sábado, 23 de junio de 2018
CAPITULO 52 (PRIMERA HISTORIA)
Paula sonrió porque, aunque se dirigiera a ella con brusquedad, la mecía contra su cuerpo y la abrazaba como un amante cariñoso. Se equivocaba al decir que no sabía cómo recompensarla. Le mostraba lo mucho que le importaba en multitud de detalles, que a Paula le parecían magníficos, le resultaban adictivos y la seducían. Era como si hubiera encontrado una pieza que encajaba perfectamente en el puzle hasta entonces incompleto de su alma.
—¿La amabas? —Era consciente de que debería dejar el tema, pero quería saberlo.
—¿A quién?
—¿A Rose? ¿La amabas?
—No. —Pedro no dudó un segundo la respuesta—. Me preocupaba por Rose porque era mi amiga y porque estaba coladito por ella, pero no la amaba. No quería que falleciera. Lo más triste de todo es que su muerte fue en vano. Pocos días después de que se suicidara las autoridades desmantelaron la organización. El jefazo y todos los canallas que estaban metidos en el cartel se están pudriendo en la cárcel.
Su voz transmitía franqueza y aceptación de lo ocurrido. No estaba furioso ni amargado.
—¿El terapeuta era bueno?
—Sin duda. El doctor Evans era el mejor. De vez en cuando quedamos para cenar. Creo que todavía está tratando de averiguar lo que escondo.
Soltó una carcajada sincera.
Paula sonrió apoyada en su hombro.
—Eres un sujeto fascinante.
—¿Me estás llamando rarito? —gruñó sobre su cuello.
—Eh... No lo tengo claro.
Se zafó de su abrazo y se puso de pie. No tenía ninguna gana de alejarse de su cuerpo, pero se moría por beber algo. Llevaba un buen rato en una habitación llena de vapor y tenía muchísima sed. No pudo resistirse a echar la vista atrás mientras subía los escalones de la bañera y recorrió con ojos hambrientos su cuerpo fornido y su atractivo rostro.
—Creo que necesito estudiarte un poco más antes de extraer conclusiones.
Pedro se puso de pie con agilidad y esbozó una sonrisa traviesa.
—Como sigas contoneando ese irresistible cuerpo delante de mí, voy a tener que hacer mi propia investigación, encanto. —Su cuerpo avanzó por el agua con facilidad cuando comenzó a seguirla con una sonrisa amplia y los ojos entornados—. Y examinaré los datos a conciencia.
Paula cogió una toalla de una pila que había junto a la bañera y salió corriendo del baño con Pedro pisándole los talones. Se echó a reír porque logró cogerla de la cintura antes de que lograra salir del dormitorio.
—¡No, tengo sed!
Cuando Pedro la atrajo hacia él, Paula notó en la espalda su pecho duro y mojado y se preguntó si de verdad beber agua en ese momento era tan necesario. ¡Dios, qué cuerpazo! Al fundirse con su piel notó la excitación dura e insistente que le presionaba el trasero.
—¿Tienes sed? —El tono de voz había cambiado y transmitía preocupación—. ¿Has comido?
Le quitó la toalla de las manos y empezó a secarla con cuidado, frotándole primero la espalda y luego los pechos y el vientre. Paula se mordió el labio mirándolo a los ojos. Pedro parecía ansioso y levemente agitado.
—No tengo tanta hambre.
Empezaba a sentir apetito, pero no de comida.
Para cuando Pedro dio por válido el secado Paula estaba convencida de que se iba a morir de deseo. Sin duda, el tipo era muy concienzudo.
—Necesitas hidratarte y nutrirte —gruñó dándole la bata de seda negra.
Se secó el cuerpo deprisa y se dirigió al armario para coger algo de ropa. A Paula le entraron ganas de gimotear cuando la ropa ocultó aquel viril cuerpo imponente. Se puso la bata negra a regañadientes, sintiendo que el calor que notaba entre los muslos era ya más intenso que la sed.
Lo único que le apetecía en ese momento era meterse en la cama con Pedro.
—No tengo tanta hambre, de verdad.
Pedro la cogió de la mano y tiró de ella para guiarla hacia la cocina.
—Ahora vas a comer. —Se detuvo para fulminarla con una oscura mirada de advertencia—. Mi intención es follarte luego hasta que me supliques clemencia.
Se le pusieron los pezones duros como piedras y el intenso calor que sentía entre los muslos se
encendió como una llama. El semblante apasionado de Pedro la hizo estremecer de deseo y un cosquilleo le recorrió cada centímetro de la piel.
«Sí, suplicaré. Pero no clemencia».
Suspiró frustrada y cedió a que la llevara a la cocina. Conocía bien esa mirada de determinación. No cejaría en su empeño hasta que no hubiera satisfecho las necesidades de Paula, hasta que no le hubiera dado todo lo que necesitaba. Si se le ocurría mencionar que tenía sed, Pedro iba a por agua. Siempre dejaba de lado sus necesidades y sus deseos para ocuparse primero de los de ella.
«¿Y aún no entendía por qué lo quería?».
Pedro le apretó la mano mientras la guiaba con determinación hacia la cocina, y a Paula le dio un vuelco el corazón. Ese hombre era una mezcla irresistible de hormonas masculinas, intensidad, ternura, vulnerabilidad y compasión.
El hombre perfecto encarnado por un mandón atractivo e irresistible.
¿Que por qué lo amaba? Más bien la pregunta sería… ¿cómo no iba a amarlo?
Sonrió al darse cuenta de que jamás había tenido la más remota posibilidad de no enamorarse locamente de este hombre. Desde que se conocieron había algo que le atraía de él, algo visceral, incluso animal. Quizá le había dado miedo admitir esa intensa atracción, pero siempre la había sentido. Pedro era como una fuerza de la naturaleza: por peligroso que fuera, era imposible resistirse a su ferocidad y a su magnetismo salvaje.
Recordó lo que le había dicho su madre una vez: «El amor de verdad no es para los débiles de corazón, pero las recompensas que ofrece merecen la pena». En aquel momento Paula era una niña y no había entendido lo que su madre trataba de decirle.
Ahora, gracias a Pedro, el significado de esas palabras cobraba sentido y entendía perfectamente lo que había querido expresar su madre. Por fin había encontrado al hombre que merecía la pena.
Envió un agradecimiento silencioso a su madre por las palabras que había tardado tanto tiempo en comprender y, con una sonrisa bobalicona, dejó que Pedro la llevara por el pasillo hacia la cocina
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Wowwwwwwwwwww, qué historia más fuerte la de Pedro.
ResponderEliminar