viernes, 21 de septiembre de 2018
CAPITULO 38 (SEPTIMA HISTORIA)
Pedro sacó fuera a Shep, su ira y desesperación batallando entre sí. ¿Qué podía hacer? No podía obligarla a quedarse. Ella quería conservar su trabajo. Pedro la quería. Estaban en un callejón sin salida y no había nada que él pudiera hacer
para que las cosas salieran de otra manera. A decir verdad, no la quería así. La quería dispuesta. Quería un compromiso, algo que la uniera a él para siempre.
«No me preguntó si quiero ir a vivir a Washington. Ni siquiera me lo preguntó», se lamentó Pedro. Por Paula, lo haría en un santiamén. No le importaba dónde viviera siempre y cuando estuviera con ella. «No me lo preguntó. Para ella, la relación es imposible.
Sólo tengo que admitir que ella no lo siente tanto como yo», se repitió. La víspera, Pedro había estado exultante porque se había enterado de que Marcos no era un criminal. Aquel día, se sentía derrotado. «Los Alfonso no renuncian. Joder, yo no renunciaría si tuviera otra opción».
Le vibró el móvil en el bolsillo. Respondió porque era uno de sus más viejos amigos, Teo Harrison.
—Sí.
—¿Pedro? —La voz de Teo era solemne.
—Soy yo.
—Vas a pensar que estoy loco, pero ¿conoces a una Paula?
Pedro se puso alerta al instante.
—Sí. La conozco. Estoy loco por ella.
Pedro explicó rápidamente que Paula estaba allí, preparándose para volar de regreso a Washington. En pocas palabras, habló de su relación relámpago.
—Estoy enamorado de ella —le admitió a Teo—. Dejar que se marche está matándome, Teo.
—No la dejes ir —dijo Teo con urgencia—. Pedro, he tenido un sueño. No he tenido uno tan vívido desde hace mucho tiempo. Pero soñé que estabas llorando su muerte en un accidente de avión. Vaya donde vaya, no la dejes ir en su vuelo.
«¡Joder!», pensó. Pedro había aprendido a tomarse en serio los sueños premonitorios de Teo. Uno de sus sueños había salvado la vida de Pedro y, otro, la vida de la esposa de Teo, Angela.
—¿Cuándo ocurrirá? —preguntó Pedro con inquietud.
—No lo sé, pero nunca sueño nada tan vívido si no va a suceder pronto. Si va a volar, no dejes que se marche. Sé que piensas que estoy loco…
—No —interrumpió Pedro—. Sé que lo que experimentas es real. Nos salvó la vida a mí y a Angela.
—Entonces no dejes que Paula tome ningún vuelo. No si es comercial y próximamente —advirtió Teo en tono sombrío—. Si la amas, mantenla allí, aunque no me crea.
Era posible que Paula no creyera en los sueños de Teo, pero Pedro sí creía en ellos. Había visto varias veces la prueba de los extraños fenómenos. En otro tiempo, no lo creyó. Pero ahora sí.
—Pensaré en algo. Es agente del FBI, así que no estoy seguro de que vaya a creer que le digo la verdad.
—¿Estás enamorado de una agente del FBI? —preguntó Teo—. ¿Por qué no me sorprende? ¿Puede darte una paliza?
—No —negó Pedro—. Pero puede oponer bastante resistencia.
—Bien por ella. Parece que es tu tipo de mujer.
—Lo es —convino Pedro—. Nunca me había sentido así antes, Teo. ¿Cómo vives sintiendo lo que sientes por Angela?
—Es un infierno, amigo. Pero lo superarás. Si tú la amas y ella te ama a ti, es la sensación más increíble del mundo.
Pedro sacudió la cabeza aunque Teo no podía verlo.
—No me quiere.
—Entonces haz que cambie de opinión —respondió Teo bruscamente—. Si alguien puede ganar a una mujer por agotamiento, eres tú. No te rindas. Y prueba a decirle que la amas. Estás dispuesto a arriesgarte con todo lo demás, incluida tu propia vida. Arriésgate con ella.
Pedro quería hacerlo, pero le aterrorizaba que pudiera arrancarle el corazón.
—Ella no me ha dicho que me ama. —Y estaba casi seguro de que no lo amaba si estaba dispuesta a alejarse de su relación sin más.
—¿Tú se lo has dicho? —inquirió Teo sin rodeos.
—No.
—Entonces, ¿cómo sabes lo que siente ella? Habla con ella —sugirió Teo —. Y mantenla contigo por ahora.
—Eso planeo hacer —respondió Pedro con voz ronca, pensando en el horror de perder a Paula por completo. Nunca lo superaría.
—Te llamaré más tarde para ver cómo van las cosas —le dijo Teo con voz preocupada.
—Gracias, Teo. En serio. Agradezco la advertencia. —Pedro sabía que Teo no hablaba con nadie sobre su extraño don. Pero habían sido amigos durante mucho tiempo, así que se había arriesgado.
—Mantente a salvo —murmuró Teo.
—Tú también. —Pedro colgó el teléfono. Le daba vueltas la cabeza mientras volvía a meterse el teléfono en el bolsillo.
Paula nunca le creería si le decía que tenía un amigo psíquico. Tomaría ese avión de todas maneras y moriría. Lo sintió en el estómago, igual que sabía que Angela estaría muerta si Teo no la hubiese alejado durante el periodo de su posible desaparición.
—Vamos chico. Tengo que planear algo. —Tiró de la correa de Shep y lo urgió de nuevo a casa en cuanto el perrito regó el lindero del bosque.
Pensaba mientras caminaba de vuelta a casa y finalmente sacó su teléfono del bolsillo al llegar al porche. Pedro tenía un plan, pero era un poco drástico. Paula se enfadaría, pero era preferible a que estuviera muerta.
Hizo las llamadas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario