sábado, 21 de julio de 2018

CAPITULO 24 (TERCERA HISTORIA)



Paula se abrochó el cinturón de seguridad inexpresiva, su cuerpo entero exhausto, el corazón y el alma vacíos. Por mucho que físicamente estuviera en el avión con destino a Los Ángeles, no era más que un armazón vacío, un cuerpo dirigiéndose a otro lugar. Su corazón se había quedado con Pedro en el rancho.


Puso su bolso y sus equipaje de mano debajo del asiento del avión y apoyó la cabeza en el reposacabezas. Cerró los ojos. El dolor de saber que se alejaba de Pedro como trasfondo. 


Una vez más.


Probablemente haberse refugiado en sus brazos por unas cuantas horas había sido un error que hacía aún más doloroso estar sin él. Por lo que fuera, necesitaba rehacer su vida alejada de quienes quería. Era un peligro para ellos y, si Dany la localizaba, no quería a ningún ser querido cerca.


— Cuento hasta diez para que muevas el trasero y salgas de este avión.


Los ojos de Paula se abrieron sorprendidos al sonido masculino, grave, de la voz de Pedro vibrando en su oído, tan cerca que podía sentir su aliento cálido acariciarle la sien.


— ¿Pedro? —Lo miró directamente a los ojos, tormentosos, turbulentos, tan próximo que tuvo que echar la cabeza hacia atrás para verlos—. Estamos a punto de despegar.


— Uno —empezó a contar. Su expresión y su voz intransigentes.


— Pedro, ya está bien. Tienes que irte.


Paula sentía pánico. Pedro no parecía dispuesto a claudicar y ella no podía salir del avión. Pero quería hacerlo. Dios, cuánto deseaba hacerlo, arrojarse al abrazo protector de Pedro y dejarse llevar a donde él quisiera ir.


— Dos.


Pedro se agachó, sacó el equipaje de mano de debajo del asiento y puso el bolso en el regazo de Paula. La rozó con su cuerpo y Paula intentó no respirar la masculina fragancia que la asaltó cuando Pedro se incorporó. Dándose una bofetada en su imaginación, se recordó que no podía ser débil.


— Te dejo, Pedro. No quiero seguir contigo. No te quiero. —Embustera. ¡Qué embustera! Pero no podía pensar en ninguna otra forma de hacerlo desistir. Y de verdad, de verdad, necesitaba que se fuera. No podía mirarlo a los ojos y decirle que no lo amaba. Se limitó a mirar hacia adelante, esperando a que saliera del avión.


— Tres.


Paula lo volvió a mirar. Se había colgado el equipaje del hombro y tenía los brazos cruzados sobre el pecho. Parecía obstinado, decidido a sacarla del avión. En ese momento, Pedro Alfonso no parecía sentirse dócil. De hecho, parecía convencido de que iba a doblegar su voluntad.


Muy bien. Ella podía ser tan testaruda como lo era él en ese momento. Cruzó los brazos, frunciendo el ceño.


— No voy a salir, Pedro.


Él se inclinó y desabrochó el cinturón de seguridad con un simple giro de muñeca.


— Cuatro.


— No lo hagas más difícil de lo que es. Por favor. -Paula había perdido las ganas de pretender, sus ojos suplicándole que desistiera. Parpadeando intensamente, intentando contener las lágrimas, con miedo a flojear. Había un destello peligroso en sus ojos, una terquedad que le decía que él no iba a ceder.


— Diez.


Apenas la palabra dejó sus labios, la cogió de su asiento y se la echó a los hombros. Paula hizo malabares para no dejar caer el bolso mientras daba puños a la espalda de Pedro.


— Suéltame. Maldita sea. ¿Qué estás
haciendo?


Era de hecho bastante obvio que se la llevaba a cuestas del avión, con paso firme y seguro, como intentando no zarandearla demasiado. Paula decidió en ese momento que no había nada más mortificante que la sacaran a una a rastras de un avión lleno de gente. Por suerte, estaba sentada cerca de la puerta de acceso, pero Pedro no la bajó al suelo aun cuando ya habían salido y descendía la rampa hasta la terminal.


— ¿No que ibas a contar hasta diez? —dijo exasperada.


— Se me estaba haciendo muy largo —
respondió él secamente, dirigiéndose a la salida del aeropuerto, atrayendo la mirada de todos los que pasaban, y que iba desde el asombro hasta la alarma.


Pedro había aparcado en la zona de carga y
descarga; completamente prohibido aparcar ahí.


— Seguro que me han puesto una multa —
murmuró irritado.


Para cuando la dejó en el asiento de atrás del deportivo, a Paula la agitaba la frustración. Pedro no dijo una palabra mientras que le abrochaba tranquilamente el cinturón de seguridad. Cerró la puerta y corrió hasta la puerta del conductor. Tenía el coche en marcha antes de que ella pudiera salirse.


Lo había pensado todo.


— Creo que no entiendes que me acabas de secuestrar. Por lo que sé, es ilegal llevarse a alguien sin su permiso —dijo Paula en un tono amenazante—. ¿Y cómo te las ingeniaste para saltarte todas las medidas de seguridad?


Pedro encogió los hombros.


— Compré un billete para el mismo vuelo.


Para haber estado completamente borracho la noche anterior, parecía bastante recuperado de la cantidad que había consumido. Manejaba el coche con mano firme, camino de la autopista sin vacilación.


— No quiero volver al rancho. Necesito tomar ese avión.


— No, no lo necesitas —contestó Pedro con una certeza irritante—. Dany está muerto. Y tú nunca vas a alejarte de mí otra vez. Me aseguraré de darte todos los motivos para quedarte.


¿Dany muerto? ¿Sabía Pedro lo de Dany? Lo sabía, tenía que saberlo, y aun así ha venido a buscarme. ¿Por qué?


El cuerpo entero de Paula sintió una tranquilidad inmediata. El pánico, vencido.


— ¿Cómo lo supiste?


— Teo —respondió Pedro, no sin cierta irritación en la voz—. ¿Por qué nunca me lo contaste, Paula?


— Pensé que todo eso se había acabado y quería dejarlo en el pasado. No creía que entendieses que una mujer podía ser tan estúpida. ¿Qué te contó Teo? —preguntó serenamente. Se había terminado. Se había terminado de verdad. Que un hombre al que había temido por tanto tiempo de verdad se hubiese ido para siempre aún no había calado en ella.


— Me lo contó todo. Tu relación en la universidad y el abuso, Dany a punto de matarme y tú salvándome la vida. Y no eres una estúpida. ¿Se quedó Teo algo en el tintero? —Pedro entró en la autopista, mirando a Paula brevemente y frunciendo el entrecejo.


— Se acabó —dijo Paula, abrazándose a sí misma, con miedo a creerse que fuera cierto. 


Miró a Pedro, estudiando su perfil mientras que intentaba convencerse de que ya no tendría que huir nunca más. ¿La perdonaría Pedro algún día ahora que sabía toda la verdad? ¿O se sentiría decepcionado?


He hecho frente a mis emociones. No soy la mujer que era hace dos años. Quizás no, pero aún tenía que vencer sus inseguridades con respecto a Pedro. Había cosas que no le había contado. Cosas que él tenía derecho a saber.


— Tus días de huir se han terminado, cariño, pero tú y yo …nunca terminaremos —dijo Pedrocomo un desafío—. No a menos que hayas dejado de amarme y quieras realmente que acabemos.


— Pero la mujer de la que te enamoraste no existe. Nunca existió realmente — dijo Paula con sinceridad.


— Para mí sí. Y todavía existe —Pedro la miró con una posesividad animal que hizo que Paula se derritiera en el asiento del coche—. Nunca me importaron las cosas superficiales. No me importaba lo que te ponías, lo que les decías a otros o cómo fue tu pasado. Me enamoré de ti. De la que siempre ha estado ahí, y sigue ahí, por mucho que deformaras tu imagen para convertirte en algo que realmente no me importaba. —Pedro cogió la salida de la autopista en dirección al rancho—. Quiero saberlo todo de ti. Probablemente todo fue mi culpa, por ponerte en un pedestal en lugar de tratarte como una mujer. Pensaba que eras perfecta, pero lo hubiera pensado de cualquier manera. Aunque hubiera sabido de tu pasado, de tus inseguridades, de tus deseos, habría besado el suelo que pisas.


— ¿Por qué? —preguntó intrigada—. Yo era una mujer con muchas taras que aguantó una relación abusiva por más de un año. No tenía ninguna confianza en mí misma y nunca sentí que yo era bastante para ti, ni bastante mujer para conservarte.


Pedro estaba entrando en el sendero que llevaba al rancho cuando le respondió.


— Yo no puede ser el hombre que era antes tampoco, Paula. Mi amor era real, pero los dos estábamos guardando apariencias, escondiéndonos.


— ¿Y ahora qué? —susurró Paula.


Cuando llegaron al final del sendero, Pedro detuvo el coche delante de la casa y se volvió a ella.


— Ahora pienso mostrarle a mi mujer exactamente cómo me siento por ella, voy a desearla como siempre la he deseado pero tenía miedo de exteriorizarlo. Ahora confiamos el uno en el otro en lugar de huir. Ahora podemos desnudarnos de todas las maneras posibles. —Su voz era enérgica, pero aún conservaba un toque de vulnerabilidad.


— Yo confío en ti. Siempre he confiado. Era en mí en quien no confiaba —replicó ella, hipnotizada por la ávida mirada y la intensa expresión de Pedro.


El tiempo parecía haberse detenido, los dos mirándose mutuamente con una pasión desenfrenada, y no se oía nada, sólo su violenta respiración rompía el silencio.


— Dios. Te necesito —dijo Pedro finalmente, sin rodeos. Abrió la puerta del coche y cogió el equipaje de Paula. Estaba al otro lado del coche antes de que ella se hubiera desabrochado el cinturón, sus dedos temblando mientras se deshacía torpemente de su atadura.


Pedro lo desabrochó y ella dio un traspié al salir, cayendo en sus brazos. El la levantó y a paso ligero fueron a la casa.


— La llave —pidió Pedro impaciente.


— En la maceta. La puedo ver. ¿Estuvieron Kevin y Teo aquí? —preguntó Paula con la respiración entrecortada.


— Así es.


— No se molestaron en ocultarlo.


Pedro sacó la llave de la planta y abrió la puerta,
empujándola con el pie. Dejando caer la llave en la mesa más cercana, soltó el equipaje y luego puso a Paula en el suelo.


— Te quiero desnuda ahora mismo. Necesito que me desees y que grites mi nombre. Quiero sentir todo lo que sientes mientras te follo hasta saciarte.


— El …el dormitorio —tartamudeó, su cuerpo anhelando unirse al de él; el deseo tan puro y carnal que el cuerpo entero le temblaba y la humedad cálida entre sus piernas se hacía casi insoportable.


— No voy a poder esperar tanto —rugió Pedro mientras separaba ambos lados de la camisa vaquera que llevaba Paula, haciendo saltar los corchetes. Su voz animal reverberó grave y peligrosamente en el aire —Mío. Todo tu cuerpo es mío.




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