jueves, 19 de julio de 2018

CAPITULO 18 (TERCERA HISTORIA)




Cuando se despertó, por la mañana, Paula se había ido.


No le tomó mucho tiempo entrar en pánico. 


Al principio no le había preocupado que su mujer no estuviera en la cama. La preocupación comenzó cuando no pudo encontrarla por ningún rincón de la casa.


¡Mierda! —murmuró por lo bajo al abrir la
puerta que daba a la playa— . Paula — gritó, sin
recibir respuesta. No había señales de que hubiera salido. La puerta de atrás estaba cerrada, algo que no habría hecho si hubiera salido a la playa.


Cogió su teléfono y preguntó a su servicio de seguridad, pero no estaba con ellos y nadie la había visto salir de casa.


Colgó. Llamó a otro número, esperando impaciente a que respondiera.


— Mejor que sea importante a estas horas de la mañana —contestó la voz ronca, adormecida de Kevin.— Paula ha desaparecido —dijo Pedro irritado—. ¿Está ahí?


— ¿Aquí? No, no está aquí. Estaba durmiendo. ¿Qué ha pasado? —dijo Kevin, más alerta ahora.


Pedro dejó escapar un suspiro desilusionado.


— No ha pasado nada. Simplemente no está aquí. Nadie la ha visto irse. No falta ninguno de los coches. —Permaneció inmóvil cuando entró en el comedor y vio el teléfono de Paula, las llaves y un pedazo de papel sobre la mesa de comedor—. Espera. He encontrado algo —le dijo a Kevin, sosteniendo el teléfono entre el hombro y el oído mientras apartaba las llaves y cogía el papel. Sus ojos recorrieron lo escrito rápidamente.



Pedro,
Finalmente he recuperado la memoria y lo recuerdo todo. Te dejé voluntariamente. No creía que nuestra relación fuese bien y pensé que era la hora de separarnos.
Te enviaré los papeles del divorcio tan pronto
como pueda.
Paula


— ¿Qué mierda es esta? —dijo violentamente al teléfono, tirando la nota sobre la mesa y agarrando el teléfono con la mano.


— ¿Qué? ¿Qué ha pasado? —preguntó Kevin ansioso, completamente despierto ahora.


— Me ha dejado. A propósito. No quiere seguir casada conmigo —contestó Pedro, mecánicamente, incapaz de comprender lo que Paula había escrito mientras repetía a Kevin el contenido de aquella breve e impersonal nota.


— Es una puta mentira —espetó Kevin a través
del teléfono—. Ella está enamorada de ti. Lo sabes bien.


— No puedo obligarla a quedarse si no quiere
—contestó Pedro, sintiendo que el corazón se le quebraba como el cristal—. Nunca quiso estar conmigo. Simplemente no lo recordaba.


— Tú nunca perdiste la esperanza. Ni por un minuto. No abandones ahora. Algo pasa que desconocemos —argumentó Kevin, sonando como si estuviera vistiéndose mientras hablaba.


— Nadie la obligó a escribir esa nota. Nadie la obliga a irse. Ha sido su deseo. Dos veces. Sin duda, recordó que no me quería —dijo Pedro, en voz baja, resignado. 


¡A la mierda! 


Se había estado engañando todo el tiempo, pensando que ella lo amaba como él la amaba a ella. Obviamente, estaba equivocado.


— Pedro, tú la conoces. Paula no es así. Necesitamos saber qué está pasando —dijo Kevin con urgencia.


Pedro se hundió en el sofá, con todo en lo que siempre había creído hecho añicos. En ese momento no sabía qué creer. Todo lo que sabía es que estaba destrozado, todo su mundo hecho girones.


— Lo cierto es que probablemente nunca la conocí de verdad —contestó, roto.


Colgó el teléfono y se quedó mirando fijamente a la pared de enfrente, intentando contener sus emociones, enterrarlas dentro de él hasta entumecer el alma. Sabía que si no lo hacía no podría sobrevivir.



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