martes, 12 de junio de 2018
CAPITULO 17 (PRIMERA HISTORIA)
Pedro la cogió en brazos y la colocó en el centro de la cama tras quitar con brusquedad la colcha y dejarla hecha un gurruño a los pies. Paula se deslizó hacia la parte superior y sintió la suavidad de la sábana de seda negra acariciándole el trasero. Pedro se sentó en el borde, abrió el cajón de la mesilla y sacó cuatro esposas forradas ensambladas con una cadena y un largo lazo de seda negra.
—Sumisión absoluta —susurró Paula mientras apoyaba la cabeza en los almohadones de seda.
—Sí —asintió Pedro en voz baja mientras le recorría el cuerpo con una mirada hambrienta y la cogía del brazo para ponerle las esposas.
No tenía la menor duda de que Pedro había repetido esta operación muchas veces: en menos de un minuto la tenía atada a la cama y abierta de piernas. Contempló con curiosidad cada uno de los movimientos de Pedro, que recorría su cuerpo con ojos voraces.
Le sorprendió su propia forma de reaccionar: cuanto más indefensa se encontraba, cuantas más partes de su cuerpo quedaban esposadas a la cama, más excitada se sentía.
Estar atada de pies y manos para que él la tomara a su antojo le ofrecía una libertad que nunca había experimentado. No tenía que tomar decisiones ni preocuparse por si él sentía placer o no. El amo era él y lo único que tenía que hacer ella era esperar a ser complacida.
Estar atada a su cama le resultaba tan erótico que trató de balancear las caderas, pero las esposas se lo impidieron. No se hizo daño, pero se dio cuenta de que apenas podía moverse y exhaló un gemido sensual.
—¿Vas a amordazarme?—preguntó con curiosidad, pero sin temor.
—¡Ni hablar! Mientras te corres para mí, quiero oír todos y cada uno de tus gemidos, quiero oír hasta el más imperceptible ruido que salga de tu boca.
Al escuchar un mensaje tan tórrido, el calor que ya devoraba todo su cuerpo aumentó hasta temperaturas insoportables.
Cerró los ojos.
Necesitaba tanto que satisficiera su deseo que volvió a gimotear.
Al abrir de nuevo los ojos, vio su mirada fiera y voraz.
Entonces una tela de seda negra le tapó los ojos, anulando su capacidad de ver y condenándola a la oscuridad más absoluta.
Por un momento fue presa del pánico, pero se tranquilizó al sentir el aliento cálido de Pedro en el oído y su lengua lamiéndole la oreja mientras le susurraba:
—No poder ver intensificará tus sensaciones, Paula. Cada roce de mi lengua será más intenso, más penetrante. Todo será más excitante.
—Ya estoy bastante excitada, Pedro. Por el amor de Dios, tócame de una vez o moriré de deseo —gimoteó mientras esperaba su tacto en la oscuridad.
Oyó que se le escapaba una risa ahogada mientras se bajaba de la cama.
Al instante percibió el ruido que hacía la ropa al caer al suelo. Después sintió que el colchón se hundía y dedujo que había vuelto a subir a la cama.
—Estás tan sumamente atractiva que me cuesta decidir por dónde empezar. Hace tanto que fantaseo con esta situación que no acabo de creer que realmente estés aquí conmigo, en mi cama —confesó con una voz ronca y áspera.
Paula se disponía a abrir la boca para decirle que empezara por donde fuera, pero que, por favor, empezara de una vez, cuando le cubrieron los labios. Fue un beso voraz cargado de deseo.
Suspiró al sentir que el cuerpo desnudo de Pedro la abrazaba, al notar su ardiente piel contra la suya. Su lengua y su boca la exploraban incesantes, reclamándola una y otra vez, mientras una mano recorría su cuerpo entero: jugaba con sus pezones, se deslizaba por la cadera y se colaba entre sus piernas atadas, entre sus húmedos pliegues. Arrancó la boca de la de Pedro y comenzó a jadear mientras sus tenaces dedos se deslizaban por su suave piel y le frotaban el clítoris, que estaba hinchado y con la sensibilidad a flor de piel.
—Te lo suplico, Pedro. ¡Por favor!
Le necesitaba. Su cuerpo entero ardía de pasión y se retorcía lo poco que las esposas le permitían, tratando de aumentar el contacto a la desesperada.
Pedro acercó los labios a sus senos, acarició con la lengua un pezón y lo mordió con delicadeza. Después hizo lo mismo con el otro. Le metió un dedo y después otro. Fue estirando y abriendo su cavidad, haciendo que deseara que la llenara con la polla.
—Madre mía, Paula. Estás tan húmeda, lo tienes tan estrecho…
Paula percibió aquel murmullo cálido sobre su pezón mientras sentía su cuerpo en tensión sobre el de ella. Como estaba atada y no podía ver, lo único que podía hacer era sentir. Pedro tocaba su cuerpo como si fuera un instrumento musical, elevando sus sentidos a un nivel… que no sabía si podría soportar.
—Te necesito. Te lo suplico.
—Enseguida, preciosa —canturreó.
Deslizó su traviesa lengua por el vientre de ella y se detuvo brevemente en el ombligo, antes de mojar los labios de su sexo. Paula gritó y se estremeció ante un deseo tan voraz, tan intenso. Posó los dedos en el monte de Venus rasurado mientras su portentosa lengua se colaba entre sus resbaladizos pliegues y la penetraba cada vez más profundo. Entonces Paula empezó a emitir sonidos incomprensibles, breves gimoteos.
Arqueó la espalda revolviéndose contra las ataduras, mientras la obstinada boca de Pedro trazaba círculos sobre su sexo desesperado. Por fin, se dirigió al clítoris y lo cogió con cuidado entre los dientes. Un anhelo abrasador golpeó como un relámpago el cuerpo de Paula, que continuó en llamas mientras Pedro se colocaba para que su insaciable lengua alcanzara con comodidad el trocito de carne desnudo y lo latigueara a sus anchas.
—Dios mío.
La voz sensual de Paula le imploraba que la llevara hasta el clímax. Un hormigueo recorría cada una de sus terminaciones nerviosas y su sexo se contraía desesperado a medida que el deseo seguía aumentando hasta alcanzar niveles insoportables.
Metió las grandes manos bajo su cuerpo y la empujó del trasero para devorarle hasta el último recoveco de su sexo. Paula sintió que el clítoris le latía cada vez con mayor intensidad hasta que el clímax le arrasó el cuerpo entero y le provocó espasmos y temblores hasta en el último centímetro de su piel. Una y otra vez.
—¡Sí! ¡Oh, sí!
Dejó caer la cabeza hacia atrás y gimió con desenfreno mientras su cuerpo entero ardía en llamas. Pedro lamía los jugos que segregaba Paula gozando y gimiendo con cada gota.
Ella se estremeció al sentir que la exquisita piel de Pedro, desnuda y ardiente, se rozaba contra la suya y se deslizaba sobre su cuerpo hasta llegar a su boca. Cuando la besó, Paula saboreó su propia esencia y gimió.
Madre de Dios, jamás había tenido un orgasmo tan intenso, tan penetrante.
Le devolvió el beso de la forma más apasionada que supo, tratando de mostrarle lo que significaba para ella lo que acababa de ocurrir, lo que acababa de experimentar.
—Ha sido increíble —jadeó Paula tras alejar la boca de la de él.
Se retorció de placer al sentir la polla empalmada contra el muslo.
Estaba más que preparada para que la penetrara; sabía que sería capaz de llenar todos sus huecos. Arqueó el cuerpo como un animal salvaje rogándole que se lanzara a por ella sin miramientos.
—Sabes a vino de gran reserva, Paula. Podía haberme quedado ahí el día entero —musitó con un anhelo desenfrenado—. Eres tan atractiva. Tan tan atractiva.
—Y tú también, pero fóllame de una vez, por favor —gimió mientras su cuerpo se retorcía de deseo.
—Dime que me deseas, que me necesitas —exigió con un tono árido y seco.
Paula notaba la punta del miembro chocar contra su entrepierna.
—Ay, mierda. ¡El condón! —gruñó afligido.
Ella levantó las caderas. Necesitaba tanto que la penetrara que estaba a punto de ponerse a gritar como una loca.
—Tomo la píldora para regular la menstruación. No hay problema. Estoy limpia.
—Yo también. Será mi primera vez sin condón. No duraré mucho, pero quiero que lo hagamos así. Que no haya nada entre nosotros.
Paula sentía su aliento pesado y cálido en el cuello.
—Me da igual. Córrete dentro de mí, Pedro. Te deseo tanto. Te tengo tantas ganas… —le rogó ahogando un gemido antes de perder completamente el control.
Bastó con que Pedro empujara las caderas para llenarla por completo.
La tenía grande y hacía años que ningún hombre se la metía. Pedro forzó sus paredes a expandirse, estirarse y aceptarlo. La carne de Paula, húmeda y resbaladiza, cedió y dejó entrar aquel miembro descomunal, que la llenó por completo.
—Madre mía, cariño, lo tienes tan estrecho. —Pedro apenas podía hablar, parecía casi que le doliera—. Estás buenísima. Eres un gustazo. Esto es una gozada.
—Sí —jadeó totalmente plena de él.
La corpulencia de Pedro la consumía, la tenía completamente dominada. Él se retiró un momento y se la volvió a meter frotándole el punto G. A medida que aumentaba el ritmo la embestía con las caderas y la elevaba cada vez más alto. Le metió una mano bajo el trasero para acercarla aún más a él y sus pieles aplaudieron la una contra la otra ante aquel encuentro agresivo y placentero.
A oscuras Paula se impregnaba de cada sensación, de cada embestida. El placer que Pedro repartía por todo su cuerpo era tan intenso que se agarró a las cadenas de las esposas y clavó los dedos en el metal mientras gritaba su nombre. La martilleaba con todo su cuerpo y ella saboreaba cada arremetida, cada embestida de sus caderas. Los cuerpos de ambos estaban chorreando de sudor y se deslizaban uno sobre el otro como si se lanzaran por un tobogán de erotismo.
Cada vez que Pedro se movía el vello de su pecho le raspaba los pezones y aquel roce la estaba poniendo tan cachonda que se puso a gemir y a zarandear la cabeza hacia los lados preguntándose si soportaría esa sobrecarga de sensaciones.
—Córrete para mí, Paula. Córrete. Quiero verte gozar —le susurró con una voz seductora y convincente.
La polla la llenaba por completo una y otra vez.
Cada vez más rápido.
Cuando Pedro introdujo una mano intrépida entre sus cuerpos para frotarle el clítoris, Paula explotó. Mientras su cuerpo entero palpitaba, vio colores brillantes y destellos en la oscuridad.
Al alcanzar el éxtasis los espasmos alcanzaron su cavidad y las contracciones empezaron a ordeñar la polla de Pedro.
—¡Joder, Paula! —exclamó Pedro—. Estás empapada. Me pones a mil.
La besó de nuevo mientras la penetraba por última vez.
Como si se propusiera poseer hasta el último centímetro de su cuerpo, se la metió hasta el fondo y lanzó un gemido ronco, atormentado.
Los dos tardaron en regresar al mundo real. Pedro se retiró y se dejó caer al lado de ella. Apoyó la cabeza en su hombro y rodeó su cuerpo con un brazo posesivo. Ella lo buscó con los labios y le besó la coronilla mientras trataba de recuperar el aliento.
Tenía el corazón a cien por hora y le daba rabia no poder ver a Pedro en ese momento. Seguro que tenía el pelo alborotado y que aún salían llamas de sus ojos apasionados.
Sus sensaciones eran tan intensas que se sentía abrumada. Temerosa. Entusiasmada. Confundida. Estaba hecha un lío y no sabía lo que debía sentir ni cómo debía actuar. El sexo nunca había sido tan embriagador. ¿Qué había pasado?
Pedro. Pedro era lo que había pasado. Nunca volvería a ser la misma.
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