sábado, 16 de junio de 2018

CAPITULO 27 (PRIMERA HISTORIA)




Al salir buscó con avidez a James y al Mercedes. Estaba deseando volver al piso con Pedro. Quizá él no la estuviera echando de menos de verdad, pero ella sí que lo hacía. Su parte favorita del día era la cena, porque pasaban un rato juntos, se contaban lo que habían hecho durante el día y compartían ideas y opiniones. Hablaban de cosas importantes o de trivialidades. Daba igual.


«Dios mío, soy lamentable».


Cuando vio a James, aceleró el paso para acercarse al coche y se dio cuenta espantada de lo sola que había estado antes de conocer a Pedro. Era curioso que nunca se hubiera sentido sola. Había pasado los días rodeada
de gente: clientes, estudiantes, muchedumbres…, pero la soledad había estado allí —enterrada en el fondo de su ser bajo capas de agotamiento, hambre e instinto de supervivencia—, esperándola pacientemente.


Abrió la puerta del coche y se sentó en el asiento del copiloto junto a James, sin dejar de darle vueltas a por qué no se había dado cuenta hasta ahora de la necesidad que tenía de estar con un hombre.


«Porque no lo necesitaba. No hasta que conocí a Pedro. No quiero a cualquier hombre, lo quiero a él».


Esa era la verdad. Pedro tenía algo que la atraía, que la empujaba a acercarse. Sabía que si seguía aproximándose acabaría quemándose, pero no lograba frenar esa atracción ni resistirse a la tentación. Le resultaba imposible ignorar las provocativas y seductoras vibraciones que transmitía Pedro.


«¿Por qué me atrae tanto? No nos parecemos en nada».


Negó con la cabeza y, mientras sentía el suave roce del asiento de cuero, se reconoció a sí misma que diferían en gustos y en otras cosas sin importancia, pero que, en realidad, en muchos otros aspectos se parecían mucho.


Después de la traición de Christian ella se había vuelto muy recelosa…, igual que Pedro. Las causas eran diferentes y, con toda probabilidad, las de Pedro habían sido mucho más traumáticas, pero los dos se comportaban como niños asustados que tienen miedo de acercarse y dudan entre ser amigos o enemigos, entre confiar en el otro o desconfiar.


Valoraba enormemente que Pedro le hubiera mostrado la suficiente confianza como para hacerlo con ella sin recurrir a sus habituales esposas y vendas, pero le gustaría saber la causa de esa desconfianza. ¿Por qué tapaba los ojos a las mujeres si tenía un cuerpazo que quitaba el hipo?


Se estremeció y dedicó una débil sonrisa a James, que se incorporó a la carretera para dirigirse sin prisa hacia el piso.


Suspiró temblorosa mientras rezaba por no estar firmando su sentencia de muerte al involucrarse tanto con un hombre como Pedro.


«Déjate llevar. Relájate. Disfruta mientras dure».


Reprimió una risa de desprecio: ella ni se relajaba ni se dejaba llevar, y nunca jamás había sabido vivir el momento. No es fácil hacerlo cuando tienes que preocuparte por lo que vas a comer hoy o por si este mes lograrás reunir el dinero para pagar el alquiler.


«Pero ya no tienes que preocuparte por todo eso».


No…, ya no. Quizá no durara mucho, pero de momento sabía que tenía una cama en la que dormir, un techo bajo el que refugiarse y un montón de comida que echarse a la boca. 


Gracias a Pedro, disponía de tiempo y
espacio para respirar.


Le dio un vuelco el corazón al recordar la escena de Pedro en el sofá la semana anterior: tan vulnerable y tan fuerte a la vez. ¿Cómo no iba a admirar la fuerza y determinación que había mostrado para enfrentarse a los misteriosos fantasmas del pasado?


«Lo hizo por mí. Porque yo se lo pedí».


Los recuerdos le dieron fuerza y cogió la mochila con determinación.


Había llegado a casa. James la había traído hasta la puerta del gigantesco edificio.


—Gracias, James.


Dedicó una sonrisa avergonzada al chófer al darse cuenta de que no le había dirigido la palabra en todo el trayecto.


—No hay de qué, señorita Paula. Ya lo sabe. Que tenga una velada agradable.


—Y tú también.


Se levantó del asiento con la mochila en la mano, cerró la puerta y echó una carrera hacia la entrada.


Claro que tendría una velada agradable. No podía ser de otro modo. Un morenazo sumamente atractivo la estaba esperando. 


Quizá él estuviera deseando cenar, pero ella pensaba darle mucho más que comida. 


Había llegado el momento de recompensarle. A fin de cuentas Pedro había confiado en ella, le había ofrecido refugio y la había hecho sentir especial.


Esperaba que tuviera hambre, pero no solo de comida.


Saludó al observador portero y se metió en el ascensor que llevaba al ático.


«Vive el momento. No pienses en el futuro».


Aunque aquel propósito le resultara totalmente ajeno, estaba decidida a intentarlo.






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