viernes, 20 de julio de 2018

CAPITULO 23 (TERCERA HISTORIA)




—¡Pedro! ¿Dónde coño está mi hermana?


La atronadora voz masculina sacó a Pedro de su sueño, haciéndolo sentarse súbitamente en la cama para, acto seguido, dejar caer la cabeza sobre la almohada. Dios. El estómago le dio una sacudida y tragó saliva, en un intento de detener las palpitaciones que sentía en la cabeza. Era como si un martillo pilón le estuviera machacando el cráneo.


Parpadeó antes de poder abrir los ojos y enfocar la imagen de los dos hombres con aspecto airado. Con la imagen aún borrosa, le llevó algún tiempo identificar a Kevin y Teo. Levantó una mano, débilmente.


— No grites. Mi cabeza está a punto de estallar.
Hizo una mueca de dolor. Su propia voz
exacerbaba el punzante dolor de cabeza.


— Nadie estaba gritando —puntualizó Kevin, disimulando su risa—. Por amor de Dios, has debido beber sin sentido.


— Café y aspirina —dijo Teo tranquilamente,
dándose la vuelta y saliendo de la habitación.


— Estás de pena, tío. ¿Qué coño ha pasado?
¿Dónde está Paula? —preguntó Kevin con curiosidad.


Pedro cerró los ojos, viendo escenas aisladas de la noche pasada. ¿Eran reales o imaginarias? No tenía ni puta idea. Todo lo que sabía es que había venido a Montana como un perro rabioso para ver a una mujer que no tenía ningún deseo de verlo a él.


— ¿Se ha ido? —balbuceó mientras intentaba incorporarse, recordando vagamente cómo había llegado a la cama de Paula o cómo había conseguido acostarlo. Más le valía estar en la casa. Estaba cansado de ir detrás de una mujer que huía constantemente de él. ¿En qué estaría pensando?


Lo cierto era que no estaba pensado. Lo movían la ira y la adrenalina. Cuando finalmente llegó a la casa de Paula en Montana se preguntó si estaba bien de la cabeza. Estuvo a punto de volverse, pero después de darle unos tragos a aquel whisky de mierda, decidió que tenían que hablar. De lo que tuvieran que hablar, no tenía ni idea.


— Bueno, no está aquí. Y la que me imagino es su camioneta sigue afuera — contestó Kevin, mirándolo contrariado.


Pedro recordó ver un coche aparcado junto a la vieja camioneta


— Tenía un coche de alquiler. Debió recogerlo
en el aeropuerto.


— Entonces, se ha ido —dijo Kevin, frustrado
—. Maldita sea.


— Me mantendré lejos de ella. Quizás deje de huir —dijo Pedro con resignación. Paula no parecía hacer otra cosa que huir de él. 


Necesitaba dejar de ir detrás de ella. Era inútil, de todas maneras.


— Ella no huye de ti. Ella está asustada —
replicó Kevin irritado.


— ¿De qué? —preguntó Pedro perplejo. Se bajó
de la cama, mirando a Kevin con incredulidad.


— Una larga historia que necesitas oír. Dúchate, por amor de Dios. Hueles como una destilería.¿Desde cuándo te emborrachas? —Kevin se hizo a un lado, agitando la mano delante de la nariz, ilustrando lo que decía.


— Desde que tu hermana decidió dejarme otra vez por otro hombre —respondió fríamente Pedro. La irritación y lo que debía ser una tremenda resaca estaban poniendo a prueba su paciencia.


— Aclaremos una cosa —gritó Kevin—. Mi hermana te adora. No tengo ni idea de por qué. Personalmente, creo que eres un gilipollas desde que te levantas hasta que te acuestas, pero ella, obviamente, eso no lo ve. No te dejó por otro hombre. Te dejó por un hombre. Hay una gran diferencia. Si te hubieras esperado a oír lo que Teo tenía que decirte en lugar de intentar acabar con él, ahora sabrías la verdad. Dúchate y luego hablamos en el salón antes de que me pongas nervioso y te dé en la otra mejilla.


Pedro raramente había visto a Kevin enfadado.


La mirada fuera de sí de su cuñado lo cogía por sorpresa. Vio cómo Kevin se daba la vuelta y salía del dormitorio, dejándolo a solas con sus
pensamientos y su resaca. Encontró el baño adyacente. Mientras se duchaba rumiaba las palabras de Kevin. ¿Qué querría decir? ¿De quién tenía miedo Paula? ¿Y por qué? 


Sintiéndose humano de nuevo, fue al salón. 


Llevaba la misma camiseta del día anterior. 


Había tenido tiempo de meter unas pocas cosas en una bolsa de viaje, pero estaba en el coche.


Kevin salió de la cocina, con dos tazas de café.


En silencio le pasó una a Pedro, junto con una aspirina, que se tomó inmediatamente. 


Luego, empezó a beberse el café. Teo estaba ya sentado en uno de los sillones, leyendo el periódico con una taza de café en la mano y Tucker sentado a sus pies.


— Traidor —murmuró Pedro al perro, satisfecho de ver que Teo parecía tan machacado como él mismo.


Se sentó en el sofá, bebiendo café a grandes sorbos, en silencio. Tucker lo miró como disculpándose y fue a sentarse a sus pies. Teo dejó el periódico y lo puso a un lado, Kevin se dejó caer en el otro sillón; los dos mirando a Pedro con expresión hostil.


— No sé adónde ha ido. Me emborraché y hablamos. Estaba aquí cuando me fui a dormir —dijo llanamente—. No sé por qué se ha ido o adónde. Se fue. Otra vez. Parece que es algo que Paula hace bien. Me imagino que no hay ninguna nota esta vez.


— Nada. ¿Qué recuerdas? —preguntó Kevin, algo más relajada su expresión, pero contrariado.


— No mucho —contestó sincero—. Recuerdo que estaba aquí cuando me fui a dormir. Tengo algunas lagunas en la memoria. No estoy seguro qué es real y qué es imaginado. —Y lo odiaba. ¡Por alguna razón no se había emborrachado nunca!


— Bienvenido al día después, Don Perfecto —
dijo Kevin irónicamente—. Cómo me hubiera gustado estar aquí para verlo. ¿El siempre sereno Sr. Alfonso con muchas copas de más? Habría dado cualquier cosa por no perdérmelo.


— No habrá repetición. Fue función única —
protestó Pedro, jurando que no se volvería a emborrachar más. La resaca no merecía la pena. Sentía como si alguna criatura mitológica de dientes afilados lo hubiera masticado y escupido al suelo—. Hablemos de Paula. —Tenía la mente en una cosa solamente, su caprichosa esposa—. ¿Está en peligro?


— Tengo un equipo de detectives buscándole la pista mientras hablamos. Pronto deberíamos saber dónde está. Sin duda, se volvió al aeropuerto. Es donde alquiló el coche y no hay muchos medios de transporte para salir de aquí. —Teo habló por primera vez. Su voz, modulada y contenida, hablando como si estuviera en una reunión de negocios. Lo único que hablaba por él eran sus ojos; su habitual mirada glacial expresaba una emoción no contenida —. Para abreviar, Paula tuvo una mala relación cuando estaba en la universidad. El hijo de puta acabó en la cárcel y pensábamos que ese sería el fin de la historia. Salió de la cárcel poco antes de que Paula desapareciera por primera vez y amenazó con matarte a ti, a Kevin y a mí si no volvía con él. Tenía miedo y yo la ayudé. Es mi hermana. Su seguridad es mi primera preocupación.


— Era mi mujer. ¿Por qué no me lo dijiste? Yo la hubiera protegido —respondió Pedro airado, listo para golpearlo otra vez.


— Tú no estabas. De hecho, Dany tenía a Paula secuestrada cuando tu avión estaba para salir. A ti te tenía en el punto de mira y listo para volarte los sesos. Tu mujer te salvó la vida —le informó Teo —. Dany Harvey era un criminal, completamente loco y dispuesto a hacer lo que fuera para recuperar a Paula. Era un tirador preciso que podía dar en la diana desde lejos. Ganó muchas competiciones cuando era joven. Casi nunca fallaba.


— ¿Por qué estuvo Paula con él? No podía haberse enamorado de alguien así —preguntó Pedro.


Fue Kevin quien le respondió esta vez.


— Ella tenía veintiún años, con un padre
alcohólico y completamente desequilibrado. Le
pegaba a su mujer y a sus hijos, repetidamente. Paula sufrió la dominación de mi padre. Todos sufrimos. ¿Crees que ella sabía lo que era estar enamorada? — Kevin se echó hacia delante, lo puños apretados —. Tú no estabas. Yo no estaba. Y Teo era el único a quien ella podía recurrir. Yo también me puse furioso cuando supe que Teo era quien la había ocultado. Pero yo habría hecho lo mismo si eso significaba que Paula estaría a salvo.


— Tenías que habérmelo dicho. Pensé que había muerto. —Pedro no parecía del todo convencido. Era su mujer, ¡maldita sea!—. Todo ese tiempo, lloré por ella.


— No fue un paseo para ella tampoco. ¿Crees que ella quería irse? Le horrorizaba pensar que él podía matarte. Huyó para que estuvieras a salvo. Le importaba una mierda lo que le pasara a ella. Puedo atestiguarlo porque vi la forma en que él había jugado con ella. —La voz de Teo sonaba ahora acalorada—. En la universidad y antes de que desapareciera.


— ¿Lo sabías ya cuándo Paula estaba en la
universidad? —preguntó Pedro con resentimiento.


— No inmediatamente. Ella se fue a Virginia para ir a la universidad. Mi padre quería que estudiase administración de empresas en Florida, pero eso no era lo que ella quería. La abuela diseñaba joyas y eso es lo que ella quería hacer. Paula tenía esta casa y un fondo fiduciario como herencia, pero no podía disponer de ninguno de los dos todavía. Tuvo que endeudarse para pagarse los estudios en Virginia, donde podía estudiar Bellas Artes y convertirse en diseñadora de joyas. —Teo respiró profundamente, deteniéndose un momento antes de continuar—. Kevin y yo estábamos también estudiando, pero una vez que yo terminé mi carrera y empecé a trabajar decidí hacerle una visita sorpresa a Paula. El que se llevó una sorpresa fui yo cuando vi lo que le pasaba. —La voz de Teo se quebró, una pequeña muesca en su escudo protector.


— ¿Qué pasaba? —preguntó Pedro estoico, no seguro del todo de que lo quería saber. Pero necesitaba oírlo—. ¿Le hizo daño?


— Y mucho —confesó Teo—. Justo antes de visitarla. Pero a pesar de todo, seguía trabajando por horas y sacando excelentes notas. Estaba a punto de entrar en un máster y él estaba intentando convencerla de que no lo hiciera, con los puños. No quería que acumulara más deuda estudiantil. El hijo de puta quería que quedara bastante del fondo de Paula cuando le pusiera las manos encima.


— Cabrón —explotó Pedro, queriendo matar a aquel fulano. ¿Cómo podía alguien hacerle daño a Paula?— ¿Cómo se deshizo de él?


— No tuvo que hacerlo. Fue a la cárcel. Creo que ella había intentado terminar la relación antes, pero la tenía acorralada —respondió Teo, dejando la taza de café sobre la mesa. Se recostó sobre la silla y cruzó las manos delante de la cara.


— ¿De qué lo acusaban? —preguntó Pedro,
entrecerrando los ojos, intentando leer si había algo que Teo ocultaba.


— Asalto con agresión. Mal asunto —dijo
Teo sin expresión en la cara.


— Fue cosa tuya —adivinó Pedro, convencido de que Teo fue quien puso a aquel cabrón en la
cárcel.— Fui a hablar con él. Digamos que me aseguré de que hubiera testigos.


— ¿Lo sabía Paula?


Pedro estaba fuera de sí. Imágenes de Paula dolida, Paula llorando, Paula sangrando, se apilaban en su imaginación.


— No —respondió Teo—. Ella tenía sus estudios y un trabajo de los que preocuparse. Todo lo que sabía es que él estaba en la cárcel y que ella estaba a salvo. Era todo lo que necesitaba saber.


Pedro apenas notó que Kevin se había levantado y cogido la taza vacía de sus manos. La dejó ir, sus dedos temblando de ira cuando soltó el asa.


— ¿Y la última vez? —carraspeó Pedro, mirando a Teo con ojos agraviados.


— La sorprendió cuando Paula dejaba el coche en un aparcamiento. Había despedido a los guardias de seguridad diciéndoles que iba a estar con Kevin y conmigo y que teníamos nuestros propios guardias. Les dijo que se tomaran algún tiempo libre porque no quería que la siguieran por toda la ciudad haciendo recados. Dany la tuvo en su coche antes de que se diera cuenta de lo que había pasado. Fue la misma mañana de tu viaje y él la llevó a un área próxima a tu avión. La obligó a ver lo fácilmente que podría matarte —explicó Teo, cogiendo la taza de café de la mesa y dándole un sorbo. Frunció el ceño contrariado al ver que el café se le había enfriado y continuó—. Es una mujer inteligente. Le dijo que se iría con él, le dijo todo lo que él quería oír, pero le dijo que necesitaba un día para hacerse cargo de algunas cosas. Finalmente lo convenció para que la dejara ir alegando que tenía que arreglarlo todo para recibir el dinero de su herencia. De alguna manera lo convenció para que se encontrara con ella la mañana siguiente, haciéndole creer que quería ir con él. No creo que ni siquiera quisiese decírmelo a mí, pero me pidió ayuda y no iba a negársela. Preparamos todo en la playa, esperando que la dieran por muerta, y yo la saqué de Tampa tan pronto como pude. Quería decírtelo, Pedro. Y quería que Kevin supiera que estaba viva. Pero no estaba seguro de cómo ninguno de los dos iba a reaccionar. No podía arriesgarme a dejar ninguna huella de Paula. Ese hombre era un psicópata, quizás mucho más tarado que mi padre y cien veces más peligroso. Quería que ella estuviera segura y necesitaba tiempo para localizarlo a él. Nunca pensé que tardaría más de dos años en encontrar a ese hijo de puta —se quejó Teo.


— ¿Y la policía? —preguntó Pedro, seguro ya de saber la respuesta. Había tenido que lidiar con la policía en el caso de Paula y dudaba que él hubiera querido dar a Dany todo ese tiempo para retener a Paula.


Kevin volvió al salón. Le dio a Pedro una taza de
café mientras le contestaba.


— Nuestro padre estaba mal de la cabeza. Ni te imaginas la cantidad de veces que la policía estuvo en casa por violencia doméstica, normalmente avisada por los vecinos. La familia Chaves era célebre, para mal. ¿Crees que la habrían tomado en serio? Habrían hecho su trabajo, pero habrían alertado a Dany y este, probablemente, no hubiera desistido de ninguna manera. No hay mucho que la policía pueda hacer contra los acosadores.


— ¡Pero la atacó físicamente! —argumentó
Pedro, pronunciando estas palabras con dificultad.


— No había testigos. Ninguna prueba de que él fuera culpable. No habrían tenido ninguna evidencia para arrestarlo inmediatamente. ¿Crees que podríamos estar seguros de que ella estaría a salvo? —Teo arrastró sus palabras amargamente—. Lo siento Pedro, pero no iba a correr ese riesgo con mi hermana menor o con Kevin. Ella tenía que desaparecer por algún tiempo hasta que yo pudiera encontrarlo a él. Si hubiera sabido que iba a salir de la cárcel tan pronto, habría hecho que lo siguieran.


— ¿Por más de dos años? Tenías que habérmelo dicho. Era mi mujer y yo quien tenía que protegerla.


— Fue mi hermana antes que tu mujer —apuntó Teo con brusquedad.


— No tenía ni idea —continuó Pedro, perplejo y sombrío—. Nunca me dijo nada. Debería haber sabido que estaba en peligro. Debería haber sabido acerca de él.


¿Alguna vez me abrí a ella? ¿Pensaba que realmente podía confiar en mí sin ser juzgada?


Estaba haciendo lo posible para ser la perfecta esposa, para complacerme.


— Bueno, no eres un vidente —replicó Kevin—.
Obviamente, ella no quería hablar de ello. Yo tampoco lo sabía. Y él estuvo en la cárcel por años.


Nadie hubiera imaginado lo que iba hacer al salir.


— Yo estaba huyendo de mis propios deseos y ella estaba tratando de convertirse en la perfecta esposa. No fue culpa suya. Yo no era precisamente accesible. No fui capaz de verla como era —admitió Pedro. Lo sabía. Paula era la única para él, pero se pasaron dos años dando vueltas uno alrededor del otro, cada uno intentando ser lo que el otro esperaba que fuera. En muchas cosas, habían estado muy cercanos, compartido muchas cosas, pero no lo que realmente importa. Ninguno de los dos estaba preparado para compartir las cosas desgarradoras, los sentimientos de los que deberían haber hablado para ayudarse mutuamente a superarlos.


— ¿Y si la hubieras visto como era? —preguntó Kevin con mucha seriedad.


Pedro se encogió de hombros.


— La hubiera amado de la misma manera, pero habría sido capaz de dejarla ser quien era y no tendría que complacerme. Probablemente habría sacado la cabeza de mi agujero lo suficiente para ver que ella me necesitaba a mí también.


El silencio pesado que se hizo entre los tres hombres fue roto por una música que salía de algún sitio cercano a las caderas de Teo. Pedro miró sorprendido mientras Teo hurgaba en su bolsillo delantero para apagar el tono con la canción del momento.


— Mi mierda de secretario ha estado jugando con el teléfono otra vez —murmuró, apretando el botón para contestar. Se levantó y fue a la cocina a hablar.


— No culpes a Teo —le pidió Kevin en voz baja—. Crecer con mi padre no fue fácil, y sólo estaba intentando proteger a Paula. Crecimos protegiéndola de mi padre. Teo probablemente se haya equivocado, pero Paula le rogó no decir nada a nadie. Temía por todos nosotros.


— No lo culpo …demasiado —admitió Pedro, a Kevin y a sí mismo—. Debería haber sabido más de su pasado, haberla protegido yo mismo. Pero ese cabrón es mío. Es hombre muerto —advirtió a Kevin, con intensidad letal.


— Ya está muerto —respondió Kevin lacónico
—. Esa es la razón por la que hemos estado intentando hablar con Paula. Cuando perdió la memoria, Teo no podía decir nada, obviamente. Pero necesitaba que ella supiera que Dany estaba muerto. Huye porque no lo sabe. Sigue queriendo protegernos. Sé que dejó esa nota y huyó de nuevo para protegerte. Te quiere, Pedro. Si no puedes comprender nada más, al menos comprende eso.


— ¿El tipo está muerto? ¿Fue Teo? —
preguntó Pedro, frustrado por no haber sido el responsable de su último aliento.


Kevin encogió los hombros despreocupado, como si su hermano matara gente todos los días.


— No lo admitirá. Dice que finalmente localizó
a Dany en Colorado y fue a hablar con él. —
Arqueó una ceja y continuó—. Ya sabemos la clase de “conversación” que Teo tendría con alguien que amenaza a su familia. Dice que Dany escapó antes de que pudiera ponerle las manos encima. Teo subió al coche y lo siguió por una tortuosa carretera de montaña. Dany perdió el control del auto y se cayó montaña abajo. Teo comprobó que estaba muerto antes de enviar a sus hombres para que escoltaran a Paula de vuelta a casa.


— ¿Dany perdió el control del auto? Seguro.


Teo había sido corredor de coches profesional antes de concentrarse en los negocios de su padre. Ese cabrón no tenía ninguna posibilidad. Teo conocía maniobras que hacía que sus contrincantes se mearan de miedo—. Teo hizo que se saliera de la carretera —dijo Pedro en voz alta.


Kevin sonrió de lado.


— ¿Tú crees?


— Me alegro de que el hijo de puta esté muerto.
Sólo siento no haber tenido la oportunidad de matarlo yo mismo. Le hubiera arrancado la cabeza por hacerle daño a Paula.


La sonrisa de Kevin se hizo más ancha.


— ¿Sabes? Cada día eres menos y menos Don Perfecto. Empiezas a sonar bastante crudo. ¿Qué fue del calmado y afable Pedro Alfonso, siempre en control de la situación?


— Nunca tuve ningún control cuando se trata de Paula. Me vuelve loco —resonó Pedro, dejando caer la taza vacía sobre la mesa que tenía delante un poco más fuertemente de lo que era necesario—. ¿Por qué no contactó Teo con ella una vez que Dany estaba muerto para decírselo?


— Tenía agentes vigilándola. Intentó llamarla varias veces después de que Dany murió, pero ella no contestaba. No habían tenido ningún contacto desde que ella se vino. Él le enviaba dinero de manera muy complicada para que nadie pudiera localizarla, dinero que apenas tocó durante el tiempo que pasó aquí. Teo no quería que nadie los vinculara de ninguna manera. Esta casa se la dejó la abuela a Paula, junto a un fondo fiduciario, pero a mí ni siquiera se me ocurrió. ¿Y a ti? —Pedro negó con la cabeza, muy a su pesar. Kevin continuó—. Como no pudo localizarla por teléfono para llevarla a casa, Teo mandó a sus agentes a buscarla. Cuando llegara, quería encontrarse con ella en el jet para decírselo, pero tuvo no sé qué crucial reunión y no podía faltar. Cuando llegó a casa, ella no estaba allí. Paula debió llegar a casa de Teo y salir para el parque casi inmediatamente.


— ¿Por qué fue allí? ¿Sabía que estaríamos nosotros? —preguntó Pedro serenamente, preguntándose qué habría llevado a Paula directamente al parque ese día.


— No estoy seguro. Mi teoría es que vio la invitación de Samuel en casa de Teo. Él dice que encontró la invitación en la cocina, sobre la mesa, cuando llegó a casa. —Kevin frunció en entrecejo—. Es la única explicación que tiene sentido. El pelo corto y teñido fue algo que hizo antes de salir de Montana. No sabía que Dany estaba muerto y probablemente no quería ser reconocida.


— Ella fue por mí —dijo Pedro. Algo en él se lo decía. La esperanza volvía a surgir—. Ella sabía que yo estaría allí ya que el picnic lo organizó Samuel.


— ¡Qué va! Creo que ella vino buscándome a mí —respondió Kevin con una risotada, acentuada
por la mirada hostil de Pedro—. O quizás no, considerando los ojos embobados con los que te miraba.


— Parecía diferente después del accidente. Todavía ella misma, pero más … — Pedro no estaba seguro de cómo decirlo— …completa.


Pedro seguía torturándose por no haberse dado cuenta antes de que ella lo necesitaba. Había estado demasiado ocupado huyendo para darse cuenta de que ella estaba haciendo lo imposible y necesitaba que se lo valoraran, lo mismo que le pasaba a él.


— No creo que fuera el accidente lo que la cambió. Estuvo viendo a un terapeuta en Montana. Fue su trato con Teo. Él le hizo prometer que encontraría a alguien con quien hablar, que intentaría cerrar las heridas —contó Kevin a Pedro—. Creo que eso la pudo ayudar. Yo no la había visto desde que empecé la universidad mucho porque estaba siempre en la carretera, pero me pareció diferente a como era cuando más joven. Como si estuviera más contenta en su propio pellejo.


Teo salió de la cocina, metiéndose el teléfono
en el bolsillo mientras hablaba.


— Está en el aeropuerto. Compró un billete de ida a Los Ángeles.


— ¿Por qué Los Ángeles? —preguntó Pedro
beligerante.


— Está escapando. Es una gran ciudad —
especuló Teo—. Va a intentar perderse en la
multitud.


— ¿Cuándo? ¿Tienes la información? —No podía ser que Paula se le escapara—. ¿Qué hora es?


Kevin no llevaba reloj y miró a Teo.


— No traje mi móvil.


Teo se empujó el puño de la camisa para mirar su Rolex.


— Son las nueve. Su vuelo sale a las once y
media.


Pedro ya estaba de pie.


— Yo me encargo. Los dos podéis ir a casa. Es hora de que mi mujer y yo nos entendamos —dijo desafiante—. Sin interferencias —advirtió a Teo, clavándole los ojos.


Teo se acercó a Pedro extendiéndole la mano.


— De acuerdo. No le hagas daño y no tendré que encargarme de ti. Ya ha sufrido bastante, Pedro. Hazla feliz.


Pedro miró a Teo y a Kevin, cayendo en la cuenta de que los tres hermanos lo habían pasado muy mal. Quizás Paula le contaría más detalles acerca de su vida pasada si él le daba la oportunidad. Su pasado había influido en ella, pero no la había destrozado. Pedro estrechó la mano de Teo.


— Gracias por arruinarme la cara.


— Igualmente —sonrió Teo de lado.


En ese momento, él y Teo habían llegado a entenderse, un pacto entre hombres que ninguno de los dos rompería jamás.


— Me cambiaré en el coche.


Pedro sacó las llaves del bolsillo delantero y corrió hasta la puerta. Necesitaba al menos ponerse una camisa limpia. Se había duchado, pero debió verter algunas gotas de whisky en la camisa que tenía puesta. Aún podía olerlo.


— ¿Necesitas una camisa limpia? —preguntó Kevin animado—. Tengo varias extras.


Pedro puso los ojos en blanco mientras abría la puerta, mirando a la camisa naranja fosforescente de Kevin. Cegadora. No estaba seguro qué eran las manchas grises y blancas que la salpicaban, pero pensó que tal vez serían peces …o tiburones.


— No, gracias. Quiero que vuelva conmigo —le dijo a su cuñado sin reparos, cerrando la puerta tras de él.


— ¡A Paula le encantan mis camisas! —Pedro oyó a Kevin a través de la puerta, corriendo hacia el coche.


El olor a alcohol lo invadió al cerrar la puerta del coche de alquiler, y no venía sólo de lo que llevaba puesto. Cogió la botella, bajó la ventanilla y la tiró al suelo. Ya la tiraría a la basura cuando volviera. Paula iba a volver con él y ella le bastaba para intoxicarse.


El licor había sido un pobre sustituto y le había nublado la memoria. Desde ese momento en adelante, quería recordarlo todo, disfrutar cada confín de la mujer que amaba.


Puso el coche en marcha, metió la velocidad y dio la vuelta al coche, cogiendo el sendero más deprisa de lo que debería por una carretera llena de agujeros. Pero Pedro ni los notó, su mente ocupada con un solo objetivo.


No más drama.


No más juegos.


Paula le pertenecía y había llegado el momento de que la reclamara por completo, la conociera por completo, de que la amara incondicionalmente. Y una vez que la encontrara no iba a dejarla ir nunca más.