martes, 12 de junio de 2018

CAPITULO 16 (PRIMERA HISTORIA)




Paula siguió temblando mientras Pedro la aupaba en sus recios y musculosos brazos, y la mecía contra su robusto cuerpo. ¿Acababa de decirle que la llevara a la cama y le hiciera lo que quisiera? Sí, se lo había dicho y la idea la hacía estremecerse. Le había dicho la verdad. 


Estaba harta de intentar frenar la atracción que sentía por él; una atracción mucho más intensa que la química. Teniendo en cuenta que nunca se había sentido así por un hombre, la lucha era en vano y el resultado, inevitable. Ardía en deseos de que la penetrara. 


Él y nadie más que él.


Se había buscado la vida y tenía dos dedos de frente, así que lo normal habría sido que hubiera sabido resistirse a la tentación, pero a Paula nunca le había atraído un hombre como Pedro Alfonso. Para ella era un enigma, un misterio por resolver. Brusco, abrupto, astuto…, pero también considerado, atento y, de vez en cuando, vulnerable; cada vez que dejaba entrever esa cualidad a Paula le entraban ganas de abrazarlo fuerte para consolar su alma atormentada. Estaba convencida de que a Pedro Alfonso le habían hecho daño en algún momento de su vida. ¡Y mucho! ¿Cómo podía resistir el anhelo que sentía por él? 


Necesitaba pasar una noche con él, experimentar un deseo auténtico. Sabía que, si no aprovechaba esta oportunidad, se arrepentiría el resto de su vida. Aunque solo fuera un presentimiento, las duras circunstancias en las que se había criado de niña le habían enseñado a hacer caso a su intuición.


Y esta noche su intuición no había parado de implorarle a gritos que aceptara la propuesta de Pedro, de repetirle que aprovechara la oportunidad de experimentar una pasión y un deseo muy superiores a los que había sentido hasta ese momento y que era probable que nunca volviera a sentir.


Sus pies rozaron la suave alfombra del dormitorio de Pedro cuando este fue a dejarla en el suelo y sus cuerpos se deslizaron uno contra el otro hasta que logró apoyarse en ambos pies. 


Mientras inclinaba la cabeza para besarla, Pedro tenía un gesto apremiante y los ojos rebosaban de sed y deseo. Una necesidad acuciante la abrasó por dentro y estrechó los brazos alrededor de su cuello. Él le saqueó la boca, le soltó el pelo, enterró los dedos entre su melena y la atrajo. Bajó una mano para agarrarla del trasero y frotarla contra su pene erecto y duro. 


Ella gimió dentro de su boca deseando que la penetrara. 


Estaba húmeda, lista para que la poseyera. Paula necesitaba mayor contacto, se moría por tocar su piel desnuda, así que lo cogió de la camisa para quitársela.


—No —ladró apartando la boca de la suya y sujetándola de la muñeca.


—Necesito tocarte —jadeó perpleja ante su radical cambio de actitud.


—Tienes que desnudarte. Tenemos que hacerlo a mi manera —le susurró—. Te dije lo que quería y lo dije en serio.


Aunque utilizó un tono exigente Paula detectó una pizca de vulnerabilidad. En aquel momento deseaba que la poseyera más que nada en el mundo, así que se apartó y se quitó la camiseta. 


Se desabrochó los vaqueros de diseño y se bajó la cremallera mirándolo a los ojos, sin mostrar timidez o duda alguna. Fue contoneando las caderas para bajarse los pantalones ajustados y, cuando los tenía por los tobillos, los lanzó al suelo de un puntapié. Se quedó de pie sin dejar de mirarlo a los ojos, cubierta solo con un sujetador negro de seda y un diminuto tanga a juego.


—¡Madre mía! Eres la mujer más hermosa que he visto en la vida — exclamó con veneración mientras le acariciaba la mejilla.


Entonces deslizó un dedo despacio por su rostro y siguió bajando por el cuello hasta llegar al pecho, que parecía estar a punto de desbordarse en aquel ínfimo sujetador.


—Qué va. Es la lencería, que es muy cara —respondió con apenas un hilillo de voz, pues Pedro le estaba acariciando los pechos con las yemas de los dedos y aquel roce la hacía estremecerse de deseo.


—No, eres tú —insistió mientras alcanzaba con los dedos el cierre del sujetador, que estaba en la parte delantera y se abrió sin oponer resistencia. Sus pechos se derramaron sobre las manos que los atendían—. Eres perfecta.


Paula contoneó los hombros y la prenda cayó al suelo sin hacer ruido.


Gimió mientras sus manos le recorrían el cuerpo entero, le amasaban la carne tierna de los senos y jugaban con sus pezones sensibles, como un hierro candente que dejara su marca allá donde tocara.


—Me encantan esas braguitas, pero te las vas a tener que quitar — comentó con voz grave, apenas un suspiro, mientras le mordisqueaba el lóbulo de la oreja.


Se las quitó en cuestión de segundos; así de intenso era el deseo de sentirlo dentro, con tanto ardor suplicaban sus entrañas. Pero, mientras permanecía de pie delante de Pedro, desnuda, en su interior el anhelo entró en guerra con la aprensión.


Pedro, hace mucho tiempo que no estoy con nadie.


—¿Cuánto tiempo? —bramó mientras la agarraba del culo en su afán por poseerla.


—Cinco años. Y en aquella época ni siquiera se me daba demasiado bien. Solo he estado con Christian y no supe satisfacerle—respondió en voz baja, esforzándose por que las inseguridades del pasado no la atormentaran.


—¿Eso te dijo el muy gilipollas?


—Sí. Dijo que por eso necesitaba estar con otra —se le quebró la voz humillada, pues creía a pies juntillas lo que Christian le había dicho.


Aunque para ella él hubiera sido el primero y el único, sabía que en aquella relación faltaba algo importante.


—Es un imbécil integral, Paula. Los deseos de cualquier hombre quedarían más que satisfechos con una mujer como tú. Eres el sueño de todo hombre. Eres justo lo que necesito. El que tiene el problema es él, no tú —bufó cogiéndole la cabeza con las manos para apartarla de él y poder mirarla a los ojos.


—Quiero que ocurra. De verdad. Te deseo. Pero estoy un poco nerviosa —admitió mientras su cuerpo palpitaba excitado—. No quiero decepcionarte.


—Escúchame bien —gruñó mientras sus manos se cerraban formando dos puños bajo la melena de ella—. Tú jamás me decepcionarías. En la vida. Te deseo con tanto fervor que voy a perder la cabeza. Yo me ocupo de ti. Yo tengo el control. Yo tomo las decisiones. Tú lo único que tienes que hacer es correrte durante todo el tiempo que te plazca y gritando tan alto como te venga en gana. El mero hecho de que estés aquí y de que me desees ya me deleita. Si logro que te corras, estaré eufórico.


Suspiró aliviada y su cuerpo se relajó. Pedro se encargaría de que todo saliera bien. Sabía que podía confiar en él.


—Entonces haz que me corra. Llévame a la cama.




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