sábado, 16 de junio de 2018

CAPITULO 29 (PRIMERA HISTORIA)




Pedro tragó saliva tratando de meter aire en los pulmones, que le ardían, mientras Paula adhería su dulce cuerpo al de él.


—¿Ha estado bien? —le preguntó con timidez escondiendo la boca en su cuello.


Pedro se echó a reír y respondió sin resuello:
—Cariño, si llega a ser mejor, me habrías matado.


Dios mío, qué mujer tan especial, tal dulce, tan sexy, tan… suya.


«Mía».


Le invadió un intenso deseo de poseerla y la abrazó con más fuerza.


—En realidad había subido a preguntarte qué querías de cena —le comentó con un tono tan pragmático que Pedro dedujo que sus miedos a
no hacerlo bien se habían desvanecido—. Pero al verte desnudo se me pasó el hambre. A lo único que me apetecía pegarle un mordisquito era a este cuerpo tan espectacular.


Recorrió su piel con las manos y a Pedro se le encogió el corazón al darse cuenta de que el anhelo que sentía Paula era auténtico. Deseaba su cuerpo aunque estuviera lleno de cicatrices.


—No estaba desnudo hasta que me quitaste la toalla —puntualizó para refrescarle la memoria.


—¿Y cómo esperabas que me resistiera? Eres una tentación andante. Una fuente de testosterona tapada con una ínfima toalla —bufó Paula riéndose por dentro.


Pedro se rio entre dientes rozándose con su pelo. No pudo reprimirse.


Paula era excepcional. Y era suya.


—¿Y si el que te pega un mordisquito ahora soy yo?—bromeó Pedroque estaba de sobra preparado para empuñar las armas y lanzarse al ataque.


Paula se apartó de él para recoger la toalla del suelo y le golpeó en el abdomen mientras respondía:
—De eso nada, caballero. Estoy muerta de hambre. Aleja eso de mí. Es peligroso.


Le tiró la toalla a la altura del pecho y se echó a reír. Pedro cogió la toalla en el aire y se la ató a la cintura para taparse la polla, que ya se estaba poniendo dura para Paula.


Le resultaba extraño sentirse tan cómodo estando en bolas delante de ella y seguía sin comprender que a Paula pudiera gustarle tanto su cuerpo desnudo, pero no pensaba darle más vueltas a algo que le hacía más feliz que… Vamos, más feliz que nunca.


—Venga, preciosa. Solo un mordisquito —insistió acercándose peligrosamente a ella.


—Que no. Ni de coña. Esconde eso. Necesito comer. —Soltó una carcajada corriendo hacia la puerta.


Él empezó a rugir y la persiguió por las escaleras hasta llegar a la cocina mientras la risa de Paula retumbaba en todas las esquinas de su casa vacía.


Y llenaba hasta el último centímetro de su corazón vacío.



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