domingo, 2 de septiembre de 2018

CAPITULO 32 (SEXTA HISTORIA)



Pedro miró el anillo en la mano de ella con gesto posesivo.


«Es mía. Nada de divorcio. Nada de anulación».


Pedro se le retorció el labio al intentar no sonreír ante el gesto feroz e irritado de Paula. Estaba molesta por él, enojada por él.


—Fue hace mucho tiempo. —La agarró por la cintura, necesitaba volver a tenerla en sus brazos. Volvió a sentarla en su regazo—. Además, si no me hubiera puesto de patitas en la calle, tal vez no estaría aquí ahora mismo. 


Habría estado allí y lo sabía. Desde que ella tenía dieciocho años y él, veintitrés, nunca había habido nadie más para él excepto Paula. Es posible que hubiera estado aguardando su momento, esperando, pero su relación después de la universidad habría terminado de todas formas. Paula siempre había estado ahí, rondándole la cabeza, sin permitirle tener nada serio con nadie de modo subconsciente, porque nunca podría sentir por ninguna mujer lo mismo
que sentía por Paula. Estaba exactamente donde se suponía que tenía que estar en ese preciso momento. La pesadilla que había sufrido Paula lo acosaría siempre. Su conciencia hizo que se preguntara si tal vez no habría ocurrido de haberla perseguido él antes de que ella se graduara en la universidad o poco después. Era imposible que hubiera ido a correr mundo sin protección si él hubiera estado en su vida. Y debería haber estado en su vida.


—No me gusta pensar que nadie te haga daño —le dijo Paula en voz baja mientras le acariciaba la mejilla con la suave palma de su mano.


—Ahora sabes cómo me siento yo. Lo que te ocurrió me está matando — dijo con voz áspera—. No puedo llevármelo ni hacer que desaparezca. Desearía poder hacerlo. Pero ahora no tienes que demostrarle nada a nadie. Especialmente no a un hombre muerto.


—Lo sé. —Ladeó la cabeza y lo miró—. No quiero estar contigo por nadie más que por mí misma. Eres el primer hombre que me ha hecho sentir viva de esta manera en mi vida.


«Mía».


Que Dios lo ayudara, pero él sentía exactamente lo mismo. El problema era que no estaba seguro de cómo controlar las cosas con Paula. Ella hacía que necesitara. Que quisiera. Desesperadamente. De una manera tan primitiva y elemental que no estaba seguro de poder darle lo que necesitaba.


—Esto no será fácil para mí —reconoció con voz ronca—. A veces me siento como si perdiera el control cuando estoy contigo. Y me gusta tener el control en la cama. Contigo, casi siento una necesidad loca de sujetarte y hacer que te sometas a mí. Estoy obsesionado con desearte.


Paula le apartó un mechón de pelo errante de la frente con una caricia.


—No eres tú. Soy yo. Mi cuerpo responde a cada parte de ti, especialmente a la manera dominante y posesiva en que tomas el control de mi cuerpo. Es mi mente la que está teniendo un problema.


—Entonces voy a necesitar que te quedes conmigo, en cuerpo y mente, cariño. No te esfumes. —Sus ojos la recorrieron de arriba abajo, hambrientos —. Respóndeme a mí y sólo a mí. Veme a mí y sólo a mí. Siénteme a mi y sólo a mí.


Pedro vio la mirada de anhelo en sus ojos esmeralda líquido y estuvo a punto de lanzarse. 


El pene le palpitaba por enterrarse en el sexo de Paula.


Ella asintió y se abrazó a su cuello.


—Te necesito.


Era la primera vez en su vida que había oído a alguien decir esas palabras sin que estuvieran relacionadas con el dinero. Paula lo deseaba a él, lo necesitaba a él.


—Me tienes. —Se puso en pie con ella en brazos, la cosa más preciosa que había tenido nunca.


—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella con curiosidad.


Pedro no Interrumpió el paso mientras la llevaba al dormitorio.


—Es hora de la primera lección, melocotoncito, antes de que me vuelva completamente loco.


—Tenemos dos semanas —respondió ella, pero habló en voz baja y nublada de deseo.


—No es tiempo suficiente —le dijo Pedro bruscamente mientras bajaba sus pies al suelo.


«No es tiempo suficiente ni de lejos».



CAPITULO 31 (SEXTA HISTORIA)




Pedro estaba en el infierno y se sentía casi como el mismo diablo.


«¡Cobarde!».


La conciencia lo corroía después de lo que Paula le había revelado, lo machacaba para que le contara a Paula que había maquinado toda aquella farsa a sangre fría para hacer que se casara con él. Pero ¿cómo podía hacerlo ahora, cuando necesitaba desesperadamente que confiara en él?


¡Dios! Le había mentido, la había manipulado, la había acusado de cosas horribles de las que no era culpable en absoluto. La habían violado.
Repetidamente. La habían golpeado. 


Aterrorizado. Lo único que quería hacer él era arreglarlo todo, borrarlo todo. Pero no podía y se odiaba por ello.


«¡Cabrón! ¡Imbécil! ¡Idiota egoísta!


Paula había sufrido horrores que él ni siquiera podía imaginar y, sin embargo, a él ni siquiera se le había ocurrido pensar que tal vez algo anduviera gravemente mal con ella. Había estado demasiado preocupado por sí mismo, por cómo podía acostarse con ella para aliviar sus propias necesidades. ¿Había pensado en las necesidades de Paula? No… no lo había hecho y deberían darle un tiro por ser un hijo de puta tan egocéntrico.


Ella había sido lo bastante valiente como para divulgar sus propios secretos que le habían cambiado la vida, y estos le habían puesto el estómago del revés Pedro. No podía pensar en su terrible experiencia, en lo mucho que había sufrido ni en lo cerca que había estado de morir sin perder la cabeza por completo. Solo de pensar en ella atrapada en el maletero de un coche, llevada Dios sabe dónde en un país extranjero y violada una y otra vez hizo que el cuerpo entero le temblara de furia. Sus instintos protectores estaban al máximo y no quería volver a perderla de vista nunca más.


Pedro estaba bastante seguro de que si la mayoría de la gente hubiera pasado por el mismo calvario que había sufrido Paula, nunca volvería a plantar un pie fuera del país. Sin embargo, ella había vuelto, decidida a no permitir que aquella experiencia se hiciera con el control de su vida. Dios.


Para eso hacían falta agallas. Tal vez Gustavo tenía razón cuando dijo que Paula tenía huevos.


Obviamente, Gustavo había reconocido a Paula, pero no había dicho que la conocía. Aquello enojó a Pedro le dio una lección de humildad al mismo tiempo. Colter había guardado los secretos de Paula, pero Pedro desearía que
el cabrón arrogante hubiera dicho algo, que le hubiera hecho una advertencia de todo lo que había sufrido Paula. Pedro sabía que había sido un completo imbécil con su amigo sólo por un abrazo —y con Paula, por la boda falsa—, y en ese momento no se gustaba mucho. Colter le había salvado la vida a Paula; por eso, Pedro quería abrazar al arrogante de Gustavo él mismo, darle las gracias por protegerla cuando él mismo había fracasado a la hora de hacerlo.


«Nunca ha estado con ningún hombre excepto por la fuerza».


¡Dios! Quería ser el hombre que le enseñara que el sexo no era malo. El único hombre. La mera idea de alguien más la tocara hizo que estrechara su abrazo hasta que ella chilló.


—Lo siento. —La besó en la cabeza—. Me siento un poco protector.


«¡Me siento un poco loco! Vale… es posible que más que un poco».


—No necesito tu protección, Pedro. Necesito acostarme contigo y que me ayudes a que me guste —le dijo con voz seductora, trémula.


Pedro casi rugió. Para él, ambas cosas iban de la mano. Quería reivindicarla, marcarla como suya teniendo sexo con ella hasta hacerle perder la cabeza, hacerla suya para protegerla. No quería que recordara nada sexualmente antes que a él. Pero a él mismo casi le aterrorizaba el acto ahora.


¿Y si le hacía daño? Aun así, si eso era lo que quería Paula, y él le daría cualquier puñetera cosa que quisiera.


—Hablando de protección, me has dicho que estás sana, pero no me has preguntado si yo lo estoy —mencionó bruscamente.


—Confío en ti —susurró ella suavemente—. Si no lo estuvieras, me lo habrías dicho.


¡Zas!


Su conciencia le dio una bofetada. ¡Fuerte! Ella confiaba en él y, sin embargo, en realidad él no era merecedor de su confianza.


«No puedo contárselo ahora mismo. Todavía no. Tiene que ser capaz de confiar en mí. A partir de este momento, nunca haré nada para traicionar esa confianza. Algún día tendré que contárselo, pero primero voy a intentar darle lo que quiere.


—Soy prudente. Nunca he tenido sexo sin mi propia protección. No soy precisamente confiado —reconoció sinceramente.


Bajo de su regazo contoneándose y se sentó junto a él. Su mirada de ojos verdes examinaba el rostro de Pedro con curiosidad.


—¿Con cuántas mujeres has estado?


Pedro tragó un nudo en la garganta y se atragantó al responder.


—Bastantes.


Paula se cruzó de brazos.


—¿Cuántas?


Sinceramente, Pedro se avergonzaba de admitir que no podía contarlas.


—No lo sé. No me acuerdo. —Ya sabía que, antes de Paula, ninguna de ellas importaba realmente. Todas habían sido un bálsamo para una herida, un arreglo temporal, ya que todas querían lo mismo que él: sexo sin ataduras.


—No has tenido novia. ¿Nunca? —preguntó con el ceño ligeramente fruncido.


—Una vez. Cuando estaba en la universidad.


—¿Qué pasó?


—Me dejó cuando averiguó que yo no era tan rico como ella pensaba.


—¿¡Qué!? —gritó Paula.


Pedro se encogió de hombros.


—En serio. Me dejó ella. Empecé a hablar de los problemas que estaba teniendo con la empresa de mi padre cuando nos graduamos y me dejó por un hombre más rico. Supongo que estar conmigo era demasiado arriesgado —le contó a Paula con una sonrisa triste.


Cierto es que le había dolido en aquel momento, pero Pedro lo superó bastante rápido. Estaba demasiado ocupado intentando salvar la compañía como para preocuparse por la relación. Tal vez aquello lo había convertido en alguien cauteloso y mucho más informal acerca de las relaciones, pero no le había roto el corazón.


—Nadie rompería con Pedro Alfonso —bufó Paulacon incredulidad—. Debía de estar loca.


—¿De verdad soy semejante premio, Paula? Estás planeando divorciarte de mí. —En secreto, se deleitó con la indignación de Paula porque una mujer lo hubiera dejado años atrás.


—Podemos anular el matrimonio. No estábamos en nuestros cabales precisamente. Y esto es diferente. Tenemos un acuerdo —respondió dubitativa —. Ella era tu novia de verdad. No tenía excusa para hacerte daño.




CAPITULO 30 (SEXTA HISTORIA)




En realidad, eso era lo contrario de lo que quería Paula y, de alguna manera, necesitaba explicárselo. Abrió la boca para decírselo, pero la cerró cuando él habló de nuevo.


—Podrías estar muerta. El simple hecho de que estés aquí es un puto milagro, que pueda abrazarte así.


—Viví, Pedro. Me siento agradecida por eso.


—Volviste a trabajar sobre el terreno. ¿Por qué? —Alzó la cabeza para obligarla a mirarlo a los ojos, con la mirada aún atormentada.


Paula lo miró a los ojos turbulentos, atormentados.


—Tenía que hacerlo —confesó—. Sufrí una grave depresión durante unos meses, me aterrorizaba salir de mi bloque de apartamentos, tenía miedo de casi todo y de casi todos. Pero finalmente decidí que no podía permitir que ganara él. Me dijo que odiaba a los estadounidenses; me escupió. Al final, yo necesitaba escupir sobre esos recuerdos, enterrarlos. Él estaba muerto y yo seguía con vida. Necesitaba vivir de verdad, no solo existir, para vencerlo. Fue difícil volver, viajar de nuevo. Pero con el tiempo resultaba más fácil. Necesitaba desesperadamente recuperar mis fuerzas, y lo conseguí a la hora de hacer mi trabajo.


Paula inspiró hondo, lista para intentar explicarle lo que quería.


—Lo único es que parezco incapaz de tener relaciones sexuales. Sinceramente, ni siquiera lo había intentado hasta reencontrarnos. No ha habido ningún hombre que me hiciera desearlo. Creo que lo que me asusta es la idea de sentirme… invadida. Lo único que recuerdo es el dolor y eso me lanza de vuelta allí. Sinceramente, no he querido volver a hacer nada hasta ti. Quiero que me ayudes, Pedro. Ayúdame a superar mis miedos. —Si Pedro no
podía hacerlo, nadie podría. Había decidido pedirle ayuda en el camino de vuelta a la casa de invitados. Necesitaba superar su miedo ahora que sabía que estaba ahí, y Pedro era el único hombre al que deseaba.


Él la miró boquiabierto, con preocupación en la mirada.


—Paula, no puedo forzarte después de lo que…


—Estoy sana y tomo la píldora. Después de lo que ocurrió, tomo la píldora fielmente porque sigo viajando internacionalmente y sé lo que puede ocurrir. Tal vez eso siga siendo un poco paranoico. ¿Qué posibilidades hay de que vuelva a ocurrir? Pero eso hace que me sienta más segura. Me sentí agradecida de no haber contraído nada y de no haberme quedado embarazada. No se trata de que no quiera. Quiero que entiendas eso, que entiendas por qué me volví un poco loca anoche. Ahora sabes todos mis secretos. Quiero quedarme contigo durante las dos próximas semanas e intentar superar esto. Cuando haya terminado, podemos ir cada uno por nuestro camino, no importa lo que pase. —Casi se atragantó con sus palabras; sería difícil decir adiós, pero entendía que tenía que intentarlo. Podría pasar el resto de su vida sin sentir lo que sentía por Pedro. Aquella podría ser su única oportunidad.


—Tienes que confiar en mí, Paula. Confiar verdaderamente en mí —dijo Pedro con voz ronca. Le acarició la mejilla con mirada enigmática—. Ahora que sé por lo que pasaste, yo también tengo miedo. No quiero hacerte daño y no quiero que sufras ni un minuto más de dolor.


—Ya no tenemos secretos. Confío en ti. ¿Todavía me deseas aunque me hayan… utilizado? —Había pasado años sintiéndose sucia e indeseable.


Él rompió el contacto visual y atrajo la cabeza de Paula contra su pecho.


—Creo que te deseo aún más. Probablemente eres la mujer más valiente que he conocido en mi vida. Es posible que Gustavo y sus hombres te rescataran, pero tú ayudaste a salvar tu propia vida porque eres inteligente. Sólo desearía haber sabido esto antes. No puedo creer que pasaras por todo esto y que nunca se lo contaras a tus hermanos.


—No podía. Confío en que no se lo cuentes. No cambiará nada ahora — respondió ella con nerviosismo. No había ninguna razón por la que sus hermanos tuvieran que saberlo nunca y ella no quería volver a hablar de eso nunca más.


—Nunca traicionaré tus secretos —respondió él en tono gutural.


Pedro hizo preguntas, principalmente acerca de sus sentimientos durante toda la experiencia y de detalles sobre cómo la había rescatado Gustavo. Ella las respondió, sintiéndose mucho más a salvo hablando de ello ahora que su historia se había aireado. Fue paciente y dejó que respondiera a su propio tiempo, pero mantuvo los brazos en torno a ella en gesto protector y el cuerpo de Paula encogido en su regazo.


Para cuando terminó de contarle cada detalle que Pedro quería conocer, Paula no sentía nada más que alivio y la conciencia completamente limpia. Se relajó en sus brazos, sintiéndose a salvo, la mente y el cuerpo agotados de alivio.