miércoles, 18 de julio de 2018

CAPITULO 17 (TERCERA HISTORIA)




Hacía 18 °C, pero Paula estaba sudando. Las gotas de humedad le caían del rostro, una detrás de otra, su cuerpo temblando mientras hacía lo que le ordenaron y miraba por la mira telescópica del rifle. Desvió la cara de golpe cuando vio la cabeza de su marido en el punto de mira, vulnerable.


— No, no le hagas daño. Haré lo que quieras, pero deja a mi familia en paz — imploró desesperada, luchando contra el abrazo de acero que la inmovilizaba.


El rifle bajó lentamente.


— Un disparo fácil. Podría acabar con él en menos de diez segundos y luego ir por tus hermanos también, antes de que nadie supiera nada. La seguridad de esta escoria millonaria no sirve para nada. —Oyó decir a la voz del maníaco que la retenía.


Podría. Paula sabía que era capaz. Dany Harvey
siempre había sido un tirador infalible, increíblemente certero en dar en el blanco.


— No te saldrás con la tuya. La policía …


— No te va a servir de mucho una vez muertos. Y dudo que te presten mucha más atención antes de eso pase. Todo el mundo conoce lo locos que están los Chaves. Nunca me encontrarán —respondió venenosamente—. ¿Estás dispuesta a arriesgarte? No quieres a ninguno de ellos. Paula. No como me quieres a mí. Tú me quieres a mí. Te casaste con ese ricachón como un sustituto. Yo estoy aquí ahora. Colabora y podremos estar juntos otra vez —dijo, con una voz más pausada, como repitiendo una canción delirante.


Ella se encogió cuando su mano enorme, mugrienta, le tocó la cara.


— ¿Qué quieres Dany?


— A ti. Nos pertenecemos uno al otro. Siempre —le dijo secamente.


— Y mi dinero —añadió ella imitando su tono de voz. Dany no tendría ningún problema en echarle mano a su herencia ahora que ella la había recibido.


Agarrándola por un mechón de pelo, le golpeó la cabeza contra el árbol tras el que se había
camuflado momentos antes.


— Eso es un beneficio secundario. Te quiero.


Eso no era amor. Nunca había sido amor. Era locura.


El golpe en la cabeza la hizo sentirse mareada,
Paula movió la cabeza a un lado y otro, intentando aclarar la mente. Dany tenía razón, no podía arriesgarse. Y no lo haría. Tenía que encontrar la manera de mantenerlo alejado de su familia antes de que acabaran todos como sus padres. Dany era más peligroso que su padre y más mortífero.


Es culpa mía. Traje a este hijo de puta a mi vida y ahora amenaza a todos los que me importan.


Nunca debería haberme casado con Pedro


Debería haberme alejado de él. No se merece esto.


Un par de labios fríos, babosos, la amordazaron y Paula intentó tragar la bilis que le subía por la garganta, forzándose a no resistirse. 


Sería pelear contra un demente y perdería. 


Necesitaba pensar. Si no, Pedro y sus hermanos podían morir. Concentrando sus pensamientos en Pedro, intentó bloquear todo lo demás hasta que Dany dejó de restregar su boca contra la de ella, haciéndole sangrar los labios.


— Se me ocurre un mejor uso para esa boca —
dijo con su voz de lunático. La puso de rodillas y se bajó la cremallera de la bragueta. Su miembro repulsivo colgó delante de Paula—. Chúpamela. Sabes que te gusta.


Las lágrimas saltaron de sus ojos a la vista de aquel pedazo de carne. El ofensivo olor de un cuerpo y unas ropas sin lavar le provocó náuseas.


No puedo hacerlo. No puedo hacerlo.


Pero sólo pensar en Pedro, pensar que estaba a punto de subir a un avión y que esto lo salvaría, e hizo lo impensable. Hizo lo que el psicópata quería, bloqueando todo pensamiento excepto completar aquel acto degradante y dar a Pedro tiempo de despegar.


Oyó acelerar las revoluciones del motor del avión. Tuvo esperanzas cuando le vino una arcada e intentó separarse del cuerpo que tenía delante. Pero no se pudo mover, la fuerza con que le tenían la cabeza sujeta era implacable. 


Tuvo otra arcada cuando el avión se desplazaba por la pista de despegue. Y entonces devolvió, y por esa reacción involuntaria fue severamente castigada.


Paula se despertó necesitando aire, sentada en la cama, su mano en el estómago luchando contra la náusea, su cuerpo y las sábanas empapados de sudor.


Fue una pesadilla. Un sueño horrible.


Aun así, todavía jadeaba cuando se bajó de la cama y se tambaleó hasta el cuarto de baño,
completamente desnuda. Cerró la puerta y encendió la luz, mirando la cara asustada que la miraba desde el espejo. Era ella, una persona a quien reconocía, ya no más dos mujeres en un mismo cuerpo, sino una mujer que había cambiado en los últimos pocos años.


De repente, sabía quién era y todas las memorias que la habían eludido volvieron como un torrente que nublaba los sentidos.


Tiritando, abrió el agua de la ducha, dejándola calentarse antes de entrar, esperando que el calor pudiera aliviar el frío que le recorría la espalda tras haber recuperado la memoria. El miedo le subió la adrenalina, disponiendo su cuerpo para la lucha.


Huye. Huye. Huye. No puedo estar aquí.


Tengo que irme. Tengo que proteger a Pedro.


Paula se echó jabón en las manos, abundantemente, queriendo quitarse los recuerdos del sueño. El dolor de saber que no podía seguir con Pedro la desgarraba. No podía seguir con él si realmente lo amaba. Y lo amaba. 


Tanto que la estaba haciendo pedazos. Casi como cumpliendo un deseo, Pedro apareció de repente detrás de ella, su brazo recorriendo posesivamente la cintura de Paula, su cuerpo sólido, musculoso, sujetándola.


— ¿Me echabas de menos? —preguntó con voz grave cerca del oído—. Deberías haberme despertado y traerme contigo.


Dios. A ella le gustaría llevarlo adonde quiera que fuese, no tener que separarse de él otra vez.


Pedro era la otra mitad de su alma y la idea de estar separada de él era superior a sus fuerzas. 


Se volvió y le rodeó el cuello con sus brazos, apoyando la cabeza en los hombros, mientras lo apretaba contra ella, piel con piel. Quería grabar en la memoria cómo se sentía su contacto, absorber su aroma y guardarlo en el alma.


— Un mal sueño. Estaba sudando —murmuró,
esperando que no hiciera demasiadas preguntas. No ahora.


— Entonces, definitivamente, deberías haberme
despertado. Me encanta estar sudado contigo. — Tomándola por los hombros, la echó hacia atrás para mirarla a los ojos, empujando la barbilla con sus dedos fuertes.


— ¿Estás bien?


— Sí. Ahora sí estoy bien —mintió sin reflexión,
queriendo llorar al ver preocupación en sus hermosos ojos.


Necesito un recuerdo más. Algo bueno que reemplace lo malo.


Con sus dedos aún enjabonados, recorrió el cuerpo de Pedro con las manos, lentamente, trazando cada músculo del pecho, bajando lentamente el sensual camino de vello que conducía a sus ingles.


Sin vacilación, le cogió el pene y sofocó un suspiro, encontrándolo ya endurecido y listo. Lo quería dentro de ella, pero más que eso quería ahuyentar los fantasmas y sabía exactamente cómo hacerlo.


Llevando la mano a la nuca de Pedro, empujó sus labios para encontrarse con los de ella, desesperada por sentir sus bocas entrelazadas, por sentir su lengua abriéndose camino en sus labios, subiéndole la temperatura como nada más podría. Él respondió inmediatamente, llevó las manos a la cabeza de Paula mientras esta gemía dentro de su boca, ardiendo de necesidad después de sentir sus dedos pasar una y otra vez por su abultado miembro, burlándose, sin terminar de satisfacerlo. Paula se abrió a él, dejando que su boca saqueara la de ella, que dominara sus sentidos. Fue un beso de desesperación y necesidad, y ella se rindió a él, saboreando la posesividad de Pedro. Finalmente, él echó hacia atrás la cabeza y separó sus labios de ella, dejándola casi sin aliento.


Paula se dejó deslizar por su cuerpo hasta que estuvo de rodillas, en la misma postura que estaba en el sueño. Pero esto… Esto era real y él era Pedro. Y no había nada que quisiera más que darle placer. Dejó que el agua se llevara el jabón. Se aferró a sus glúteos con ambas manos y sustituyó los dedos juguetones con la boca, permitiendo que todos sus pensamientos se fueran por el desagüe, excepto los del hombre que amaba.


Pedro casi se corre en el momento que Paula se lo llevó a la boca, su atrevida sexualidad casi lo hace perder el sentido. ¡Dios bendito! La sensación de su lengua aterciopelada en el pene, el roce de sus labios, eran suficientes para hacerle perder la cabeza. Era la mujer más sexy que había conocido en su vida y era cada vez más desinhibida, lo que estaba llevándolo al borde del delirio.


Mi mujer. Toda mía.


Dando un golpe, apoyó una mano contra las paredes de la ducha para mantener el equilibrio, el agua caliente golpeándole el pecho mientras Paula trabajaba su pene con más entusiasmo que habilidad.


Pero no importaba. Cada toque era exquisito, cada movimiento sensual.


— Paula, no voy a durar. —No. No podría. No
iba a aguantar un minuto más sin sufrir un ataque al corazón.


Pedro abrió la mano sobre el pelo mojado de Paula, guiándole la cabeza sutilmente, y dejó escapar un gemido incontrolado. Mirando hacia abajo, se vio entre aquellos dos espléndidos labios. Y la visión de la mujer que amaba dándole placer, una y otra vez, le congestionaba los testículos hasta hacerlo insoportable.


Sí. Sí. Sí.


Sus ingles desprendían fuego. Se debatía entre pedirle que lo hiciera más rápidamente, más intensamente, o en levantarla y abrirse camino dentro de su cálido, acogedor, fuego. 


Tenía condones en un cajón del baño; podía …


Paula gimió y Pedro miró, completamente hipnotizado, cómo se llevaba una mano al muslo y deslizaba sus dedos por sus labios vaginales, tocándose sin otro propósito que correrse con él. Era la cosa más erótica que Pedro había visto en su vida.


Con los dedos de una mano jugaba con su entrepierna, mientras que con la otra mano acompañaba los movimientos de la boca, poniéndolo al límite de sus capacidades.


— Córrete conmigo, Paula —le pidió, a punto de que le estallara la cabeza, rechinando los dientes y echando la cabeza hacia atrás mientras que ella gemía sin interrupción contra su pene palpitante—. Córrete conmigo.


Su orgasmo fue desenfrenado y explosivo, su cuerpo entero se estremeció, acompañando su descarga con un prolongado gemido. Paula nunca separó la boca de él, agitada por su propio clímax.


Pedro la levantó y apoyó su cuerpo cimbreante contra el de él, rodeándola con los brazos, sabiendo que en ellos sostenía todo su mundo. Aclaró sus cuerpos en la ducha y lentamente cortó el agua.


Después de secarse ambos, llevó a su mujer a la cama y se abrazó a ella, preguntándose cómo había tenido la suerte de tener una segunda oportunidad con la mujer que era todo para él. 


Se durmieron entrelazados, dos piezas que encajaban perfectamente. Pedro se durmió en un mundo de felicidad y dicha completas.



CAPITULO 16 (TERCERA HISTORIA)




Magda entró en la sala de espera,
resplandeciente de felicidad.


— Es preciosa. Tres kilos y medio y perfectamente sana —anunció, abrazando a su marido, que se había levantado en ese momento.


— ¿Karen está bien? —preguntó Samuel
preocupado.


— Está bien. Agotada, pero bien —respondió
Magda—. Si puedo sacarlo de ahí, le diré a Simon que traiga a la niña para que la veáis.


Paula se levantó


— Estoy segura de que es un padre orgulloso —
comentó risueña.


— Lo será. Ahora está algo desvaído. No pensé que iba a aguantar todo el parto. Karen estaba más serena que él —dijo Magda divertida, dando un beso en la mejilla a su marido.


Todo el mundo estaba de pie y hablando a la vez, maravillándose del nacimiento de la primera nieta de Helena y la nueva sobrina de Samuel. Pedro cogió a Paula de la mano, apretándola, para tenerla a su lado, protector. 


Con una palmada en la espalda a Samuel, se dirigió a su amigo, bromeando.


— Luego te toca a ti, colega.


La sonrisa de Samuel se apagó y su piel bronceada se tornó pálida al mirar el vientre de su esposa.


— No creo que pueda resistirlo —le dijo a
Magda, lleno de pavor.


— Tú no tienes que hacer nada. Yo tengo que hacerlo —respondió Magda con calma—. Ya que todos estáis aquí, creo que lo podemos decir. Samuel y yo estamos doblemente felices. Vamos a tener mellizos.


— ¡No! —Paula oyó a Pedro murmurar entre dientes. Estaba tan cerca que lo pudo oír. Le apretó la mano, advirtiéndole que no mostrara preocupación. Era obvio que Samuel estaba ya lo suficientemente preocupado.


Samuel se sentó, pálido, como si necesitara poner la cabeza sobre las piernas para no desmayarse. Por algo estaba tan preocupado por el parto. Paula sonrió a Magda, cuya felicidad se le dibujaba en la mirada.


Obviamente, su cuñada estaba radiante de felicidad.


Rodeándola con los brazos, Paula le habló al oído.


— Enhorabuena, Magda. Ayudaremos a los chicos a pasar el trago —dijo divertida, aunque no estaba segura de que no fuera del todo cierto.


— Samuel apenas acaba de saberlo —admitió
Magda, devolviendo el abrazo—. Se hará poco a
poco a la idea. 


Las dos miraron a Samuel, su rostro blanco como la cal.


O no —dijeron a la vez, riendo, cuando Helena se sumó al abrazo femenino, dejando que los hombres sopesaran la tortura de dar a luz gemelos.


Paula y Pedro esperaron hasta que pudieron ver al bebé antes de irse, saliendo de la mano del hospital después de ver a la adorable hija de Simon y completamente rodeada del servicio de seguridad de Pedro para mantener a la prensa a raya.


— Me encantaría tener un hijo contigo —dijo meditabunda.


— Cariño, no puedes decir algo así y esperar que no haga nada. Pensaba que querías esperar — dijo Pedro.


Paula se lo pensó un minuto antes de responder aunque sabía que estaba lista para tener un hijo con Pedro. De hecho, empezaba a sentir el dolor de no tenerlo ya.


— Sé que estábamos esperando antes de tener familia, pero …


— Estoy listo si tú lo estás. Creo que ya hemos esperado lo suficiente para empezar nuestra vida juntos —dijo él cálidamente, rodeándole la cintura con el brazo.


— Yo también —concurrió Paula, sorprendiéndose a sí misma de su respuesta. No había estado lista antes pero, de repente, no podía esperar más para ver una criatura concebida con amor crecer dentro de ella. Quizás sí había madurado de verdad. Dos mujeres en un mismo cuerpo …otra vez. Por alguna razón, le gustaba la mujer que era ahora.— Cuando recupere la memoria, podemos hablarlo —dijo—. Necesitamos más tiempo después de todo lo ocurrido, pero podríamos empezar a prepararnos.


— Estaré encantado de hacer lo que sea necesario —respondió Pedro, su voz intensa y sensual, como si no pudiera esperar a desnudarla.


— Serás mi semental una vez que sepa lo que sucedió y que sepamos que todo va a ir bien, ¿de acuerdo? —preguntó coqueteando.


— Cariño, soy tu semental. El único que vas a necesitar. Y todo va a ir bien —bromeó arrogante.


— No tenemos que empezar inmediatamente,
pero podrías practicar —lo retó, el calor acumulándose en sus muslos y radiando al exterior.


Habían usado el coche y el chófer de Pedro. La ayudó a entrar en la parte de atrás de la limusina, cerró el cristal opaco que los separaba del conductor y entró en el coche detrás de ella. 


Sonriéndole perversamente, oprimió un botón que abría un compartimento en ángulo, haciendo que los condones cayeran al suelo.


— ¿Tienes condones en el coche? Eso es estar preparado —dijo ella, riendo, mientras que él abría uno de los sobrecitos.


— Fui un buen boy scout —le informó, como si estuviera a punto de pecar.


El Pedro travieso era irresistiblemente seductor y ella se encontraba sin defensas frente a él. No es que le importara. Estaba más que dispuesta a dejarlo practicar, y él así lo hizo.