jueves, 5 de julio de 2018

CAPITULO 23 (SEGUNDA HISTORIA)




Concluida la ceremonia, los invitados se abrieron camino hacia las carpas dispuestas frente al mar con mesas para comer, un bar y una tarta nupcial monstruosa. El sol empezaba a ponerse y un aire de cuento de hadas envolvió la celebración. Paula aspiró profundamente el aire salado y húmedo, disfrutando el benigno atardecer.


–¡Todo es tan precioso! –suspiró.


–Sí. Todo. Tú estás impresionante, Paula. ¿No te lo había dicho?


La miraba fijamente, recorriendo su cuerpo con las vista, recreándose en el pronunciado escote de su vestido.


–Una o dos veces –respondió, sonrosándose, mientras que él continuaba con la mirada fija en ella.


De hecho, se lo había dicho al menos cinco veces desde que la vio descender las escaleras hasta el área donde se celebró la ceremonia, y se había sonrosado como una estúpida cada vez. No era lo que decía, sino cómo lo decía. 


Parecía decirle que necesitaba hacerle el amor o moriría, así de indigente era el tono de su voz, una voz cuyo timbre le producía un escalofrío que le recorría la espalda y le humedecía la entrepierna.


–¿Cómo puedes llevar un sujetador con ese vestido? –preguntó Pedro, sensual y desesperado, mientras manoseaba el sedoso tejido de la manga.


–No llevo –susurró ella como respuesta, mirándolo con fingida inocencia–. No es posible.


Un profundo vigoroso gruñido salió de la garganta de Pedro que la hizo estremecerse. Solo con Pedro había sentido esta clase se poder femenino, y era embriagador.


–Por caridad, Paula. Estoy hecho un manojo de nervios desde hace unos días. No sé si voy a poder aguantar mucho más –dijo con la mandíbula tensa–. Y, por amor de Dios, no te inclines. Tendrás a todos los hombres salivando durante el banquete. ¡Mierda! Necesito un trago.


La cogió de la mano, que encapsuló por completo con la suya, y entrelazó sus dedos con los de ella de manera tan posesiva que hizo que el corazón de Paula saltara de alegría. Todos y cada uno de los preparativos de la boda había salido a pedir de boca, todo perfectamente orquestado. Todo lo que tenían que hacer era disfrutar del festejo. Ver a Simon y a Karen juntos durante los últimos días había sido dolorosamente conmovedor, pero grato. Los dos eran como las dos mitades de un todo, tan felices juntos que casi era una tortura verlos. 


Karen había pasado por tantas cosas, sufrido en soledad tanto tiempo.


Paula daba gracias porque Karen hubiera finalmente encontrado un hombre que la haría feliz hasta el éxtasis. Su amiga estaba embarazada, pero no por el tiempo suficiente como para que se le notase.


Aunque Paula no lo hubiera creído posible, esto había hecho a Simon ser aún más protector y estar más al cuidado de Karen. Serían buenos padres. Un hijo nacido de ellos sería un hijo dichoso.


Pedro le tiraba de la mano, llevándola hasta la lujosa carpa más próxima a la orilla.


Pedro, más despacio. Mis tacones –le recordó, dándole un tirón en dirección opuesta y señalándose a los pies cuando él se giró. 


Atravesaban el césped y ella no estaba acostumbrada a usar tacón alto. Si no frenaba el paso se iba a torcer un tobillo.


Él la miró apesadumbrado.


–Lo siento, cielo. Se me olvidó que tienes el paso más corto.


La cogió en brazos y la acurrucó cerca de su pecho.


–Problema resuelto– dijo con una sonrisa traviesa. –Me gusta más así, de todas maneras.


–Bájame –refunfuñó Paula avergonzada–. Todo el mundo nos está mirando.


Golpear a Pedro fue completamente inútil. Su mano rebotó en los poderosos músculos de los brazos de él como si estuviera abofeteando a una piedra. A ella le causó dolor en la palma de la mano. Él ni se inmutó. Continuó avanzando hacia la carpa, ignorándola.


–Déjalos que miren –replicó despreocupado.


–Maldita sea, Pedro. ¿Estás intentando meterme mano? –amonestó Paula conteniendo a duras penas una sonrisa. Un brazo musculoso la sostenía por las piernas y se las rodeaba de forma que la palma de la mano podía acariciarle los muslos por debajo de la vaporosa falda de su vestido...


–Pues sí. Estoy intentado echar un ojo a lo que se esconde detrás de ese provocativo talle. Uno no pierde la ocasión cuando está desesperado.


Él le dirigió una mirada desafiante y luego continuó mirando a sus pechos con una lascivia posesiva que le provocó un hormigueo por todo el cuerpo.


Paula suspiró, inhalando profundamente, dejando que su olor masculino le anestesiara los sentidos.


¡Dios, huele tan bien! Cerrando los ojos por un momento, dejó que el impacto se filtrase en su ser, abrazando sus hombros y jugueteando con sus rizos en la nuca. Sentirlo cerca otra vez, sentir la robustez de su cuerpo contra el de ella era absolutamente decadente. Todo en Pedro la atraía, la hacía querer sumergirse en él, fundirse con él. Era un sentimiento carnal, uno que nunca había sentido con ningún otro hombre. Como si Pedro exudara feromonas y ella no pudiera ignorar el masculino, tentador, encantamiento
de los sentidos.


–¿En qué piensas? –le preguntó Pedro, su voz grave y seductora.


Paula abrió los ojos y lo miró.


–En ti –respondió con franqueza.


Pedro la miró con mayor intensidad y apretó el agarre alrededor de su cuerpo.


–Si no dejas de mirarme así, te llevo dentro, te desnudo y te follo hasta que me supliques parar… Y luego, volver a empezar –le advirtió con brusquedad.


Dejó que la advertencia le resbalase, enamorada de su intensidad. De hecho, no había nada que quisiera más que retarlo a cumplir su amenaza. Pero sabía que la cumpliría.


–Es la celebración de la boda de Simon –le recordó–. Bájame.


La bajó al suelo, con cuidado de que su vestido permaneciese alrededor de sus piernas para no
avergonzarla en público.


–No quiero soltarte.


Dejó sus pies en el suelo, pero mantuvo los brazos alrededor de ella. Paula no necesitaba que Pedro se explicara porque sabía exactamente lo que sentía. Estar juntos otra vez era un sueño que no quería que terminase. Siempre habían encajado, como dos piezas de un rompecabezas, tan perfecta y naturalmente ensamblados que asustaba.


–Creo que ahora necesito ese trago del que hablabas.


Necesitaba algo, algo que la obligara a desamarrarse de Pedro.


–¿Qué quieres? –le preguntó, soltándola definitivamente, con expresión de disgusto.


Tú. Dentro de mí. Ahora.


–No estoy acostumbrada a beber. Tú eliges.


Alisó las arrugas del vestido y se mojó los labios resecos.


Con una mano en la espalda, a la altura de la cintura, la llevó hasta una elegante mesa vacía. 


Después de ayudarla a sentarse, con una modales que hubieran enorgullecido a cualquier madre, ella lo observó mientras él se dirigía al bar, estaba sedienta, la lengua se le pegaba al cielo de la boca. Pedro siempre había tenido el mismo efecto en ella. Una mirada, una caricia, un beso… y quedaba cautivada.



CAPITULO 22 (SEGUNDA HISTORIA)




Paula lloró en la boda. No lo pudo evitar. No le fue posible ver a Simon y Karen intercambiar los votos matrimoniales sin que las lágrimas le salieran a borbotones, estaba tan feliz por su amiga que casi le daba dolor. Mientras que los contrayentes se miraban uno al otro, Paula
podía ver el rostro de Simon. Karen estaba de espaldas a ella mientras recitaba los votos al que iba a ser su esposo. Todo en él reflejaba una emoción genuina, sin aditivos, cuando le repitió los votos a Karen, taciturno, pero con sentimiento.


Ella y Pedro eran los únicos que formaban parte del cortejo nupcial, el resto lo constituía un número reducido de amigos y familiares. El clima había cooperado, de modo que todo se había dispuesto en el exterior, y la decoración era exquisita. Karen había querido una ceremonia sencilla, aunque había una espléndida celebración dispuesta para después de la ceremonia con cientos de invitados convocados en la elegante casa de Pedro para darle la enhorabuena a la feliz pareja.


Karen parecía una princesa en su traje victoriano de seda y finísimo encaje color marfil. 


El estilo le iba muy bien a Karen, alta y esbelta. 


El traje se ajustaba en la cintura y la falda caía hasta el suelo en forma de campana.


Paula estaba a su vez encantada con su traje verde esmeralda, con escote barco pronunciado,
mangas cortas de farol, una hechura atrevida que la hizo estremecerse cuando lo vio por primera vez.


Pero una vez que se lo probó, se enamoró de la cintura ceñida y la falda vaporosa que le cubría justo por debajo de la rodilla. El conjunto se complementaba con un lazo negro de seda que ondeaba trémulo a sus espaldas y terminaba en unos zapatos de tacón de hebilla. Paula era consciente de que estaba tan bien como podía estar al lado de una mujer alta y deslumbrante como Karen.


Paula miró a Pedro por encima de la feliz pareja. 


Estaba deslumbrante. Simon llevaba el mismo
esmoquin, pero con una corbata de lazo. Pedro llevaba una corbata estrecha, negra con finas rayas de color verde esmeralda que hacían juego con su traje… y con los hermosos ojos de Pedro. Todo en él era urbanita y sofisticado, hasta su postura y su expresión, un hombre obviamente cómodo con su atuendo y con todo lo que lo rodeaba.


Obligándose a apartar los ojos de Pedro, Paula volvió la mirada a Simon para verlo entregarse como esposo a Karen.


Cuando llegó el momento de la ceremonia en la que el ministro preguntó si alguien tenía alguna
objeción al matrimonio Simon arrugó el entrecejo, amenazador, volviendo ligeramente la cabeza hacia el hombre del alzacuellos.


–Es mía. Continúe –informó con cierta irritación al ministro.


Paula se mordió los labios para no reírse. Simon Alfonso era posesivo y no era precisamente sutil
ocultándolo. Miró a Pedro y el corazón le dio un salto de alegría. Se dio cuenta que él intentaba ahogar una sonrisa, su mirada delatando su regocijo. Sus ojos se encontraron y se sostuvieron la mirada, compartiendo un instante de muda comunicación, de alegría compartida.


Finalmente, cuando consiguió apartar la vista de Pedro, sintió un escalofrío recorrerle la espalda, como si alguien tuviera los ojos en ella. 


Estaba en una ceremonia con al menos cincuenta invitados. Todos miraban. Pero ella volvió la vista y sus ojos se tropezaron con los de un hombre que estaba en la primera fila, un hombre que parecía peligroso en su costoso traje de chaqueta, mirándola directamente, sin
desviar los ojos de su cara. El hombre era atractivo en su tosca intensidad, con el pelo castaño y ojos penetrantes, como un láser, ojos que se clavaron en ella con intensa concentración. Incapaz de mirar para otro lado, obligada a no quitarle los ojos de encima, Paula se sobresaltó cuando él articuló una sonrisa y le guiñó un ojo …A ella. Verdaderamente, había algo tan magnético en él que no pudo evitar devolverle la sonrisa.


Volviendo la atención a Simon y Karen, las lágrimas le nublaron la visión cuando el ministro los declaró marido y mujer. Simon besó a la novia … y volvió a besar a la novia … y finalmente paró cuando Pedro le dio una palmada de enhorabuena en la espalda, aunque Paula sabía bien que lo hizo para evitar que Simon devorara a Karen delante de los invitados. Los ojos de Karen salpicados de lágrimas cuando abrazó a Paula y recogió de nuevo su ramo de novia. Pedro le ofreció el brazo y Paula se agarró de él, siguiendo a la nueva pareja por el pasillo.


–Vi cómo Mauro te desnudaba con la mirada. Ni lo pienses –murmuró Pedro entre dientes, sonriendo abiertamente al público mientras lo decía.


–¿Quién es Mauro? –preguntó confundida, siguiendo el paso detrás de Karen y Simon.


–Mauro Hamilton. El cabrón de la primera fila que no te quitaba los ojos de encima. No lo culpo. Pero más le vale guardar la distancia o lo mato –rugió Pedro cuando llegaban al final del pasillo. La agarró por la cintura, posesivamente, acercándola a su cuerpo.


Paula no lo conocía personalmente, pero había oído hablar de él. Mauro Hamilton era otro de los que aparecían en las páginas del cotilleo demasiado frecuentemente por su fortuna y su poder.


–Sois amigos, obviamente. Está aquí.


–Sí, sí. Es mi amigo, pero ahora mismo no me gusta. No me gusta la forma en que te estaba mirando – respondió enérgicamente. –Tenemos muchos negocios en común.




CAPITULO 21 (SEGUNDA HISTORIA)




Llevó la boca a la de Paula antes de que ella pudiera decir nada, ahogando cualquier protesta que hubiera podido salir de sus labios. Le importaba un huevo lo que ella dijera, no hacía más que reclamar lo que debía haber sido suyo años atrás. Quizás debería haber confesado todo la primera vez que volvió a verla, hacía un año, pero no se había acercado a ella temeroso de que hubiera un hombre en su vida, un hombre que fuera mejor que él. Ahora que sabía la verdad, que nunca había sido atesorada como debería haber sido, no la iba a dejar escapar.


Ella sabía a café con azúcar y a tentación y casi lo llevaba a la locura. Cubrió de besos su boca una y otra vez, como si marcara una propiedad, necesitando que olvidara a todo hombre, salvo a él. Le latía el pene y restregó la pelvis en el vientre de Paula, gimiendo de placer dentro de su boca, que lo recibió con fuego y con la promesa del éxtasis. Él deslizó sus brazos por detrás de ella, intentando acercarla más, sus pechos más apretados contra el suyo. ¡Dios! 


Necesitaba más. Más de ella, más de su calor. 


Ella gimió en la boca de él cuando Pedro embistió de nuevo, barriendo con su lengua la húmeda, cálida cavidad, ansioso de su dulzor, revolcándose en su aroma.


–Tengo que tenerte más cerca. Desnudos. Ya –carraspeó, tras separar precipitadamente su boca de la de ella.


–Alguien llama a la puerta. He oído el timbre –resolló Paula calladamente.


¡Mierda! Simon.


Miró el reloj, luego a Paula, verdaderamente tentado de ignorar el penetrante tono del timbre una vez más. Paula parecía tan preparada, tan relajada, tan dispuesta a que la penetraran que la frustración hizo que se tirara de los pelos.


–Lo olvidé. Es Simon. Continuamos luego –le dijo con una mirada enfebrecida.


Paula se sentó, empujándose delicadamente.


–No va a ser posible. Se quedan hasta el sábado, ¿verdad?


–¿Y qué?


Pedro le importaba poco que ellos estuvieran en la casa siempre que Paula estuviera con él.


–No voy a dormir en tu habitación mientras que ellos estén aquí – le advirtió Paula amenazadora–. Esta es su boda, Pedro. No voy a hacer nada que dé que hablar. Este momento les pertenece y yo necesito tiempo para pensar.


Se pasó la mano por el pelo, pero solo consiguió que sus rizos parecieran más indomables. Los ojos de Pedro recorrieron su apariencia desaliñada con la satisfacción del macho. 



–No tienes nada que pensar. Solo tienes que decir sí –replicó beligerante.


Paula saltó del sofá y se sujetó el pelo en una cola de caballo.


–Necesito mi goma.


Pedro la miró sardónico.


–Eso no suena como viniendo de la boca de una mujer. En la cocina. Voy a buscarla.


–No, yo la busco. Tú abre la puerta. Pobres Simon y Karen están esperando en los escalones probablemente preguntándose dónde estás.


–Estaba a punto de pasarlo como no lo he pasado en mi puta vida. En mala hora, hermanito –gruñó Pedro, dirigiéndose hacia la puerta.


Paula se rio tímidamente, cubriéndose los labios para silenciar el ruido.


–Necesito algunas cosas de casa. Y pilas nuevas –le dijo mientras se pavoneaba a lo largo de la habitación.


Pedro hizo un ruido animal, viéndola contonearse en dirección a la cocina. Ese dulce, insinuante, contoneo al caminar. Los glúteos embutidos en un par de vaqueros que nunca debió haberle pedido a David que comprara. 


Eran demasiado provocativos, se ajustaban a sus formas quizás demasiado bien.


¿Pilas? ¿Para qué necesita …?


¡El consolador! Qué jodida. Sonrió con afectación mientras se dirigía a abrir la puerta. 


Un tanto para Paula. Y no le importaba dárselo, porque, al final, pensaba ganar por un margen aplastante. Agarró el tirador, intentando colocarse la pungente erección antes de abrir la puerta e intentando exorcizar la visión de Paula dándose placer con el consolador.


–Esta me la vas a pagar, cielo –se susurró a sí mismo con una sonrisita mientras abría la puerta.


Pedro había esperado una eternidad a Paula, pero de repente no podía esperar más. Le habían dado una segunda oportunidad, y esta vez no se la iba a dejar escapar, porque nadie en el mundo la necesitaba más que él. Y nadie podría atesorarla tanto como él lo haría.


Resuelto a hacerlo, firme, como su erección, sonrió de oreja a oreja cuando recibió a Simon y a Karen en su casa.