jueves, 13 de septiembre de 2018
CAPITULO 13 (SEPTIMA HISTORIA)
El cerebro adormilado de Paula sabía exactamente quién estaba besándola y ella se abrió a Pedro como una flor que busca un rayo de sol. Él conquistó y engatusó, jugueteó y subyugó, saqueó su boca como si le perteneciera. Paula gimió contra sus labios; su lengua se batió en duelo con la de él por tener el control. Ella perdió y se deleitó en la derrota, dejando que aquel hombre que hacía que se sintiera mujer la dominara. Él ponía las reglas y ella las cumplía felizmente, embriagada de no tener que pensar, sino únicamente responder.
Aunque él dominaba, nunca se había sentido más segura, deseada y querida que en ese instante.
Pedro la tomó en brazos para finalmente liberar su boca mientras la llevaba por los escalones de piedra hacia la casa. Después de dejarla lentamente en el suelo del baño contiguo al dormitorio grande donde habían entrado, Pedro abrió el grifo de la ducha con un movimiento de su fuerte muñeca.
—Tenemos que aclararnos —dijo con voz ronca.
El olor acre de los minerales que había en el agua seguía pegado a su piel húmeda, y Paula se metió de buena gana en el agua caliente. Al agachar la cabeza bajo la alcachofa de la ducha, dejó que el torrente de líquido palpitante relajara aún más su cuerpo, ya sin fuerzas.
Pedro entró en la ducha tras ella, vertió champú en su cuero cabelludo y frotó, enjabonándole el cabello con un masaje.
«Ah, Dios, qué bien se siente», pensó Paula.
Dejó que su cuerpo se relajara contra el poderoso pecho y abdomen de Pedro, sin cuestionarse por qué confiaba en él. Le parecía bien y simplemente lo hizo.
Tal vez debería sentirse incómoda apoyada contra un hombre desnudo en la ducha, un tipo al que apenas conocía, especialmente cuando estaba tan desnuda como el día en que nació. Pero la cercanía y la intimidad física solo consiguieron que anhelara una conexión aún más profunda con Pedro, un vínculo que nunca antes había sentido.
—¿Estás bien? —le preguntó al oído con voz áspera.
—Estoy bien. Siento haberme dormido.
—No lo sientas, Paula. Yo estaba aquí. Sabías que estabas a salvo —le dijo con un barítono grave y sexy—. ¿Cómo está tu pierna?
Ella no habló durante un instante mientras él le inclinaba la cabeza hacia abajo para aclararle el cabello.
—Está mejor —dijo ella con voz temblorosa mientras Pedro le cambiaba el sitio suavemente para poder aclarase el pelo él mismo. Las aguas termales habían relajado el músculo del muslo, y ahora el dolor era sordo y casi inexistente.
Pedro se enjabonó el cuerpo y después volvió a llenarse la palma de gel, que extendió con suavidad sobre los hombros y la espalda de Paula.
—Eres increíblemente preciosa, Paula. —Habló con voz áspera y ronca.
Ella se estremeció cuando las manos resbaladizas de él le rodearon el tronco y se deslizaron hacia arriba para ahuecar sus pechos.
—Pedro —susurró. Dejó caer la cabeza contra su hombro.
—Eso es, nena. Sigue diciendo mi nombre. Gime mi nombre mientras llegas. Que sepas exactamente quién está haciéndote sentir así —exigió mientras sus pulgares rodeaban los pezones sensibles de Paula.
El sexo se le contrajo, casi con brutalidad, cuando Pedro pellizcó ligeramente las cimas endurecidas de sus pechos y prendió fuego a su cuerpo con deseo desesperado.
—Por favor, Pedro —sollozó. Su erección dura estaba clavada justo en la parte baja de su espalda—. Necesito… necesito…
—Sé lo que necesitas —respondió él bruscamente. Su mano se deslizó por su vientre y por pelo recortado en su monte de Venus.- Tienes que llegar al orgasmo. Y voy a llevarte allí —le gruñó al oído.
—Sí. —Ella exhaló un suspiro torturado de alivio mientras los dedos de Pedro se sumergían entre sus muslos a medida que su otra mano seguía excitando sus pezones implacablemente.
—Dios. Estás tan húmeda para mí, Paula. Tan caliente y apretada. —Sondeó su vaina con el dedo índice—. ¿Estás tan escurridiza porque quieres mi pene dentro de ti?
—Oh, Dios, sí. —Paula deseaba a Pedro más de lo que había deseado a ningún hombre en toda su vida. Había estado soñando con él en la piscina, sobre aquello, antes de que la despertara. Ahora, no estaba muy segura de dónde había terminado el sueño y empezado la realidad. Lo único que sabía ahora era que él estaba bueno, duro, y que ella lo necesitaba. —Jódeme, Pedro. Por favor.
Él le pellizcó el pezón un poco más fuerte y sus dedos exigentes buscaron y encontraron su clítoris. Acarició el palpitante manojo de nervios con brusquedad.
—¿Sabes lo que me provoca oír que me pidas que te joda? Me da ganas de darte exactamente lo que quieres.
Paula gimió cuando su cuerpo se resbaló contra la figura musculosa de Pedro y arqueó la espalda mientras él le estimulaba con más fuerza el clítoris con los dedos pulgar e índice.
—¡Ay, Dios! ¡No puedo aguantar más! —gritó. Empezó a desplegarse una espiral en su vientre.
—Sí puedes. Aguanta, Paula. Utilízalo para venirte para mí, nena —le ordenó ásperamente al oído.
Su voz ronca y llena de deseo hizo que el cuerpo de Paula se estremeciera.
Cuando su boca pasó al cuello de ella, mordisqueando y lamiendo ligeramente la piel sensible, Paula se hizo pedazos.
—¡Pedro! —Las ondas en su vagina se convirtieron en espasmos tremendos. El clímax la había cogido con fuerza y se negaba a soltarla.
—Necesito sentir cómo te vienes —gruñó Pedro.
Ella supo lo que quería exactamente por instinto.
Se volvió a ciegas, le rodeó el cuello con los brazos y saltó, envolviéndole las caderas con las piernas.
—Entonces siéntelo ahora —jadeó pesadamente—. Ahora mismo.
—Joder. Paula. No iba a…
Ahora que sabía que le gustaba oírle suplicar, imploró:
—Jódeme, Pedro. Necesito tu pene dentro de mí, ahora. Nada de seguir esperando. —Paula necesitaba que él perdiera el control por completo.
Alzó la mirada hacia él; la tensión se mostraba en su gesto torturado. Sus ojos se encontraron y ella miró fijamente el deseo feroz de Pedro que ardía en su mirada.
—Te deseo. —Bajó la mano entre ellos para agarrar su enorme verga y encajó el glande en la entrada de su vagina.
—Ah, joder, sí. Mía —gruñó él mientras la clavaba contra la pared de la ducha y se enterraba hasta las pelotas.
Paula jadeó, pero no dejó de mirar a Pedro a los ojos. Su clímax había terminado, los músculos de su vagina se relajaron para permitir la invasión de su enorme pene y se tensaron en torno a él como un guante. Los dedos de Pedro se hincaron en su trasero mientras la sostenía con fuerza contra su entrepierna. Ella clavó los dedos en su pelo mojado.
—Jódeme…
—No lo digas otra vez, Paula, o vas a conseguir más de lo que esperabas — espetó Pedro en tono peligroso, fuera de control.
Su mirada era salvaje y carnal, y Paula se deleitaba en ella.
—Jódeme —dijo ella deliberadamente—. Por favor, házmelo. —No tenía miedo de la ferocidad de aquel hombre. Hacía que se sintiera más excitada que nunca, y la urgencia de empujarlo al límite surgió desde lo más profundo de su interior.
Algo entre un gruñido y un gemido salió de boca de Pedro antes de estrellarse contra la suya. Sus caderas se movían a un ritmo castigador mientras su miembro la embestía una y otra vez.
Pedro jodió su boca con la lengua de la misma manera en que lo hacía con el pene: excitante, dura, feroz y terrenal, tan rápido que Paula apenas podía mantener el ritmo. Solo se aferró a él y disfrutó del viaje.
Él arrancó su boca de la de ella, apoyando la frente contra la pared de la ducha mientras su pecho subía y bajaba pesadamente. Apretó las caderas contra su sexo con cada embestida, elevándola cada vez más hacia otro desahogo más explosivo.
—Qué rico —jadeó.
—Demasiado rico —respondió Pedro con un gruñido cargado de pasión—. Necesito. Hacer. Que llegues. Antes. Que. Yo.
Cada embestida la llevaba más alto y no cabía duda de que caería al abismo.
Pero Pedro sonaba desesperado, resuelto. No quería que siguiera conteniéndose.
Metió una de las manos que tenía en su cabello entre sus cuerpos y se acarició el clítoris con los dedos. Inspirando con fuerza, se envió a sí misma al espacio; su vagina se aferraba al pene de Pedro mientras entraba y se retiraba.
—Joder, nena —gimió. Su cuerpo grande se estremeció contra el de ella.
Paula gritó cuando el orgasmo le atravesó el cuerpo. Sus paredes internas apretaban y soltaban a Pedro cuando él encontró su propio desahogo. Se enterró en lo más profundo de Paula por última vez con un gemido atormentado. Después abrazó su cuerpo con fuerza contra el suyo. Se sentó en un banco de mármol en la enorme ducha y se aferró a su cuerpo como si no quisiera dejarla marchar nunca. Cerró la boca sobre la de Paula, besándola sensualmente, con ternura, antes de soltar sus labios y apoyar la frente en su hombro.
—Casi me matas —dijo jadeante.
—¿Estás quejándote? —bromeó ella sin aliento.
—Dios, no. ¡Pues sí que estaría bien! —Se apoyó y le lanzó una sonrisa muy traviesa, con hoyuelos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario