sábado, 23 de junio de 2018

CAPITULO 51 (PRIMERA HISTORIA)





-Antes de llegar a la parte del doctor Evans supongo que debería comenzar por el principio.


Paula asintió con la cabeza para no interrumpir su discurso con preguntas o comentarios. 


Confesarle que lo amaba no había sido una decisión premeditada, pero no se había podido contener, no había sido capaz de reprimir las palabras. Y no se arrepentía. Estaba harta de tratar de ocultarlo y el hombre que más merecía ser amado en el mundo era Pedro.


—Mi padre murió un mes antes del incidente. De sobredosis. Una mezcla de drogas y alcohol. El muy idiota robó a uno de los narcotraficantes más importantes de la costa oeste, un tío para el que hacía recados y vendía mercancía a cambio de drogas y alcohol para consumo propio. Casi nunca le pagaba con dinero y, aunque lo hubiera hecho, mi padre no lo habría gastado en comida para su familia—susurró lleno de desprecio hacia el hombre que le había dado la vida—. Mi madre hizo todo lo que estuvo en su mano, pero de joven había dejado el instituto y en los únicos trabajos que conseguía pagaban el salario mínimo. Se deslomaba para conseguir comida e intentaba por todos los medios que los trapicheos del viejo no llegaran a nuestro apartamento de mierda ni a Samuel ni a mí. Su
estrategia para que no nos fuéramos por el mal camino era demostrarnos que podíamos salir de ahí y ser lo que nos propusiéramos. —Se le quebró la voz, haciendo aún más palpable la adoración que sentía por su madre.


Todo lo que le había contado Helena ahora cobraba sentido. Su amiga se culpaba por no haber sido capaz de ofrecer a sus hijos una infancia mejor. Paula frunció el ceño recordando la aflicción que vio en los ojos de Helena cuando le contó la difícil infancia que habían tenido sus hijos. ¿No se daba cuenta de que les había dado algo a lo que aferrarse, algo que era crucial para que los niños crecieran sanos?


Les había dado amor y esperanza.


La voz de Pedro cobró fuerza para proseguir:
»Rose era una amiga de la infancia. Bueno, en realidad, mi única amiga aparte de Samuel. Vivía en el apartamento de al lado y tenía un año más que yo. —Incómodo, cambió de postura y empezó a mover los pies en el agua como si estuviera nervioso—. Éramos amigos íntimos, uña y carne, hasta que se me dispararon las hormonas y empecé a verla como una chica. Me importaba mucho y creía que yo también le importaba a ella.


—¿Entonces sí que tuviste novia cuando eras adolescente?


Paula no entendía qué tenía que ver todo aquello con sus traumas, pero dedujo que era importante para la historia.


—Sí y no. Supongo. Nos besábamos y paseábamos cogidos de la mano. Como buen adolescente, tenía sueños húmedos con ella todas las noches. Quería perder la virginidad y no era un chico muy atractivo, que digamos: era callado y escuálido; vamos, que no llamaba nada la atención. Encima, era superpatoso y leía sin parar. Mi madre siempre nos traía libros de la biblioteca y de las iniciativas que había en el barrio para animar a la lectura. Sin embargo, a pesar de ser un niño tirando a feo y empollón a Rose parecía gustarle.


Paula sintió un vuelco en el corazón, tratando de imaginarse a ese Pedro adolescente y rarito.


Apostaría a que había sido adorable.


—Cuando cumplió diecisiete años, empezó a cambiar. Abandonó el instituto, comenzó a salir con los colegas de mi padre y dejó de dirigirme la palabra, o bien se mostraba tan distante que me hacía sentir como si fuera un don nadie.


Paula le apretó las manos.


—Debió de ser muy duro.


—Sí —admitió con sinceridad—. Además, sabía que se estaba drogando. Solía ir tan fumada que la mayor parte del tiempo no se enteraba ni de dónde estaba. Le rogué que me dejara ayudarla, pero no me hizo caso. Se reía de mí y me decía que no podía hacer nada porque era igual de pobre que ella. Y tenía razón, ¡joder! Pero quería ayudarla a salir de la droga y a dejar de currar en las esquinas.


—¿Se hizo prostituta?


«¡Dios mío, pobre Pedro!».


Aunque no lo veía Paula notó que se encogía de hombros.


—Tenía que pagar su adicción de algún modo y también le pasaba algo de dinero a la madre para ayudarla a mantener a su hermano pequeño.


—No te rendiste, ¿verdad?


No hacía falta que le diera una respuesta, Paula ya la sabía. Pedro era tenaz y testarudo, y su
inclinación al rescate seguía vivita y coleando. 


La resignación no encajaba con su personalidad.


—No. Quería creer que la Rose que yo conocía no había desaparecido y que acabaría volviendo — bufó enfadado—. Me daba igual las veces que me evitara o me mandara a freír espárragos, yo seguía intentándolo. Supongo que era bastante ingenuo.


«No, no lo eras. Aunque la vida te hubiera maltratado, eras buena persona. Eras un soñador que creía que todo el mundo merecía una segunda oportunidad. Seguro que eras igual de inocente, sincero y directo de lo que eres ahora. Solo que entonces no eras capaz de ocultarlo igual de bien».


—Tener esperanza no te convierte en un ingenuo, Pedro.


Se rio burlándose de sí mismo.


—Era muy ingenuo. Cuando mi padre murió, estuve un mes sin verla y de pronto una noche
apareció en la puerta de casa con una minifalda muy sexy y con una amplia sonrisa. Para un
adolescente que aún no había perdido la virginidad aquello era el no va más. Mamá estaba en el trabajo y Samuel ya se había marchado a Florida a trabajar en la construcción. De hecho, había ahorrado suficiente dinero como para llevarnos a mi madre y a mí en cuanto yo acabara el instituto.


—¿Ibas a acabar el instituto con dieciséis años?


—Me salté un curso. Bueno, dos. El colegio nunca me resultó difícil —respondió con timidez,
como si le diera vergüenza ser tan inteligente.


¿Por qué a Paula no le sorprendía que de niño ya fuera un genio?


—Bueno, entonces, ¿qué pasó cuando entró?


—Se abalanzó sobre mí con pasión y frenesí. Yo reaccioné como cualquier chaval de dieciséis años que aún no se ha acostado con nadie. En pocos minutos me había llevado a mi cuarto. Tenía experiencia y le dejé las riendas. Me bajó la bragueta, me la sacó y me puso un condón antes de que supiera siquiera lo que estaba ocurriendo. —Se rio con una carcajada hueca carente de gracia—. Tampoco es que yo opusiera resistencia. Se me había puesto encima una preciosidad dispuesta a follarme hasta perder el sentido y, como buen adolescente, estaba en pleno éxtasis.


«Santo Dios…».


Horrorizada, reprimió un grito ahogado. Tenía que estar equivocada. No podía haber pasado lo que sospechaba que había pasado.


—Llevaba un cuchillo escondido en el sujetador —explicó Pedro con voz temblorosa.


Estar en lo cierto le provocó una arcada.


—Y allí estaba yo, echando mi primer polvo, tan absorto en aquel erotismo embriagador que ni se me pasó por la cabeza que la situación era un tanto sospechosa. Cogió el cuchillo y comenzó a apuñalarme justo cuando empecé a correrme. Me cogió por sorpresa. Para cuando me percaté de lo que estaba pasando ya me había metido tantas puñaladas que no pude ni defenderme —explicó con voz entrecortada mientras se le hinchaba y deshinchaba el pecho.


La emoción hizo estremecer a Paula, que se giró entre sus brazos para colocar una pierna a cada lado de sus muslos y rodearle el cuello con los brazos.


—¿Por qué? —preguntó en una especie de sollozo—. ¿Por qué hizo algo así?


Enterró la cara en su cuello y dejó que las lágrimas corrieran a sus anchas por las mejillas. 


No podía quitarse de la cabeza la imagen de un Pedro adolescente y vulnerable ahogándose en un charco de sangre por haber cometido el delito de comportarse como un chico normal.


Pedro la estrechó entre los brazos y respondió con voz ronca:
—Por venganza. Mi padre murió antes de que el jefe del cartel pudiera castigarlo por haberle
robado. Quería enviar un mensaje a todo el mundo: «Esto es lo que le pasa a tu familia o a ti si tratas de robarnos». No podían permitir que la insolencia de mi padre quedara impune. Murió antes de que le mandaran el mensaje y yo fui su sustituto.


—¿Por qué Rose?


—El jefazo sabía que éramos amigos desde la infancia y quiso poner a prueba su lealtad. Estaba bastante metida en la organización y amenazaron con liquidar a su madre y a su hermano si no me mataba.


Por extraño que parezca, no había rencor en su voz.


Paula, que se sentía tremendamente abatida, preguntó:
—¿Está en la cárcel?


—Está muerta —respondió Pedro sin mostrar emoción alguna—. Cuando me desmayé por la
pérdida de sangre, huyó como alma que lleva el diablo. Obviamente, dio por hecho que yo no
sobreviviría. Se fue corriendo a una callejuela, se metió una cantidad de droga letal y se rajó las
muñecas con el mismo cuchillo que había utilizado para apuñalarme. Llevaba en el bolsillo una nota de despedida y la confesión del crimen. Nos imploraba perdón a su madre y a mí, diciendo que había tenido que hacerlo para proteger a su familia. Nunca supo que sobreviví. Pocos minutos después de la agresión mi madre entró en casa. Si no hubiera llegado en ese momento, ahora estaría muerto.


Incapaz de soportarlo más, Paula se echó a llorar en brazos de Pedro, gimoteando por todo el dolor emocional y físico que había sufrido. ¿Cómo podía alguien superar semejante traición? Sobre todo viniendo de una amiga, de una mujer a la que adoraba.


—Cuánto lo siento.


—¿Por qué? —preguntó con perplejidad—. No me apuñalaste tú. —Le frotó la espalda con la mano —. No llores. No me gusta.


Lo dijo con un tono severo, pero apoyó la cabeza en la suya y siguió acariciándole la espalda con una delicadeza reconfortante.


Paula esbozó una sonrisa triste esforzándose por controlar las emociones. Ese comentario era tan… de Pedro: no entendía por qué lloraba por él, por qué el dolor de él era también el suyo. 


Que lo amara una persona que no fuera de la familia era una situación totalmente desconocida para él.


—¿Qué pasó tras la agresión?


—Tenía heridas por arma blanca. Muchas. —En su voz había una pizca de burla. Se detuvo y
preguntó con voz vacilante y ronca—: ¿Vas a volver a llorar si te lo cuento?


«Santo Dios. Me está contando el momento más traumático de su vida ¿y lo que le preocupa es si
me echo a llorar o no?».


—Intentaré contenerme. Sigue.


—Pasé una temporada en el hospital. Tuve la suerte de que a Rose no se le daba nada bien matar. Apenas tocó mis órganos vitales y algunas heridas eran poco profundas. Tuvieron que operarme de varios órganos, pero sobreviví al quirófano. En cuanto me dieron el alta Samuel nos trajo a mi madre y a mí a Tampa.


—¿Pasaste miedo? —susurró junto a su cuello sin dejar de imaginarse al joven Pedro asustado y herido.


Lo abrazó con fuerza, deseando haber estado ahí para consolarlo.


—Si te digo la verdad, no me acuerdo de casi nada. —Sacudió levemente la cabeza—. Samuel me ha contado que mi madre estaba devastada. Lo único que recuerdo es que cuando recuperé la conciencia me sentí muy avergonzado. Y también triste porque Rose había muerto.


Atónita, echó la cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos y preguntó confundida:
—¿Por qué? Tú no hiciste nada malo.


—Me puse cachondo y caí en una trampa. Estaba pensando con la parte inferior de mi cuerpo en lugar de con la cabeza. No tenía sentido que Rose viniera a casa a seducirme. No tenía ni pies ni cabeza. Debería haber sospechado. ¡Hay que ser imbécil! ¡Pero si durante meses solo me había dirigido la palabra para mandarme al carajo! Debería haberme dado cuenta de que tramaba algo, pero en lo único en lo que pensaba era en acostarme con ella. —Tenía una expresión taciturna y atormentada—. Estaba cabreado conmigo mismo por haber sido tan idiota y por hacerles pasar un infierno a mi madre y a Samuel. Me dejé engañar. Me había criado en un barrio peligroso y sabía de sobra cómo cubrirme las espaldas.


Paula posó la mano en su cara para acariciarle la barbilla mientras pensaba que en el momento de la agresión Pedro era un hombre con cuerpo de niño que esperaba tomar decisiones racionales aunque todas sus hormonas estuvieran alteradas. ¿No se daba cuenta de que, aunque ya tuviera la inteligencia de un adulto, su cuerpo era aún joven y tenía la madurez de un chico de dieciséis años?


Pedro, tenías dieciséis años. ¡Eras un niño! Aunque ya fueras un genio, no eras más que un
adolescente.


—Ya, y no me convertí precisamente en un hombre…, eh…, normal.


Cogió la mano de Paula, que estaba recorriendo su barba incipiente, y se la llevó a la boca para
besarla con delicadeza. Entrelazaron los dedos y dejaron las manos unidas sobre su corazón.


—No, normal no. Eres un hombre extraordinario. Es lógico que te cueste confiar en la gente. ¿Qué ocurrió con el doctor Evans?


Sí, ahora necesitaba tener el control de las cosas, pero después de sufrir esa terrible experiencia era normal que le quedaran traumas. Ella sin duda los tendría.


—Me hacía hablar. Lo odiaba a muerte, pero iba todas las semanas por mi madre. Con el tiempo me dejó de resultar tan difícil. Me ayudó a gestionar mis sentimientos tras la muerte de Rose y la de mi padre. Pero jamás le conté toda la historia. Era incapaz. No podía contársela a nadie. Todo el mundo creía que Rose se había colado en casa porque la puerta no estaba cerrada con llave y que me había apuñalado mientras dormía… y yo dejé que lo siguieran pensando. Parecía más fácil. —Se le puso todo el cuerpo en tensión—. Fue una solución muy cobarde.


—¿No quedaron indicios en la habitación? El preservativo y…


—Al parecer, Rose sí que sentía algo por mí y tuvo remordimientos. Se llevó el preservativo y me la volvió a meter en los pantalones. Nadie puso en duda jamás que me hubiera atacado mientras dormía como venganza por lo que había hecho mi padre. Eres la única persona que sabe la verdad. Ni siquiera he podido contárselo a Samuel. —Su voz fue bajando de volumen hasta convertirse en un suspiro grave.


Le dolía el corazón y necesitaba consolar a Pedro de algún modo. Apartó la mano de la suya para ponerse cara a cara y lo obligó a mirarla a los ojos.


—Escúchame bien. Te agredieron cuando eras un jovencito vulnerable. No hay razón alguna para que te sientas culpable o avergonzado. Nada de lo que ocurrió fue por tu culpa. Entiendo que te cueste confiar en la gente. Entiendo por qué te entró un ataque de pánico la otra noche. —Al ver que sus ojos mostraban duda se enfadó—: Pero tienes que meterte esto en la cabeza. Sobreviviste a esa agresión y, a pesar de haber tenido tan mala suerte de joven, ahora eres un hombre atractivo, encantador y brillante. Eres el hombre más increíble que he conocido en la vida. ¿Lo entiendes?


Estaba furibunda y le salían chispas de los ojos. 


Tenía que comprender y asumir que era especial.


La miró con calidez y esbozó una sonrisa.


—Sí. Lo entiendo. ¿Puedes repetir lo de que soy atractivo?


Puso los ojos en blanco. Solo Pedro se quedaría exclusivamente con la insinuación sexual del mensaje.


—¿Esa es la única parte a la que le has prestado atención? —repuso perdiendo la paciencia.


—No. Pero es la más interesante —le dedicó una sonrisilla sin pudor alguno.


Frustrada, cogió toda el agua que le cabía en la mano y se la tiró por la cabeza.


—Estoy tratando de explicarte algo. No sé si me entiendes.


La agarró de la muñeca y volvió a atraerla hacia él con fuerza, de modo que una ola cruzó la bañera entera y les lamió la piel como una suave caricia. Le dedicó una mirada intensa y apasionada que transmitía lo mucho que le gustaría poseerla para siempre; un anhelo mucho más profundo que el deseo sexual.


—¿Quieres saber lo que entiendo?


Paula se estremeció al sentir que los brazos de Pedro la rodeaban con más fuerza y la apretaban contra su cuerpo. Incapaz de pronunciar palabra, asintió con la cabeza, a lo que él respondió con un susurro grave:
—Entiendo que soy el tío con más suerte del planeta porque me amas y me aceptas tal y como soy. Es más, creo que hasta me entiendes y eso es un milagro porque a veces no me entiendo ni yo. No sé cómo recompensarte como debería, pero eso no significa que no quiera hacerlo; es solo que no sé cómo hacerlo. Ahora entiendo que antes de conocerte vivía en un mundo muy pequeño y que, no sé cómo, has logrado sacarme hacia fuera y hacerme mirar alrededor, y he visto cosas que no había visto jamás. Sé que me haces ser mejor persona. —Le rodeó el cuello con una mano y la besó apasionadamente, como si quisiera poseerla. Después se retiró con brusquedad y la cogió de la barbilla para mirarla fijamente—. ¿Te parece que entiendo lo suficiente?


A Paula se le había cortado la respiración y se quedó mirándolo totalmente cautivada. Puede que no hubiera repetido exactamente lo que ella había querido transmitirle, pero era un comienzo. Estaba aprendiendo a ser amado. 


Enterró el rostro en su hombro y murmuró junto a su piel:
—Es suficiente. Por ahora.


—Te necesito, Paula. No vuelvas a dejarme —pidió con voz varonil mientras restregaba la cara por su pelo.


No le había dicho que la amaba, pero le había confiado sus secretos, había desnudado su alma y estaba aprendiendo a expresar sus emociones. Y lo había hecho por ella. Así que, sí, por ahora era más que suficiente.


—No voy a ir a ninguna parte.


—Ni de coña —gruñó.






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