domingo, 24 de junio de 2018
CAPITULO 53 (PRIMERA HISTORIA)
Pedro abrió la puerta de la nevera con un movimiento rápido de muñeca.
—¿Refresco o agua?
Cogió la lata directamente, pues ya sabía la respuesta.
—Refresco —respondió distraída.
Abrió la lata y se la dio antes de coger otro para él y beberse la mitad de un trago. No era de
extrañar que Paula tuviera tanta sed. Él no había estado ni la mitad de tiempo que ella en el baño lleno de vapor y ya estaba deshidratado.
Se llevó la lata a los labios y bebió con la mirada fija en el pasillo abovedado que llevaba al
comedor.
Pedro se había olvidado por completo de los recados que había estado haciendo.
—¡Feliz día de San Valentín!
Se acabó el refresco de un trago y tiró la lata vacía a la basura. La siguió al comedor con el ceño fruncido. Paula no había pronunciado palabra. Quizá Nina y Marcie no habían acertado con los consejos. ¿Le gustaría algo de lo que le había traído?
Había tratado de ordenar bien las cosas: las flores sobre la mesa, los caramelos en las sillas, las joyas y el perfume en el suelo. Vale, había una mezcla de regalos y ositos de peluche desperdigados por el comedor, pero él lo había colocado todo lo mejor que había podido.
—¿No hay nada que te guste?
¡Maldita sea! Pensaba despedir a su ayudante y a su secretaria en cuanto las viera. Le habían dicho que esas eran las cosas que hacían sentir a las mujeres especiales y valoradas.
—Ay, Pedro, pero ¿qué has hecho?
Paula acarició la superficie aterciopelada de una rosa roja, empujó con suavidad un globo con forma de corazón y se quedó mirando cómo se balanceaba en el aire.
—¡Voy a poner a esas dos de patitas en la calle!
¡Mierda! Lo único que quería era hacerla feliz pero, en lugar de eso, parecía traumatizada.
Sabía que tenía que haberle comprado más cosas, pero no cabía nada más ni en el Veyron ni en el Mercedes.
—¿A quién vas a despedir?
Se giró y lo miró atónita.
—A Nina y a Marcie. Me dijeron que este tipo de regalos era el que hacía a las mujeres felices.
Maldita sea. No podía despedir a ninguna de las dos. Hacían su trabajo demasiado bien. En realidad era culpa de él, que no tenía ni puñetera idea de cómo mostrar su cariño a esta mujer. Daba igual; pensaba seguir intentándolo hasta lograrlo.
—Podemos ir de compras y así eliges algo que te guste —propuso con la esperanza de que le
acompañara y le mostrara el tipo de cosas que a ella le parecían románticas.
—¿Pediste consejo a Nina y a Marcie?
—Sí.
—Pedro, esto es una pasada. No sé qué decir —comentó con voz temblorosa mientras se agachaba para coger un osito de peluche marrón que sujetó con fuerza contra el pecho—. Creo que Marcie y Nina te estaban dando ideas. No sugerían que lo compraras todo.
¡Ay, no! Parecía que se iba a echar a llorar.
Esperaba que no lo hiciera.
—No sé cuál es tu flor favorita ni la clase de caramelos que te gusta. Tampoco sé tu color preferido. ¿Debería saberlo? ¿No debería saber las cosas que te gustan? —preguntó malhumorado.
Tiró el osito con delicadeza al suelo y se acercó a Pedro.
—No hacía falta que hicieras todo esto. Es la primera vez que me regalan flores.
¿Qué es lo que había hecho? Tan solo había ido de compras. No era para tanto. Es verdad que él
prefería que le hicieran una endodoncia antes que ir de tiendas, pero, por primera vez, había disfrutado comprando cosas.
—He ido de tiendas. Tampoco cuesta tanto.
«Y he ido en el último momento porque ni siquiera me había dado cuenta de que era San Valentín.
¡Qué desastre! ¡Menos mal que el marido de Nina es muy detallista!».
—Has hecho todo esto por mí. —Estiró el brazo para señalar todo el comedor—. Las flores son
preciosas. Me encantan. Se me hace la boca agua viendo esos caramelos y el resto de cosas me abruman de tal modo que me he quedado sin habla. Con un par de rosas y una tarjeta ya me habría emocionado. No hacía falta que hicieras todo esto. Hay mujeres que no reciben tantos regalos en toda su vida. Pero lo que más me conmueve no son las cosas, sino tú. Tus ganas de hacerme feliz. Eres el hombre más increíble del planeta. Por eso te amo.
Pegó un buen trago a la lata de refresco, la dejó en un hueco que quedaba libre en la mesa y se
abalanzó a sus brazos de un salto. Pedro saboreó la suavidad del cuerpo que se apretaba contra el suyo mientras los labios cálidos de Paula le rozaban la mejilla y el cuello.
La abrazó con fuerza de la cintura, dejando que su cuerpo fuera deslizándose contra el de él hasta que los pies tocaron el suelo.
En ese momento decidió que en lugar de echar la bronca a Marcie y a Nina lo que haría sería darles un aumento.
—Estás loco. Lo sabes, ¿verdad? —Se apartó y le plantó un sonoro beso en los labios—. Pero me encanta.
Pues, si le encantaba que estuviera loco, estaba dispuesto a comportarse como un auténtico
zumbado.
Lo miró con adoración y añadió:
—Pero la próxima vez cómprame solo un regalo o una tarjeta, ¿vale?
De eso nada. No le iba a cortar las alas haciéndole prometer algo así, de modo que su respuesta fue evasiva:
—Ya veremos.
—Espera. Tengo una cosa para ti.
Se apartó de él y salió corriendo hacia su cuarto.
Regresó con una bolsita de regalo decorada con corazones y diablillos.
—La bolsa tenía tu nombre. —Lo miró con picardía y le entregó el regalo—. No tengo dinero propio, así que tuve que improvisar algo.
—¿Necesitas más dinero? ¿Por qué no me lo has dicho? —La miró con el ceño fruncido, cabreado porque no se lo hubiera dicho.
—No necesito que me des nada más. De hecho, quiero devolverte una parte. ¡Tengo casi cien mil
pavos en la cuenta! No me hacen ninguna falta, Pedro.
La miró a los ojos y levantó la barbilla con tozudez.
—Apenas has gastado nada. ¿Cómo vives? ¿Cómo cubres tus necesidades?
Paula resopló.
—De eso ya te encargas tú. ¿Para qué necesito el dinero? No tengo ninguna necesidad ni deseo.
Vivo como una mocosa mimada. Basta con que mencione algo para que aparezca como por arte de magia. No hace falta que compre nada.
—A las mujeres les encanta ir de tiendas y comprar cosas que ni siquiera necesitan.
Eso lo sabía por su madre, cuyo pasatiempo favorito era ir de compras.
—A mí no. Prefiero pasar mi tiempo libre leyendo o jugando al MythWorld II. Tengo todo lo que necesito, vivo a cuerpo de rey. —Le acercó la mano a la cara y le acarició los labios antes de pasar el dorso de la mano por su barbita incipiente—. La única necesidad que tengo eres tú.
Estaba tratando de distraerlo y lo estaba consiguiendo.
—El dinero fue un regalo y te lo vas a quedar —gruñó negándose a que se saliera con la suya por ponérsela dura… Y dura estaba.
Durísima. Preparada para la acción.
—No me lo voy a quedar. —Le dio un beso ligero en la comisura de la boca—. Abre la bolsa.
Aguantó como pudo la tentación de arrancarle esa sugestiva bata y de devorarla entera.
Empezó a abrir la bolsa de regalo con el cuerpo en tensión mientras se esforzaba por desviar la atención de su latente verga y por reprimir el irresistible impulso de hacerle el amor allí mismo.
Al recordar que tenía que decirle a Paula que el miserable que había tratado de secuestrarla estaba en la cárcel levantó la cabeza sin acabar la tarea:
—Hoy han cogido al otro tipo. Está en chirona. Probablemente tengas un mensaje de Harris.
—¡Gracias a Dios! Pues entonces quítame la escolta. Creo que intimida a mis compañeros. No pasa inadvertida precisamente—dijo como si la noticia no tuviera gran importancia, pero Pedro se percató de que su cuerpo se relajaba y vio alivio en su rostro.
Daba igual lo mucho que ella hubiera insistido en que ese tipo había dejado de ser una amenaza, sabía que la situación la alteraba y que estaba asustada. Tendría que ser tonta para no estarlo. El día que la agredieron le faltó el canto de un duro para perder la vida.
—De eso nada. La escolta se queda.
—Ya no es necesario.
—¡No! No correré el riesgo de que te ocurra algo. Hay demasiado loco suelto y a lo largo de los años he hecho enemigos. —Vale que no había cabreado a tanta gente como su hermano Samuel, pero es imposible ser multimillonario sin que haya gente que te odie a muerte—. La escolta se queda.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario