martes, 17 de julio de 2018

CAPITULO 11 (TERCERA HISTORIA)



Paula detuvo su descenso en la elegante escalera de su casa, con una toalla y una manta de baño en la mano, para escuchar
la poderosa música que venía del piano de cola. 


Aunque identificó los hábiles dedos de Pedro inmediatamente, la violencia de la música le llamó la atención, deteniendo su paso para escucharla.


Pedro había sido siempre un consumado pianista, a veces interpretando a los grandes maestros y ocasionalmente alguna composición propia. Esta era una que definitivamente no reconocía. La melodía se fue transformando de cautivadora, dolorosamente bella, hasta terminar en un violento crescendo, incesante que hacia su cuerpo temblar con la intensidad de la música. Se sentó en uno de los peldaños, se agarró a uno de los balaustres de madera y apoyó la cabeza contra la barandilla de roble con los ojos llenos de lágrimas mientras que su marido vertía el alma en la composición. 


Paula podía sentir cada emoción: amor, frustración, soledad, desesperanza, desesperación. Todas se mezclaban y arremolinaban, destilando de su corazón los mismos sentimientos que él había puesto en su música.


Tucker se dejó caer a su lado, con la cabeza apoyada en su regazo. Paula lo acarició
distraídamente, adorando el tacto de su acompañante canino.


— Algo no va bien, Tucker —susurró, deseando que el perro pudiera hablar. Tucker había tenido siempre un extraño instinto, como si supiera cuando algo andaba mal. Estaba intentando consolarla en ese momento y ella le acarició la barriga, sintiéndose mejor por tenerlo como camarada.


— ¿Ha jugado contigo así mientras yo estaba fuera? —le preguntó al perro cariñosamente, sonriendo cuando Tucker la miró como si entendiera la pregunta.


Pedro y Tucker habían conectado y aunque el perro aún se dirigía a ella por su dosis diaria de afectos, también era ahora leal a Pedro


Girando sobre su cuerpo rechoncho para volver a sentarse, el can le dirigió una mirada interrogativa...


— Ve con él —apremió al perro, reconociendo que Tucker estaba dividido entre ella y Pedro, ambos confundidos y con necesidad de su compañía.


Con un último lametón en la mano, Tucker bajó patosamente las escaleras en dirección a la sala de música. Paula sabía, de ver a su marido y a su perro juntos, que Tucker se dejaría caer a los pies de Pedrosin esperar demasiadas muestras de afecto. Pero Tucker parecía contento con compartir el espacio con el hombre que lo había alimentado y cuidado durante los últimos años.


La pieza terminó con una nota discordante. 


Al silencio le siguió el sonido de unos dedos jugando con el teclado. Paula respiró hondo, aturdida por la volatilidad de la composición. Pedro normalmente tocaba con maestría, haciendo cantar al piano, pero nunca había escuchado tanta emoción palpitando en su música.


De pronto, se dio cuenta de que nunca lo había conocido más allá de un arañazo en la superficie.


Siempre tan en control y tan práctico en todos los aspectos de su vida. Nunca había mirado más adentro, temiendo que no encontrara lo que tan desesperadamente quería encontrar.


Se levantó y se dirigió hacia la doble puerta de cristal al lado del comedor, saliendo al exterior justo cuando Pedro empezaba a interpretar a Mozart, de nuevo con control y absolutamente perfecto.


Aspiró profundamente cuando sintió el aire cálido y húmedo sobre su cuerpo casi desnudo. Se había puesto un viejo bikini que había encontrado y una de las camisetas de Pedro por encima. El agua la reclamaba y bajó las escaleras de madera hasta la playa de dos en dos, ansiosa por sentir el agua acariciando su piel. Encendió la luz del porche al pasar. Estaba oscuro, pero entre la luna, las estrellas y la luz tenue del porche, su favorito rincón del mundo se transformaba en un paraíso de luces apagadas. Estiró la manta y aspiró el aire salado.


Había querido pedirle a Pedro que la acompañara, pero se habían separado después de cenar. Él se había ido a la sala de música y ella había subido a hacer otra búsqueda de su anillo de boda, un esfuerzo infructuoso que la había dejado deprimida y confundida. ¿Se lo habían robado? No había otra forma de que se lo hubieran quitado del dedo.


Necesitaba relajarse, intentar olvidar por un momento cuánto había cambiado su vida el vivir con aquel enorme agujero negro en su existencia. Se despojó de la camisa y la dejó caer al suelo.


Queriendo dejar su maraña de pensamientos detrás, se dirigió al agua.




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