domingo, 8 de julio de 2018

CAPITULO 30 (SEGUNDA HISTORIA)




Pasaron varios días antes de que Paula leyera el informe médico de Pedro. Por alguna razón no volvieron a hacer el amor en la casa de Pedro. Se fueron a la cama después de que Karen, Simon y Helena se fueran, agotados por la boda. Durmió en la enorme cama de Pedro, deseando que él la tocara, pero no lo hizo. De alguna manera, parecía distante, muy diferente de cómo habían estado durante su increíble experiencia en el muelle. 


Permaneció esquivo el día siguiente. Pasaron un mañana de ocio y la tarde viendo películas en su sala de proyección hasta que ella tuvo que volver a casa para hacerse cargo de algunos asuntos profesionales antes de volver al trabajo.


Había aceptado la proposición de Pedro de hacerse cargo de la clínica como entidad de caridad y había presentado al hospital su dimisión. Pedro había insistido tenazmente que no volviera a trabajar en la clínica hasta que pudiera dedicarse a ella la jornada completa. Él mantenía a sueldo a personal substituto hasta que pudiera volver. A ella no le había gustado mucho, pero accedió. Si trabajar exclusivamente en la clínica significaba que tenía que esperar unas semanas para volver, lo haría.


Pedro no volvió a mencionar el matrimonio una vez que llegaron a un acuerdo acerca de la clínica. Ella se fue de su casa con un breve adiós y planes para mejorar la clínica y él le dijo que la llamaría.


Habían pasado tres días y aún no había oído nada de él. Ahora, el desasosiego empezaba a apoderarse de ella y su cerebro no le daba un respiro.


Algo no andaba bien. Su reacción cuando lo toqué fue como si…


Abrió la carpeta de papel, con el pijama puesto y dando un trago a su copa de vino se atrincheró en el sofá. Sin saber muy bien por qué estaba leyendo el documento, pasó las páginas. Se encontró con el chequeo más reciente y los resultados negativos en todas las enfermedades posibles de transmisión sexual y en sus análisis de sangre de Pedro. No era ninguna sorpresa que estuviera en perfecta forma física después de haber visto su cuerpo al natural, en primer plano, un espécimen increíble de perfección masculina.


Haciendo un esfuerzo por no pensar en eso siguió pasando las páginas, sin descubrir mucho, excepto unos anecdóticos incidentes víricos en los últimos doce años, pero nada significativo.


Paula sabía que había visto lo suficiente para saber que Pedro estaba perfectamente de salud, pero la curiosidad la llevó hasta el grueso informe que había detrás de todos los documentos, preguntándose qué había sucedido para que acumulara tantos documentos viejos.


Sus ojos se abrieron como platos cuando descubrió que eran todos informes sicológicos,
documentación de sus citas con un sicólogo.


Víctima de abuso sexual… penetración anal forzada resultando en hemorragia rectal… tocamiento de …entre los 11 y los 12 años.


Paula apartó los ojos de los documentos con horror. Llevándose la mano a su corazón acelerado, intentó calmar su respiración agitada.


¡Dios mío, no! Hay un error. No puede ser Pedro. Por favor, no él.


Terminó el vino en dos tragos y puso el documento en el sofá para servirse otra copa, le venían mil pensamientos a la cabeza.


Regresó con una copa de vino hasta arriba, temblando aún mientras se sentaba. Como médico, Paula había visto los suficientes casos de violación y abusos sexuales. Todos y cada uno eran horribles, pero no podía aceptar que Pedro hubiera sufrido de aquella manera.


A veces, no me gusta que…me toquen.


Paula se estremeció recordando su profunda voz de barítono al decir estas palabras, la fugaz
expresión de miedo en sus ojos al decirlas. Supo que algo no andaba bien, aquello fue una reacción instintiva. En algún lugar recóndito de su mente sonó la alarma en ese mismo momento, identificando su reacción como la de un hombre que de alguna forma ha sido dañado.


–Joder. Yo tampoco querría que me tocaran ahí si alguien me hubiera violado –susurro para sí.


Dejó el vino en la mesa y volvió a coger el documento. Pedro empezó su terapia y la continuó por tres años. Saltándose la narración de los incidentes más gráficos, leyó las notas del sicólogo, que empezaban tres años después de su relación con Pedro y que comprendían otros tres años de tratamiento a partir de ese primer día. Lágrimas brotaban de sus ojos mientras leía, un sollozo se escapó alguna vez mientras leía cómo Pedro había luchado para superar los problemas causados por el abuso. Había sido un valiente, probablemente más valiente de lo que ella hubiera sido en su lugar. Pedro había comenzado la terapia de forma voluntaria, con la esperanza de sobreponerse de ciertos síntomas que sufría y que eran similares al síndrome postraumático. Y se había curado. Había cosas que requerirían trabajo y paciencia el resto de su vida, pero había hecho todo lo posible para cicatrizar su trauma.


Posiblemente debería haberse sentido culpable por leer su historia, pero no era así. Pedro aún tenía algunas cosas que tenía que superar y no podría ayudarlo si no lo hablara con ella. Sin duda, él quería dejarlo atrás, pero había algunas cosas que aparentemente todavía lo perseguían, cosas que solo superaría aprendiendo a confiar.


Paula sabía que Pedro no había tenido intención de que ella leyera esos documentos. 


Obviamente, le había pedido a alguien su informe médico y se lo habían dado. Todo. Sus visitas al psicólogo incluidas.


Limpiándose las lágrimas con la manga de su pijama, terminó su copa de vino y buscó el comienzo de la evaluación sicológica, sin estar lista para leer los hechos, pero decidida a hacerlo. Hizo un esfuerzo por mirarlos clínicamente, como un médico lee el historial de un paciente, pero no le sirvió de nada.


Sollozaba a medida que leía, se le rompía el corazón a pedazos con cada incidente, incapaz de imaginarse nada excepto a su adorado Pedro como un niño de once años, siendo víctimas de hombres que se excitaban torturándolo.


Apenas había terminado de leer cuando le sobrevino un náusea incontrolable que la hizo correr al baño, como un lamento por el dolor de Pedro. Como médico, la doctora Paula Chaves tenía una voluntad de acero y un estómago de hierro. Pero como mujer, Paula exhaló hasta aturdirse y marearse, olvidándose de que era médico, reaccionando como una mujer que amaba.




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