domingo, 23 de septiembre de 2018
CAPITULO 44 (SEPTIMA HISTORIA)
—¿Y si cambió de opinión? ¿Y si no aparece? Tal vez se dio cuenta de que en realidad soy un idiota. —Pedro Alfonso miró a Teo Harrison con una expresión de pánico mientras permanecían de pie en la pequeña capilla de bodas en Las Vegas.
Teo se cruzó de brazos y alzó una ceja a Pedro.
—Alfonso, ya sabe que eres un idiota. Se lo dije yo. Pero por alguna razón que ignoro, todavía quiere casarse contigo. Vendrá. —Teo retiró la manga de su traje a medida para mirar el reloj—. Por el amor de Dios, solo es mediodía.
Pedro volvió a mirar su reloj.
—Ya ha pasado un minuto —corrigió Teo bruscamente.
—Está con Angela y yo estoy muy seguro de que mi esposa no va a huir. Lo superé hace tiempo. Me quiere —dijo Teo en tono arrogante.
—Paula también me quiere —dijo Pedro con aire engreído, intentando sacudirse los nervios.
Debería haberse quedado con Paula en caso de que se echara atrás.
En cambio, se había preparado con Teo y Paula fue con Angela a buscar un vestido nuevo.
Aunque iban a casarse en Las Vegas, Pedro quería asegurarse de que el día de su boda fuera especial. Iba ataviado con un esmoquin y Teo llevaba un traje.
Afortunadamente, Teo y Angela habían estado disponibles para apoyarlos a Paula y a él. Había pensado en sus hermanos, pero era apropiado que Teo fuera su padrino. Le había salvado la vida a Paula y ella quería conocerlo. Pedro dudaba que a sus hermanos les importara. De todas maneras, ninguno de ellos estaba en la ciudad aquel fin de semana, por lo que podía usar eso como excusa.
Además, todos odiaban las bodas tanto como él.
«Excepto que en realidad yo no odio ésta porque es mi boda con Paula», pensó. De hecho, estaba muy ansioso por que empezara.
Pasó otro minuto y Pedro empezó a sudar.
«¿Dónde demonios están? ¿Cuánto tiempo se tarda en comprar un vestido?».
—Tal vez debería llamarla —le dijo Pedro a Teo mientras miraba al capellán sonriente, que no parecía tener ninguna prisa. Y probablemente no la tenía. Iban a pagarle muy bien por sus servicios.
—No, no tienes que llamarla. Angela me habría llamado si hubiera algún problema —respondió Teo con aire despreocupado—. Paula no va a ninguna parte. Es bastante evidente que está loca por ti. Relájate.
«Es más fácil decirlo que hacerlo». Pedro estaba que se tiraba de los pelos.
Él y Paula solo llevaban un par de semanas viviendo juntos. «¿He hecho algo malo? Bien. Sí. Olvido bajar la tapa del inodoro de vez en cuando, pero estoy mejorando. Joder, incluso he aprendido a hacer un sándwich decente».
Pensó que Paula disfrutaría de Las Vegas, y lo había hecho. Habían llegado varios días antes para ver las vistas y a Paula le habían encantado las máquinas tragaperras. Pero lo que más le gustaba eran los bufés. Pedro hizo una mueca cuando pensó en todos los bufés que habían encontrado; algunos eran decentes, pero la mayoría de ellos eran absolutamente repugnantes. El único bufé increíble que se le ocurría era el bufé del desayuno en el resort. Era comida de calidad preparada por un chef excelente. Por lo visto, Paula no notó la diferencia y quedó cautivada únicamente por la gran cantidad de comida. Pero Pedro se divirtió tanto
viendo a Paula pasando comida de un plato a otro que no le importó ir. Se llenaba hasta que apenas podía levantarse y caminar, y todos los días juraba que no iba a volver a hacerlo. Al día siguiente, buscaba otro bufé libre.
«Dios… es adorable. Paula es mi corazón y va a ser mía. ¡Si es que llega!».
Racionalmente, no pensaba que fuera a irse a ninguna parte. Lo amaba. Pedro sabía que así era, pero no iba a quedarse satisfecho hasta que hubieran pronunciado los votos.
Miró a Teo y quiso golpear la expresión sonriente de su amigo.
—Al final, superarás este miedo irracional. —Teo sonaba divertido—. Con el tiempo, sólo empezarás a preocuparte por ella diez veces al día en lugar de veinte.
—¿Ya has llegado a las diez? —preguntó Pedro esperanzado.
—No. Pero estoy trabajando en las quince —replicó Teo avergonzado—. No es fácil querer tanto a alguien, pero cada minuto de preocupación que tengas merece la pena. Confía en mí.
—¿Estás preocupado ahora? —Porque sinceramente, Pedro se sentía aterrorizado.
—No. Angela me dijo que quizás llegaran un poco tarde. Cuando Paula se enteró de que llevabas un esmoquin, quiso ponerse más guapa.
—Ella está guapa con cualquier cosa —respondió Pedro con énfasis.
—Es una mujer —respondió Teo, como si eso lo explicara todo.
—Una mujer que casi puede darme una paliza —dijo Pedro con orgullo.
—Exactamente el tipo de mujer que necesitas, Alfonso. Necesitas a alguien que no te aguante demasiadas tonterías.
—No lo hace. Pero me gusta eso de ella. —Hizo una pausa antes de añadir—: La mayor parte del tiempo.
Teo se echó a reír. Pedro miró a su amigo, un hombre que había sido tan serio y quisquilloso y que había estado tan estresado hacía no mucho tiempo.
Ahora parecía relajado… y contento.
—¿De verdad eres feliz ahora, Teo? —Le preguntó Pedro en serio.
—Más de lo que jamás pensé que sería, amigo. Y tú también lo serás. Paula es una mujer fantástica y es perfecta para ti. Ahora quiere conocer a Sofia para ver si hay algo que pueda hacer antes incluso de volver a la universidad. Quiere ayudar. Tu mujer tiene un buen corazón —le dijo Teo a Pedro sinceramente.
Éste asintió. Conocía el alcance de su corazón y era tan grande como el océano.
—Lo sé. Solo desearía que dejara de abrazarte por salvarle la vida. —Una vez Pedro lo había aguantado bien, pero parecía que Paula se sentía agradecida a Teo cada vez que lo veía. Y a Pedro no le importaba que Teo fuera su mejor amigo; aun así no quería ver a su novia abrazar a otro hombre menor de ochenta años.
Teo levantó una ceja inquisitiva.
—¿Somos un poco posesivos? Recuerdo que no hace mucho tiempo tú disfrutabas metiéndote conmigo por Angela.
Pedro se encogió al recordar cómo había coqueteado con Angela solo para fastidiar a Teo porque le parecía gracioso. Ya no se reía tanto.
—Ahora me arrepiento —gruñó.
Teo sonrió con superioridad.
—Bien. Entonces dejaré de decirle a Paula cuánto valoro sus abrazos de gratitud.
Pedro lanzó una mirada asesina a Teo.
—No le has dicho eso.
Teo se encogió de hombros.
—Es posible que lo haya mencionado.
«¡Cabrón!». Teo se había asegurado intencionadamente de que Paula se arrojara en sus brazos agradecida cada vez que lo viera.
—Vuelve a hacerlo y me aseguraré de abrazar a Angela durante mucho tiempo cada vez que la vea —le advirtió a Teo.
—Dejaré de hacerlo —dijo Teo a toda prisa.
«Sigue loco por Angela», se maravilló Pedro.
Sonrió porque sabía que Teo amaría a Angela hasta su último aliento. Por mucho que le gustara bromear con Teo, el tipo merecía esa clase de amor y Pedro no podría estar más feliz por él.
Sobre todo porque él había tenido la suerte de encontrar el mismo tipo de amor. Inquieto, Pedro volvió a mirar el reloj para darse cuenta de que solo pasaban cinco minutos del mediodía.
«¡Joder!».
Teo le dio un codazo en el costado.
—Ya puedes respirar, amigo. Ha llegado tu novia.
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