martes, 3 de julio de 2018

CAPITULO 14 (SEGUNDA HISTORIA)




Pedro dio un empujón a la puerta, su enojo le había irritado el estómago. Mientras cruzaba con decisión el vestíbulo oyó el ruidoso clic que hacía la llave de la puerta al cerrar. Ignorándolo, entró con la misma decisión en la recepción y de allí a las oficinas. Se paró para respirar profundamente antes de abrir la puerta de la oficina de Paula, preparándose para hacer frente a una situación desagradable.


Exhaló con un bufido todo el aire que había retenido al darse cuenta de que no habría una pelea inmediata. Su oponente, vestida con un viejo uniforme verde de médico, sus rizos de fuego derramados en la mesa y el brazo derecho doblado para sostener su cabeza, estaba profundamente dormida.


Acercándose a la mesa, frunció el ceño al notar los círculos oscuros alrededor de sus ojos. Aún así, la mujer parecía un ángel, su piel de marfil, tersa, sus labios como fresas maduras. 


Inspeccionando su rostro, se dio cuenta de que no llevaba maquillaje, quizás se había duchado al terminar las visitas. Le acarició suavemente la nuca y su pelo mojado confirmó su presuposición. Abandonándose al deseo que
intentaba reprimir, enterró la mano en la abundante melena, dejando que el rojo de sus rizos se derramara por sus dedos.


–Mierda –dijo en un susurro, navegando aquellas ondulaciones con delicadeza, dejándose llevar por el sutil olor a flores que embriagaba sus sentidos. Se agachó hasta poner la cara a la altura de la de Paula.


–Paula –dijo con delicadeza, su mano acariciándole el pelo.


Ella levantó la mano izquierda, que descansaba en sus rodillas, con la intención de darle un manotazo.


Él se echó hacia atrás para evitar el débil giro de muñeca.


–Necesito cerrar los ojos un minuto. Sólo un minuto –murmuró, arqueando los labios en un gesto de disgusto y enfado.


Los de Pedro, divertido, se arquearon formando una sonrisa mientras le masajeaba el cuero cabelludo.


–Hora de dormir, cielo.


Paula volvió a hacer un aspaviento, esta vez alcanzándolo en el hombro con un famélico golpe a medias.


–Durmiendo. Vete –balbuceó sin abrir los ojos.


Está completamente fuera de combate.


Con el dorso de la mano comprobó que la taza de café aún estaba templada. No hacía mucho que se había dormido pero, sin duda, estaba tan exhausta, tan falta de sueño que su capacidad de reacción era casi nula.


Pedro deslizó la agenda que Paula tenía debajo del brazo, echando un rápido vistazo a la página
abierta. No trabajaba los próximos cinco días. 


Realmente, no es que le causara sorpresa. 


Todos los festejos relacionados con la boda de Simon y Karen empezaban al día siguiente, con el ensayo de la ceremonia y la cena correspondiente.


Cerrando la agenda de un golpe se la guardó en el bolsillo de su chaqueta y empujó hacia atrás la silla de Paula, lo suficiente como para poder pasar un brazo por debajo de sus rodillas y otro por su espalda sin que su delicioso trasero cambiara de posición.


–Hora de acostarse, Paula –susurró con el grave de su voz.


–Cansada. Vete –respondió Paula irritada.


De pie, con aquella pequeña madeja de femineidad en los brazos, Pedro contempló el rostro de Paula.


Ni siquiera había abierto los ojos. Pero aún así seguía peleando. Con la cabeza descansando en el hombro de Pedro, buscó una posición más cómoda y le rodeó el cuello con los brazos.


–No puedes conmigo. Peso mucho –objetó arrastrando las palabras, como si estuviera bebida.


El comentario de Paula le parecía tal sinsentido que Pedro sonrió abiertamente, pasando revista al cuerpo de Paula mientras cambiaba su peso sobre el pecho. Tenía un cuerpo hecho para el pecado, un cuerpo que siempre había sido la tentación más profana de todas las tentaciones. 


Pedro le gustaban con curvas y Paula las tenía en abundancia. Sus pechos llenaban sobradamente la mano de un hombre. Su piel era seda. Su abundante y sinuoso trasero, firme. 


Se excitó fantaseando con tener sus redondeados muslos alrededor de la cintura, atrayéndolo hacia ella. El mero contacto de sus mullidas carnes lo hacían reventar la cremallera del pantalón, ansioso por enterrarse en ella, perderse en aquel cuerpo menudo, curvilíneo.


A Paula nunca le gustó su cuerpo, aunque para mí es el ideal de mujer.


Se rio entre dientes al tiempo que descolgaba la cartera de Paula del respaldo del sillón y se lo
colocaba sobre el vientre, saliendo pausadamente de la oficina al vestíbulo. Se paró delante de la puerta cerrada esperando que los de seguridad abrieran desde fuera. Llevó los labios al oído de Paula.


–Tienes el cuerpo de una diosa, cielo –le dijo en voz baja, profunda. A pesar de que sabía que ella no estaba lúcida, necesitaba decírselo de todas maneras.


–Gorda –respondió Paula como en un suspiro.


–Perfecta –respondió él sorprendido.


–Horrible color de pelo –murmuró, los ojos aún cerrados.


–Precioso –replicó él.


–Estás loco –dijo ella, con femenino tono de irritación.


–Probablemente –admitió Pedro, cruzando la puerta que su empleado había abierto. Se detuvo al lado de la puerta del copiloto de su Bugatti. El guardia se percató del sutil mensaje de Pedro y corrió a abrir la puerta del automóvil.


Paula dejó escapar otro leve suspiro, su aliento cálido acariciándole el cuello.


Pedro reprimió un gemido de placer.


Pedro dejó la madeja adorable de Paula en el asiento. Respiró aliviado. No podía estar tan cerca de ella. Su olor, sentir su cuerpo, lo volvían loco. Le abrochó el cinturón y aseguró la cartera sobre sus piernas antes de cerrar la puerta. Respiró hondamente y se dirigió al otro lado del coche. Levantó la mano en un gesto de silencioso agradecimiento a sus empleados mientras abría la puerta del conductor y se metía en el auto. Tras cerrar la puerta, arrancó el motor y se puso el cinturón de seguridad sin dejar de mirar a Paula a cada instante.


¡Mierda! Odiaba ver a Paula de esa manera, tan visiblemente cansada. Aunque le doliera, prefería ver a Paula echando pestes contra él, fulminándolo con la mirada, su voz chorreando ira, o sarcasmo.


Viéndola tan cansada, tan ausente, tan vulnerable, le destrozaba el corazón.


Con gran esfuerzo, desvió la mirada de ella, puso su Bugatti Veyron en marcha y tomó la decisión de hacer algo que, sin duda, la pondría de mal humor, aunque decidió también que no le iba a importar un huevo. No le cabía duda, si no intervenía ella volvería a la carga a la mañana siguiente, arrastrando su cuerpo exhausto de la cama a la clínica antes de asistir al ensayo y la cena por la tarde.


No va a ser así. ¡Y qué si me odia por esto! Ya sabe que soy un cabrón. No importa. Lo que importa es que ella esté bien.


Conectó su móvil en el cargador del salpicadero con la intención de hacer algunas llamadas. Dio la vuelta al coche y condujo en la misma dirección que llevaba en un principio.


Sonrió abiertamente, echando un fugaz vistazo a Paula antes de marcar el primer número y dar
órdenes a voz en grito aunque fuera la una de la mañana. Por suerte, su asistente personal era avispado y respondió inmediatamente. Pedro no solía llamarlo a esas horas. De hecho, Pedro no lo había llamado nunca a esas horas y David intuyó enseguida que tales exigencias eran importantes para su jefe. Completamente ajena a todo, Paula siguió durmiendo, ignorando que estaba a punto de disfrutar de unas cortas vacaciones, quisiera o no.




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