martes, 26 de junio de 2018
CAPITULO 61 (PRIMERA HISTORIA)
No estás enferma. Estás embarazada.
Paula se quedó helada y miró alarmada a la alegre pelirroja que entraba en el consultorio. Se quedó con la boca abierta mientras negaba con la cabeza:
—¿Cómo es posible?
La doctora Magdalena Reynolds se detuvo delante de la camilla en la que Paula estaba sentada y se cruzó de brazos.
—Eres enfermera. ¿De verdad necesitas que te refresque la memoria con una lección de anatomía y fisiología? —Magda levantó los brazos y dibujó un círculo con el dedo corazón y el pulgar de la mano izquierda, mientras introducía el índice de la mano derecha en el círculo—. La parte A se inserta en la parte B y el resultado puede ser un embarazo. —Se encogió de hombros, sonrió y dejó caer las manos a los costados—. El resto de los detalles ya los conoces.
—Tomo la píldora, Magda. No es posible.
—Sabes que no es infalible. Además, sospecho que es muy probable que te quedaras poco después de superar el virus estomacal que padeciste entre Nochebuena y Nochevieja —respondió Magda pensativa—. Ya has tenido alguna falta, ¿verdad?
Paula asintió con la cabeza de mala gana.
—Pero cuando estuve enferma tomé la píldora todos los días. No me olvidé. Y tampoco tomé
antibióticos que pudieran interferir con la eficacia del anticonceptivo —contestó Paula al borde de un ataque de pánico.
Magda la miró con sarcasmo.
—Pero te pasaste una semana vomitando. Sospecho que expulsaste la mayor parte de la pastilla y que por eso jamás llegaste a asimilarla.
—Mierda, mierda, mierda…
Todo apuntaba a que Magda tenía razón y a que Paula estaba negando la evidencia. Había notado todos los síntomas, pero no había querido aceptar la verdad. Se quedó mirando al suelo, fustigándose por no haberse dado cuenta hasta entonces de la posibilidad que acababa de mencionar Magda y por no haber usado otro método anticonceptivo.
—Estabas enferma. No te culpes por que tu cerebro fuera más lento de lo normal. —Magda entregó a Paula un papel—. Aquí tienes el resultado de la prueba de GCH. Es positivo. Ya sabes que es una prueba muy efectiva pero, si quieres, podemos repetirla la semana que viene.
Paula cogió la hoja de la mano de Magda y se quedó mirando el resultado conmocionada mientras se le llenaban los ojos de lágrimas.
Otra vez.
—No me lo puedo creer. ¡Dios mío! ¿Cómo le voy a decir esto a Pedro?
Magda se sentó en un taburete con ruedas y se colocó entre los pies de Paula, que no le llegaban al suelo. Le quitó los resultados de la prueba de sus dedos temblorosos, tiró la hoja sobre la camilla y, cogiéndole ambas manos, la miró con preocupación:
—¿Crees que se enfadará? Paula… Yo creo que no. Os vais a casar en un mes. Aunque sea un poco prematuro, creo que la noticia le va a encantar. Y sé que tú quieres tener hijos.
Paula miró a Magda con seriedad.
—Sí que quiero. Tengo treinta años y me gustaría tener más de uno, pero cada vez que saco el tema Pedro lo zanja de inmediato. Quiere que esperemos. —En un acto reflejo se acarició la tripa y suspiró al pensar que llevaba en su vientre al hijo de Pedro. Deseaba tener ese bebé, al que ya amaba—. No creo que le haga gracia. Parece que le molesta cada vez que saco el tema y, encima, esta mañana nos hemos peleado.
—¿Por qué? —preguntó Magda con delicadeza.
—Porque me he puesto insoportable. Estas últimas semanas he estado rarísima; por eso quería que me hicieras un análisis de sangre. Creo que en el fondo sabía que podía estar embarazada, pero no quería admitirlo. Me paso el día con la sensibilidad a flor de piel y estoy muerta de miedo. Pedí a un abogado que redactara un acuerdo prenupcial para proteger a Pedro, pero se niega a firmarlo.
Magda apretó con suavidad las manos de Paula.
—¿Sabes qué? Ese tío cada día me cae mejor. ¡Sí, señor! Confía en ti y sabe que jamás se la
jugarías ni le harías daño. —Sonrió—. A no ser que le guste el sado, que yo ahí no me meto. Me
refiero al dinero, obviamente. Cualquier otro hombre que contara con la cantidad de pasta que tiene él te habría hecho firmar un acuerdo prenupcial nada más colocarte el diamante en el dedo. ¿Por qué discutisteis por algo así?
—Le insistí para que firmara y él se negó. Me dijo que yo no confiaba en él lo suficiente y entonces le dije que quizá deberíamos pensarnos mejor lo de casarnos porque somos demasiado diferentes. ¡Madre mía! ¡Ni siquiera entiendo por qué le dije eso! Pedro es mi media naranja, la pieza que falta en mi puzle inacabado. ¿Qué haría yo sin él? Somos perfectos el uno para el otro, excepto en el tema
del dinero. Supongo que me entró un ataque de pánico.
Paula se estremeció al recordar la expresión de dolor en el atractivo rostro de Pedro y le entraron ganas de ponerse a llorar otra vez.
¿Por qué le había dicho eso? Ese hombre era
su mundo y sabía que él sentía lo mismo por ella. Pedro ya había sufrido bastante en el pasado y era injusto que recibiera más dolor precisamente de la mujer a la que amaba, con la que quería casarse y compartir el resto de su vida.
—Estás embarazada y tienes las hormonas disparadas, amiga. Es normal que estés a la que salta, que digas y hagas cosas irracionales y que sufras cambios bruscos de humor. Cuéntaselo a Pedro. Deja que entienda la situación y que te apoye. Ahora mismo lo necesitas —trató de persuadirla Magda.
Paula dedicó una débil sonrisa a su amiga:
—Me cuesta creer que al principio lo odiaras.
—Nunca he odiado a Pedro. No lo conocía. Lo que pasa es que me daba miedo que fuera una víbora como su hermano Samuel. —La voz de Magda era dulce, pero transmitía cierta amargura—. Ha demostrado que no lo es. Te adora y te hace feliz. Solo por eso ya me encanta. Pero además es buena persona; sus donativos me ayudan a mantener esta clínica gratuita.
En realidad ese dinero también era de Samuel, pues se trataba de una donación altruista de Alfonso Corporation, pero Paula no pensaba mencionar ese detalle. Samuel Alfonso y Magda tenían un pasado… y era obvio que aquella historia había acabado mal. Magda nunca quería hablar del tema, pero Paula sabía que ninguno de los dos había logrado pasar página a pesar de que sospechaba que ya había transcurrido mucho tiempo desde aquello.
—Samuel es buena persona, Magda. Me salvó la vida.
—Ya. Después de haberte insultado —zanjó Magda irritada.
—No es perfecto, pero tiene buen corazón —insistió Paula.
Cuando lo conoció, Samuel se había comportado como un imbécil integral con ella, pero en el último año le había cogido mucho cariño, como si fuera el hermano mayor que nunca tuvo. Además, había arriesgado su vida para salvarla de los dos perturbados que la habían atacado. Hacía mucho que había perdonado a Samuel por su comportamiento en la fiesta de cumpleaños de Pedro. A partir de aquel incidente se había portado con ella como un auténtico ángel.
—Es un cabrón —soltó Magda enfurecida.
Vale. Paula no podía rebatir eso, pero sospechaba que Samuel cambiaba de chica como quien cambia de camisa porque aún no había encontrado a la mujer adecuada. O la había encontrado… pero se le había escapado.
Samuel no salía con mujeres que valieran la pena, sino con chicas superficiales a las que solo les importaba su estatus y su dinero. Todas eran preciosas, pero ninguna tenía un ápice de calidez.
Analizando el rostro ruborizado de Magda y su expresión esquiva, Paula tuvo la certeza de que su amiga era una de las causas por las que Samuel mantenía relaciones tan disfuncionales con el sexo femenino.
—Ocurrió algo entre vosotros dos. ¿Me lo piensas contar algún día?
—No. Fue hace mucho tiempo y no tiene ninguna importancia. —Magda soltó las manos de Paula, se puso de pie y propinó una estudiada patada al taburete para mandarlo de vuelta a su sitio—. Tienes que empezar a tomar sobre todo ácido fólico e ir a ver a un obstetra.
—Pediré cita con la doctora Shapiro.
Paula se acarició la tripa sin ser capaz de asimilar aún que llevara dentro al hijo de Pedro.
«¿Será niño o niña?».
Le daba igual. Lo único que le importaba era que el bebé estuviera sano.
Aunque… le encantaría tener a un pequeño Pedro.
«Seguro que sería igual de mandón y exigente que su papi. Sería guapísimo y tendría los ojos
oscuros y el pelo negro. Igualito a Pedro». Paula sonrió con ojos soñadores deseando que su hijo o hija también heredara de él su bondad, su generosidad y su increíble intelecto. Sí, una pequeña réplica de Pedro sería adorable, algo increíble. Además, Paula estaba convencida de que sería un padre maravilloso. «Si es que quiere serlo». Y estaba segura de que se enamoraría del bebé aunque al principio fuera reacio a tenerlo. Lo malcriaría tal y como hacía con ella. El problema era que Paula no quería forzarlo a ser padre si aún no estaba preparado.
Aunque ya era un poco tarde para eso.
Magda asintió con la cabeza.
—Katherine Shapiro es una obstetra excelente. Buena elección. —Al ver la mirada perdida de Paula Magdalena chasqueó los dedos delante de sus ojos—. ¡Oye, vuelve!
Levantó la cabeza y miró a Magda con cara de culpabilidad.
—Perdón. Estaba pensando en el bebé.
«Y en Pedro. Siempre estoy pensando en él».
—¿Te encuentras bien? Sé que no te lo esperabas. —Magda apoyó una mano en el hombro de Paula para consolarla con delicadeza—. No te preocupes por los cambios de humor ni por tener las emociones a flor de piel. Es por las hormonas. Cuéntaselo a Pedro y deja que te ayude. Entenderá cómo te estás comportando en cuanto sepa que todo se debe a las hormonas y al embarazo.
Paula tragó saliva, preguntándose si lo entendería. Dios mío, lo amaba más que a nadie en el mundo.
¿Y si no lo entendía? Se levantó de un salto de la camilla para dejar de dar vueltas a la reacción que tendría su prometido y masculló:
—Será mejor que vuelva al trabajo. —Había venido a la clínica a cubrir el turno que hacía todas las semanas como voluntaria y Magda tenía pacientes esperando—. Gracias por hacer un hueco para realizarme la prueba. Pensaba que me estaba volviendo loca.
—Estás embarazada. Viene a ser lo mismo —respondió Magda con cierto sarcasmo—. Vete a casa. Hoy no tengo muchos pacientes. Puedo encargarme yo sola. Ve a hablar con Pedro. Los dos necesitáis tiempo para acostumbraros a la situación. —Atrajo hacia sí el cuerpo de Paula, que no opuso resistencia, y la abrazó con fuerza—. Todo saldrá bien. Pedro te quiere y tú lo quieres a él. Os vais a casar en un mes y no puedes cancelar la boda…, ¡ya tengo el vestido que me voy a poner!
Paula devolvió el abrazo a Magda y se quedó aferrada a su pequeño cuerpo un poco más de lo normal. Magdalena era la persona a la que más quería en el mundo después de Pedro.
—Gracias, Magdalena —susurró en voz baja mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.
«¡Ay, Señor, otra vez no! ¿Cuántas veces puede llegar a llorar una mujer en un día? Puedo contar
con una mano las veces que he llorado en los últimos cinco años; casi todas fueron porque Pedro hizo algo bonito por mí. ¡Me estoy convirtiendo en un grifo estropeado que no para de gotear!».
Paula era consciente de que estaba alterada emocionalmente y de que pasaba de sentir una cosa a la contraria en cuestión de segundos. Ni siquiera se sentía ya dueña de su propio cuerpo.
Anhelaba el contacto con el musculoso cuerpo de Pedro a todas horas. Es cierto que siempre que lo había tenido cerca se había puesto como una hembra en celo, pero últimamente tenía ganas de tirársele encima cada dos segundos. Pedro era insaciable, pero Paula empezaba a pensar que en este momento la carrera de necesidades carnales estaba reñida y no le extrañaría que fuera ella quien llegara a la meta en primer lugar. Por otro lado estaba su creciente obsesión con la comida: tenía antojos que la empujaban a buscar como una loca los alimentos más variopintos. Un día le daba por las hamburguesas y otro por el chocolate. Hoy se le había antojado helado.
Haría cualquier cosa por comerse la tarrina del helado de chocolate con frutos secos y caramelo que tenían en la nevera de casa.
Una tarrina… o un barreño entero. Al imaginarse el banquete le rugieron las tripas.
La risa de Magda inundó la sala:
—Entiendo que no estás sufriendo náuseas matutinas. ¿Tienes antojos?
—De comida y sexo. De sexo y comida. La prioridad cambia con frecuencia. Suelo tener el
estómago un poco revuelto cuando me levanto, pero no me dura mucho y después me paso el día comiendo como una vaca. A veces tengo antojos de cosas que ni siquiera me gustan. ¿Cómo no me he dado cuenta antes de que estoy embarazada? —preguntó Paula, enfadada porque su cerebro ya no fuera capaz de controlar sus acciones—. Si de verdad no te importa, creo que me iré a casa. Tengo que contárselo a Pedro, así que cuanto antes lo haga mejor.
En realidad quería contárselo lo antes posible, pues tenía la esperanza de que la perdonaría por haberlo tratado tan mal por la mañana. No lograba quitarse de la cabeza la cara que había puesto Pedro y eso le reconcomía por dentro.
Magda resopló mientras ponía a su amiga de cara a la puerta y la empujaba con delicadeza en esa dirección.
—Vienes como voluntaria. No faltas ni una semana a pesar de que trabajas a jornada completa en el hospital. Te agradezco mucho tu ayuda, pero no hace falta que me pidas permiso para marcharte. Ya me las apañaré. —Magda vaciló antes de proseguir en voz baja—: Antes has dicho que estabas muerta de miedo, ¿puedo preguntarte por qué?
Paula sacudió levemente la cabeza. Se detuvo con la mano en el pomo de la puerta y giró la cara para mirar a Magdalena. No le importaba que su amiga le hiciera esa pregunta, pero no sabía cómo explicárselo.
—¿Alguna vez te ha ocurrido algo tan maravilloso que te cuesta creer que es real?
Magda vaciló antes de asentir levemente con la cabeza.
—Sí. Una vez.
A Paula le dio la impresión de que su amiga lo entendía a la perfección.
—Es lo que me pasa con Pedro. A veces tengo que pellizcarme para estar segura de que no estoy soñando, sino que es de verdad y que me quiere. Supongo que me da miedo perder algo tan maravilloso, que no dure para siempre.
—Perdiste a tus padres cuando tenías dieciocho años y eran tu única familia. Quizá el recuerdo de esa pérdida es lo que te hace tener tanto pavor al amor que sientes. Por otro lado, cuando estás embarazada, los sentimientos se amplifican y ser racional se convierte en una misión imposible — respondió Magda pensativa.
Paula abrió los ojos de par en par dando vueltas a lo que acababa de decirle su amiga. ¿La defunción de sus padres le habría generado miedo a la pérdida?
—Es posible. Supongo que quiero que Pedro sepa lo mucho que lo amo y que no me interesa su dinero. Últimamente tengo miedo de que no se dé cuenta de que lo quiero por quien es, no porque sea rico.
—Pero eso ya lo sabe. —Magda exhaló un suspiro exasperada—. El problema es que no interpreta tus intentos de protegerlo o de demostrarle lo mucho que lo amas como una muestra de confianza, sino de rechazo, como si te negaras a aceptarlo tal como es. Pedro fue pobre de niño, pero Samuel y él se partieron el lomo para triunfar en la vida. Es algo de lo que sentirse orgulloso, pero tú no quieres tener nada que ver con ese logro. —Magda continuó con más delicadeza—: Entiendo lo que intentas hacer y comprendo que siempre has sido muy independiente, pero si las cosas fueran al revés y tú tuvieras más dinero que Bill Gates, ¿no te gustaría compartirlo con Pedro y ofrecerle una vida más fácil después de haber sufrido tanta miseria? —Esperó a que Paula asintiera con la cabeza para continuar—: A su manera, que seguramente no sea la mejor, está tratando de cuidar de ti. A veces los hombres se valoran a sí mismos por la capacidad que tienen de cuidar de la mujer a la que aman. Ya sé que es una idea ridícula y chapada a la antigua, pero es la verdad. Créeme, Pedro siempre ha tenido claro que no eres una cazafortunas. Eres tú la que está obsesionada con eso, no él.
—Sí que lo acepto tal y como es. No hay parte de Pedro que no me guste. Admiro a él y a Samuel por haber sido capaces de salir de la pobreza y…
—Entonces, por el amor de Dios, olvídate de lo del acuerdo prenupcial y deja que el pobre hombre te compre lo que le dé la gana. Si a él le hace feliz, ¿qué importa que se gaste el dinero en comprarte cosas? Te lo mereces y Pedro sabe de sobra que no estás con él por el dinero. Pero tienes que aceptar que está forradísimo y que, te regale lo que te regale, eso no afectará lo más mínimo a su inmenso patrimonio.
Al terminar Magda colocó sus manos en las caderas reprendiendo a Paula con la mirada.
—Ya me compra cosas. Más de las que necesito.
—Pero cada vez que te regala algo le montas una escenita. Entiendo que nunca has tenido gran cosa y que por eso crees que no necesitas nada, pero vas a tener que aceptar que tu futuro marido es uno de los hombres más ricos del mundo. Si estuviera intentando comprar tu afecto o solo fuera capaz de mostrar lo que siente por medio de cosas materiales, tendrías un problema. Pero eso no es así. Lo único que intenta Pedro es ser atento y cuidar de ti. Si yo fuera tú…, dejaría que lo hiciera y disfrutaría de las cosas que ofrece sin sentirme culpable. Si de veras quieres que sea feliz, deja que se gaste el dinero en ti. Cede un poco. Sigues viviendo como si no llegaras a fin de mes, contando cada
céntimo que gastas. Entiendo por qué lo haces, pero ya no es necesario. A Pedro sus gastos no le parecen extravagantes, los ve como algo normal porque se ha acostumbrado a ser rico. ¿Lo entiendes?
Paula se quedó mirando a Magda mientras asimilaba sus palabras. ¿Dar el brazo a torcer?
Siempre había pensado que lo hacía, pero ¿era así? ¿Alguna vez había intentado entender de verdad el punto de vista de Pedro en lo que respectaba al dinero? Gruñendo por dentro, Paula se dio cuenta de que seguía sin comprar nada que no fuera vital para su existencia y que regañaba a Pedro cada vez que gastaba dinero en ella. Para él esos regalos eran normales, acordes con su estilo de vida. A ella le parecían algo fuera de serie porque siempre había vivido en la miseria, pero empezaba a entender por qué Pedro podía interpretar su comportamiento como una muestra de rechazo.
—¿Desde cuándo sabes tanto sobre hombres? —preguntó Paula, pues su amiga no solía salir con nadie y se había criado en varias casas de acogida.
Magda se encogió de hombros.
—Es fácil verlo desde fuera. Cuando estás involucrada emocionalmente es bastante más difícil de entender. Hace un año que soy testigo de tu relación con Pedro; he visto cómo reaccionaste en tu cumpleaños, en Navidad y en todas las ocasiones en que te ha regalado algo bonito. En lugar de aceptar los regalos con una sonrisa, le echas la bronca por gastarse tanto dinero en ti. Y he visto el mal rato que pasa. Él piensa que te va a gustar lo que te regala, pero no es así. Creo que es malo para su ego.
—Dios mío. Menuda bruja estoy hecha. No me había dado cuenta. Jamás lo había pensado así.
Los ojos se le llenaron de lágrimas. «¡Oh, no! No te pongas a llorar otra vez».
—¡Oye, tampoco te fustigues! Eres una buscavidas. Esa actitud te ha permitido superar muchos retos. No hay de qué avergonzarse. Lo único que digo es que ya es hora de abandonar ese mecanismo de defensa y de relajarse un poquito. Deja que Pedro te compre algo bonito y daos una luna de miel en condiciones. Tiene un avión particular, ¡úsalo! —Magda cogió de la camilla los resultados de la prueba—. Y esta vez no vayáis a Disneylandia.
Paula dedicó una tímida sonrisa a Magda.
Disneylandia era el único destino al que Paula le había permitido llevarla de vacaciones.
—Es que quería ir al Reino Mágico. Nunca había estado. Lo pasamos genial.
—Deja a Mickey Mouse para cuando tengáis al bebé. Que Pedro arranque el avión y te lleve a un sitio romántico. Ya tendréis tiempo para vacaciones en familia.
Paula sonrió.
—¿Londres? ¿París? ¿Italia?
Le encantaría ir a esos lugares, pero jamás había pensado que estarían a su alcance.
Magda le devolvió la sonrisa y le guiñó un ojo.
—Ya estás entrando en razón. Piensa a lo grande. No te cortes. Me da en la nariz que Pedro no diría que no a una luna de miel larga.
Paula abrió la puerta y se dirigió hacia la salida de la clínica con Magda pisándole los talones.
Cogió la chaqueta de un perchero que había en recepción y le comentó en voz baja:
—Samuel irá a la boda, ¿lo llevarás bien?
El cuerpo de Magdalena se tensó visiblemente mientras cogía de recepción el historial médico de su próximo paciente.
—Por supuesto. No me afecta lo más mínimo.
Hummm… Paula tenía sus dudas.
—Puede que, si pasáis un tiempo juntos, te des cuenta de que no es el ogro que crees que es. Quizá haya madurado desde aquella época.
Magda la miró con incredulidad.
—¡Venga ya! Leo el periódico y las revistas. Ese tío sigue ocultando sus cuernos bajo esos ricitos
de oro. No te dejes engañar. Ahora que vas a ser madre no puedes ser así de confiada. —Acompañó a Paula hasta la puerta—. ¿Vas a casa?
Paula se puso la chaqueta y se cerró la cremallera con una sonrisa misteriosa en el rostro.
—En breve. Primero voy a ir de compras. Es San Valentín. Tengo que ir a recoger una cosa y
pasarme por un par de tiendas. He hecho un medallón con el penique de la suerte y he comprado una cadena de oro de hombre para que Pedro no me lo pueda devolver. El joyero ha logrado mantener la moneda íntegra. —Como buen coleccionista, a Pedro le daría un patatús si se enterara de que para convertir el penique en una joya habían estropeado la insólita moneda—. Tengo que ir a recogerlo a la joyería.
—¿Es San Valentín? Se me había olvidado —comentó Magdalena con la mirada perdida y cierta tristeza en el rostro.
Paula se despidió de su amiga y salió de la clínica pidiendo en silencio a Cupido que Magda
encontrara al maravilloso hombre que merecía.
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