jueves, 20 de septiembre de 2018

CAPITULO 35 (SEPTIMA HISTORIA)






El domingo por la tarde, Paula estaba frente al ventanal de la casa de Pedro y lo observó paseando a Shep. Sonrió al ver que sus labios se movían; estaba hablando con el cachorro, probablemente diciéndole al perro lo poco razonable que estaba siendo ella.


Pedro había pasado el día entero tratando de venderle las ventajas de quedarse en Colorado. Después de terminar una sesión matutina con Chloe en el gimnasio,


Pedro la había llevado a esquiar. Al final del día, tenía el trasero amoratado y magullado, pero había sido capaz de permanecer en posición vertical con los esquís por las pistas de principiantes. Había sido divertido, desafiante, y se habían reído mucho, algo que no había hecho demasiado en toda su vida hasta que conoció a Pedro.


La había llevado volando a Denver para cenar la noche anterior, agasajándola con vino, rosas y champán. Había sido dulce y seductor, la llevó a casa y directamente a la cama, donde volvió a sacudir su mundo.


Si estaba intentando venderle Colorado y el estilo de vida de los multimillonarios, definitivamente no tenía argumentos. Pedro tenía una familia increíble, una casa preciosa, y a ella ya le encantaba Colorado. Era distinto a vivir en Washington, pero en de una manera buena. Era tranquilo, y Rocky Springs era una ciudad pequeña maravillosa.


El problema era que estaba enamorada de Pedro Alfonso.


Suspiró mientras apoyaba la cadera contra la ventana y lo observaba esperando pacientemente a que Shep encontrara un sitio donde hacer pis. No se trataba de que no quisiera quedarse; no podía quedarse. Su corazón ya se sentía lacerado y dolorido. Estar cerca de Pedro todos los días y no dejar escapar
exactamente cómo se sentía sería imposible.


Él quería que se quedara, pero eso no significaba que la amara. Pedro no parecía listo para amar y ella no podía soportar la agonía de amar a alguien tanto como lo quería a él y que sus emociones no fueran recíprocas.


«No es su culpa no sentirse de la misma manera», pensó Paula. No lo culpaba.


Tal vez no estuviera listo o quizás ella no fuera su mujer para siempre. No se arrepentía del tiempo que había pasado con él. La había cambiado de alguna manera, había hecho que se sintiera como una mujer. Ahora que le había abierto un mundo nuevo, no podía volver. Y no podía ignorar el hecho de que su corazón estaba abierto de par en par para él y que él no lo quería.


Quedarse sólo sería una tirita para su herida abierta. Quizás hiciera que se sintiera mejor durante un tiempo, pero al final ella acabaría devastada. Tendría que arrancarse la tirita y dejar que su corazón se curase, si eso era posible. De alguna manera, Paula no pensaba que fuera a superar a Pedro Alfonso muy pronto.


Nunca había conocido a un hombre como él, y conocía a muchos hombres. Él era… único.


Dio la espalda a la ventana con los ojos inundados de lágrimas. Mientras se sentaba a la mesa, se las secó furiosa. Lo último que necesitaba era que Pedro la viera llorar. Él ya tenía bastante con lo que lidiar en su familia en ese momento.


No necesitaba una mujer patética y llorosa que lo amaba tanto que apenas podía respirar cuando pensaba en dejarlo.


La noche anterior, durante la cena, Paula le había preguntado a Pedro si quería hablar de Marcos. Ella sabía que estaba destrozado por dentro, pero él no quiso hablar de ello. Dijo que era demasiado pronto y que tenía que poner en orden sus sentimientos. Estaba en fase de negación, pero Paula sabía que la traición de
Marcos caería sobre él tarde o temprano. Quería ayudarlo, pero no quería presionarlo si él no estaba preparado para hablar.


«Quizás me llame cuando esté listo para hablar», pensó.


Una cosa era segura: ella le hablaría al respecto, aunque escuchar su voz desde tan lejos casi la matara. Pedro necesitaría que alguien lo escuchara cuando finalmente aceptara lo que había hecho Marcos.


Pedro entró en casa justo en ese momento, dejó sus botas en el porche y soltó la correa de Shep. 


Se quitó el abrigo y el gorro; llevaba el cabello con ese estilo puntiagudo que hacía que quisiera lanzarse a sus brazos. De acuerdo, siempre quería lanzarse a sus brazos, pero aquello hacía que el impulso fuera aún más fuerte. Aquel día tenía un aspecto especialmente atractivo con unos pantalones descoloridos y un jersey de pescador de color tostado.


Shep se acercó a ella dando brincos, se contoneó a sus pies e intentó trepar por la pernera de sus pantalones. Ella lo recogió con una risa feliz y lo acurrucó contra el algodón de su jersey de cuello alto de manga larga.


—¿Por qué siempre vienes a mí cuando tienes frío? —Paula se estremeció cuando el cuerpo diminuto y frío del perro se acurrucó contra ella.


—Porque eres muy caliente. Él sabe cómo calentarse. Perro listo —dijo Pedro con una sonrisa pícara.


Ella puso los ojos en blanco mirando a Pedro, pero en secreto le encantaba que insinuara que era atractiva. Un hombre que realmente la trataba a ella como si fuera una mujer deseable seguía siendo una novedad para ella, y lo disfrutaba como si fuera chocolate.


Paula echó un vistazo al trasero perfecto y apretado de Pedro mientras él caminaba hacia la cocina para ponerle la comida a Shep. El perro saltó del regazo de Paula en el momento en que Pedro llenó el cuenco del cachorro.


—Abandonada por comida —gruñó de buena gana.


Pedro la miró desde el otro lado de la habitación, con la mirada ardiente.


—Supongo que no siempre es inteligente. Yo dejaría de comer comida para que tú me acariciaras en un santiamén.


Ella le devolvió una sonrisa tonta.


—Me siento honrada.


Paula se sobresaltó cuando llamaron al timbre.


—Yo abro. Probablemente sean tu madre y Chloe —dijo Paula mientras se levantaba de un salto, siempre encantada de ver a Ailyn y Chloe. No esperaba verlas aquel día porque ella y Pedro las habían visitado la víspera en el resort por la mañana cuando ella y Chloe terminaron en el gimnasio.


Abrió la puerta con una sonrisa, una expresión de felicidad que se volvió confusión cuando vio un rostro completamente distinto de los que esperaba.


—¿Benjamin? Pensaba que seguías en Washington.


La expresión en el rostro del hermano de Pedro era sombría y aquel día le faltaba su sombrero de vaquero. Iba ataviado con un traje oscuro a medida y un abrigo de lana oscuro.


—¿Puedo entrar? —preguntó educadamente.


Paula abrió la puerta y dejó que entrara.


—¿Qué cojones haces aquí, Marcos? —se oyó la voz enfadada de Pedro desde detrás de Paula.


«¿Marcos? ¿Éste es Marcos?», pensó ella.


—¿Estás seguro? —le preguntó bruscamente mientras se alejaba un paso del hombre que acababa de entrar y sacaba la pistola de la funda que llevaba a la espalda. Estaba segura de que Pedro tenía razón. Parecía imposible, pero reconocía a sus hermanos.


—Sí, estoy seguro —respondió Pedro furioso.


Paula se alejó lo suficiente de Marcos como para que no pudiera quitarle el arma y lo apuntó con ella.


—Será mejor que te expliques muy rápido antes de que te dispare. —«¿Cómo demonios ha escapado de prisión y llegado hasta aquí, a Colorado? ¿Y por qué va vestido como si fuera a la oficina?», pensó.


Marcos frunció el ceño.


—Baja la pistola. He venido a hablar. Necesito hablar con Pedro.


—¿Hablar? Da un paso hacia él y te mato. ¿Cómo has salido de la cárcel? — repitió apuntándolo firmemente.


—Me han puesto en libertad legalmente —respondió Marcos con calma.


—Y una mierda —explotó Pedro mientras se acercaba a Marcos de una zancada y lo agarraba por el cuello del abrigo—. No liberan a terroristas de prisión. Prueba otra vez.


—Pedro, estás bloqueándome. Aparta —exigió Paula, nerviosa porque Pedro estaba en su punto de mira.


Marcos se zafó del agarre de Pedro.


—Escúchame. No soy terrorista. Trabajo para la CIA —explicó. Abrió una funda de cuero y sostuvo una identificación en alto.


Pedro se la arrancó de la mano y la escudriñó minuciosamente.


—Parece legal —le dijo a Paula con voz ronca.


Ella se adelantó y se la quitó de la mano, reconociendo la identificación. Si era falsa, tenía un falsificador condenadamente bueno. ¿Y para qué?


Marcos les enseñó el teléfono que tenía en la otra mano.


—El número de la CIA está en mi móvil. Llamad al director. Comprobad el número y llamad a través del número de la central, después preguntad por él. Está esperando vuestra llamada.




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