viernes, 6 de julio de 2018
CAPITULO 24 (SEGUNDA HISTORIA)
–Hola –dijo un bajo barítono por encima de ella.
Estirando el cuello, vio al hombre que le había guiñado un ojo un rato antes, durante la ceremonia, con una sonrisa espléndida en su rostro encantador. Y encantador era. Paula estaba segura. Parecía uno de esos individuos que era capaz de salir airoso de cualquier situación, aunque lo cogieran con las manos en la masa.
–¿Qué tal? –respondió Paula con cautela.
–Mauro Hamilton. Solo quería conocerla – dijo mientras extendía la mano.
Ella le devolvió el saludo.
–Paula Chaves. Encantada de conocerlo, Sr. Hamilton.
–Por favor, llámeme Mauro –dijo afablemente, retirando la mano y sentándose enfrente de ella.
–¿La doctora Chaves? Keren y Simon siempre están hablando de usted.
–Llámeme Paula.
Exploró su rostro, buscó en sus ojos verdes, acaramelados, algún indicio de maldad. No vio ninguno.
No estaba segura porqué Pedro había sido tan hostil con respecto a él. Parecía inofensivo y muy amistoso.
Había algo en su sonrisa que a ella le gustaba, algo en él que a ella le gustaba.
–Bonita boda –comentó Pedro, mientras dibujaba una ligera sonrisa.
–Bonita pareja –añadió ella, devolviéndole la sonrisa.
–Usted y la novia están guapísimas.
Ladeó la cabeza y lo miró, preguntándose porqué un tipo como él no estaba acompañado por una mujer. Era varonilmente atractivo y estaba forrado, lo sabía.
–Entiendo que ha venido solo. No lo he visto con nadie.
Había estado sentado al lado de un hombre mayor y de una señora que podría ser su abuela durante la ceremonia.
Negó ligeramente con la cabeza, su pelo cobrizo acentuado por el reflejo de las velas que iluminaban la estancia.
–No. Estuve casado. La perdí hace dos años –dijo pensativo.
En ese instante se arrepintió de haber preguntado. Lo había entristecido.
–Lo siento.
–¿Y usted? ¿No tiene marido, novio? ¿Está saliendo con Pedro? Se les veía muy amistosos hace un momento –observó en tono divertido.
–No lo sé –respondió honestamente.
–¿Le importaría cenar conmigo, Paula? –preguntó Mauro con toda seriedad.
Algo en sus ojos, algo en su voz, la empujaban a decir que sí. Quizás fuera el vacío que vio en su
expresión o la soledad que adivinó detrás de su más bien misteriosa fachada.
–Sí, por supuesto, me encantaría.
No era más que una cena. No había razón para rechazar la invitación.
–Deme su número –dijo mientras sacaba el móvil.
Se lo dijo de carretilla, justo antes de que Pedro volviera a la mesa con las bebidas.
Mauro sonrió, guardándose el móvil en el bolsillo, y se levantó.
–Pedro, ¿cómo estás?
Pedro puso cara de póker, una expresión siniestra.
–Estaba bien hasta que empezaste a tirarle los tejos a “mi” mujer –respondió ásperamente, dejando las bebidas en la mesa con un golpe mientras se encaraba con Mauro.
–No seas cavernícola, Pedro. Me estaba presentando.
Mauro dio un paso adelante, como preparándose para vérselas con Pedro.
–¿Le has dado tu número de teléfono? –gruñó Pedro, mirando con desaprobación a Paula.
–Siéntate, Pedro. Mauro, ha sido un placer conocerte.
Sonrió a Mauro y le dirigió a Pedro una mirada de aviso.
–El placer ha sido mío, Paula.
Mauro le dio la mano de nuevo y se inclinó sobre su oído.
–¿Todo bien? Parece molesto –le preguntó por lo bajo, con preocupación.
Ella puso los ojos en blanco.
–Siempre está igual. No te preocupes.
–Hablamos más tarde.
Mauro se alejó, Pedro le echó una mirada beligerante, queriendo decirle que estaba dispuesto a ir a por todas. Sus ojos se clavaron en la espalda de Mauro, con los puños apretados. Se sentó y derramó accidentalmente la mitad de su bebida antes de decir nada. Sus dedos se aferraron al vaso, furioso.
–Tú no vas a ninguna parte con él.
Paula lo miró y bebió un sorbo de la cremosa mezcla blanca que le había traído.
–Umm…delicioso. ¿Qué es?
–White Russian –respondió enfadado–. ¿No me has oído, Paula?
–Voy a seguir ignorándote hasta que hagas otra cosa que darme órdenes. No me gusta.
Le dio un trago a su bebida, disfrutando el gusto sedoso que le dejaba en el paladar.
–Hamilton no te conviene, Paula. No se ha recuperado de la muerte de su esposa. Te haría
desgraciada –refunfuñó, bebiéndose de un trago lo que le quedaba en el vaso.
–Parece muy solo –respondió ella con tristeza.
–Lo está, y lo siento por él, pero tú no eres la respuesta– dijo con acritud. –Tú ya tienes un hombre que te necesita desesperadamente. Eres mía, cielo. Siempre lo has sido.
Ella miró a los maravillosos ojos de Pedro y cayó en sus profundidades, enteramente incapaz de negar que le pertenecía a él. Su mirada era a la vez vulnerable y agresiva, una combinación que la hacía desear abrazarlo y aliviarle el dolor.
–No puedes darme órdenes y esperar que te obedezca ciegamente, Pedro. Yo tomo mis propias decisiones. Siempre lo he hecho. No soy la mujer ingenua que una vez conociste.
Tomó un sorbo de su bebida mientras lo miraba con total fascinación.
Pudo ver un velo de sudor cubriéndole la cara, sus emociones, a duras penas contenidas, asomando a la superficie. Pedro se levantó y la cogió de la mano, haciéndola ponerse de pie.
–Vamos a bailar.
No fue una petición, fue una declaración.
Paula dejó su vaso casi vacío sobre la mesa y lo siguió.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario