viernes, 15 de junio de 2018

CAPITULO 25 (PRIMERA HISTORIA)




Horas después Paula se preguntaría cuánto tiempo habían pasado allí tumbados, en un universo propio, sin dar crédito a lo que acababa de ocurrir. Pero en ese momento se quedó absorta, disfrutando de la paz que sucedía a la turbulenta tormenta.


Tras un lapso de tiempo indeterminado Pedro se quitó de encima.


—Peso mucho. Perdona.


Ella se acurró a su lado y musitó:
—Estaba bien.


—Ha estado mucho mejor que bien —bromeó con una voz aterciopelada, malinterpretando sus palabras a propósito.


—Gracias, Pedro —susurró con dulzura.


—¿Por qué? —preguntó asombrado mientras la rodeaba con un brazo y le apartaba el pelo de la cara con el otro.


—Por lo que acaba de pasar.


«Por confiar en mí. Por librarte de algún fantasma del pasado. Por darme lo que necesitaba. Por darte lo que necesitabas».


No le veía la cara, pero no le hacía falta: percibía la sonrisa en su voz.


—No me des las gracias, cariño. Debería estar mostrándote mi veneración de rodillas.


Para quitarle hierro al asunto Paula bromeó respondiendo como si fuera una reina dirigiéndose a un súbdito:
—Ah, bueno… Si es menester…, que así sea.


«Pasito a pasito».


Pedro resopló.


—Ahora no puedo. Me has dejado hecho polvo.


—¡Granuja desagradecido! —repuso Paula con una sonrisa mientras le daba un manotazo en el hombro.


—No hace falta que me ponga de rodillas. Ya te venero —susurró rozándole la boca con los labios.


La soltó y se fue a poner los vaqueros. Paula se incorporó para buscar los pantalones y las braguitas.


—Ya, ya…, los hombres sois capaces de decir cualquier cosa después de un buen orgasmo.


Cogió la tela áspera y pegó un brinco para ponerse las braguitas y los vaqueros. Pedro la sujetó de las caderas cuando se estaba dando media vuelta para marcharse.


—Ha sido mucho más que un polvazo. Te has echado a llorar. Dime si han sido lágrimas de felicidad o de tristeza —preguntó preocupado.


—De felicidad. Sin duda.


Como no quería revelar nada más, le rozó la boca con los labios y se marchó a regañadientes. Sabía lo que pensaba Pedro de dormir acompañado, así que de momento tendría que contentarse con lo que acababa de ocurrir.


—Necesito pegarme una ducha —comentó antes de irse—. Alguien me ha… empapado.


Salió para dirigirse a su cuarto y se echó a reír al oír un gruñido a sus espaldas. Se dio una ducha y se metió en la cama, donde, agotada y satisfecha, no tardó en conciliar el sueño




No hay comentarios:

Publicar un comentario