jueves, 20 de septiembre de 2018

CAPITULO 37 (SEPTIMA HISTORIA)




A Paula se le encogió el corazón en el pecho mientras hacía la maleta a la mañana siguiente. 


El pronóstico del tiempo no era bueno para el martes, así que ella saldría más tarde aquella noche antes de que llegara la tormenta. Su jefe
había reservado un vuelo desde Denver y ella tomaría ese vuelo. Sería mucho más fácil que intentar decir adiós a Pedro en Washington.


«Un día menos. ¿Importa?»


En aquel preciso momento, parecía que importaba mucho. Ella quería ese día extra, le amargaba tener que renunciar antes que al día siguiente.


—¿Qué estás haciendo? —Pedro sonaba confundido cuando entró en la habitación.


—Se acerca una tormenta. Voy a tener que irme esta noche. El departamento me ha hecho una reserva en un vuelo comercial. Tengo que ir en ese vuelo. —No podía mirarlo. Si lo hacía, perdería los papeles.


—No puedes irte hoy. Se suponía que teníamos hasta mañana. —La voz de Pedro sonaba desesperada.


—No tengo elección. —Paula dobló unos pantalones y los dejó caer en su maleta.


«Por favor, no dejes que me toque. Si lo hace, me rendiré. Probablemente le suplique, le ruegue y le pregunte si puedo quedarme con él, aunque no sea para siempre. No puedo hacer eso. No puedo renunciar a la carrera en la que he trabajado tan duro por alargar una aventura».


—Bien. Te llevaré a Denver —dijo él con aspereza.


Ella asintió, sin motivos para objetar. Tendría que llegar allí de alguna manera.


—Me gustaría parar a despedirme de tu madre y de Chloe.


Pedro se acercó desde detrás de ella, con voz suplicante:
—Paula, por favor quédate.


—No puedo —respondió ella con firmeza. Las lágrimas le nublaban la vista.


Él movió las manos y dio un paso atrás.


—Supongo que no puedo hacer que me quieras.


«No digas nada. No le digas lo desesperadamente que lo quieres, lo sola que estarás sin él. Eso sólo prolongará lo inevitable y dolerá todavía más».


Ella se mordió el labio. Fuerte. Finalmente, él salió de la habitación y la dejó sola. Paula dejó caer las lágrimas, lamentando la pérdida de Pedro antes incluso de dejarlo.



CAPITULO 36 (SEPTIMA HISTORIA)




Paula arrojó su identificación sobre la mesa, pero no apartó la mirada de Marcos mientras Pedro hacía exactamente lo que Marcos había ordenado.


Comprobó el número en su ordenador portátil antes de llamar. Paula oyó hablar a Pedro, pero tenía la atención puesta en su hermano.


Aquel día se veía diferente, su mirada distaba mucho de no tener emociones.


Marcos parecía cansado y sus ojos grises de Alfonso brillaban de tristeza y remordimiento.


«Dios mío… ¿de verdad es posible que Marcos esté diciendo la verdad? Por favor. Por favor. Que sea verdad. Significaría tanto para Pedro que Marcos fuera realmente uno de los buenos. Pero si lo es, ¿qué demonios estaba haciendo con todos esos explosivos?».


Pedro terminó la conversación, apagó el teléfono móvil y se lo devolvió a Marcos.


—Guarda la pistola, Paula —le dijo Pedro llanamente—. Está diciendo la verdad.


«¿Qué demonios…?», pensó Paula. Enfundó la pistola, aún confundida.


—¿Cómo? ¿Por qué?


Marcos inclinó la cabeza hacia ella.


—Gracias por no dispararme.


—Dale las gracias a Pedro. Yo quería dispararte —farfulló enojada. Después del infierno que le había hecho pasar a Pedro, había querido hacer daño a Marcos.


Mucho.


Marcos rio entre dientes.


—Estoy seguro de que eso querías. Y probablemente aún quieres. —Miró a Pedro—. Desde luego, te has buscado una mujer leal.


—Es jodidamente increíble —corrigió Pedro—. ¿Vas a decirme qué demonios está pasando? ¿Lo saben los demás? —Hizo un gesto hacia la mesa.


Todos se sentaron, y a Paula le pareció surrealista que en realidad estuviera mirando al otro lado de la mesa a un hombre de quién había pensado que era terrorista hacía poco tiempo.


Marcos empezó a hablar.


—Blenjamin lo sabe desde que vino a Washington y pude hablar con él en persona. Me reuní con Renzo en Denver antes de llegar aquí, y acabo de llegar de una larga discusión con Chloe y con Mamá.


—Así que soy el último en enterarme —gruñó Pedro.


—Sabía que sería más difícil contártelo a ti —dijo Marcos con sobriedad—. Hice que resultaras herido, Pedro. Y Paula también fue humillada y herida. Lo siento.


—Forma parte de mi trabajo —contestó Paula en voz baja—. ¿Puedes explicar cómo es posible que el FBI no supiera nada de ti?


Marcos asintió con la cabeza.


—No lo sabía mucha gente, y no me sorprende que pusieran a un equipo antiterrorista del FBI en este caso. Me lo esperaba. Mi rastro no era precisamente discreto y no pretendía serlo. Pero era altamente confidencial y no queríamos que se filtrara información. La persona con menor rango de la CIA que lo sabía era el subdirector del NCS, y el director del FBI fue informado, pero no se le permitió compartir la información.


—¿Cuál era tu misión? —preguntó Pedro con brusquedad.


Marcos hizo una mueca.


—En realidad fue algo en lo que me vi envuelto involuntariamente. Este grupo era bastante sofisticado, y tenían dinero. Se hacían pasar por empresarios legítimos y respetados. Escuché un intercambio que estoy seguro de que se suponía que yo no debía entender. Estaba discutiéndose en árabe en un evento de negocios.


—Hablas muchos idiomas —musitó Paula.


Marcos se encogió de hombros.


—Trato con muchos países y tengo un don para aprender idiomas.


—Entonces, ¿qué? —preguntó Pedro.


—Me dirigí a la CIA con la información.


—¿Cuánto tiempo has estado ayudando a la CIA?


—Un tiempo —admitió Marcos a regañadientes—. Viajo y recojo información limitada para ayudarles. He ayudado con la recopilación de información para ellos en el pasado, pero nada a la misma escala que esta operación en particular. Me preguntaron si podía acercarme a estos hombres, intentar infiltrarme en el grupo de alguna manera. No fue fácil. Soy estadounidense y no confiaban en mí. Tardé dos años hasta que por fin los convencí de que lo único que quería era dinero y de que no me importaba su causa. No querían que me importara. Solo necesitaban una tapadera estadounidense para comprar los explosivos, de modo que no despertara tantas sospechas. Puesto que somos una familia prominente, decidieron arriesgarse. El plan era reunir todos los explosivos y después hacer el trato final. Me pagarían y ellos se llevarían sus explosivos por aire. Lo que interrumpiste fue la comprobación del último cargamento antes de que hiciéramos nuestra transacción. Se suponía que aquel día no debía ocurrir nada. El director estaba planeando reunir a un equipo especial, FBI incluido, para la detención final. Yo quería asegurarme de que mi familia se hubiera ido lejos de la zona antes de que ocurriera algo. 


Marcos hizo una pausa momentánea antes de proseguir:
—No debería haber usado la pista de aterrizaje ni Rocky Springs.


—No tenías mucha opción. Es un aeropuerto privado. ¿Dónde más podrías haber arreglado esto? —dijo Paula en voz baja, a sabiendas que tenía el cebo perfecto para los terroristas porque tenía un aeropuerto privado y los Alfonso eran una familia muy respetada.


—Puso en peligro a mi familia —replicó Marcos con desaliento.


—Normalmente, no lo habría hecho —dijo Pedro sinceramente—. La pista de aterrizaje está a una distancia segura de nuestras casas y del complejo. Que Paula y yo estuviéramos allí fue por casualidad. Quería demostrarle que no estabas involucrado para que dejara de intentar atraer tu atención.


Marcos sonrió y miró a Paula.


—Oh, habría atraído mi atención. Pero probablemente habría adivinado que ella era agente federal.


—No lo habrías sabido nunca —dijo Paula a la defensiva—. Soy condenadamente buena en mi trabajo.


La sonrisa de Marcos se ensanchó.


—Y yo tengo muy buenos contactos —replicó Marcos antes de mirar a Pedro —. ¿La distinguiste como federal?


—Sí, pero solo porque comprobé su información personal. En realidad no sospechaba que fuera del FBI. Solo sabía que no era la huésped promedio del resort.


—Durante los dos últimos años he comprobado a todos los que siquiera hablaron conmigo. No tenía dudas de que el FBI estaba investigando, pero no estábamos listos para formar un equipo. Primero necesitábamos las pruebas — explicó Marcos.


—¿Por qué dejaste que el equipo te arrestara? —preguntó Paula con curiosidad.


—No todos los terroristas estaban allí. Teníamos que reunir al resto del grupo. Habrían escapado de inmediato si supieran que yo estaba implicado con la CIA. Tuve que esperar hasta que el resto del grupo estuviera bajo custodia, y teníamos que tenderles una trampa. Si me hubiera expuesto entonces, eso me habría dificultado ayudar a atraer al resto del grupo a una zona de detención —le informó Marcos—. Me alegró muchísimo que tuvieras refuerzos, agente Alfonso. Fui al almacén para intentar enviar un mensaje de emergencia al director mientras los terroristas estaban ocupados comprobando la mercancía, pero no iban a llegar a tiempo. Yo ya estaba intentando pensar en un plan alternativo.


—No les dijiste que yo era tu hermano —observó Pedro—. No entiendo árabe tan bien como tú, pero sonaba como si estuvieras diciéndoles que éramos policías.


Marcos asintió con la cabeza.


-No quería que supieran que estábamos emparentados por nada del mundo. Están paranoicos y locos. Era mejor dejar que pensaran que habíamos sido descubiertos por las autoridades locales y que necesitábamos actuar más rápido. Iba a intentar conseguir que proporcionaran el dinero para que pudieran empezar a transportar los bienes mientras yo os retenía a vosotros dos para darles tiempo para escapar. Eso nos habría dado un poco de tiempo, pero no estoy seguro de que hubieran aceptado, y no sabía lo rápido que se enviaría a las fuerzas del orden. Créeme… Estaba encantado de que el FBI me arrestara con todos los demás. Me alegraba de que estuvieran bajo custodia, y la agente Alfonso tuvo la previsión de traer refuerzos. Estaba preocupado de que te me desangraras hasta la muerte.


—Por favor, llámame Paula. Y yo no confiaba en ti como lo hizo Pedro.


—Me alegro. —Marcos le lanzó una mirada agradecida a Paula.


—Aún no se ha filtrado nada a los medios de comunicación —observó Pedro.


Marcos sacudió la cabeza.


—Con un poco de suerte, no lo hará. Lo mantuvimos bajo control. Los únicos civiles que lo saben son Gabriel y mi familia, y ahora Gabriel sabe la verdad. Dice que no se lo dirá a nadie, y yo le creo. El hospital no tenía ni idea de lo que te pasó, Pedro. Denunciaron la puñalada, pero la denuncia fue a la Policía, y no van a hablar. La verdad es que yo preferiría que esto no se convierta en un cotilleo y que la menor cantidad posible de gente sepa que trabajo con la CIA.


—Eso tiene sentido si alguna vez quieres volver a servir como agente — convino Paula.


—No puedo creer que mi hermano sea un puñetero espía —gruñó Pedro—. Dios, es probable que te maten jugando a James Bond.


Marcos le dirigió una mirada reprobatoria a Pedro.


—Mira quién habla. Lo que hago yo es mucho más seguro que cualquiera de tus misiones pasadas. —Marcos se volvió hacia Paula—. ¿Y cuál era tu objetivo aquí en el resort?


—Acercarme a ti y seducirte para que hablaras. Lo único que sabíamos era que estabas comprando y transportando por aire grandes cantidades de explosivos. Era un trabajo de investigación.


—Qué bien —dijo Marcos, tan suave como la seda. Sus ojos la miraron despreocupadamente—. ¿Cuánta seducción habría implicado exactamente? — preguntó.


—Nada —gruñó Pedro—. Está vedada.


Marcos sonrió.


—Ya no. Estamos del mismo lado.


—Me arrepentí de veras de darte un puñetazo en la cara. No me obligues a hacerlo otra vez —le advirtió Pedro con voz amenazante.


—¿Te sientes un poco posesivo, hermanito? —Marcos sonaba divertido.


—Sí —afirmó Pedro.


—¿Y tú cómo lo llevas, Paula? —preguntó Marcos.


«Es sexy. Tan increíblemente sexy que quiero derribar a Pedro y joderlo hasta quedarme sin aliento».


—Puedo manejarlo —le dijo Paula a Marcos con una sonrisa.


—De alguna manera, estoy seguro de que puedes —dijo Marcos mientras se levantaba—. Tengo que encargarme de algunos detalles, pero seguiremos hablando más tarde. Sólo quería que ambos supierais que lo siento. No tenéis ni idea de lo difícil que fue no revelar quién era. Pero creo que probablemente habría conseguido que nos mataran a todos. Estaba aterrorizado de que Pedro fuera a morir desangrado. De todos modos, estuve a punto de descubrir mi tapadera.


Paula estaba bastante segura de que Marcos tenía razón. teniendo en cuenta que estaba preocupado por su hermano pequeño, había manejado bien las cosas.


Aunque ella no hubiera visto las intenciones tras el disfraz de Marcos, ahora veía su preocupación y pesar.


Ella y Pedro se levantaron para acompañar a Marcos a la puerta. Por instinto, Paula agarró el brazo de Marcos. Éste se volvió hacia ella interrogativamente.


Pedro siempre creyó en ti. Incluso cuando le mostré pruebas concluyentes, se rió en mi cara. Nunca creyó que fueras culpable —le dijo a Marcos con urgencia, deseando asegurarse de que ninguno de los hermanos terminara resentido.


—Lo sé. —Marcos le dio una palmadita en la mano—. Lo siento hermanito —le dijo sinceramente a Pedro.


Paula retiró la mano del brazo de Marcos y vio como dos pares de ojos grises Alfonso cruzaban una mirada de comprensión. Marcos se estiró y dio un abrazo de oso a Pedro. Éste envolvió el cuerpo de Marcos con los puños apretados; los dos se golpearon el uno al otro en la espalda. Ambos eran aproximadamente del mismo tamaño y Paula se preguntó si se harían daño el uno al otro en su viril demostración de afecto.


—Estoy muy contento de que estés a salvo, joder —le dijo Pedro cuando los dos hombres se separaron, ambos golpeándose la espalda todavía.


—Me alegro de que los dos estéis bien. —Marcos miró de hito en hito a Pedro y a Paula.


Ella se adelantó y dio un abrazo a Marcos.


—Gracias.


Esa palabra cubría tantas cosas:
«Gracias por ser inocente para que Pedro no sufra más. Gracias por ser un hombre rico y lo bastante bueno como para ayudar a detener a terroristas. Gracias por preocuparte por una humilde agente del FBI que solo estaba haciendo su trabajo. Gracias por querer a tu hermano pequeño porque yo también lo quiero».


Marcos no dudó en devolverle el abrazo antes de soltarla. Paula tomó su identificación, que había dejado sobre la mesa, y se la devolvió.


Con la mano aún en la puerta, Marcos se volvió hacia ella con una sonrisa maliciosa que de repente le recordó mucho a Pedro.


—Sabes, quizás habría dejado que me sedujeras. Pero no habría hablado nunca —dijo, coqueto, inclinándose hacia ella para que Pedro no pudiera oírlo.


Ella puso los ojos en blanco ante sus palabras arrogantes y le susurró al oído:
—Habrías cantado como un pajarito, Alfonso.


Marcos se echó a reír mientras salía y cerró la puerta tras de sí.


—¿Estaba flirteando contigo? —preguntó Pedro con brusquedad mientras miraba fijamente la puerta cerrada con el ceño fruncido.


—Estaba siendo un listillo —admitió Paula—. Parece que es algo en lo que destacáis todos los hermanos Alfonso.


—Mi hermano no es un terrorista —dijo Pedro en voz baja.


—Lo sé. —Paula alzó la mano para acariciarle la mandíbula, que pinchaba por la barba creciente.


—¡Mi hermano no es un terrorista! —gritó de alegría mientras la levantaba por la cintura y la hacía girar hasta llegar al salón.


El corazón de Paula se elevó ante la alegría de la voz de Pedro. Lágrimas de felicidad le corrían por el rostro.


—Lo sé.


—Es un puñetero agente de la CIA. Marcos es espía. —Pedro se derrumbó en el sofá, tirando de ella con él, y se echó a reír. Extendió la mano y abrazó a Paula contra él. Se le quebró la voz de emoción mientras decía con énfasis:
—¡Gracias a Dios!


Paula le devolvió el abrazo, meciéndolo contra su cuerpo, compartiendo su alegría con el rostro aún bañado en lágrimas: lágrimas de alivio por Pedro y por toda la familia Alfonso. Estarían enteros de nuevo, intactos porque Marcos era
todo lo que Pedro siempre había dicho que era.


Pedro la abrazó durante más de una hora; ninguno de los dos habló demasiado de nada.


Agotadas las emociones, se quedaron dormidos en brazos del otro. Pedro se despertó unas horas más tarde y la llevó al dormitorio con él con delicadeza.