viernes, 22 de junio de 2018

CAPITULO 48 (PRIMERA HISTORIA)




A Paula le salió un suspiro del alma cuando se metió en la bañera ovalada de Pedro. El agua caliente y las burbujas la cubrían casi por completo; tan solo la cabeza quedaba fuera del agua. Hacía tiempo que Pedro le había dicho que podía usar el cuarto de baño principal siempre que quisiera, pero nunca había aceptado la oferta. Junto a su dormitorio había una ducha y una bañera estupenda aunque no era tan increíble como esta.


«Admítelo. No has venido por el tamaño de la bañera, sino porque él se lava aquí».


Con el ceño fruncido cogió una esponja de lufa de la repisa que había junto a la bañera y empezó a frotarse los brazos con tal fuerza que se arañó la piel. ¡Maldita sea! Se resistía a admitir que echaba tanto de menos a Pedro que había venido a su baño para usar su bañera e inhalar su aroma.


«¡Fuiste tú la que dijiste que no os volveríais a acostar! ¡Menuda idea!».


Sí, lo había propuesto ella, pero no paraba de dar vueltas al asunto. En un momento dado le había parecido la opción más acertada porque no quería estar con él hasta que estuviera completamente segura de que Pedro confiaba en ella. Si no sabía lo que le había ocurrido, podría volver a cometer fallos y a herirlo sin querer, y no soportaba esa idea. En aquel momento había pensado que se abriría, compartiría su trauma con ella y le permitiría ayudarlo a superarlo. Pero se había equivocado de principio a fin.


En lugar de compartir con ella lo que le atormentaba por dentro Pedro se había distanciado. Desde que Paula le había dicho que no volverían a hacer el amor hasta que le contara el «incidente» Pedro no la había vuelto a tocar ni a besar. ¿Qué le había pasado? ¿Lo había presionado demasiado? ¿No había esperado suficiente? ¿Habría sido mejor haberse conformado con lo que estaba dispuesto a dar?


«Puedo decirle que me ate a la cama y que me haga lo que quiera. Así, no podré volver a hacerle daño».


Emitió un gruñido, dejó de frotarse los brazos y sacó una pierna del agua para dejarla en el borde de la bañera. La idea era muy tentadora. 


Aunque Paula era una mujer muy independiente, le había encantado cómo la había sometido Pedro en la cama y cómo se había apoderado hasta de sus sentidos.


Por algún motivo el macho alfa que aparecía cada vez que la tocaba la ponía tan cachonda que se volvía loca. Esa virilidad, unida a la ternura y a la vulnerabilidad que en ocasiones dejaba entrever, ejercía una fuerza irresistible que la atraía como la luz a una polilla.


Pedro la hacía sentir preciosa.


La hacía sentir a salvo.


Madre mía... Lo cierto es que adoraba a ese macho protector y posesivo que tenía un corazón de oro y que, además, era suyo.


Levantó la pierna en el aire y la esponja se deslizó por la pantorrilla, avanzando despacio hacia la rodilla y el muslo. Le vinieron a la mente retazos de recuerdos que hicieron que su entrepierna comenzara a palpitar y que su corazón se detuviera por un instante.


Atada a la cama de Pedro, a merced de su boca hambrienta.


En el sofá, agarrada por las muñecas, sintiendo que el mundo entero le daba vueltas.


En el ascensor, abierta de piernas para que la penetrara con todo su ser y la hiciera gritar.


Hace tres días, abrazada a él mientras la partía en dos.


¡Madre mía! Ese hombre había convertido todas sus fantasías eróticas en una realidad de vivos
colores y no había una sola cosa de él que no le gustara.


Una lágrima solitaria le recorrió la mejilla mientras cambiaba de pierna y empezaba a frotar la otra con la esponja.


Tres días. Tan solo habían pasado tres días y ya se sentía devastada. Lo anhelaba en soledad y
aquella sensación la reconcomía por dentro y la dejaba hecha polvo. Él no solo cumplía sus fantasías eróticas, también era todas sus fantasías. Lo tenía todo. Jamás había conocido a una persona como él y, seguramente, no volvería a conocer a un hombre así.


Era un encanto aunque dijera que no.


Era atento aunque dijera que no.


Dulce.


Bueno.


Un auténtico genio, del que aprendía algo nuevo cada día aunque, sin duda, eso también lo negaría.


Porque además era humilde. Pedro Alfonso no se consideraba una persona especial, pero ella lo veía tal y como era: como uno de esos hombres que si consigues atraparlo no debes soltarlo jamás.


Una segunda lágrima rodó por la otra mejilla mientras sentía que el corazón se le hacía añicos.


No quería recuperar la vida que tenía antes de Pedro. Y ese deseo nada tenía que ver con la
pobreza: siempre había sido pobre y lo único a lo que aspiraba en la vida era a lograr una estabilidad que le permitiera no agobiarse con llegar a fin de mes. El dinero no compra la felicidad y las cosas materiales jamás podrán competir con el verdadero amor, con la satisfacción y la felicidad que produce el hecho de tener cerca a esa persona especial que te complementa. ¿De qué sirven las cosas y el dinero cuando una no se siente satisfecha en su vida emocional ni está orgullosa de sus logros sin que importe lo grande o lo pequeños que sean?


«Si no fuera rico, sentiría exactamente lo mismo por Pedro. Lo único que me importa es que sea
feliz».


Es verdad que Pedro era demasiado inteligente y demasiado ambicioso como para no tener éxito en la vida, pero a veces a Paula le gustaría que no fuera tan rico y que no trabajara tanto. 


Sin embargo, esa astucia y esa necesidad de lograr que sus productos fueran los mejores eran cualidades de Pedro que a Paula le encantaban. Lo aceptaba tal y como era. Estaba loca por ese peculiar amasijo de masculinidad
y testosterona que lo hacían único…, que lo hacían Pedro.


Se sentó en un escalón de la bañera, cerró los ojos y, mientras se frotaba despacio el vientre con la esponja de lufa, dejó que el efímero aroma a hombre impregnado en la esponja se apoderara de sus sentidos y las imágenes de Pedro invadieran sus pensamientos.


Paula se mordió el labio al sentir el roce áspero de la lufa en los pechos y jugueteó con sus pezones duros. Se imaginó a Pedro lamiéndolos y mordisqueándolos con delicadeza. Se dejó llevar por esos pensamientos eróticos y por la excitación que sentía y acabó cediendo a los ruegos de su cuerpo: abrió las piernas y deslizó una mano por el resbaladizo muslo para sumergirse en una fantasía.


Si no podía estar con Pedro en la realidad, al menos podría estar con él en su imaginación.



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