viernes, 6 de julio de 2018
CAPITULO 25 (SEGUNDA HISTORIA)
Bailar con Pedro era como hacer el amor en la pista de baile. La abrazó, la acarició, la sedujo, le susurró obscenidades al oído hasta hacerla arder y empapar su ropa interior.
Cuando abandonaron la pista de baile, después de bailar algunas canciones, Paula estaba
prácticamente jadeando.
Karen cortó su tarta de boda; arrojó su ramo de novia, que voló directamente a las manos de Paula aunque no había hecho el más mínimo esfuerzo por cogerlo; Simon, por su parte, no se molestó en arrojar la liga de la novia. Se la quitó a Karen en privado y la puso directamente en el bolsillo de Pedro con una sonrisa maliciosa.
Para su sorpresa, Pedro la aceptó con una amplia sonrisa y una palmada en la espalda a su hermano pequeño, dejando a Simon con la perplejidad escrita en el rostro.
–Hemos cumplido con nuestras obligaciones. Vamos a pasear –dijo Pedro, con voz seductora, a Paula, de pie, a su lado, mientras tomaban otra copa y observaban a los invitados abandonar poco a poco el banquete.
Paula no preguntó adónde iban. No le importaba. Su mano buscó la mano de Pedro y se perdió en ella. Lo seguiría adónde él quisiera llevarla.
Él cruzó lentamente a través del césped, soltándola de la mano y abrazándola por la cintura cuando llegaron a un sendero pavimentado. Hizo un gesto con la cabeza al guardia de seguridad que vigilaba el acceso al sendero.
–Nadie más puede entrar aquí esta noche –instruyó Pedro con gravedad mientras hacía pasar a Paula rodeando a aquel hombre de mediana edad.
–Sí, señor Alfonso. Me aseguraré de que nadie pase –respondió el guardia.
Estaba oscuro, probablemente sin iluminar para mantener a los invitados lejos de las zonas donde Pedro no los quería. Paula suspiró con deleite cuando terminaron el sendero. La luz de la luna iluminando el embarcadero privado y el agua de la bahía, una vista increíble de puntos de luz en la distancia a la que se sumaba la belleza de los astros.
– Es precioso. ¿Es este tu embarcadero?
– Sí, es mío, para mi uso exclusivo –contestó de manera algo ominosa.
Paula pasó al embarcadero, cuidando que sus tacones no se engancharan entre las maderas.
–Así que ¿aquí es donde te declaraste a Karen? –le preguntó, tratando de no parecer celosa porque Pedro le hubiera hecho alguna proposición a su amiga.
–No era Karen lo que quería. Estaba borracho y posiblemente envidiaba la felicidad de Simon. No tenía ni idea lo en serio que él tomaba su relación y si no hubiera estado borracho nada hubiese pasado – respondió mientras la cogía en brazos. –Aunque ella hubiese aceptado, nada hubiese pasado igualmente. Estaba demasiado bebido para hacer nada esa noche y una vez que estuviera sobrio no habría querido tener nada con ella. No es mi tipo.
Quería oponerse a que Pedro la llevara en brazos, que soportara su peso camino de mirador que había al final de las tablas del embarcadero. Rodeó con sus brazos el cuello de Pedro y apoyó la cabeza en su hombro, sabiendo que podía habituarse fácilmente a que la llevara. Pedro era el deseable macho alfa que
despertaba todo lo femenino que había en ella, de tal manera que solo deseaba fundirse con él, dejar que la protegiera por un instante.
–¿Y cuál es tu tipo? –preguntó Paula con curiosidad.
–Una minúscula, seductora pelirroja a la que le gusta juguetear –replicó él, con un susurro viril,
llegaban al mirador y subían algunos escalones.
Paula se quedó boquiabierta al entrar, empujando con el hombro para abrirla una puerta de rejilla metálica. Todo el mirador estaba protegido por la rejilla para evitar mosquitos, excepto por una pared entera de cristal, facilitando una asombrosa vista del agua.
–Esto es increíble –susurró, mientras Pedro la bajaba al suelo.
Evidentemente, alguien los había estado esperando. El lugar estaba permanentemente decorado con muebles de exterior a prueba de temporales, pero había velas encendidas en las mesas y una botella de champán descansaba en un cubo de hielo con dos copas en forma de tulipán al lado de una enorme, confortable tumbona para dos.
–Vengo mucho aquí. Hay silencio y me da paz –mencionó Pedro, quitándose la chaqueta del esmoquin y arrojándola en una silla–. Me gusta el agua.
–Pero no tienes ninguna embarcación–notó Paula, viendo que no había ninguna amarrada al embarcadero.
Él encogió los hombros y se dejó caer en la tumbona.
–Nunca he necesitado una. Puedo estar en el agua sin moverme de aquí.
Abrió los brazos, invitándola.
–Ven aquí. Quiero discutir tu comentario acerca de ciertas pilas y cómo eso me ha afectado los
últimos días.
Paula se mordió los labios nerviosamente. En realidad, lo que Pedro quería decir es que quería una revancha, una reciprocidad que probablemente incluyera besos de cortar la respiración y tortuosos juegos eróticos. Lanzó una mirada fugaz a la puerta.
–Ni se te ocurra. Puedo levantarme y alcanzarte en segundos, especialmente con esos zapatos –le razonó con un tono de fingida amenaza–. O vienes a mí o voy por ti.
Suspiró, sabiendo bien que no deseaba irse.
Bajándose de sus tacones, se deslizó en la tumbona y al instante se vio rodeada por unos brazos bien formados que la abrazaban fuertemente contra un pecho igualmente fuerte.
–¡Qué mandón eres! –le dijo, aparentando contrariedad.
–Siempre lo he sido. ¿Ahora te das cuenta? Simon empezó a decírmelo en cuanto pudo hablar –replicó entre risas.
De hecho, esa manera de hacerse cargo de las situaciones fue algo que ella siempre admiró en él, pero Pedro había elevado el ser autoritario a un nivel superior. Supuso que se debía a su éxito.
–Eres distinto ahora –reflexionó. Pedro era educado y culto, pero no estaba segura de que hubiese cambiado tanto en su interior. Como entonces, aún tenía que pulir las aristas a sus emociones. Solo había aprendido a encubrirlas tras una apariencia exterior apacible.
–¿Y eso es bueno o malo? –preguntó él, su mano subiendo y bajando por el brazo desnudo de Paula, poniéndole la carne de gallina.
–Ni uno ni otro –respondió ella, convencida que, debajo del brillo y el esplendor, seguía siendo la
misma persona. Algo que era, a la vez, alarmante y reconfortante.
–¿Qué tal te han servido las pilas nuevas? –preguntó Pedro, el sonido de su voz grave, áspero.
–Muy…estimulantes. Gracias –rio con un ronquido mientras jugueteaba con la corbata de Pedro.
–Tuve que pelearme conmigo mismo cada noche para no echar abajo la puerta del cuarto de invitados, desnudarte y follarte hasta que gritases de placer. Me masturbé todas las noches pensando en cómo te estarías consolando.
En su voz un matiz de deseperación. Empujó hacia abajo la diminuta manga del vestido de Paula.
–Y hoy tuve que esconder mi erección toda la tarde desde que te vi pidiendo guerra con este vestido, especialmente cuando me di cuenta que no había nada entre él y tus pechos, esperando que los tocara con mis dedos, mi boca.
A medida que Pedro empujaba las mangas, el vestido empezó a deslizarse. Entró su mano por un lateral del cuerpo del vestido, abriéndose camino entre el tejido y su pecho desnudo.
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