viernes, 20 de julio de 2018
CAPITULO 21 (TERCERA HISTORIA)
Es una situación lamentable cuando uno necesita una buena dosis de alcohol para hacerle frente a su propia esposa. Pedro estaba bebido, y él lo sabía. Bueno, más o menos lo sabía, pero estaba intentando convencerse a sí mismo de que no lo estaba.
Quizás sentarse al comienzo del sendero y darle tragos a la botella de whisky de garrafón que había comprado en Billings no fuese tan buena idea.
— Pedro, ¿has estado bebiendo? —preguntó Paula, perpleja.
Bingo. Que alguien le dé un premio a la mujer.
— He tomado unos cuantos —respondió Pedro,
mintiendo como un bellaco. Habían sido más de unas cuantas. ¿Bastantes? ¿Muchas? Sí. Pensó que una de esas respuestas sería más apropiada.
No importaba. Tenerla enfrente de él, tan hermosa como siempre, vestida informalmente con unos vaqueros y una camiseta sin mangas roja, casi lo mata. Quizás el alcohol no le había ayudado a aliviar el dolor, porque le dolía el pecho sólo de mirarla. Ella parecía preocupada e inquieta, y cuando vio el miedo en sus hermosos ojos azules casi pierde los nervios. ¿Tenía miedo de él o de la confrontación? Parecía que prefería huir.
Pero, claro, él lo había hecho también.
Simplemente, no lo había hecho con otra mujer.
— Nunca bebes demasiado —murmuró ella,
haciéndose a un lado y dejándolo pasar—. Y nunca bebes y conduces.
No. Normalmente no lo hacía. De hecho, nunca había estado realmente ebrio, lo que explica que estuviese teniendo tantos problemas para decidir si estaba o no intoxicado.
— No conduje mientras bebía, excepto al llegar a tu sendero, que, por cierto, está lleno de baches y agujeros. —Y en su estado, no habría esquivado ninguno de ellos.
Entró paseándose en el salón, intentando con
todas sus fuerzas no caerse al suelo, cuando
escuchó una risa ahogada.
— Estás completamente beodo, Pedro —le
informó Paula, mirándolo con preocupación, pero sonriendo ligeramente—. ¿Cuánto has bebido?
— No lo sé —dijo honestamente. Porque
realmente no recordaba cuántas veces había doblado el codo para beber de la botella. Quería lo justo para no sentir nada, para no reaccionar delante de Paula.
Lo que pasaba es que no creía que hubiese suficiente alcohol en el mundo para eso.
— ¿Cómo sabías que estaba aquí? —preguntó
con cautela.
— Tus hermanos. No estoy seguro, pero creo
que maté a Teo —respondió alegremente. Estaba seguro de que Teo no estaba muerto, pero estaría dolorido y magullado, y sólo pensarlo lo ponía realmente contento.
— No has matado a mi hermano, y no deberías
haberte liado a golpes con él. Sólo está intentando protegerme —le dijo con calma, las manos en la cadera mientras lo miraba—. ¿Es así como te has hecho ese corte encima del ojo? Estás sangrando.
Maldita sea. Teo había dado algunos golpes
mientras intentaba protegerse. Pero en ese
momento, Pedro no sentía ningún dolor
— ¿Si? Si crees que no estoy bien, tenías que verlo a él —gruñó Pedro, terriblemente ofendido porque Paula no hubiese tomado en serio lo de haber matado a su hermano—. Pelea como una mujer — añadió, mintiendo. Si Teo lo hubiera querido y Kevin no hubiera detenido la pelea, a Pedro no le cabía duda que los dos estarían en una sala de emergencia en ese momento—. El hijo de puta debería habérmelo dicho. Eres mi mujer, maldita sea. Tenía derecho a saber que me habías dejado por otro hombre.
Paula se le acercó y, por encima, le tocó las
heridas de la cara.
— Oh, Pedro. ¿Qué te dijeron? Esa nos es …
— Quería odiarte. Debería odiarte. Pero, ¡qué mierda!, no puedo —dijo Pedro torpemente, odiándose por no poder mirarla y conjurar todo el rencor que debería tener por una mujer que lo había dejado desolado y con el corazón roto por más de dos años, haciendo que todo lo que había sentido, y todavía sentía, pareciese un chiste a sus expensas—. ¿Sabías que cuando pensaba que estabas muerta yo quería morir también? No quería vivir sin ti. —Pedro sabía que eran palabras de un borracho, un ejercicio de compasión por él mismo, pero no le importaba una mierda—. Estaba completamente obsesionado contigo, tan fuera de control que tenía que ausentarme para sujetarme las riendas. Y todo el puto tiempo, tú pensando en otro.
La agarró por la muñeca, empujándola con él sobre el sofá de piel, su cuerpo encima del de Paula.
Podría estar borracho, pero al mirarla, no podía equivocar la angustiosa, atormentada expresión de sus ojos. ¿Sentía lástima por él?
Esperaba que no.
Lo último que quería era su lástima.
— No estoy segura qué es lo que te han
contado mis hermanos, pero ...
— Me dijeron que me dejaste por otro hombre.
Me dijeron que habías estado escondida en el rancho de tu abuela en Montana. Todo este puto tiempo has estado viva y contenta en otro estado, viviendo felizmente tu vida mientras que yo me torturaba con la idea de que estarías muerta, de que nunca volvería a verte otra vez —gritó Pedro, tan colérico ahora que se había olvidado de sentir lástima por sí mismo. Ella nunca había sido su alma gemela. Todo entre los dos había sido una mentira—. ¿Por qué te casaste conmigo? No es que no tuvieras tu propio dinero — dijo con aspereza, indignado por haber sido un idiota que creyó en la belleza de sus ojos y en su dulzura —. ¿Y dónde mierda está el tipo ese? ¿También huiste de él?
Ella forcejeó debajo de él, intentando liberar los
brazos del peso de su cuerpo.
— Me casé contigo porque te quería. No quería
a nadie más.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario