente pequeños negocios y tiendas de especialidades.
Al no ver lo que quería, entrecerró los ojos hacia la luz, intentando ver lo que había al otro lado de la calle.
—Pareces perdida —dijo afablemente una voz femenina y amistosa.
Paula volvió la cabeza para mirar a la mujer, una bonita morena con el pelo negro como el carbón que le caía en una cortina larga y lisa por los hombros y la espalda. Los labios color carmesí de la mujer estaban curvados en una sonrisa, sus ojos ocultos tras unas gafas de sol que resplandecían bastante con diamantes de imitación. Quienquiera que fuera, era de una belleza exótica, incluso vestida con una sencilla camiseta roja de algodón y unos pantalones, parecidos al atuendo que se había puesto Paula antes de salir de la casa de invitados.
Paula le devolvió la sonrisa.
—Estoy de visita. Me hospedo en el resort y mi… —Dudó antes de proseguir—. Mi marido quiere llevarme a cenar. No tengo vestido. Estaba buscando una tienda de ropa de señora.
—¿Te hospedas con nosotros? —La sonrisa de la mujer se ensanchó—. Soy Chloe Colter. Vivo en el resort. —Le ofreció la mano de buena gana.
Paula se la estrechó.
—Paula Chaves—respondió automáticamente. Al apartar la mano, estudió a la mujer socarronamente—. Tú eres la hermana de Gustavo. —La preciosa mujer menuda no se parecía en nada a Gustavo Colter.
La mujer se quitó las gafas de sol.
—Lo único que compartimos son los ojos de los Colter —respondió Chloe con una risita al revelar los mismos ojos grises ahumados de largas pestañas que Gustavo—. Y ahora tú eres Paula Alfonso, entiendo. Felicidades por tu boda. Gustavo pasó ayer por casa y nos contó a Mamá y a mí que Pedro Alfonso se había casado y que se hospedaba aquí. Las dos nos moríamos por conocerte.
«Realmente soy Paula Alfonso. Al menos durante un tiempo». Seguía estupefacta al oírse llamar por su apellido de casada y ni siquiera se le había ocurrido presentarse con el apellido de Pedro.
Mientras se recuperaba después de reconocerlo, se percató de que mirar a Chloe a los ojos era como mirar a Gustavo.
—Tenéis los ojos exactamente iguales —contestó Paula, sorprendida.
—Los cinco tenemos los mismos ojos —respondió Chloe—. De hecho, Gustavo es el hermano rubio raro, en más de un sentido. El resto de mis hermanos tienen todos el pelo oscuro, como yo. Él se parece a mi difunto padre. El resto de nosotros nos parecemos a Mamá. —Chloe volvió a ponerse las gafas de sol y señaló al otro lado de la calle—. Hay una tienda muy agradable cruzando la calle, a la izquierda, unas manzanas más abajo. Te acompaño. —Al volverse, volvió la cabeza de inmediato—. ¡Santo Dios! Tu anillo es imponente.
Paula sostuvo en alto la mano izquierda.
—Lo es —reconoció—. Pedro tiene un gusto exquisito. —Se sintió un poco avergonzada al recordarse a sí misma que no lo llevaría por mucho tiempo, pero dejó que Chloe tomara su mano. La mujer la giró en distintos ángulos para admirar el diamante.
Chloe resopló.
—Obviamente. Y ya sabemos que tiene fondos interminables. Pero ha hecho una elección fenomenal. Es imponente sin ser demasiado llamativo. Estoy prometida, así que miré muchos anillos.
Los ojos de Paula miraron automáticamente la mano izquierda de Chloe. Se percató de que estaba desprovista de anillo.
—¿Todavía no te has decidido?
Chloe suspiró. Dejó caer la mano de Paula y le hizo un gesto para que caminase con ella—. Javier quiere esperar para comprar un anillo.
Una risa sorprendida se escapó de los labios de Paula.
—¿Tu prometido se llama Javier?
—Sí.
—Yo tuve un prometido que se llamaba Javier. —Paula no pudo evitar reír mientras las dos mujeres cruzaban la calle. El sol de Colorado caía de lleno sobre ellas mientras se apuraban a cruzar la calle durante una interrupción en el tráfico. Paula se detuvo al llegar bajo la sombra del toldo sobre las tiendas al otro lado de la calle.
—¿Por qué te ríes? Obviamente habéis roto —preguntó Chloe con curiosidad.
Paula sacudió la cabeza mientras caminaban tranquilamente por la acera pavimentada.
—Es una larga historia —le dijo a Chloe, la voz salpicada de humor.
—Cuéntamela —insistió Chloe.
Al mirar a la mujer junto a ella, a Paula se le aligeró el corazón. Sentaba bien estar en compañía de otra mujer que realmente conocía su identidad.
Aparte de David, nunca había tenido amigos realmente, por pura necesidad.
Era difícil unirse a las personas cuando no podías hablarles mucho de tu vida.
Estaba sola y tranquila en Aspen. Ni siquiera sus vecinos sabían quién era de verdad, y había sido una existencia muy aislada y solitaria.
Inspirando hondo, le contó a Chloe la historia de su falso prometido, pero solo reveló la parte de querer evitar que sus hermanos se entrometieran en su vida. La otra mujer se detuvo ocasionalmente, casi doblada de la risa, y se compadeció de que perteneciera a una familia rica y de tener hermanos sobreprotectores.
Para cuando su excursión de compras terminó, Paula se sentía como si hubiera hecho una nueva amiga, y aquello sentaba increíblemente bien.
CAPITULO 34 (SEXTA HISTORIA)
Sus cabezas descansaban sobre la misma almohada y sus ojos se enredaron mientras se miraban fijamente el uno al otro. Paula suspiró; su mano libre le acarició un fuerte hombro hasta llegar a descansar perezosamente sobre su cadera. Tal vez Pedro se sintiera así en ese preciso instante, pero tarde o temprano se saciaría de ella y, a cambio, ella sería libre por fin de todos los fantasmas de su pasado.
—Te agotarás tarde o temprano —bromeó ella.
Un sonido grave y vibrante arrancó desde su garganta.
—No cuentes con ello, cariño.
La amenaza sensual y la mirada ardiente en sus ojos hizo que el corazón le diera saltitos. El gesto de Pedro era intenso, casi salvaje, cuando clavó su mirada sobre ella.
—Es posible que tarde un tiempo en acostumbrarme —coincidió ella. Su cuerpo ya se avivaba por tenerlo de nuevo en su interior—. Probablemente tengo mucho que aprender.
—Muchísimo —admitió él—. Podría llevar mucho tiempo —dijo con voz grave como si le pidiera «fóllame otra vez». Una sonrisa pícara y sensual se formó en sus labios.
—Tenemos dos semanas —le recordó ella.
Pedro se mantuvo en silencio mientras su mirada líquida buscaba en el rostro de ella.
—No lo suficiente.
—Ese es el trato —le recordó ella alegremente. Sus dedos le acariciaron los músculos duros de la cadera y hasta el torso inconscientemente y con codicia.
—No me presiones, mujer. —Le dio una firme palmada en el trasero—. Si lo haces, hoy no verás la luz del sol —le advirtió en tono peligroso.
Paula quería decirle que no le importaría, pero interrumpió sus pensamientos pecaminosos.
—Acabarías tan dolorida que no podrías moverte —le advirtió él con tristeza.
Probablemente tenía razón, pero Paula no quería admitirlo.
—Necesito darme una ducha. —Se volvió hacia él después de incorporarse —. ¿Planeas quedarte en la cama todo el día?
—No si tú no estás aquí —respondió gruñón—. No sería tan divertido. Preferiría seguirte a la ducha.
—Pensaba que habías dicho que teníamos que ir despacio —respondió ella descaradamente al levantarse y lanzarle una mirada traviesa por encima del hombro.
—Aun así puedo mirar —respondió Pedro con aspereza. Sus ojos recorrieron su figura de arriba abajo con un deseo desnudo evidente.
«Dios, hace que me sienta como una diosa».
No recordaba haberse sentido tan deseable nunca, y sus caderas se contonearon un poco más cuando entró a paso lento en el cuarto de baño.
Con un gruñido grave, Pedro la siguió de cerca.
CAPITULO 33 (SEXTA HISTORIA)
Paula observaba y casi se le caía la baba mientras Pedro se quitaba la camisa levantándosela por el cuerpo y por encima de la cabeza. Todos los músculos del torso se flexionaron con la acción antes de que dejara caer la prenda al suelo.
Dedos ágiles se dirigieron a la solapa de sus pantalones y desabrochó los botones uno a uno. Su mirada salvaje y tumultuosa no abandonó el rostro de Paula ni un momento.
Ella tragó saliva cuando Pedro se quitó los pantalones y los calzoncillos.
Yacían en el suelo y él se paró delante de Paula, desnudo, hermoso. Se metió en la cama y empujó las sábanas y el edredón hasta los pies de la cama. Cruzó las manos detrás de la cabeza y siguió con su mirada ardiente.
—Me tienes. Ahora, ¿qué vas hacer conmigo?
«Ay, Dios. Jesusito de mi vida». Paula nunca había visto nada como Pedro, todo piel dorada y pelo revuelto que decía «fóllame», tumbado en la cama, esperándola.
«Ya he tenido relaciones íntimas con él antes. No tengo por qué estar nerviosa».
Habían estado juntos, se habían besado en los labios y en otras partes del cuerpo antes, pero aun así, Paula se mordisqueó el labio inferior con nerviosismo. Su cuerpo y su espíritu fuertes y poderosos la atraían y el sexo se le contrajo y se le inundó de deseo líquido con solo mirarlo.
Tenía el pene erecto, listo y, evidentemente, muy ansioso.
—Contaba con que me explicaras cómo hacerlo —reconoció ella.
Él sacudió la cabeza lentamente.
—Desnúdate. Elige tú. Tú tienes el control, Paula.
Era un reto, y era un sacrificio para él. Paula vio sus acciones como lo que eran exactamente y eso hizo que sus ojos se humedecieran con lágrimas contenidas. Pedro era un hombre de acción, un macho alfa crudo que le dio el control porque quería que se sintiera como si ella fuera el agresor. Aquello iba contra su misma naturaleza y, sin embargo, lo hacía por ella.
«Bien, entonces. Puedo hacerlo».
Se levantó la camisa por encima de la cabeza y la dejó caer sobre la creciente pila de ropa en el suelo. El broche frontal de su sujetador se desabrochó fácilmente y Paula lo dejó caer sin siquiera mirar para verlo aterrizar en el suelo. Estaba demasiado ocupada observando el rostro de Pedro.
—Dios. Eres preciosa. —Su voz sonaba como si la hubieran raspado con una lija.
Mientras los ojos de Pedro admiraban sus pechos descaradamente, Paula se sintió hermosa, aunque sabía que en realidad no lo era. Su aspecto era corriente como mucho, su figura curvilínea no era aquello por lo que los hombres solían babear. Aun así, su cuerpo volvió a la vida; se le endurecieron los pezones mientras Pedro los miraba como si quisiera devorarlos.
—Eres todo mío por ahora. —Se deslizó los pantalones cortos y la ropa interior por las piernas; deseaba estar con Pedro más de lo que había deseado nada en toda su vida.
—Entonces, tómame —contestó él en tono seductor—. Y siempre he sido tuyo.
«Es él».
Cuando había estado yendo a terapia, su orientadora le dijo que algún día encontraría a un hombre en quien confiaría con su cuerpo. Pedro era ese hombre, el único hombre que había conseguido que su cuerpo ardiera en llamas en toda su vida.
—Haz conmigo lo que quieras —accedió él, la voz cargada de pasión, la mirada velada pasando a su rostro.
Paula gateó desnuda por la cama; no se sentía con tanta autoconfianza como le gustaría. Pedro era todo hombre, posiblemente más hombre de lo que ella podía manejar.
—No tengo mucha experiencia con la seducción —reconoció al arrodillarse junto a sus caderas.
—Cariño, tú no necesitas experiencia. Cuando se trata de ti, soy algo seguro —respondió él. Su tono sonaba dolorido, pero sus labios se retorcían con diversión.
Paula le devolvió una sonrisa débil, perdiéndose en sus ojos increíbles.
—Quiero tocarte.
—Hazlo —le dijo él en tono exigente—. Tal vez me mate, pero moriré feliz.
Paula se sentó a horcajadas sobre él, con cuidado. Su sexo ardiente descansaba en la parte superior de los muslos de Pedro. Con las palmas sobre sus hombros, Paula lo acarició con las manos por todo el pecho y se dejó explorar su piel caliente. Trazó cada músculo definido de su abdomen mientras se tomaba su tiempo para abrirse camino hasta a su pene duro como una roca.
La erección de Pedro sobresalía contra su estómago. Tomándolo en su mano, Paula se lamió los labios, secos de repente, mientras lo envolvía con los dedos y utilizaba el dedo índice para explorar el glande sensible.
—Eres muy grande —le dijo en tono maravillado.
Pedro dejó escapar un gemido ahogado y se aferró al cabecero de la cama, de madera, con las dos manos.
—Estás matándome, Paula. Bésame —insistió en voz baja y dominante.
La exigencia, mezclada con una súplica en su voz, hizo que Paula descendiera de inmediato con el tronco de su cuerpo sobre el de Pedro. Se estremeció con la sensación de su piel caliente al encontrarse con la suya. Sus pezones sensibles se raspaban contra su pecho mientras ella metía los dedos entre su pelo, intensificando su deseo con cada roce.
Sus miradas se encontraron y se mantuvieron: esferas de azul intenso y verde esmeralda colisionaron, todas rezumaban deseo desnudo. Pedro se había puesto al desnudo, se dejó crudo y abierto cuando sus manos agarraron el cabecero más fuerte. Se le pusieron blancos los dedos por el esfuerzo que estaba haciendo para no tomar el control.
Paula inclinó la cabeza y lo besó, vertiendo todas sus emociones en el beso.
Con el pelo áspero de Pedro en los puños, los rizos se deslizaban entre sus dedos; Paula gimió en su boca cuando él se hizo con el control del beso exigiendo su rendición, aunque ella estaba en la posición dominante en ese momento.
La lengua de Pedro restalló en su boca como un látigo, conquistándola, consumiéndola; sus manos pasaron de la madera detrás de su cabeza y la rodearon. Dedos embarcados en una búsqueda le recorrieron la espalda de arriba abajo hasta el trasero, tocando cada centímetro disponible de su piel.
A Paula se le contrajo el sexo con fuerza, como si suplicara su posesión.
Sus caderas rotaban contra la ingle de Pedro cuando este profundizó el beso, la caricia desesperada de sus labios contra los de ella carnal y necesitada. Paula sentía los mismos instintos fieros y salvajes. Su lengua se encontró con la de Pedro a cada roce; los pliegues de su sexo saturado se separaban a medida que ella clavaba las caderas contra él; necesitaba más.
Paula lanzó un gemido susurrante al separar los labios de los de Pedro.
—Por favor, Pedro. Necesito sentirte. Ayúdame.
La mano de él se deslizó entre ambos y descendió hasta la piel sensible entre los muslos de Paula.
—Nena, qué húmeda estás —dijo con voz ronca—. La agarró el cabello y tiró de su cabeza hacia atrás—. Mírame —rugió—. No dejes de mirarme. Quédate conmigo.
Paula movió las manos hasta su torso y utilizó la superficie dura y sólida para apoyarse.
—Por favor —lloriqueó. Su deseo era tan intenso al perderse en sus ojos cerúleos que jadeó.
—Di mi nombre. Dilo una y otra vez. No te atrevas a cerrar los ojos. Sigue mirándome. Has de saber qué estás haciendo exactamente, con quién estás exactamente —insistió Pedro. Sus dedos le acariciaban y le rodeaban el clítoris, saturados del deseo líquido de Paula.
—Pedro —gimió, deseosa de cerrar los ojos, pero manteniéndose concentrada en él. En ese momento, solo existía el feroz anhelo por el hombre que yacía bajo ella—. Pedro.
—Eso es, cariño. Sólo yo. Sólo yo —canturreaba suavemente con la mirada intensa al situar el glande del pene contra su vagina.
Las uñas de Paula se clavaron en la piel de su torso cuando él le agarró las caderas con delicadeza.
—Es elección tuya, Paula. Tómame o sigue como estamos. Es elección tuya —murmuró él con las mano aún sobre las caderas de Paula. Esperando.
«Tómalo. Tómalo. Tómalo».
Ella observó mientras la expresión facial de Pedro se ensombrecía. Un músculo en su mandíbula se crispó mientras la miraba fijamente, listo para que ella hiciera esa elección.
Paula no deseaba nada más que darles a ambos lo que querían, de modo que descendió lentamente sobre su pene. Las paredes de su vagina se estiraron a medida que lo aceptaban en su interior.
—Pedro. —Gimió al hundirse finalmente en su asta.
—¡Hala, nena! —dijo Pedro con voz ronca manteniendo sus caderas inmóviles—. Despacio.
Paula sentía la plenitud de Pedro en su interior y no quería ir despacio. Pero también sintió una punzada de dolor provocada al aceptar su enorme miembro y se obligó a hundirse más despacio.
—Es que te deseo tanto.
Centímetro a centímetro, su vaina cedió y sus músculos se relajaron para permitirle la entrada.
El dolor se acabó a medida que Pedro se introdujo lentamente en su interior, sin dejar que ella se hundiera demasiado rápido sobre él. Con el rostro contorsionado, como si luchara por mantener el control, sus ojos tranquilizadores nunca abandonaron los de Paula.
Finalmente, Paula estaba completamente sentada y Pedro relajó su agarre sobre sus caderas. Al clavar la mirada sobre la de Pedro, se le hinchó el corazón y su cuerpo se encendió; la sensación de tenerlo completamente en su interior era abrumadora y sublime.
—Joder. Qué bien te siento, nena, tan increíblemente húmeda y caliente — respondió Pedro en tono gutural.
Cuando su cuerpo lo aceptó, Paula dejó escapar un gemido sensual de satisfacción. Se sentía llena, estirada; todo en su interior cedía el paso a Pedro.
Las manos de él le agarraron las caderas con más fuerza.
—Fóllame, Paula. Te necesito.
La súplica de Pedro fue su perdición; la agonía en su mirada la desató.
Dejándose guiar por el agarre sobre sus caderas, ahora suave, Paula se levantó y volvió a hundirse sobre él. Un gemido gutural de satisfacción se escapó entre sus labios y resonó en la habitación. Le sostuvo la mirada; sólo necesitaba eliminar la mirada angustiosa de sus ojos, hacer que se tornara en una de deseo y saciedad. El deseo fluía por su propio cuerpo y quería que él le cediera el paso.
—¿Estás bien? —resopló él, la voz grave y áspera.
—Sí —siseó Paula. Se desató la espiral en su vientre, su cuerpo se movió con él cuando las caderas de Pedro se levantaron para encontrarse con la suyas; el choque de piel contra piel la hipnotizaba. La unión sencilla y elemental la consumía y sus ojos pestañeaban mientras se mecía contra él.
—Sigue mirándome. No te dejes llevar. No me dejes ahora —rugió Pedro mientras le agarraba el pelo y la obligaba a mantener el contacto visual.
—Pedro —susurró ella con un suspiro agitado.
Al inclinarse hacia abajo para capturar su boca con la suya porque no podía contenerse, le metió la lengua en la boca imitando el ritmo de su pene que la acariciaba por dentro.
Él se sentó de repente, sin romper el beso, con una fuerte mano sobre el trasero de Paula mientras sus caderas se levantaban más duro, más rápido, y la sostenían firmemente para que lo aceptara. Todavía a horcajadas sobre su regazo, le rodeó los poderosos hombros con los brazos, incapaz de negar su clímax inminente. El ángulo de sus embestidas le acariciaba bruscamente el clítoris a cada embestida; Paula se perdió para todo excepto para Pedro.
Apartó la boca de la suya e inclinó la cabeza hacia atrás cuando un potente orgasmo la atravesó, incapaz de hacer nada excepto gritar su nombre.
—¡Ah, Dios! ¡Pedro!
—Soy yo, cariño. Sólo soy yo —le recordó al oído con voz áspera y excitada. Su vagina atrapó el pene de Pedro y succionaba a medida que él bombeaba durante los espasmos con un gemido atormentado—. Joder, sí. Vente conmigo, Paula —exigió mientras le agarraba el trasero con las dos manos y se enterraba hasta las pelotas. Su propio desahogo palpitaba mientras ella se estremecía en torno a su miembro.
El corazón acelerado de Paula le batía en el pecho a Pedro mientras permanecieron entrelazados. La mano de este le acariciaba la espalda y el cuello mientras la sostenía contra él y su torso subía y bajaba jadeante.
—Santo Dios —carraspeó. Su cuerpo se estremeció al desplomarse sobre la almohada llevándose a Paula consigo.
Estupefacta, Paula no se movió ni habló. Se quedó desparramada sobre su cuerpo enorme y escurridizo por el sudor, intentando recobrar el aliento.
Finalmente, Pedro dijo con voz retumbante.
—¿Estás bien?
Paula era libre. Sinceramente, se sentía como si pudiera volar.
—Sí. Estoy mejor que bien —respondió sin aliento—. Ha sido increíble. ¿Es así siempre? —se preguntó ella en voz alta.
—Nunca —respondió Pedro con énfasis—. Puede ser bueno, pero nunca es tan bueno. Tenemos una química increíble.
Paula sonrió contra su piel húmeda.
—Gracias.
—¿Por qué? —preguntó él, confuso.
—Por ayudarme. —Tal vez Pedro no lograba entender lo que significaba para ella ser capaz de estar realmente con un hombre y encontrar semejante éxtasis en un acto que previamente le resultaba aberrante—. Por fin me siento… liberada.
—Preferiría que solo explorases tu independencia sexual conmigo —gruñó Pedro.
Ella rió encantada.
—Ahora mismo, creo que eres el único hombre al que puedo explorar.
—Puedes usarme con total libertad para cualquier investigación que quieras llevar a cabo —respondió Pedro con vehemencia—. Por favor.
Finalmente, Paula levantó su cuerpo aletargado del cuerpo de Pedro y se separó de él para deslizarse a su lado con una risita.
—Me honra que te pongas a mi disposición.
Él volvió la cabeza. Sus ojos la atravesaron con una mirada ansiosa.
—¿De verdad estás bien?
A ella le dio un vuelco el corazón. La mirada de preocupación en sus ojos la conmovió. Apoyó una palma en su mejilla y le acarició la mandíbula con barba incipiente.
—Estoy bien. Supongo que por fin he encontrado a un hombre en el que puedo confiar con mi cuerpo. No te abandoné en ningún momento, Pedro. Ni una sola vez. Sabía exactamente con quién estaba y quién estaba haciendo que mi cuerpo llegara al clímax. No estoy segura de si podría hacer esto con nadie más excepto contigo.
—No quiero que lo hagas con nadie más excepto conmigo —respondió él bruscamente, posesivamente. Le rodeó la espalda con un fuerte brazo y rodó sobre su costado para situarlos frente a frente.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)