—¡Paula! —vociferó Pedro dando un portazo tras entrar en el piso.
Tiró las llaves sobre la encimera de la cocina sin ningún cuidado. Vio que había una tarjeta y un pequeño regalo envuelto con cuidado, pero lo ignoró y continuó corriendo por el piso como un poseso.
»¡Paula!
Siguió gritando su nombre hasta quedarse afónico, pero todos los cuartos estaban vacíos.
El dormitorio de ella estaba intacto; tan solo faltaba su mochila.
»¡Mierda!
Volvió a la cocina y, al coger la tarjeta y el paquete envuelto en papel de colores, encontró un cheque de Paula por un valor de noventa mil dólares y una nota.
Te devolveré el resto en cuanto encuentre un trabajo. He dejado todos
tus regalos excepto un par de vaqueros y algunas camisas. Gracias por
todo. Siempre te estaré agradecida.
Paula
Arrugó el papel con fuerza hasta que se le quedaron los nudillos blancos.
¿Le había dejado?
Sin darle una explicación.
Sin despedirse.
Se había… esfumado.
Cogió el regalo y la tarjeta y se fue al salón a servirse una copa. Se tomó un whisky de un trago antes de servirse otro y se sentó en un sillón de cuero tras dejar la copa en una mesita a su lado.
Apoyó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos.
Deseaba volver al momento en el que Paula y él habían salido del piso para ir a la fiesta.
Si pudiera volver atrás, se habría comportado de otra manera: no habrían salido de casa.
Esa noche había estado a punto de matar a su hermano. Le había dado una paliza tras enterarse de que le había entrado a Paula. No le había costado mucho averiguarlo: Paula había desaparecido y Samuel llevaba la marca de una bofetada en la cara que obviamente le había propinado alguna mujer cabreada. Se había pasado de la raya: le había hecho creer a Paula que a Pedro no le importaría que Samuel se la follara.
Samuel iba como una cuba cuando le había confesado lo ocurrido y Pedro había perdido los papeles de tal modo que no le había importado lo más mínimo lo borracho que estuviera: lo había tirado al suelo y no había dejado de golpearlo hasta que su madre se había interpuesto entre ellos.
Era la primera vez que su hermano y él llegaban a las manos. Samuel jamás le había puesto un dedo encima y Pedro nunca se hubiera imaginado pegando un puñetazo a su hermano.
Hasta ese día. Hasta que llegó Paula. La idea de
otro hombre tocándola le hacía perder los estribos.
Pedro no se sentía mejor porque Paula hubiera rechazado a Samuel y le hubiera pegado semejante guantazo. Seguramente se había sentido agredida y confundida. Encima, lo había abandonado. Solo de pensarlo le entraban ganas de volver a la casa para pegarle otra paliza al imbécil de su hermano.
Abrió los ojos al darse cuenta de que había arrugado la tarjeta. La extendió y la abrió.
Pedro,
¡Feliz cumpleaños! Quería regalarte algo sin gastarme tu dinero, algo
que fuera especial. Se me ocurrió este regalo porque sé que tienes una
colección de monedas.
Es de mi padre. Era su penique de la suerte. Lo encontró el día que
conoció a mi madre. Juraba y perjuraba que lo había encontrado pocos
segundos antes de verla por primera vez. Siempre decía que gracias a
ese penique había tenido la inmensa suerte de conocerla.
Siempre lo he llevado conmigo. He llegado hasta aquí, así que
supongo que me ha dado suerte.
No es gran cosa, pero quiero que lo tengas tú. Sé que en realidad no
necesitas tener suerte, pero me sentiré mejor si sé que lo tienes.
Espero que te proteja.
Paula
Perplejo, le dio una vuelta y después otra. Madre mía, era un penique de cuño doblado de 1955 y estaba en muy buen estado. No era un tasador profesional, pero estaba convencido de que tenía bastante valor.
¿Era consciente la loca de ella de que había estado yendo por ahí con una pieza tan singular? Una moneda que, si la vendiera, tendría para comer varios meses.
Probablemente no. Además, sabía que Paula preferiría morirse antes que vender un objeto con tanto valor sentimental.
Pero se la había dado a él. Había renunciado a algo que era muy valioso para ella para regalárselo por su cumpleaños.
Cerró la cajita y apretó la moneda entre los dedos antes de ponérsela sobre el corazón.
Sintió que el dolor le atravesaba el esternón: ¿por qué se había desprendido de una moneda que había pertenecido a su padre? ¿Por qué se la había dado a él? El instinto le decía que para ella era un objeto especial, tanto que siempre lo había llevado consigo.
Pedro se acabó la segunda copa de whisky y se guardó la moneda en el bolsillo delantero. No se separaría de ella hasta que pudiera devolvérsela.
En persona.
Cogió el móvil y llamó a su jefe de seguridad.
Hoffman respondió al segundo toque.
—¿La estáis siguiendo? —preguntó Pedro con brusquedad, sin preocuparse de las formalidades.
—Por supuesto. No sabía qué estaba ocurriendo, pero la hemos seguido y parece haber encontrado un lugar para pasar la noche. Es un buen barrio, la casa es decente y pertenece a una tal doctora Chaves —informó Hoffman.
—Se ha marchado. Que la siga un equipo las veinticuatro horas del día. Quiero saber hasta cuándo estornuda.
—Muy bien, jefe. Así será.
Pedro colgó con un suspiro. Era evidente que había ido a dormir a casa de su amiga Magdalena.
Allí estaría bien. De momento.
No le había contado a Paula que llevaba escolta desde el día del incidente de la clínica. El equipo de Hoffman trabajaba por turnos para vigilarla y permanecía alerta cada minuto del día. La policía no había detenido a los yonquis que le habían disparado en la clínica y Pedro no estaba dispuesto a correr ningún riesgo. Paula los había visto de cerca y había ayudado a la policía a realizar los retratos robot. Tenía que estar protegida hasta que pillaran a esos capullos.
Pedro necesitaba asegurarse de que Paula estaba a salvo.
Todos sus instintos, cada célula de su cuerpo, lo instaban a ir a buscarla para traerla de vuelta, en brazos si fuera necesario. Estaba deseando hacerlo, pero sabía que no saldría bien. Era obvio que el incidente con Samuel la había disgustado y sería mejor que le diera un poco de tiempo.
Arrastrarla a su casa solo solucionaría el problema temporalmente y Pedro no estaba interesado en el corto plazo. Necesitaba a Paula y quería tenerla para siempre. No se contentaría con otra cosa.
Si hace unas semanas alguien le hubiera dicho que conocería a una mujer sin la cual no podría vivir, se habría desternillado de la risa. Pero en ese momento no le hacía ninguna gracia.
Paula era lo más importante en su vida y era incapaz de plantearse un futuro sin ella.
¿Qué tipo de vida había llevado antes de conocerla? Frunció el ceño recordando a todas las mujeres que se había tirado en el pasado.
Mujeres que tenían que beber y ser agasajadas con regalos prohibitivos para ofrecerle sus cuerpos. Habían sido experiencias vacías con personas que toleraban sus actos a cambio de dinero. Aquellos tratos habían satisfecho de forma temporal sus necesidades, pero le habían dejado un inmenso vacío, que ni siquiera había notado antes de conocer a Paula.
Había descubierto lo que suponía estar con una mujer que lo deseaba de verdad y ya no había vuelta atrás. Necesitaba a Paula más que al aire que respiraba.
Pedro puso a Dios por testigo de que, a pesar de que no la merecía, la recuperaría.
Hizo un esfuerzo para ir al dormitorio, se desnudó y se dirigió hacia la cama. Se dio la vuelta con brusquedad y volvió a la pila de ropa que había dejado en el suelo para rebuscar en el bolsillo de los pantalones. Sacó la moneda que Paula le había regalado, cerró la mano y, aunque estaba totalmente desvelado, se metió en la cama deseando que el sueño lo ayudara a olvidarse de todo.
La partida de Paula era como una tortura cruel.
La casa estaba demasiado silenciosa, demasiado vacía. Desde que había cruzado la puerta por primera vez, su presencia había sido palpable y Pedro percibía el fantasma de su esencia y los ecos de su risa.
Metió la moneda bajo la almohada y se tumbó de espaldas. Estaba agitado y rezó para que el sueño se lo llevara…, pero Dios debía de estar ocupado porque se pasó en vela casi toda la noche, buscando la mejor estrategia para recuperar a Paula.
La recuperaría. Era la única opción que se planteaba. Tan solo tenía que encontrar la mejor forma de alcanzar su objetivo.
Cuando por fin consiguió dormirse ya despuntaba el día, pero no logró descansar, pues las visiones de Paula lo atormentaron en sueños.
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