sábado, 7 de julio de 2018

CAPITULO 29 (SEGUNDA HISTORIA)




–Si la quieres, cásate con ella.


Pedro miraba a su hermano, Simon, deseando que fuera así de fácil.


–Me voy a casar con ella. Ya se lo he dicho.


–Pero, ¿se lo pediste realmente? –insistió Simon incómodo.


–No. Simplemente le he dicho que se iba a casar conmigo. Podía haber encontrado otro en todos esto años y no lo ha hecho. Ella se queda conmigo. Al menos, no voy a tratarla como una mierda y puedo darle todo lo que quiera. Algún día se le pasará eso de que me odia… Espero.


Cuando Pedro se había despedido de Paula, bajó a la biblioteca y se lo contó todo a Simon,
necesitando una opinión masculina.


–Eres el colmo. Al menos yo le pedí a Karen que se casase conmigo. No pensaba dejarle que me
rechazara, pero al menos se lo pedí –le regañó Simon, lanzándole a su hermano mayor un mirada de recriminación.


–Le dije que quería que se casara conmigo. ¿No es lo mismo? –respondió Pedro irritado.


–No. No exactamente, hermanito –replicó Simon–. No creo que Paula sea el tipo de mujer que quiere que le digan lo que tiene que hacer. Es como Karen en eso. Tienes que hacerle creer que tiene control de la situación de vez en cuando.


–¿Por qué? –insistió Pedro, mirando a su hermano con una mirada de contrariedad. –Si hago eso, se me podría escapar. No estoy dispuesto a dejarla ir esta vez. Se va a casar conmigo.


Simon asintió con la cabeza, enfático.


–Muy bien. En ese caso, no tienes elección. Tienes que hacer que se case contigo.


–Por el amor de Dios. ¿De verdad estoy escuchando a mis dos hijos hablar de matrimonio como si estuvieran cerrando un negocio en la edad de piedra? Pedro Alfonso, vas a cortejar a esa mujer apropiadamente y luego, educadamente, le vas a pedir que se case contigo.


Su madre, Helena Alfonso, irrumpió en la habitación, fulminado con una mirada de reporche a Pedro.


No soporto esa mirada. Me hace sentir como un parvulito.


Pedro devolvió a su madre una sonrisa cautivadora, aunque sabía que no le iba a funcionar. Mamá siempre había estado encima de él.


–Solo hablamos de posibilidades, mamá.


Helena se acercó a él y estiró el cuello para mirarlo más directamente a los ojos. Por extraño que pareciese, aunque tuviera que mirar hacia arriba para hablar con él, su mirada de saber bien de lo que hablaba lo hacía bajar la cabeza como a un niño sorprendido en el acto.


–O tratas bien a esa mujer o perderás tu oportunidad –lo avisó firmemente. –He visto cómo estabas hoy con ella. La necesitas.


Pedro no podía contradecir su argumento. 


Definitivamente, la necesitaba. El asunto era… cómo hacer que ella lo quisiese.


Simon estaba de pie detrás del escritorio, su madre le daba la espalda y Pedro lo vio sonreír con afectación.


–Y no seas listillo, Simon. Hoy te has casado con una mujer maravillosa. Mejor que la trates bien – amonestó Helena sin siquiera volverse, haciendo que Simon se sentara y borrase la sonrisa de su cara.


Pedro miró a su madre con afecto. Realmente, la mujer tenía ojos en la nuca.


–Yo trato a Karen como una princesa– objetó Simon, recostándose en el sillón.


–Más te vale seguir haciéndolo– respondió su madre.


Helena aún llevaba el traje de la boda, espléndida en su traje azul marino con zapatos a juego. Su pelo rubio estaba permanecía perfectamente peinado y no parecía lo más mínimo cansada del largo día que había aguantado ayudando desde el amanecer hasta el momento presente. Aunque Pedro le había pedido que se fuera a casa, ella se había quedado para supervisar la recogida.


Si me hubiera acordado de que seguía aquí, habría cerrado la puerta.


Cruzándose de brazos, impacientemente, Helena preguntó sin rodeos.


–¿He oído bien? ¿Has dicho que ibas a casarte con esa chica, Pedro?


Hostias. Estaba de verdad en un apuro.


–Ella se va a casar conmigo –respondió testarudo a su madre.


–Ella es una mujer educada, guapa. Deja de tratarla como si fueras un cavernícola y quizás lo
consigas. Pero no puedes darle un mazazo en la cabeza y arrastrarla hasta tu cueva. Se merece todo el respeto –lo amonestó Helena.


–Yo la respeto. No me casaría con ella si no lo hiciera –argumentó Pedro.


–Entonces, trátala bien y deja de comportarte como una mula –replicó Helena–. Me gustaría verte tan feliz como lo es Simon, Pedro–terminó decir con voz anhelante, acariciándole la mejilla–. Los dos merecéis ser felices.


Pedro se inclinó y besó a su madre en la mejilla. 


Helena Alfonso no había llevado una vida fácil, y les había dado a él y a Simon todo lo que había podido mientras crecían, incluido todo su amor. 


Sabía que ella solo quería su felicidad.


–¿Estamos listos?.


Karen irrumpió en la habitación vestida con unos pantalones vaqueros, un suéter de moda y botines, Paula la seguía.


Simon saltó del sillón tan precipitadamente que casi lo tumba.


–Sí, sí. Estoy listo, cariño. Vámonos.


Pedro estuvo a punto de estallar de la risa ante la impaciencia de Simon. Sabía que su hermano no solo estaba listo para iniciar su luna de miel, sino ansioso de huir de su madre en las raras ocasiones en las que esta se ponía a pontificar.


Paula permaneció al lado de Karen, después de haberse duchado y puesto unos vaqueros y otra
camiseta marcándole los pechos. Las tres mujeres se agarraron del brazo y se dirigieron a la puerta, abrazándose y besándose como si no fueran a verse nunca más. Karen había sido amiga de la madre desde hacía años y Paula había tenido una relación muy amigable con ella a lo largo del último año.


Pedro las siguió, deseoso de verlos a todos fuera. Quería estar a solas con Paula.


Simon lo cogió por el brazo.


–Te aconsejo que sigas tu plan. Usa la maza si es necesario.


Pedro asintió con la cabeza, hipnotizado por el leve contoneo de Paula mientras caminaba junto a Karen y su madre hacia la puerta.


Mía.


Una posesividad animal le golpeó las entrañas cuando vio a su hembra sonreír a su madre y a
Karen.Volvió la cabeza para ver a Simon mirando a Karen exactamente de la misma manera. Simon se volvió a Pedro y sus ojos se encontraron, intercambiando una intensa mirada de entendimiento y afinidad antes de hacerse un gesto de complicidad con la cabeza.


Le daría a Paula tanto tiempo como necesitase, pero en algún momento usaría sus tretas de cavernícola. No podría evitarlo. ¡Maldita sea! 


La necesitaba tanto…aunque no se la mereciese.


Pensando en su reacción cuando ella quiso tocarle el pene, frunció el ceño. Debería haber intentado explicarse. Pero era algo de su pasado que no quería recordar, no quería explicar, ni siquiera a Paula.


Especialmente a Paula. No quería ver su expresión de repulsión cuando se lo dijera, cuando descubriera la podedumbre que había en su pasado. Hubiera hecho lo que fuera por proteger a su hermano, pero eso lo había marcado. Paula podría ser médico, pero también una mujer muy vulnerable.


Ese episodio de su vida pertenecía al pasado y quería dejarlo allí.


Pero la rechacé, la reprimí.


Porque había necesitado hacerlo. Pensar en ello lo hacía sentirse menos merecedor de una mujer como Paula. Ella no necesitaba contagiarse de sus miserias.


Quería que me tocara, quería sentir su boca sobre mí.


Su reacción había sido instintiva, una aversión que había tenido desde la niñez. Como había ciertas cosas que no toleraba sexualmente, había convertido en arte el dar placer a la mujer. 


Y Paula había sido servida. Se había corrido tan exquisitamente, tan eróticamente… Sólo pensarlo le hizo casi aullar en alto, llevándose las manos a la cabeza y empujándose el pelo hacia atrás con frustración. Todas y cada una de sus experiencias sexuales palidecían al lado de su increíble encuentro con Paula, la personificación de todas sus fantasías sexuales.


Intentando acallar el pasado, intentando no recordar lo muy jodido que aún estaba, se unió al resto.


CAPITULO 28 (SEGUNDA HISTORIA)



–Que Pedro te ha pedido que te cases con él? –Karen chilló de alegría, abrazando a Paula y
olvidándose de hacer la maleta.


Paula correspondió al abrazo de su amiga.


–Bueno, yo no diría que fue exactamente un ruego. Más un ultimátum.


Karen se sonrió, sentada en la cama al lado de su maleta, mirando a Paula.


–Normal. Se trata de un Alfonso. Creo que el deseo de dominar el mundo lo llevan en los genes, especialmente Pedro, y ambos tienen una seria sobredosis de instinto de protección de las mujeres que aman.


Paula compartió una sonrisa cómplice con Karen. Después de que ella y Pedro lograran escabullirse dentro de la casa por las escaleras de atrás, se habían separado, explicando Pedro que tenía algunos asuntos que tratar con Simon antes de que él y Karen se fueran de luna de miel. Paula se había duchado
rápidamente y había venido a decirle adiós a Karen, a la que informó de todo puntualmente, ansiosa de compartir con su amiga todo acerca de Pedro. Karen era, posiblemente, una de las pocas personas que entendía a los Alfonso.


–Nunca me ha dicho que me ama. Y ha sido más una propuesta de negocio que de matrimonio – puntualizó Paula, con el corazón encogido. El mismo instante en que abandonaron el muelle, sentía que Pedro se alejaba, la cercanía que habían encontrado uno en los brazos del otro se desvanecía.


–Paula, siempre ha saltado a la vista que tú y Pedro habíais tenido algo, algo inacabado. Te puedo asegurar que lo de su colaboración con el FBI es cierto. Simon me dijo algo acerca de ayudar a desmantelar una organización. Simon siempre ha admirado a Pedro por lo que hizo. Pero tuvieron que ser protegidos por esto por algún tiempo. No me cabe duda que lo que Pedro te ha dicho es cierto –dijo Karen con dulzura y consideración–. Con todas sus faltas, Pedro es una buena persona. ¿Qué vas a responderle?


–No lo sé –dijo Paula con sinceridad–. Él insiste y yo necesito tiempo. Pero si apenas nos
conocemos ya. Lo nuestro pasó hace años. Apenas nos habíamos hecho adultos. ¡Han pasado tantas cosas desde entonces! Los dos hemos cambiado.


–Puedo decirte, por experiencia personal, que la paciencia no es exactamente una virtud de los
Alfonso –rio Karen.


–Lo descubrí hace tiempo –dijo Paula poniendo los ojos en blanco. Señaló a la maleta abierta–.
Hablando de eso. Mejor que sigas haciendo la maleta, querida.


Karen se levantó. Le habló a Paula, sus ojos cariñosos y cálidos


–Paula, dudo que tanto Pedro como Simon puedan haber sobrevivido su infancia sin sufrir algún daño colateral. No hagas caso de las fanfarronadas de Pedro, busca en su corazón.


–No creo que me deje –admitió Paula–. No entiendo nada de lo que está pasando. ¡Todo ha
sucedido tan deprisa!


Paula dobló unos pantalones vaqueros y los metió en la maleta.


–¿Deprisa? Todo lo contrario. No creo que Pedro se olvidara nunca de ti. Para él, lo vuestro no se terminó jamás.


–Creo que para mí tampoco –susurró Paula, sabiendo bien que era cierto. Pedro podía haber
cambiado con los años, pero seguía siendo … Pedro. Ella había sido capaz de resistirse cuando creía que él la había engañado, cuando pensaba que había amado a un hombre que nunca existió. Ahora que sabía que lo había hecho por protegerla, que la había querido, no dejarse enredar en su entramado de celo sofocante y necesidad desesperada era poco menos que imposible.


–Dale una oportunidad. Pedro siempre ha sido inquieto, infeliz. Lo esconde bien, pero es infeliz – observó Karen como en un ruego–. Quiero que los dos seáis felices.


Paula suspiró.


–Intentaré frenar las cosas para que podamos llegar a conocernos.


Karen rio con un ronquido.


–Buena suerte. Cuando un Alfonso decide que quiere algo, se sirve y que Dios ayude a la mujer si protesta.


–Tú aprendiste a manejar a Simon –le recordó divertida Paula a su amiga.


–Él me deja creer que lo manejo. Pero no es así. Él me calma, pero en realidad es un hombre tortuoso –respondió Karen con adoración.


–¿Te acostumbras a ello? ¿A alguien queriéndote tanto? –Paula preguntó contemplativa.


–Por supuesto. Es totalmente adictivo. ¿Qué mujer no quiere saber que es el centro del universo de su hombre? –Karen respondió ensoñadora–. Fui de estar completamente sola a vivir en completo delirio. Me quedo con la obsesión de Simon antes que con un hombre a quien no le importas una mierda. Él me ama y su obsesión me hace sentir segura, protegida, querida. Si algo de lo que él hace está un poco fuera de lugar, no me importa. De hecho, me excita. Lo que verdaderamente importa es lo mucho que nos amamos.


Paula encogió los hombros, admitiendo que sentía de la misma manera. La actitud dominante, sobreprotectora, de Pedro la excitaba. No se había sentido querida en casi toda su vida y la desesperación de Pedro por ella la volvía loca, lo quería de la misma manera impulsiva.


–Quizás sea eso lo que me molesta. Podría engancharme a él fácilmente.


Karen rio y le guiñó un ojo mientras cerraba la maleta.


–Entonces engánchate. Revuélcate en su lodo. Dudo que él vaya a cambiar. La testarudez es otra traza de los Alfonso. Una vez que saben qué quieren, no paran incluso después de conseguirlo.


Paula no le dijo a Karen que ya había probado esa seductora codicia.


–Te voy a echar de menos –dijo abranzando fuertemente a Karen–. Diviértete.


Simon y Karen se iban de luna de miel en un tour de tres semanas por el Reino Unido y Europa y Paula se sentía feliz por Karen. Su amiga no había tenido una vida fácil y Karen se merecía lo mejor.


–Te llamaré –dijo Karen enfática mientras se abrazaba a Paula–. No seré capaz de soportar esta duda. Necesito saber lo que pasa.


–Creo que tendré que averiguar yo misma qué pasa antes de poder decirte nada –dijo Paula riendo, soltando el abrazo a su amiga.


Karen se llevó las manos a la cadera y le lanzó a Paula una mirada de reproche.


–Al menos tómale la palabra acerca de financiar la clínica. Tú sabes que estás deseando hacerlo.


Por desgracia, Paula sabía que estaba deseando aceptar el trato en su totalidad. 


Simplemente no estaba segura si su corazón lo aguantaría.




CAPITULO 27 (SEGUNDA HISTORIA)



Cuando él se puso de rodillas, Paula vio cada vena marcada en el falo congestionado, su rostro intenso, tan carnal que Paula sintió un espasmo de deseo por tener a Pedro dentro de ella.


Queriendo darle el mismo placer que él le había dado, se acercó al masivo miembro, deseosa de sentir su sedosa textura bajo los dedos. Se sentó, hizo contacto con la mano, tocando la húmeda, bulbosa cabeza con un suspiro.


–No, Paula, no lo hagas.


Pedro la agarró por la muñeca tan intensamente que la sobresaltó. Al mirarlo, su expresión la previno de llevar la boca al glande. Parecía aterrado y nervioso. Su expresión no duró más que un suspiro y desapareció para dar paso a una expresión de culpa. Aflojando su agarre, sentó su cuerpo ardiendo para hablarle.


–Lo siento. A veces simplemente no me gusta… ser tocado – dijo con frustración.


Ella le quitó la mano de su muñeca y le rodeó el cuello con sus brazos.


–Y así, ¿puedo tocarte? 


Abrazó con sus piernas la cintura de Pedro y presionó sus pechos contra él. Le pasó los dedos por los dibujados músculos de su espalda hasta la cintura y los volvió a subir.


–Sí. Tócame así –gimió como si lo torturaran.


–Te necesito, Pedro.


–Yo te necesito a ti, cielo. Ahora.


Él se llevó la mano al pene y lo colocó a la entrada del estrecho túnel.


–¡Estás tan cerrada! No quiero hacerte daño.


Pedro entró el glande y ella lo oyó mugir. Tenía el cuerpo empapado por el esfuerzo de contenerse.


–Métemela, Pedro. Ahora. No vayas despacio… ni con cuidado. Lo necesito.


Quería que empujara, llenándola una y otra vez. 


No le importaba nada si apenas le cabría,
simplemente lo necesitaba dentro.


Él se lanzó dentro de ella con un empuje contundente, enterrándose en su angosta caverna. Paula gimió, abierta al máximo posible, llena de Pedro. En ese instante, nada más existía en el mundo exterior.


Sólo su ansia por el hombre que la estaba poseyendo, reclamándola, dominando su cuerpo.


–He soñado con este momento, Paula. Tantas veces – dijo entrecortado, mientras salía y volvía a entrar–. Esto es mejor de lo que soñé.


–Yo también –jadeó, con las piernas apretando las caderas de Pedro, pidiéndole más–. Métemela, PedroHaz nuestros sueños realidad. Por fin.


Todo fue apasionado y carnal, fruto de la necesidad y la desesperación. El pene de Pedro la martilleaba hasta lo más profundo, agarrándola por los glúteos, pegándose a ella una y otra vez. El aire era denso en torno a ellos y sus cuerpos empapados se abrazaron en un sutil, erótico vaivén hasta alcanzar la cima del
placer.


–Córrete, cielo. Córrete por mi. Quiero ver cómo te corres.


Sus palabras la llevaron al límite, el clímax atravesaba su cuerpo rugiendo con la violencia de un volcán. Aferrándose a Pedro como si su vida dependiera de ello, clavándole las uñas en la espalda, explotó, gritando, convulsionándose, sus fluidos bañando con exuberante tibieza el pene de Pedro.


Tenía la espalda arqueada, sus pechos enrojecidos por el vellocino del pecho de Pedro, que hacía temblar su cuerpo. Echando la cabeza hacia atrás, gritó su nombre y el mundo alrededor desapareció, siendo el hombre al que se aferraba, su masa de músculos, la única cosa material que le impedía perderse también en un torbellino sideral.


Pedro la siguió inmediatamente con un bramido de agonía, su calor inundó las entrañas de Paula mientras su cuerpo se desmoronaba encima de ella.


–¡Dios! –gritó, derrumbándose sobre el cuerpo de Paula, su pecho palpitante, su respiración raída–. Joder. Voy a aplastarte.


Se giró a un lado y se la acercó, rodeándola con sus brazos.


Permanecieron en silencio mientras recuperaban el pulso y sus cuerpos descendían las alturas del orgasmo. Paula descansaba sobre el pecho de Pedro, saciada y feliz como nunca lo había estado.


–No hemos usado condones –dijo por fin, no sin remordimiento.


–Tienes mi informe médico –replicó él, su voz algo enronquecida.


Ella no lo había leído todavía, pero no era ninguna enfermedad lo que le preocupaba. Él no le hubiera dado su informe si no fuera positivo en su totalidad.


–Yo no te he dado el mío –replicó ella.


–Entonces, compartiremos lo que sea que tengas. Si es mortal, moriré contigo – contestó Pedrocompletamente en serio–. No puedo vivir sin ti nunca más, Paula. Es demasiado doloroso.


Paula tuvo que tragarse un nudo en la garganta. 


Ella sentía lo mismo por él. Vivir sin Pedro había sido como vivir en la oscuridad, esperando que un día saliera el sol.


–No tengo nada. Pero no estoy tomando la píldora. No tengo el ciclo, pero sigue siendo arriesgado. Soy médico, por el amor de Dios.


–Me voy a casar contigo de todas maneras –resonó, enrollándose para envolverla con su cuerpo–. Te vas a casar conmigo, Paula.


No fue una pregunta, fue una exigencia.


Ella sonrió, mirando a su macho alfa por encima de ella, condenadamente masculino en su
dominación.


–Te dije que ya hablaríamos de eso.


–Es ya. Y tú me perteneces –declaró posesivamente.


–Ya lo veremos –murmuró ella, empujándolo hacia abajo para darle un beso de ternura que se tornó rápidamente apasionado. Besar a Pedro era como acercar una llama a la gasolina. Se inflamaba instantáneamente al rojo vivo.


–¿Estás intentado desviar la conversación? –le reprochó Pedro cuando pudo coger aire.


–No. De verdad. Sólo quería recuperar el tiempo perdido –le dijo seductora, juguetona.


–Creí que no te gustaba el sexo –le recordó él con voz sugestiva.


–Me parece que he cambiado de opinión –dijo jugando con el pie en los gemelos de Pedro.


–Creo que tengo que trabajarte dando un giro de 180º –respondió con un susurro ronco.


–¿Siempre consigues lo que te propones? –preguntó Paula, echándole una tórrida mirada.


–Puedes apostarlo –contesto Pedro con agresividad, enterrando sus dedos en la leonina, indomable mata de pelo de Paula.


Mientras él procedía a amaestrarla con solo un beso, Paula se convenció de que Pedro estaba en lo cierto.