domingo, 9 de septiembre de 2018

CAPITULO FINAL (SEXTA HISTORIA)




Dos semanas después


Pedro observaba a Paula, sentada en la proa del yate. Sí, ahora llamaba yate al barco Paula. Su mujer no se merecía menos. Se veía lo bastante guapa y feliz como para quitarle el aliento. 


Dudaba que nunca fuera a mirarla y a no sentirse exactamente de la misma manera. Se había convertido en toda su vida, en una vida que lo había hecho tan feliz que casi resultaba aterrador.


Paula había embarcado en el yate llena de emoción y de entusiasmo, ansiosa por salir al agua. Al mirarla, se dio cuenta de que se haría tan adicta a estar en el océano como él. Ya estaba ocupada tomando fotografías de casi cualquier cosa y de todo lo que veía.


Llevaba el pelo suelo y ondeando salvajemente al viento, lo cual hacía que pareciera indómita y tremendamente sexy.


—¿Te estás divirtiendo? —Se sentó a su lado.


—Esto es increíble. Gracias por traerme —respondió con entusiasmo.


Como si fuera a hacer otra cosa. No podía estar lejos de ella ni un día sin echarla tanto de menos que dolía.


Habían pasado la mayor parte de la víspera visitando a la madre de Pedroque estaba exultante de que Paula se uniera a la familia. Su madre siempre había adorado a todos los Chaves, pero tenía debilidad por la niñita que había tenido una madre que nunca la guió realmente y un padre inútil y violento.


Había dado la bienvenida a Paula como si fuera parte de la familia y Pedro vio que estaba radiante al saberse tratada como una hija amada.


—Me alegro de que te guste —le dijo sencillamente mientras le daba un beso en la frente.


—Me encanta. Ya he tomado varias fotos bonitas.


Pedro sonrió de oreja a oreja. Esperaba poder interesarla en otras vistas cuando salieran al mar.


—Todavía no te he enseñado los camarotes cómodos.


Ella le sonrió con suficiencia.


—¿Es eso lo único en lo que piensas?


—¿Cuándo estoy contigo? Sí. Más o menos. —Pedro no iba a negar que quería llevársela a una cama. A cualquier cama. Lo único que tenía que hacer era mirarla, pensar en ella y se le ponía duro como una roca.


Qué estúpido había sido por pensar que podría sacarse a Paula de la cabeza acostándose con ella. En lugar de resultar más fácil, era más difícil no tocarla a medida que se unían más y más.


Todavía tenía negocios que concluir en Nueva York, pero más tarde aquel año esperaban mudarse permanentemente a Amesport. Tal vez fueran a esquiar a Aspen de vez en cuando, y él tendría que estar en Nueva York a veces, pero tendrían un hogar permanente y Paula estaría en un lugar donde disfrutara. No se quejó de Nueva York ni una vez. Era la clase de mujer que le veía lo bueno a todo y pasaba el tiempo explorando las vistas y haciendo tantas fotos como podía. Pero Pedro sospechaba que sería mucho más feliz en Amesport y, para ser sincero, él también. Sería agradable tener a German y Emilia justo al final de la calle.


—¿Crees que a German ya se le ha pasado el enfado lo suficiente como para dejarme ver en Maine a estas alturas? —preguntó en tono informal.


—Ha superado por completo cómo empezamos. Has hablado con él. Está impaciente porque vivamos allí. —Se retiró de la cara el pelo llevado por el viento.


Para alivio de Pedro, sus hermanos habían superado lo que había hecho.


Probablemente porque hablaban a menudo con Paula y sabían que era feliz.


—Me alegro —reconoció él—. German y yo hemos sido amigos durante mucho tiempo.


—Todavía sois amigos —le dijo ella con vehemencia mientras enredaba los dedos en su pelo y tiraba de su cabeza hacia abajo para un beso apasionado.


Pedro gimió. Necesitaba enseñarle los camarotes pronto. Cuando sus bocas se separaron, dijo en tono persuasivo:
—Ven abajo.


—Pero esto es muy bonito —protestó ligeramente antes de lanzarle una sonrisa pícara.


—Algo será bonito abajo también.


—¿No le parecerá raro a la tripulación que ya hayamos desaparecido bajo cubierta?


—Trabajan para mí —respondió él con arrogancia.


—Supongo que me vendría bien una siesta. Alguien me tuvo levantada hasta tarde anoche —lo amonestó en tono juguetón.


Él la tomó en brazos y se dirigió hacia las escaleras.


—Cariño, creo que seguirás cansada.


—Entonces tal vez no deberíamos —sopesó coqueta. Se abrazó a su cuello.


—Deberíamos —insistió él mientras la llevaba escaleras abajo. Era tan condenadamente preciosa que no iba a permitir de ninguna manera que se echara la siesta hasta más tarde. Mucho más tarde.


—Te amo —le susurró al oído.


«Santo Dios». Se movió más deprisa y dejó que Paula abriera la puerta cuando llegaron al camarote.


—Te amo, cariño.


—Bueno, ¿qué te parece? —preguntó Pedro con nerviosismo.


—Muy bonito —respondió Paula con reverencia—. No puedo creer que nunca hayas tenido sexo con una mujer en este yate. Lo has tenido durante varios años.


—No podía. Era mi esperanza, mi Paula. No iba a pasar.


—Un yate virgen de verdad, ¿eh?


—Puro como la nieve, si no cuentas las veces que me masturbé con fantasías en las que estabas conmigo. —Pedro tenía muchas de esas.


—Hagamos que tus sueños se hagan realidad —le dijo en voz baja, seria.


—Cariño, ya se han hecho realidad.


La besó y ella procedió a dar vida a todas sus fantasías; tuvo éxito haciendo que la realidad fuera mucho mejor que la fantasía.


Pedro había esperado toda una vida a Paula y cada momento que pasaba con ella era mejor que el anterior.


Había decidido que, a veces, realmente valía la pena esperar un milagro.


~ Fin ~




CAPITULO 53 (SEXTA HISTORIA)




No se movieron durante mucho tiempo. Yacieron allí tumbados, simplemente celebrando la alegría de estar juntos y esperando el futuro expectantes. Hablaron en murmullos sobre su amor y sanaron viejas heridas que los mantenían separados.


Cuando finalmente se fueron de Rocky Springs a la mañana siguiente, Paula besó a Gustavo en la mejilla y le dio las gracias por todo lo que había hecho por ella. Tal vez fuera creído y arrogante a veces, pero el hombre tenía un corazón de oro bajo su exterior dominante.


—Espero que Gustavo encuentre a una buena mujer algún día —dijo Paula con melancolía mientras se dirigían al avión privado de Pedro para volar de vuelta a Nueva York.


—Oh, yo también, cariño. Espero que le haga pasar un infierno antes de sacarlo de la incertidumbre. Cabrón arrogante —gruñó Pedro.


Paula sonrió mientras caminaba junto a Pedro de la mano mientras se acercaban al avión.


—Es terrible decir eso. —Le dio un puñetazo juguetón en el bíceps. Sabía que en realidad a Pedro le gustaba Gustavo, que probablemente lo respetaba, pero no le había hecho gracia que abrazara al rubio guapo para despedirse ni que le diera un beso en la mejilla.


—No es terrible. Estoy esperando que suceda —dijo inocentemente, lanzándole una mirada hábil.


—Estás esperando para torturarlo —lo reprendió.


Paula sonrió cuando Pedro rió con malicia. No podía evitarlo. Al haberse criado con cuatro hermanos que se atormentaban mutuamente todo el tiempo, sabía que aun así se querían, y Pedro distaba mucho de ser un insensible. Tal
vez Gustavo fuera un grano en el trasero de Pedro, pero le caía bien.


—Puede que un poco —reconoció Pedro mientras la ayudaba a subir las escaleras del avión—. Estaba bien hasta que lo besaste —la acusó.


Paula se limitó a lanzarle una sonrisa seductora.


—Sólo se ha llevado un beso amistoso en la mejilla. Tú te llevas mucho más.


— Demuéstramelo —dijo Pedro con voz sensual mientras embarcaba detrás de ella.


—Cuenta con ello —respondió ella con ese tono de voz que decía «acuéstate conmigo» y al que sabía que Pedro no podía resistirse.


—Pronto —gruñó Pedro.


Paula solo se rió y procedió a demostrarle muchas cosas en cuanto el avión se niveló e iban de camino a Nueva York. Fue un vuelo… muy placentero