viernes, 14 de septiembre de 2018
CAPITULO 17 (SEPTIMA HISTORIA)
Pedro se acercó a ella otra vez.
—Ya te he dicho que me excita una mujer con un apetito saludable.
Paula dio un paso atrás para salir de su alcance peligroso.
—Eso me recuerda que estoy hambrienta. —En realidad, el corazón le daba saltitos en el pecho. Cada rasgo de ella que mencionó que aceptaba como sexy hacía que se sintiera poco mareada—. Iba a preparar el desayuno. Ahora que el tiempo está despejado, tengo que irme después de desayunar.
El rostro de Pedro se volvió sombrío.
—Tienes que decirme qué está pasando, Paula. Puedo ayudar. Si no me lo dices, te seguiré. Así que, más vale que me lo cuentes todo. Sé que te dirigías hacia la propiedad de Marcos cuando tuviste el accidente con el trineo. ¿Estabas tratando de conseguir su cooperación en una investigación?
A Paula se le encogió el corazón y ella vaciló. No debía decirle nada, pero tenía derecho a saberlo y quizás pudiera ayudar. Sin embargo, no quería hacerle daño.
—No. No estaba intentando conseguir su cooperación.
Él le lanzó una mirada inquisitiva.
—Entonces, ¿qué hacías?
Paula suspiró.
—En realidad, tu hermano Marcos es un sospechoso. Tenemos muy buenas razones para creer que tu hermano es fundamental para intentar organizar un atentado terrorista a gran escala. Me enviaron aquí a investigar a tu hermano mayor, Pedro. Lo siento mucho.
Pedro no reaccionó en absoluto como se esperaba Paula. Hizo la única cosa que ni siquiera se le había ocurrido que podría hacer cuando supiera lo de Marcos. Se echó a reír.
CAPITULO 16 (SEPTIMA HISTORIA)
Había oído rumores ocasionales sobre un equipo de élite de operaciones especiales que casi nadie conocía, ni siquiera el escalafón superior del FBI. Pero había rechazado los continuos rumores. Su expediente militar tenía sentido para ella. Era lo único que tenía sentido.
Si hubiera seguido como SEAL de la Armada, aparecería reflejado en su expediente. Los sellos no estaban escondidos del FBI. Ningún agente de las Fuerzas Especiales conocidos se le ocultaba al
FBI. La única respuesta era un equipo de alto secreto, un equipo tan selecto que nadie lo conocía, excepto el peldaño más alto de la cadena alimenticia del gobierno. Nunca había visto un expediente militar como el de Pedro, pero ahora tenía mucho sentido.
Levantó la ceja cuando él no contestó, y él se limitó a encogerse de hombros.
—Prefiero oír hablar de ti, agente especial Chaves. Como por ejemplo, ¿qué demonios haces aquí? Y no intentes contarme mierdas de que estás de vacaciones. No colará. El único cabo que no he podido atar es por qué estás aquí cuando eres agente antiterrorista. ¿Hay algún terrorista oculto aquí, en Rocky Springs?
—Es posible —dijo ella.
—¿Quién?
—No puedo darte esa información, Alfonso. De todas las personas, tú debes entender lo que es guardar secretos.
Pedro avanzó y sujetó su cuerpo contra el armario de la cocina.
—No de mí. Yo crecí aquí. Yo vivo aquí. Y estoy seguro de que tengo una habilitación de seguridad más alta que tú. No tienes razón para no decírmelo. Este es mi territorio. Mi hermano es un puñetero senador. ¿Y si él es un objetivo? —gruñó. La ferocidad en sus ojos la fulminó aterradoramente.
—No lo es —le dijo bruscamente. Podía compartir eso. Lo último que quería era que pensara que su hermano Benjamin estaba en peligro—. Y si estás fuera del ejército, ya no tienes autorización.
Pedro la miró y habló como si escogiera sus palabras con cuidado.
—Todavía la tengo. Digamos únicamente que ahora soy una especie de consultor.
—¿De quién? —No había una puñetera cosa en la comprobación de sus antecedentes que lo indicara, pero tampoco había un expediente como el suyo.
Por alguna razón, la mayor parte de la información sobre Pedro Alfonso estaba
oculta, enterrada bajo mentiras superficiales.
Él se encogió de hombros.
—¿Sigues siendo militar? ¿Qué clase de accidente tuviste?
Él la miró fijamente con gesto de inocencia.
—Me rompí la pierna en un accidente de esquí.
Paula puso los ojos en blanco.
—Sí, seguro. El accidente está en tu expediente, Alfonso. Ocurrió mientras estabas en servicio activo. Dejaste el ejército por eso. Pero no dice lo que ocurrió.
—Nadie en mi familia lo sabe. Les dije que todo ocurrió mientras estaba esquiando en Vail. Por lo que respecta a mi familia, no está relacionado con el trabajo. Salí de Colorado en cuanto tuve la última cirugía sólo para alejarme. Encontré una casa en Florida, pasando el rato con un amigo allí para no tener que seguir mintiendo a mi familia. No volví hasta que me curé completamente.
—No se lo diré a nadie.
—Fue el resultado de un accidente de helicóptero. Yo era el piloto. De no haberlo pilotado yo, estaría muerto. Todos salimos con vida, pero yo tuve que someterme a cirugía correctiva, clavos para reconstruirme la pierna —dijo lentamente, con cautela.
—Nadie se daría cuenta. No cojeas.
Pedro negó con la cabeza.
—Yo lo sabía. Me hizo más lento. Ser más lento significa morir y, posiblemente, provocar que otros miembros de un equipo también resulten heridos o mueran.
«Joder. Si Pedro Alfonso es lento ahora, antes de su accidente habría hecho que me diera vueltas la cabeza».
—Así que renunciaste a tu puesto en las Fuerzas Especiales.
—Tuve que hacerlo. Sabía que no estaba en perfecta condición física. —Su voz sonaba afligida por admitir que no era perfecto.
—¿Te dolió eso? ¿Reconocer que eres humano? —le preguntó en voz baja.
Las Fuerzas Especiales eran arrogantes por una razón. Si no tuvieran fe absoluta en su capacidad para hacer cualquier cosa, para cumplir cualquier misión, podrían morir si dudaban de sus capacidades. Obviamente, Pedro fue capaz de evaluar la situación y renunciar. Paula admiraba esa capacidad y no estaba mofándose de él.
—Claro que dolió —gruñó—. Pero no quiero que nadie muera porque yo no podía admitir que no era el mismo de antes del... accidente.
Paula sospechaba que el helicóptero no se había estrellado sin más.
Probablemente había sido derribado. Pero no se molestó en preguntar porque obviamente él no iba a compartir la experiencia. Si estaba involucrado en algún tipo de equipo de alto secreto de operaciones negras, no iba a hablar de ello con una completa extraña, aunque fuera del FBI.
«No somos extraños exactamente. Intimamos. Bueno... tal vez no intimamos... quizás yo sólo fuera un rollo para él».
Pedro la había tratado como si fuera especial y, aunque lo intentara, no podía sacarse de la cabeza la noche anterior. La había secado como una mujer atesorada al salir de la ducha, le cepilló el pelo, la tomó en brazos y la llevó a la cama. Ella se durmió casi en cuanto apoyó la cabeza en la almohada, con el cuerpo de Pedro abrigándola protectoramente.
—Siento no habértelo dicho —farfulló ella al ver un rápido destello de vulnerabilidad en sus ojos.
—No tuve problemas para averiguarlo. Y no me enfadé. Eres agente. Eso no es algo que vas por ahí contándoselo a todo el mundo. Sé lo que es necesitar ocultar ciertas partes de tu vida. —Hizo una pausa durante un momento y le mesó el pelo con los dedos. Inclinó su cabeza hacia arriba y examinó su rostro antes de añadir—: Es solitario.
Ella asintió lentamente, sin dejar de mirarlo.
—Puede serlo. No tengo muchos amigos de verdad porque vivo para mi trabajo. Estoy trabajando prácticamente las veinticuatro horas del día, siete días a la semana. No deja mucho tiempo para socializar.
—¿Y el imbécil que te engañó?
—Pasó hace dos años. Él también era un agente, en otro departamento, gracias a Dios. No tengo que verlo todos los días. Era conveniente. Ambos trabajábamos muchas horas, quedábamos cuando podíamos. Pero yo pensaba que éramos monógamos. Él, no. Me dolió, pero no me rompió. —Ella intentó apartar la mirada, pero él volvió a inclinarle la cabeza para mantener el contacto visual.
—¿Con quién has estado desde entonces? —Su tono de voz era inquisitivo.
—Con nadie hasta ti —admitió ella—. Sé que no usamos condón anoche. Fue muy negligente por nuestra parte. Pero yo estoy limpia y sigo tomando la píldora…
—Sé que estás limpia. Vi tu último reconocimiento médico. También sabía
que estabas tomando la píldora. Estaba en tu historial médico.
—Miraste mi puñetero historial médico —dijo enojada. «En serio, ¿a qué más tiene acceso?».
—Tú viste el mío —le recordó él descaradamente—. Lo justo es lo justo. Y si no viste un reconocimiento médico, estoy completamente libre de enfermedades. Nunca tengo sexo sin condón. Y no he estado con nadie desde mi accidente.
Paula ahogó una exclamación en voz baja.
—¿Por qué? —Habría pensado que Pedro Alfonso tenía a un montón de mujeres esperando en fila para meterse en su cama.
—Porque no había nadie con quien quisiera estar, Paula. Mi pierna no es una vista muy bonita, y simplemente no sentía deseo —respondió con franqueza—. Y antes de eso, yo también vivía para mi trabajo.
—¿Qué cambió? —Paula contuvo la respiración. Sus ojos se clavaban en los de ella, ahumados y posesivos mientras la miraban fijamente.
—Te vi a ti. —Le apartó de la mejilla un mechón errante—. Desde entonces tengo el pene duro —dijo con tristeza.
Paula rió por la nariz.
—No es gracioso —gruñó Pedro, molesto.
—No soy precisamente una mujer fatal. —La sola idea le daba ganas de volver a reír—. Como igual que un cerdo. Odio llevar tacones y rara vez me molesto en maquillarme a menos que me vea obligada a hacerlo. No me molesto en arreglarme el pelo y como más cómoda estoy es con unos pantalones o un traje de pantalón y zapatos para trabajar planos, feos y cómodos. Trabajo en un campo dominado por los hombres, así que tengo que ser dura. La mayor parte del tiempo prefiero patearle el trasero a un tipo que joder con él. ¿Cómo puede ser eso mínimamente sexy? —Lo empujó por el pecho y se alejó de él para dejar una distancia segura entre ellos.
Él apoyó una cadera envuelta en denim contra la encimera de la cocina y le sonrió.
—Hay algo realmente erótico en una mujer con un arma que quiere atacarme.
—Estás desquiciado. —Se tapó la boca para reprimir una carcajada.
«¡Joder!». Estaba tan bueno que quería comérselo. Era innegable que se sentían
atraídos el uno por el otro. Casi saltaban chispas cuando el deseo y la química fluían entre ellos dos, haciendo que a Paula le resultara muy duro tener las manos quietas.
Una de las cosas más atractivas de Pedro, y desgraciadamente había demasiadas, era que la aceptaba exactamente como era. La encontraba deseable aunque rara vez liberase su lado femenino. No solo se sentía atraído por ella, sino que también parecía que ella le gustaba.
CAPITULO 15 (SEPTIMA HISTORIA)
Salió justo a tiempo para ver a Pedro lanzándose a por el cachorro al mismo tiempo que el coyote entraba a matar; Paula levantó los brazos mientras Pedro corría hacia la puerta con su mascota en brazos. El coyote se volvió para darles caza con un aullido furioso.
El coyote alcanzaría a Pedro en cuestión de momentos a menos que...
Sin más elección, Paula apuntó y disparó al depredador que los perseguía entre los ojos.
Paula bajó los brazos lentamente; se apoyó la pistola Glock 23 en el muslo mientras soltaba un suspiro de alivio. No tenía ninguna duda de que el coyote iba tras el cachorro. Raramente atacaban a los humanos, pero si Pedro se interponía en su camino, podría desgarrarlo o incluso matarlo. No estaba dispuesta a permitir que el cachorro ni Pedro sufrieran ningún daño si podía evitarlo.
Pero tendría que pensar rápido para explicarse.
—Eso ha sido un gran disparo —dijo Pedro mientras corría hacia el porche. Shep gimoteaba en sus brazos. Soltó al cachorro dentro de la casa y Shep se precipitó encantado hacia el interior—. No estoy seguro de si ha sido el coyote o el disparo lo que ha hecho que se mee de miedo - dijo Pedro arrastrando las palabras mientras observaba cómo Shep corría a cubierto al interior de la casa, con aspecto totalmente impávido por el hecho de que podría haber resultado herido.
—Lo siento. No tuve elección. El coyote estaba persiguiéndoos y tú no ibas a llegar a la casa —respondió Paula a la defensiva.
Pedro se acercó al animal muerto y después volvió junto a Paula, empujándola para que volviera a entrar en la casa.
—No llevas zapatos. Vuelve adentro.
Paula volvió a entrar en la casa y colocó su Glock suavemente en un armario alto en la cocina para evitar que Shep se acercara a ella.
—De verdad, no tenía otra opción —volvió a decirle Paula a Pedro mientras giraba hacia él cuando sintió su presencia detrás de ella.
—Oye. —Él dejó caer sus manos sobre los hombros de Paula—. No estoy discutiendo. Tus rápidas acciones y esa puntería jodidamente impresionantes probablemente me ha ahorrado algunas lesiones y la vida de Shep. Algunos
coyotes se están volviendo atrevidos. No estoy seguro de si ésa tenía la rabia, pero sé que tenía hambre. Los turistas piensan que es divertido dejar comida fuera para poder verlos y luego ellos pierden su miedo natural a los humanos, se habitúan. Definitivamente quería hacer una comida de Shep. No estoy enfadado contigo. Estoy agradecido.
—¿Lo estás? —Paula miró a Pedro, confundida.
Él asintió.
—Eres muy buena tiradora. Y llevas una pistola. ¿Por qué?
Eran las preguntas que Paula quería evitar.
—Porque yo... soy...
Pedro le cubrió los labios con los dedos.
—No me mientas. Sé que quieres hacerlo o que sientes que tienes que hacerlo, pero no lo hagas. No tienes que hacerlo. —Sus cejas se juntaron mientras la estudiaba atentamente—. Eres la agente especial Paula Chaves del FBI. Se te ha asignado a la división de lucha antiterrorista, lo cual tiene mucho sentido ahora que sé cómo perdiste a tus padres. Mi pregunta no es quién eres, Paula. Mi pregunta es: ¿qué diablos estás haciendo aquí, en Rocky Springs,
Colorado?
Ella retrocedió hasta que sus manos cayeron de su cuerpo, completamente conmocionada de que su condición de agente hubiera sido descubierta tan fácilmente.
—¿Cómo lo has sabido? —No iba a negarlo. Obviamente no tenía sentido.
Él sonrió con satisfacción.
—No te creerías los contactos que tengo. Lo único que hizo falta fue una llamada telefónica. Lo que no pude descubrir fue tu misión. No eres una empleada estresada de vacaciones. Estás aquí por alguna razón.
Paula se cruzó de brazos.
—¿Cómo lo sabes? Ser agente de campo es un trabajo estresante. Y tenemos vacaciones. —Paula no recordaba habérselas tomado nunca. Respiró hondo antes de continuar—. ¿Y cómo es posible que averigües mi condición tan fácilmente? Sé que eras un SEAL de la Marina de EE. UU., pero no aparecía en tu expediente militar. ¿Por qué? ¿Y cómo es que todavía tienes contactos tan poderosos?
Pedro se cruzó de brazos imitando su postura.
—Tal vez yo no fuera un SEAL —sugirió él con calma—. Si no está en mi expediente, no sucedió.
—Y una mierda. —Le lanzó una mirada fulminante—. Pasaste por el BUD/s, el entrenamiento básico de demolición submarina seis meses, por el SQT, el entrenamiento de calificación SEAL de seis meses y conseguiste tu Tridente SEAL, la insignia de la Guerra Especial. Después de eso, es como si hubieras desaparecido, excepto por las anotaciones de que eras oficial de las Fuerzas Especiales con un expediente ejemplar. Te fuiste porque resultaste herido en el cumplimiento del deber, pero la misión era altamente confidencial. ¿Qué tipo de misión es confidencial para un agente del FBI?
—El tipo que no existe para casi nadie del gobierno —explicó en tono informal—. Y nunca he dicho que fuera un SEAL. Aunque admito que dejé que cualquiera que lo creyera siguiera dando por hecho que lo era. No tuve elección.
Paula lo miró boquiabierta.
—¿Estabas en un equipo de alto secreto de las Fuerzas Especiales? Te reclutaron del equipo SEAL, ¿no?
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