jueves, 28 de junio de 2018

CAPITULO 67 (PRIMERA HISTORIA)





Esbozó una sonrisilla mientras avanzaba hacia el cuarto. Él no pedía; daba órdenes. Paula le
obedecía cuando le apetecía y en ese momento se sintió tentada a seguir sus instrucciones. 


Avanzó por el pasillo con curiosidad. La puerta del dormitorio estaba entornada y se abrió de par en par sin hacer el menor ruido cuando Paula apoyó una mano en la madera y empujó con suavidad.


Se le cortó la respiración al posar los ojos en Pedro: estaba atado a la cama y lo único que llevaba puesto era la cadena de oro con el penique de la suerte y unos bóxers de seda decorados con corazones y diablillos. Con el pulso acelerado corrió hacia la cama:
—Pero ¡qué haces, Pedro!


Paula había estado atada varias veces: la primera vez porque era la única manera en que Pedro podía hacerlo al principio y las demás porque les resultaba erótico y sexy. Teniendo en cuenta lo que le había ocurrido a Pedro, Paula no daba crédito a lo que veían sus ojos. 


Parpadeó y volvió a parpadear.


Pedro abrió el puño para enseñarle uno de los corazones de cartón que ella le regalaba en todas las celebraciones; un diminuto corazón canjeable por un deseo, por cualquier cosa que quisiera de ella. El papelillo revoloteó sobre la palma de su mano atada.


—Deseo que te des cuenta de que confío en ti al cien por cien.


—No, Pedro. No. —Paula subió a la cama y tiró de las vendas presa del pánico, pero no logró
desatarlas. Se sintió frustrada al no ser capaz de liberarlo y le rogó—: Dime cómo se desata esto. — Empezó a tirar con todas sus fuerzas de una de las vendas que le sujetaban el brazo. Necesitaba soltarlo como fuera. No soportaba verlo así de indefenso. Estar así tenía que estar matándolo. «¡Maldito Pedro!». ¿Había algo que no estuviera dispuesto a hacer para demostrarle su fe en ella?—. No hacía falta que hicieras esto. Ya confío en ti al cien por cien.


—Quieta. Para o te harás daño. —El tono severo la hizo frenar en seco. Paula nunca le había oído tan serio. Con un tono más relajado añadió—: No estoy incómodo. Bueno…, excepto porque tengo cierta protuberancia…


Paula posó la mano sobre su corazón acelerado y, por primera vez desde que había entrado en el dormitorio, miró a Pedro a la cara: estaba sonriendo. Al ver que tenía una sonrisa de oreja a oreja se relajó un poco y analizó la situación. 


¡Madre del amor hermoso, el tío estaba como un tren! Tenía atadas las cuatro extremidades y lo único que había en la cama era una sábana de seda negra bajo su cuerpo musculoso. Los bóxers negros eran nuevos, uno de los muchos regalos que le había hecho ella por San Valentín, y se amoldaban perfectamente a su erección.


¿Estaba empalmado? ¿Excitado? ¿Cómo era eso posible? Después de las cosas que le habían ocurrido en el pasado, ¿cómo podía hacer esto sin sentirse angustiado o afligido? 


Buscó alguna señal de molestia en el rostro de Pedro…, pero no encontró ninguna. La devoraba con una mirada apasionada, sin rastro alguno de malestar.


—¿Cómo lo has hecho? ¿Cómo has logrado atarte a ti mismo?


A juzgar por lo poco que habían cedido las vendas cuando Paula había tratado de desatarlo los nudos estaban muy apretados.


—Ha sido Samuel —respondió contrariado—. Creo que el muy cabrón me ha atado demasiado fuerte.


Paula se llevó una mano a la boca para intentar reprimir la risa…, pero la carcajada se le escapó
igualmente de los labios.


—¿Ha sido tu hermano?


—Esto me lo va a estar recordando toda la vida. Yo quería estar desnudo, pero insistió en que al
menos me tapara mis partes para que no le sacara un ojo —respondió Pedro malhumorado.


Madre mía, Paula hubiera dado cualquier cosa por ver ese momento, pero tenía que conformarse con imaginarse a Samuel atando a su hermano a la cama e insistiéndole en que se tapara sus partes nobles.


Como Samuel no conocía todos los secretos de Pedro, lo más probable es que, en lugar de alarmarse con la situación, se lo hubiera tomado como una extravagancia, con la que podría estar vacilando a su hermano pequeño eternamente.


—No puedo creerme que hayas hecho esto. —Cogió el corazón de cartón de la mano de Pedro, lo rompió en pedazos y lanzó los trocitos hacia el techo—. Deseo concedido. Pero ya confiaba en ti al cien por cien. Ya te he dicho que fue por culpa de las hormonas. Además, he estado pensando y ahora entiendo que hayas podido interpretar mi comportamiento como una muestra de rechazo o de vacilación, pero todo han sido paranoias mías, no tiene nada que ver contigo.


—Quería asegurarme de que confiabas en mí, pero tócame de una vez o me va a dar un síncope — exigió con sus ojos oscuros.


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