sábado, 25 de agosto de 2018

CAPITULO 6 (SEXTA HISTORIA)




Paula sabía que su cuerpo había ganado la guerra entre su mente y su deseo.


Su necesidad por Pedro era tan fuerte que ya no podía seguir luchando contra ella; ni siquiera quería entablar una batalla emocional al respecto. Simplemente quería devorarlo enterito, cosa que estuvo a punto de hacer cuando se abalanzó sobre él. Necesitaba desesperadamente sentirse conectada a él, quería sentir más de su floreciente deseo sexual, había respondido con sus instintos y cada parte de ella quería que aquello ocurriera con Pedro.


«Una noche. Solo quiero esta noche con él». 


No había querido explicar la razón de su falta de experiencia y, por suerte, Pedro no había insistido. Ahora, tomó lo que él le ofrecía. Hizo que su cuerpo volviera a la vida, vibrante, y lo único que quería era sentir.


«Tal vez con Pedro sea posible. Esto es nuevo. Nunca he deseado a ningún hombre de esta manera».


Lo había observado mientras los ojos de él devoraban su cuerpo desnudo.


El hambre en su mirada era inconfundible, aunque el cuerpo de Paula no era perfecto y ella quería ser quien saciara a aquel hombre bello, quien experimentase la pasión de él y la suya propia.


Finalmente, él bajó la cabeza y una espiral de deseo se desplegó desde su vientre cuando la boca de Pedro cubrió su pezón mientras sus dedos jugaban con su otro pecho.


Pedro —gimió, necesitándolo más cerca. Sus dedos invadieron el pelo de él, se aferraron a su cuero cabelludo y atrajeron su boca con más fuerza contra su pecho. Deseo líquido chisporroteaba entre sus muslos. La atención que Pedro estaba mostrándole a sus pechos se disparó directamente hasta su sexo.


Él mordió suavemente las cimas duras de sus pechos, una después de la otra, para después aliviar el escozor con la lengua, llevando el deseo de Paula a nuevas cotas. Ella se estremeció cuando su mano se extendió sobre su abdomen y cambió de rumbo hacia abajo para deslizar un dedo entre sus pliegues húmedos. Al final, empezó a jugar con su clítoris, rodeando el capullo necesitado en círculos sublimes y frustrantes.


—Estás tan húmeda —gruñó Pedro contra su pecho. Su boca se deslizó por su vientre—. Tengo que saborearte.


A Paula nunca le habían hecho un cunnilingus antes y se le estremeció el sexo a la expectativa. 


La había sorprendido cuando habló de saborearla. Paula no era completamente ingenua y no era como si no hubiera oído hablar a otras mujeres, pero acababa de empezar a entender por sí misma el verdadero deseo carnal. Por lo visto, la experiencia de primera mano era muy diferente al aprendizaje clínico.


«Este es Pedro, el hombre con el que he fantaseado desde que tenía dieciocho años». 


Pero aquello era mejor que cualquier fantasía. 


Estaba buenísimo, estaba duro y estaba allí. Le separó los muslos con sus anchos hombros y le dio un lametón perezoso sobre el bajo vientre.


Pedro, por favor —suplicó. Las manos de Paula se tensaron sobre su cuero cabelludo e intentó empujar su boca hacia abajo, donde la necesitaba realmente, mientras su cuerpo se retorcía.


Pedro se movió y el primer roce de su lengua sobre la piel sensible entre sus muslos casi hizo que Paula saliera disparada por el techo. Pedro no solo la saboreó; se dio un festín y gimió en su sexo como si estuviera comiendo una fruta prohibida y deliciosa. El cuerpo de Paula prendió en llamas y ella arqueó la espalda sobre la alfombra en éxtasis.


—Sí —siseó ella a medida que la lengua de Pedro daba la vuelta sobre su clítoris, de atrás adelante y después rodeaba la protuberancia palpitante hasta que Paula creyó que iba a volverse loca—. Ah, Dios. Qué rico. Qué rico — gimió. Su espalda descendió suavemente para que pudiera levantar las caderas en una súplica de que aliviara el deseo que la envolvía, que la abrumaba.


La cabeza de Paula se revolvía sobre la alfombra; su cuerpo se estremeció cuando Pedro atrapó su clítoris entre los dientes ligeramente y aumentó la velocidad y la presión de sus lametones.


—¡Ay, Dios! Pedro. No puedo soportarlo —gimió en voz alta a medida que oleadas ardientes de deseo explotaban en su vientre y palpitaban hasta su sexo.


El clímax la golpeó con fuerza y sacudió su cuerpo mientras ella gemía—: PedroPedro


Su cuerpo se quedó inerte, agotado, mientras jadeaba con el cuerpo resbaladizo de sudor. 


Aflojó el abrazo mortal sobre su pelo y dejó que las manos cayeran a los lados de su cabeza.


«Dios mío». 


Lo que Pedro le había hecho a su cuerpo la dejó
completamente desnuda y sintiéndose vulnerable. Había sido asombroso, pero casi resultaba alarmante. Le había cedido el control absoluto sobre su cuerpo y él le había dado placer como si fuera su única misión en la vida. 


Esa intensidad y fuerza de voluntad habían sido demasiado poderosas como para resistirse.


Él trepó por su cuerpo. Su forma grande y fuerte la atrapó debajo de él.


Pedro tenía un cuerpo musculoso y escultural que le había cortado la respiración cuando se quitó la sudadera.


Pedro la besó y Paula probó su propio sabor en sus labios. El sabor de ella se mezclaba con el suyo y su sexo se contrajo con un deseo tan abrumador que gimió en su boca.


Pedro apartó la boca de la suya con un quejido ahogado; se arrodilló entre sus piernas para desabrocharse los pantalones de un tirón. Paula observó cómo se flexionaban sus músculos; su pecho y su abdomen estaban exquisitamente cincelados, perfectamente definidos.


—Eres hermoso —le dijo Paula con admiración—. Quiero tocarte. —Se incorporó y apartó sus manos de los pantalones suavemente—. Deja que lo haga yo. —Paula quería sus manos y sus labios sobre la piel dorada de Pedro.


—No soy hermoso —gruñó él—. Y si me tocas, perderé el control.


Paula quería ver eso. Quería ver a ese hombre guapísimo llegando al éxtasis como acababa de hacer ella. Sus manos deambularon por los bíceps de él hasta su pecho. Ella saboreó la sensación de su piel cálida sobre el músculo duro bajo las yemas de sus dedos mientras exploraba sus abdominales como una tableta de chocolate. Enterró el rostro contra su pecho e inhaló. Su perfume la embriagaba. Sacó la lengua y probó el sabor de su piel, lamiendo uno de sus pezones mientras manoseaba torpemente los botones de sus
pantalones. Por desgracia, tuvo que echarse atrás para desabrochar el resto de los botones.


—Levántate —pidió con voz ronca, necesitada de arrancarle los pantalones del cuerpo.


Pedro se levantó y Paula se puso de rodillas. 


Bajó el denim que cubría la parte inferior de su cuerpo y con este se llevó unos calzoncillos negros. Se quedó sin aliento en un silbido de asombro cuando su pene salió libre.


«Ay, Dios».


Pedro se quitó los pantalones y los calzoncillos de una patada y los dejó en una pila junto a sus pies.


Los ojos de Paula se abrieron como platos mientras miraba su pene fijamente, sus ojos a la altura del miembro dilatado que rebotaba contra su bajo abdomen.


«Es enorme… Va a doler». 


Sintió un momento de pánico al contemplar su
longitud y su contorno.


«Es Pedro. Recuerda, es Pedro».


Levantó la mano y le envolvió el pene con ella, fascinada por la sensación aterciopelada de la piel sobre una superficie tan dura. Le brillaban los ojos y sacó la lengua para capturar una pequeña gota de humedad que rociaba la punta. 


Sabía a pecado y a lujuria. Quería más.


—Paula. No. —La voz de Pedro era urgente, sus palabras un gemido ahogado.


Tal vez estuviera intentando advertirle que no lo hiciera, pero Paula se daba cuenta de que él también quería más. Sus manos se enredaron en el pelo de Paula a medida que ella acariciaba la punta de su pene con la lengua.


—Joder —carraspeó Pedro—. Voy a eyacular, Paula.


«Como si eso fuera malo. Él me ha llevado a un clímax increíble con la boca y quiero que él sienta lo mismo».


Alentada por el sonido angustiado de su voz, se lo introdujo más profundamente en la boca y succionó tanto como pudo de la longitud de su miembro antes de volver a echarse atrás. 


Tampoco le había hecho sexo oral a nadie antes, pero sabía cómo se hacía. Envolvió la base del pene y utilizó la boca y la mano conjuntamente, perdiéndose en su perfume y en su sabor.


Pedro empuñó su cabello y gimió; controló su velocidad, instándola a que fuera más rápido. 


Paula actuó basándose en sus indicaciones y en la manera en que reaccionaban su cuerpo y su mente.


Alzó la mirada para observar su rostro; verlo era importante para ella.


Pedro la miró desde arriba. Sus ojos eran un turbulento mar de deseo carnal, codiciosos y posesivos mientras permanecían fascinados con lo que estaba haciéndole ella. Sus miradas se cruzaron y se sostuvieron. Paula no bajó el ritmo en ningún momento, deseando que él se desatara.


Lo hizo, y con glorioso abandono. Paula observaba cuando sus ojos rompieron el contacto y Pedro echó la cabeza atrás. Los fibrosos músculos del cuello se flexionaron cuando él dejó escapar un gemido que solo podría describirse como de agonía y de éxtasis.


Su pene palpitó en la boca de Paula y Pedro le soltó el cabello para que ella pudiera escapar de su orgasmo inminente. Pero eso no era lo que ella quería.


Quería sentirlo, saborearlo con la lengua, experimentarlo con él tal y como él había experimentado su clímax con ella. Su semen caliente le explotó al fondo de la garganta y ella tragó, lamió el glande y el asta del pene. Quería hasta la última gota que pudiera obtener de Pedro.


Él cayó de rodillas, con el pecho jadeante. La miró a los ojos y Paula sintió cómo se hundía en un inquietante mar de emociones.


—Dios, mujer. Casi me matas —refunfuñó Pedro, con la respiración aún laboriosa.


Ella alzó una mano hasta su mandíbula y le acarició la mejilla con barba incipiente.


—Parece que has sobrevivido.


—Apenas —gruñó él—. Sabía que esa preciosa boca era peligrosa.


Ella rió cuando Pedro la tumbó sobre la alfombra. Su cuerpo se cernió sobre el de Paula mientras la besaba. Su boca pasó de sus labios a su cuello, el rostro enterrado en su pelo.


—Paula —musitó con un sonido gutural. Sus manos fuertes le envolvieron las muñecas y las sujetaron por encima de su cabeza. Ella tiró, incapaz de liberarse de su agarre.


«Es Pedro. No entres en pánico». 


Se le aceleró el corazón y la sensación de estar bajo el control de Pedro excitaba su cuerpo, pero su cerebro se rebelaba.


Imágenes nubladas se hicieron con el control de su mente y de pronto se encontró en otro lugar: sujeta por las muñecas, el cuerpo indefenso para luchar contra alguien mucho más grande y fuerte. Una invasión y mucho dolor: una lanzada aguda y atroz entre los muslos que ardía y ardía y ardía.


Sus propios gritos resonaban en la habitación, pero nadie llegaba a ayudarla.


«Por favor, que acabe ya. Que acabe ya».


El terror la consumió y Paula sintió que un grito se elevaba en su garganta.


Tiró de las muñecas con frenesí hasta que, finalmente, Pedro la soltó y ella lo empujó por los hombros, desesperada por liberarse.


«No puedo hacerlo, no importa cuánto desee a Pedro. No puedo hacerlo».


Pedro se arrodilló, quitó el peso de su cuerpo y la miró desde arriba con un gesto perplejo.


—¿Estás bien?


«No. No estoy bien. Estoy destrozada. Te deseo desesperadamente, pero no soy capaz de dar el último paso».


Respiraba entrecortadamente, el corazón le latía desbocado y su cuerpo temblaba de miedo. 


Lentamente, se le aclaró la mente y alzó la mirada hacia el hombre al que deseaba tan desesperadamente. 


«Pedro». 


Él le había dado el placer más intenso que había conocido nunca y Paula sabía que ella también le había dado placer a su cuerpo, pero no podía entregarse a él por entero. No podía entregarse por completo a nadie.


—No estoy preparada, Pedro —le dijo con nerviosismo. La decepción la golpeó en oleadas aplastantes y Paula se envolvió la cintura con los brazos. La agonía emocional la consumía.


Él atrajo su cuerpo desnudo y tembloroso sobre su regazo.


—¿Es demasiado pronto después de tu ex novio? —Sonaba preocupado e irritado al mismo tiempo.


La rodeó con los brazos y ella apoyó la cabeza sobre su hombro.


—Sí. —La excusa era tan buena como cualquier otra, aunque no fuera cierta. Se le escaparon las lágrimas y cerró los ojos, el corazón lleno de dolor.


Lo había esperado. Lo había deseado. Lo había intentado porque se trataba de Pedro y lo deseaba desesperadamente. 


«Tan lejos… He llegado tan lejos, tan cerca…».


—Eh. —Él se echó atrás y tomó su cabeza entre las manos para obligarla a mirarlo—. Está bien. —Con delicadeza, le secó las lágrimas—. Puedo esperar.


«No esperes. Nunca volveré a estar entera. Pensaba que volvería a estarlo, pero obviamente no puedo. Nunca podré darte lo que quieres. Si no puedo experimentar esto contigo, no puedo hacerlo con nadie».


—Será una larga espera —intentó disuadirlo.


Él la levantó y se puso en pie, acunando su cuerpo desnudo entre sus brazos.


Paula se abrazó a su cuello y saboreó la sensación de su piel cálida contra la suya mientras la llevaba escaleras arriba a su habitación. Pedro retiró el edredón, la dejó caer suavemente sobre la cama y se acostó junto a ella.


—Entonces, solo duerme conmigo. —Tiró de la manta y de la sábana y los envolvió en un capullo donde únicamente existían ellos dos. 


Los brazos de Pedro la envolvieron con más fuerza y llevaron la mitad de su cuerpo sobre él.


—Sí. —Toda la tensión abandonó el cuerpo de Paula mientras ella inhalaba su perfume característico. Estaba a salvo con Pedro—. Sólo por esta noche. — Quería esa conexión íntima con él. Lo sentía tan bien. Olía tan bien. 


Las caricias reconfortantes de sus manos sobre su pelo y de arriba abajo sobre la piel desnuda de su espalda la arrullaron en una sensación de bienestar que nunca había conocido.


—Por ahora —corrigió él con voz ronca, amablemente.


Paula suspiró y enredó los dedos en su pelo. Se quedaron dormidos así, fundidos el uno con el otro, envueltos en el consuelo del tacto del otro


CAPITULO 5 (SEXTA HISTORIA)




Él le agarró las caderas y atrajo su sexo caliente contra su erección, maldiciendo el denim que los separaba. Su pelo sedoso le acariciaba el cuello y caía como una cortina alrededor de ambos mientras intercambiaban un beso tan desesperado y necesitado que Pedro gimió en su boca.


«Necesito. Estar. Dentro de ella. Ahora».


Por fin, Paula apartó los labios de la boca de Pedro.


—Creo que tengo el mismo problema que tú —musitó sin aliento. Enterró el rostro en su cuello y acarició con la lengua toda la piel desnuda que pudo encontrar.


—Dios —carraspeó Pedro, atónito y eufórico de que Paula estuviera tan salvaje y fuera de control. La mantuvo a horcadas en su regazo mientras se incorporaba, agarraba el bajo de su sudadera y se la quitaba por encima de la cabeza. Con el broche delantero del sujetador suelto, observó cómo sus pechos se liberaban: esponjosos, maduros y preciosos, los pezones color frambuesa duros de deseo—. Preciosos.


—Quítatela. —Paula tiró de la sudadera de Pedro.


Él la complació encantado. La prenda salió despedida rápidamente. Piel desnuda se encontró con piel desnuda y Pedro le acarició la espalda con las manos.


«La necesito». 


Pedro se tumbó de espaldas y se llevó a Paula consigo. Le dio la vuelta hasta tumbarla de espaldas, su cuerpo atrapado bajo su peso, las
piernas rodeándole la cintura. El pene le palpitaba cuando la miró a la cara, el pelo extendido salvajemente sobre la alfombra, los ojos oscuros de pasión.


Pedro, yo…


Le pareció ver un destello de miedo en sus ojos cuando le tapó la boca con el dedo para silenciarla.


—No hables, Paula. No digas que no a menos que de verdad no quieras hacer esto. —Sabía que quería. Ardía en deseos en ese momento, igual que él.


Él se relajó y le desabrochó el botón de los pantalones, bajó la cremallera y se sentó para quitarle los pantalones de las piernas torneadas. 


La ropa interior acompañó a los pantalones—. Tengo que probarte —dijo con voz ronca, deseoso de verla llegar al clímax.


—¿Cómo? —susurró ella con urgencia.


Pedro se cernió sobre ella. Los ojos de Paula se encendieron con expectación y… 


«¿Es eso confusión?».


—Dios. ¿Nunca has hecho el amor de ninguna otra manera que jodiendo? —«Su novio debe de haber sido un estúpido. ¿Cómo podía no querer saborear a Paula?».


—No —admitió ella en voz baja—. En realidad, no.


—Yo te enseñaré. —Su voz sonaba áspera de deseo, desesperado por complacerla ahora que sabía que iba a ser el primer hombre que la hiciera llegar al orgasmo de esa manera.


El cuerpo desnudo de Paula extendido sobre la alfombra color crema a la luz de la chimenea era una vista que Pedro sabía que quedaría grabada a fuego en su mente para siempre. Parecía salida de sus fantasías. 


«No… se ve aún mejor. Ni siquiera me la imaginé así nunca».


Estrella de todos y cada uno de sus sueños húmedos, Pedro ni siquiera se la había imaginado así. Sabía exactamente lo que quería hacer: quería hacer que llegara al orgasmo hasta echarla a perder para cualquier otro hombre. Bien sabía Dios que él era un caso perdido y Pedro quería que ella estuviera tan desesperada únicamente por él como lo estaba él, únicamente por ella. No le importaba una mierda si estaba siendo avaricioso y codicioso. Tenía que sentir la avidez de Paula por él.


Bajó la cabeza hasta su pecho y le succionó el pezón mientras jugaba con el otro pecho con los dedos.


Pedro. —Paula gimió y le clavó los dedos en el pelo para atraer su boca con más fuerza sobre su pecho.


En el momento en que gimió su nombre de placer, Pedro supo que estaba completamente perdido en su jodida fantasía y que no tenía deseos de ser encontrado próximamente. Había perdido el control, arrancado por el sonido
necesitado y gutural de labios de Paula. Pedro perseguía lo que quería con tenacidad, la mente concentrada en la única mujer que podía hacerlo perderse por completo.