martes, 26 de junio de 2018
CAPITULO 59 (PRIMERA HISTORIA)
Inmerso en su irresistible fragancia, empezó a ahogarle el deseo y su cuerpo rogó a su mente que diera la orden para pasar a la acción.
Abrumado por una necesidad visceral de poseerla, le tiró de la coleta con suavidad para que inclinara la cabeza y le cubrió con la boca sus tentadores labios, que acababan de separarse para rechistar. Cuando la boca de Pedro devoró la de ella, Paula gimió con
pasión y él se tragó el dulce sonido con sus labios ávidos. Se moría por hacerla suya, por poseerla con el tacto hasta lograr que lo único en lo que pudiera pensar fuera en él. La boca de Paula sabía a café, menta y deseo carnal; un sabor tan sensual que Pedro estuvo a punto de perder la cabeza. La besó con frenesí y empezó a gemir cuando ella deslizó la lengua por la de él. Esta vez era Paula quien lo hacía suyo. Tal era la necesidad de decirle que se había entregado a ella desde el primer momento en que la vio que sintió que el corazón se le iba a salir del pecho. En realidad, puestos a ser sinceros, probablemente había ocurrido mucho antes, pues llevaba toda la vida esperando a la mujer que estaba en sus brazos y jamás dejaría que se marchara.
Paula se apartó a regañadientes y Pedro apoyó el rostro en su cuello jadeando mientras trataba de recuperar el control de sus desenfrenados y ávidos instintos. Deslizó las manos por la espalda y la agarró del trasero, aplastando la calidez de su ser contra su falo empalmado.
—Pedro.
El gemido cálido de Paula le acarició la oreja y, al oír esa voz en plan «fóllame», un salvaje instinto animal se le despertó en las entrañas.
No había nada, absolutamente nada, más importante en ese momento que satisfacer el deseo de su hembra.
—Te quiero —jadeó inquieta mientras le mordía con delicadeza en el cuello.
Esta vez las palabras le llegaron directamente al corazón y un placentero dolor le golpeó el pecho.
—Y yo a ti, cariño.
Pedro apoyó la frente en su hombro y cerró los ojos, abrumado por la intensidad de las emociones y porque Paula lo amaba de verdad.
A él. A la persona. No al multimillonario ni a las cosas materiales que pudiera proporcionarle.
Tenía cicatrices del pasado, por dentro y por fuera, pero lo único que parecía ver Paula en él era un hombre al que merecía la pena amar. Era un milagro. Paula era un milagro en la vida de Pedro.
—Olvídate de acuerdos prenupciales, ¿vale?
Sintió el roce de su pelo suave como la seda en la mandíbula cuando ella negó con la cabeza, se
apartó para mirarlo a los ojos, frunció el ceño y respondió:
—Tenemos que hablarlo.
Ni de coña. No hacía ninguna falta que lo hablaran. Lo mejor era que se olvidara de esa idea absurda y que la volviera a besar. Una y otra vez. Pedro no pensaba reducir el evento más increíble y más feliz de su vida a un contrato de pacotilla.
—Ya sabes que he cambiado mi testamento. Lo repasé contigo.
Se había asegurado de que Paula pudiera vivir holgadamente, pasara lo que le pasara a él.
Asintió despacio:
—Una cosa es que me dejes de forma involuntaria, pero y si…
—Eso no va a ocurrir —replicó de inmediato apretando la mandíbula al plantearse la idea de perderla—. Esto es para siempre. No pienso firmar un acuerdo prenupcial. No vamos a abrir un negocio, vamos a contraer matrimonio. Tú y yo. Juntos. Para toda la vida.
Bastaba con mencionar la posibilidad de que algo pudiera apartarlo de su chica para despertar la irritación del monstruo de ojos verdes que Pedro llevaba dentro de sí. «Por encima de mi cadáver».
Se apoyó en su pecho para zafarse de su abrazo.
—Quiero que sepas que no me caso contigo por dinero. —Se le quebró la voz y le empezó a temblar el labio inferior.
«¡Ay, no!».
—No llores. No me gusta que llores.
Lo odiaba. Le hacía sentir fatal. Cuando la veía llorar le entraban ganas de concederle todos sus
deseos. Por suerte, no solía hacerlo —a menos que fueran lágrimas de felicidad— y jamás lo utilizaba como un arma.
—Ya me has demostrado que no andas detrás de mi dinero.
«Es más que evidente».
Lo miró asombrada, con los ojos como platos, y replicó con virulencia:
—¿Cómo lo sabes? Gracias a ti he podido acabar la carrera, has cubierto todos mis gastos y me has comprado regalos prohibitivos. Quiero que puedas confiar en mí al cien por cien.
¡Madre mía! ¿Lo decía en serio? Pero ¡si sabía sus secretos más oscuros! Cosas que jamás le había confesado a nadie, ni siquiera a su hermano Samuel.
—Te he contado hasta el último detalle de mi vida, Paula. Confío en ti. De lo contrario, no me
casaría contigo. No necesito un acuerdo prenupcial. No lo quiero —espetó tratando de contener la rabia y el dolor que le producía que, aunque él le hubiera entregado su alma en bandeja de plata, ella siguiera sin confiar del todo en él y sin creer que su relación duraría para siempre—. Si tuvieras fe en mí, tú tampoco lo necesitarías.
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