domingo, 16 de septiembre de 2018
CAPITULO 23 (SEPTIMA HISTORIA)
Ella y Pedro fueron inmovilizados y desarmados en cuestión de unos instantes.
La navaja de Pedro fue arrojada al suelo, junto con su pistola y con las dos armas de Paula. No podían hacer ningún movimiento: varios rifles de asalto ya estaban listos para dejarlos tirados y ensangrentados en un santiamén.
Era una situación extraña: los seis hombres extranjeros y Marcos ataviados con traje, con aspecto de acabar de llegar de una reunión de negocios. Quizás eso era lo que habían hecho, llegar de una reunión sobre los negocios del terrorismo.
¿Cuántos hombres con trajes a medida blandían rifles de asalto?
—¿Por qué? —Pedro rechinó cuando uno de los hombres le ató las manos a la espalda con bramante—. ¿Por qué cojones harías esto? Mírame, joder. ¡Mírame a la cara, Marcos, y dime por qué estás haciendo esto!
Marcos no obedeció. Siguió mirando a Paula con ojos apagados mientras se acercaba a ellos y esperaba a que los otros hombres se alejaran antes de hablar a Paula y a Pedro en voz baja, en su idioma. Habló en susurros, evidentemente
deseoso de que la conversación se quedara entre él y su hermano.
—Por dinero. Todo es por dinero, Pedro. He descubierto que hay una fortuna que ganar con este negocio.
—Y una mierda. ¡A ti no te importa el dinero! —explotó Pedro—. ¿Y qué pasa con Papá?
—Está muerto —contestó Marcos—. La vida sigue.
—A ti no te importa una mierda el dinero. Todos tenemos tanto que ahora no sabemos qué hacer con él.
—Nunca es suficiente. El dinero también es poder —respondió Marcos llanamente mientras hacía un gesto con la cabeza mirando a Paula—. ¿Quién es ésta?
Con las manos atadas fuertemente a la espalda, Paula fulminó a Marcos.
—Soy tu peor pesadilla, Alfonso.
Marcos se acercó lo suficiente para tocarla.
—Ah… ¿otra alma que sale a salvar el mundo? Supongo que es agente de la ley de algún tipo. —Finalmente miró a Pedro.
—Ni la toques —gruñó Pedro—. Déjala marchar. No tiene nada que ver con esto.
Paula sabía que Marcos no creería eso ni por un minuto después de haber visto cómo iba armada y, aunque Marcos la dejara ir, ella no pensaba dejar allí a Pedro después de lo que se había descubierto.
—La quiero antes de que muera. —gruñó con un fuerte acento uno de los hombres que sostenía un rifle de asalto cuando el grupo volvió a unirse a Marcos.
La mera idea de que cualquiera de esos hombres la tocara le daba arcadas, y eso incluía a Marcos. Quería matarlo sólo por la forma en que había traicionado a su familia, mucho más a su país.
«Uno. Dos. Tres». Paula contó los cañones de las armas que la apuntaban: tres hombres con pistolas, cuatro desarmados, Marcos entre ellos.
Y ella y Pedro habían sido maniatados. Le gustaba pensar que podía manejar cualquier cosa como agente, pero sus probabilidades de sobrevivir a aquella situación eran escasas, a menos que el equipo de agentes de Denver entrara muy pronto en el hangar.
Observó cómo uno de los hombres desarmados fue a recoger la navaja de Pedro, abría la sección de la navaja y rápidamente rajaba su suéter de cuello alto desde el cuello hasta el dobladillo.
—Tócala y te mato, cabrón —bramó Pedro furioso. Se adelantó hacia el hombre que le había desgarrado la ropa para darle un topetazo.
El tipo de la navaja se recuperó rápidamente y fue a por Pedro. Paula gritó y dio una patada cuando el hombre se apresuraba hacia Pedro con su propia navaja. Lo desvió, pero la navaja se clavó en el hombro de Pedro.
Ambos habían sido despojados de su ropa de nieve cuando les quitaron las armas. Pedro tenía muy poca protección de la hoja con su camiseta fina, y la herida de la puñalada se abrió inmediatamente y empezó a sangrar.
Marcos avanzó y agarró al hombre que había asaltado a Pedro por el cuello de su chaqueta de traje.
—¿Estamos aquí para hacer una inspección del último envío o no?
El terrorista se zafó del brazo de Marcos y habló en tono punzante a los otros dos hombres que no tenían armas. Debía de querer que revisaran los explosivos, porque los hombres entraron en el almacén.
—Voy a vigilarlos, si no os importa. Ahora nuestro descubrimiento va a requerir un cambio de planes —comentó Marcos débilmente mientras miraba al hombre que evidentemente estaba a cargo de los otros terroristas, el hombre que había atacado a Pedro.
Marcos no esperó respuesta antes de seguir a los dos hombres al almacén que contenía los explosivos. Obviamente no le importaba si tenía el acuerdo del jefe o no.
Paula se acercó a Pedro, intentando ver lo grave que era la herida de su hombro.
Sangraba tan profusamente que no podía distinguirla. Pedro estaba perdiendo sangre, pero su expresión era más de furia que de dolor.
—¿Estás bien? —susurró Pedro con ferocidad.
Ella asintió.
—Estoy preocupada por ti.
—He sobrevivido a cosas mucho peores. ¿Puedes desatarme? Estoy trabajando en los nudos, pero será más rápido si puedes ayudar.
Paula ya estaba tratando de situarse ligeramente detrás de Pedro mientras los hombres estaban ocupados; el líder habló rápidamente a los hombres que tenían las armas de asalto. Intentó volverse discretamente para tratar de ayudar a Pedro a aflojar sus manos atadas.
—Aléjate de él. —El jefe con la navaja volvió frente a ellos en un santiamén.
«¡Mierda!».
Paula se movió obedientemente; no quería que Pedro fuera más castigado por intentar rescatarla. Debería haber estado más preparada para aquel supuesto, debería haber mantenido la guardia por si alguien entraba en el hangar.
Pero había cometido un error trágico: se había distraído emocionalmente. Se le rompió el corazón al observar cómo se desarrollaba delante de ella la sensación de traición de Pedro.
CAPITULO 22 (SEPTIMA HISTORIA)
—Supongo que no tendrás una llave —le preguntó Paula a Pedro esperanzada de pie ante la puerta de entrada normal del nuevo hangar enorme que había sido terminado durante el verano. Se envolvió el cuerpo con los brazos y saltó de un pie al otro para intentar mantener el calor. Había salido el sol y el día era cristalino después de la tormenta, pero hacía mucho frío.
—No necesito una llave. —Pedro se metió la mano en el bolsillo de los pantalones y sacó una navaja, extendiendo una sección que tenía varias extensiones finas de metal.
—¿Vas a forzar la cerradura? —Paula empezó a tiritar.
Pedro se agachó sin contestar y la puerta se abrió en menos de un minuto.
—No estaba forzándola. Estaba abriendo una puerta en mi propiedad de una manera poco convencional. —Pedro abrió la puerta y le hizo un gesto para que entrara—. Querías echar un vistazo… ya estás dentro —dijo en tono seco mientras volvía a guardarse la navaja en el bolsillo.
Paula no discutió mientras entraba en el espacio cálido y enorme. El hangar era lo bastante grande como para albergar varios aviones o un par de aviones privados. En ese preciso momento, el espacio central estaba vacío, excepto por el equipo de mantenimiento para el avión.
Se le hundió el corazón mientras miraba la expresión de remordimiento de Pedro. Podía estar convencido de la inocencia de su hermano, pero Paula se percató de que no le gustaba invadir el espacio de su hermano sin permiso.
Pedro se cruzó de brazos.
—Echa un vistazo y salgamos de aquí.
No había ningún avión aparcado en el espacio gigantesco, así que Paula pudo moverse rápidamente por el área grande, evitando unas salas pequeñas con escritorios, obviamente pequeños despachos.
«El área no es lo suficientemente grande para una gran cantidad de explosivos».
Se quitó los guantes y los puso en el bolsillo con cremallera de su abrigo de esquí para tener las manos libres y sacó su teléfono móvil del bolsillo de sus pantalones para enviar un mensaje.
Estoy dentro, buscando.
Había llamado al director de su división en cuanto supo que tendría acceso a un posible almacén para los cargamentos de explosivos.
Aunque solo estaba llevando a cabo una investigación en busca de posibles pruebas, él quería que tuviera refuerzos disponibles. No había tiempo para mandar su equipo habitual allí, a Colorado, desde Washington, D. C., por lo que su jefe la había puesto en contacto con un equipo que había sido formado y desplegado desde Denver rápidamente. La pista de aterrizaje estaba actualmente rodeada de agentes federales en caso de que encontrara algo durante su registro.
Todos los despachos estaban vacíos, a excepción de una mesa, una silla o el almacén de equipos para los aviones y helicópteros.
Hasta que llegó a una puerta cerrada con llave.
—¿Qué hay aquí? —llamó a Pedro, que seguía de pie junto a la puerta de salida.
Él se acercó a la puerta e intentó abrirla él mismo.
—No tengo ni idea.
—A juzgar por el exterior, es un espacio bastante grande —reflexionó Paula.
Pedro se agachó de nuevo y sacó su navaja para forzar la cerradura con mano experta.
—Chsss. ¿No tenéis un sistema de alarma aquí? —preguntó Paula con curiosidad.
Pedro se encogió de hombros mientras abría la puerta de un empujón.
—¿Para qué? ¿Como si alguien que resultara ser piloto fuera a venir aquí, en medio de las Montañas Rocosas para robar un avión? Y todos nuestros empleados llevan años con nosotros. Confiamos en ellos.
«Increíble». En el lugar de donde venía Paula, nadie confiaba en nadie. Pero nunca había vivido en una ciudad pequeña. Y Rocky Springs definitivamente era un lugar remoto. Sus casas y la pista de aterrizaje estaban a una distancia bastante buena del resort en sí mismo.
Paula entró en la habitación delante de Pedro y se detuvo en seco; él chocó contra su espalda.
—Ay, Dios. ¿Qué es todo esto? —Sus ojos recorrieron el enorme espacio del almacén.
Todo estaba embalado, y había demasiadas cajas para contar. El almacén gigantesco parecía lleno de cajas de embalaje apiladas.
—Solo hay una forma de averiguarlo —dijo Pedro con gesto sombrío mientras sacaba su navaja para abrir una de las cajas—. ¡Joder! —exclamó con voz ronca. La tapa golpeó el suelo de cemento con un fuerte estrépito—. Aquí hay suficiente C4 para causar importantes daños.
Paula observó cómo Pedro abría la tapa caja tras caja, descubriendo una enorme colección de explosivos, misiles, armas y equipo para montar bombas grandes.
Ella parpadeó para reprimir las lágrimas cuando sacó su teléfono móvil y envió un mensaje de texto.
Pruebas encontradas.
—No es posible. Esto no es posible, joder —se enfureció Pedro mientras seguía arrancando las tapas de más cajas.
—Pedro, para. Por favor. —Paula no podía soportar seguir observándolo, su tormento casi tangible.
—Marcos no ha hecho esto. Él no haría esto. —Pedro dejó caer otra tapa al suelo y se volvió hacia ella—. Él no lo haría.
La feroz actitud protectora en su expresión casi desgarró a Paula.
—Me temo que sí y que lo ha hecho —dijo en tono monótono una voz masculina detrás de Paula.
Ella se volvió rápidamente, justo a tiempo para encontrarse mirando el cañón de varios rifles de asalto, y el rostro de Marcos Alfonso.
Marcos tenía los distintivos ojos grises de los Alfonso, pero en ese momento eran insensibles, sin vida. Dio órdenes cortantes en árabe, casi con toda probabilidad para que los inmovilizaran.
Una cosa que Paula sabía sobre Marcos
Alfonso era que hablaba varios idiomas con fluidez, incluido el árabe. Sus propios conocimientos del idioma eran mínimos y entendió muy poco de lo que dijo Marcos, pero se dio cuenta por su tono de voz de que estaba dando órdenes.
CAPITULO 21 (SEPTIMA HISTORIA)
Anduvo hasta la puerta y giró el pestillo. La abrió con una pequeña sonrisa, un gesto que se desvaneció en cuanto vio al hombre de pie junto a Chloe.
«Marcos Colter».
—Hola Chloe —saludó a la hermana sonriente de Pedro—. ¿Sr. Alfonso?
Otro hombre permanecía de pie al otro lado de Chloe, pero no lo reconocía.
Parecía tener la misma edad que Marcos aproximadamente.
—¿Benjamin? No sabía que habías vuelto. —La voz de Pedro sonaba más entusiasta que hacía unos pocos minutos.
La tensión en los músculos de Paula se relajó.
«Entonces no es Marcos». Se había concentrado tanto tiempo en fotos de Marcos Alfonso que había olvidado que tenía un gemelo, el senador Benjamin Alfonso. Marcos era el primogénito de los Alfonso, pero sólo por unos minutos. Marcos y Benjamin Alfonso se parecían tanto que Paula se preguntó cómo podía distinguirlos Pedro al instante. «Obviamente, sus hermanos distinguen fácilmente quién es quién. Crecieron juntos».
—Senador —dijo Paula mientras le saludaba con una inclinación de cabeza—. Es un placer conocerle, señor. —Miró a Chloe—. Qué bien verte otra vez.
Se hizo a un lado para dejar entrar a los tres visitantes y que Pedro pudiera saludar a su hermano. Lo hizo con una palmada en la espalda y el típico comentario de listillo de Pedro.
—Qué bien que por fin vuelvas para ver a las personas que te votaron.
Benjamin le devolvió un empujón a su hermano pequeño.
—Preséntanos —le dijo a Pedro mientras miraba a Paula con admiración.
—Ni se te ocurra pensar en intentar cautivarla. No se tragará tus mentiras — gruñó Pedro, que sonaba como si sólo estuviera bromeando a medias—. Paula, éste es mi hermano, Benjamin, y su amigo, Gabriel Walker.
—Sr. Walker. —Estrechó la mano del hombre.
—Gabriel, por favor.
—Y nada de formalidades conmigo, Paula. Por favor, llámame Benjamin. Cualquier amigo de mi familia es amigo mío también —dijo en tono encantador.
«No estoy tan segura de que vaya a ser amiga de ninguno de vosotros cuando arreste a vuestro hermano mayor». De hecho, estaba bastante segura de que iba a ser la persona más odiada por toda la familia Alfonso. Se le encogió el corazón al pensar lo les haría la conclusión de aquella investigación, especialmente a Pedro.
—Quería asegurarme de que estabas bien —explicó Chloe—. Pedro me escribió ayer diciendo que te había encontrado, pero no estabas esta mañana.
—Yo… yo estaba…
—Estaba conmigo. Mi casa estaba más cerca y se había quedado tirada fuera, con el frío —Tate les dijo en voz baja.
—Me alegro de que estés bien —dijo Chloe con una sonrisa.
Paula le devolvió la sonrisa a la atractiva morena. Gabriel Walker parecía incapaz de apartar los ojos de Chloe. «Interesante».
Benjamin miró a Pedro, confundido.
—Si estabas en tu casa, ¿por qué no tomaste el Jeep y quitaste…?
Pedro le clavó el codo en el estómago a su hermano.
—¡Ay! ¿Qué demonios ha sido eso? —se quejó Benjamin mientras se frotaba el abdomen dolorido.
—Lo siento —se disculpó Pedro con una total falta de remordimiento—. Paula y yo íbamos a salir ahora mismo. Hablaremos más tarde. —Le lanzó a su hermano mayor una mirada de advertencia para que dejara de hablar.
Paula observó con interés la interacción entre ellos dos, pero dejó que Pedro le diera la mano y la condujera a la puerta. Ella recogió su ropa de nieve de la silla y a Pedro le entregó su abrigo.
Los tres visitantes salieron con promesas de reunirse en una fecha posterior y dejaron que Paula y Pedro los siguieran más tarde.
—¿Has dicho que estabas haciendo las maletas? —preguntó Paula, nerviosa por salir aeródromo y por lo que pudieran encontrar allí. Pedro había dicho que Marcos se había retrasado por el tiempo y que todavía no había llegado, pero no estaba seguro de cuándo llegaría.
Pedro le dio la espalda.
—¿Quieres sentir mi arma? —preguntó con voz insinuante.
Después de cerrar la puerta y dejar caer la llave de plástico en su bolsillo, Paula puso una mano en su espalda.
—Un arma grande —comentó mientras sentía la funda trasera antes de que Pedro se pusiera el abrigo.
—Cariño, todo lo que tengo es grande. —Le guiñó un ojo—. Tengo las manos muy grandes. Necesito al menos un arma de tamaño estándar.
—Más difícil de ocultar —le replicó ella mientras caminaban por el vestíbulo hacia el ascensor—. Más grande no siempre es mejor.
—Pero en algunos casos es definitivamente preferible —contestó él mirándola con las cejas levantadas mientras la invitaba a entrar primero en el ascensor con un movimiento del brazo.
—A veces los chicos que tienen cosas grandes no siempre tienen el mejor equipo. Están compensando.
—Sabes que eso definitivamente no se me aplica. —Pedro le sonrió, los ojos centelleando endiabladamente.
«Qué malo eres». Pero en realidad no podía discutírselo. Pedro no tenía absolutamente nada por lo que compensar.
Los ánimos se calmaron cuando salieron del resort y Pedro le abrió la puerta del copiloto de su camioneta, otra novedad. Los hombres nunca le abrían la puerta…
Pedro corrió hasta la puerta del conductor y se deslizó en su asiento.
—Acabemos con esto. Se me ocurren cosas mucho más placenteras que hacer.
Paula tragó saliva para quitarse el nudo de la garganta.
—Pedro, lo siento…
—No te disculpes —farfulló descontento—. Marcos no tiene nada que ver con nada remotamente ilegal ni dañino para nadie. Conozco a mi hermano.
Las pruebas contra Marcos Alfonso eran irrefutables. Los cargamentos los había comprado él y la carga había sido transportada a Rocky Springs. Estaba matándola que Pedro fuera a acabar destrozado, pero era inevitable.
—Espero que tengas razón —respondió sencillamente, a sabiendas de que no la tenia, pero deseando que por algún milagro imposible realmente sí conociera a su hermano mayor mejor que el FBI.
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