sábado, 7 de julio de 2018
CAPITULO 27 (SEGUNDA HISTORIA)
Cuando él se puso de rodillas, Paula vio cada vena marcada en el falo congestionado, su rostro intenso, tan carnal que Paula sintió un espasmo de deseo por tener a Pedro dentro de ella.
Queriendo darle el mismo placer que él le había dado, se acercó al masivo miembro, deseosa de sentir su sedosa textura bajo los dedos. Se sentó, hizo contacto con la mano, tocando la húmeda, bulbosa cabeza con un suspiro.
–No, Paula, no lo hagas.
Pedro la agarró por la muñeca tan intensamente que la sobresaltó. Al mirarlo, su expresión la previno de llevar la boca al glande. Parecía aterrado y nervioso. Su expresión no duró más que un suspiro y desapareció para dar paso a una expresión de culpa. Aflojando su agarre, sentó su cuerpo ardiendo para hablarle.
–Lo siento. A veces simplemente no me gusta… ser tocado – dijo con frustración.
Ella le quitó la mano de su muñeca y le rodeó el cuello con sus brazos.
–Y así, ¿puedo tocarte?
Abrazó con sus piernas la cintura de Pedro y presionó sus pechos contra él. Le pasó los dedos por los dibujados músculos de su espalda hasta la cintura y los volvió a subir.
–Sí. Tócame así –gimió como si lo torturaran.
–Te necesito, Pedro.
–Yo te necesito a ti, cielo. Ahora.
Él se llevó la mano al pene y lo colocó a la entrada del estrecho túnel.
–¡Estás tan cerrada! No quiero hacerte daño.
Pedro entró el glande y ella lo oyó mugir. Tenía el cuerpo empapado por el esfuerzo de contenerse.
–Métemela, Pedro. Ahora. No vayas despacio… ni con cuidado. Lo necesito.
Quería que empujara, llenándola una y otra vez.
No le importaba nada si apenas le cabría,
simplemente lo necesitaba dentro.
Él se lanzó dentro de ella con un empuje contundente, enterrándose en su angosta caverna. Paula gimió, abierta al máximo posible, llena de Pedro. En ese instante, nada más existía en el mundo exterior.
Sólo su ansia por el hombre que la estaba poseyendo, reclamándola, dominando su cuerpo.
–He soñado con este momento, Paula. Tantas veces – dijo entrecortado, mientras salía y volvía a entrar–. Esto es mejor de lo que soñé.
–Yo también –jadeó, con las piernas apretando las caderas de Pedro, pidiéndole más–. Métemela, Pedro. Haz nuestros sueños realidad. Por fin.
Todo fue apasionado y carnal, fruto de la necesidad y la desesperación. El pene de Pedro la martilleaba hasta lo más profundo, agarrándola por los glúteos, pegándose a ella una y otra vez. El aire era denso en torno a ellos y sus cuerpos empapados se abrazaron en un sutil, erótico vaivén hasta alcanzar la cima del
placer.
–Córrete, cielo. Córrete por mi. Quiero ver cómo te corres.
Sus palabras la llevaron al límite, el clímax atravesaba su cuerpo rugiendo con la violencia de un volcán. Aferrándose a Pedro como si su vida dependiera de ello, clavándole las uñas en la espalda, explotó, gritando, convulsionándose, sus fluidos bañando con exuberante tibieza el pene de Pedro.
Tenía la espalda arqueada, sus pechos enrojecidos por el vellocino del pecho de Pedro, que hacía temblar su cuerpo. Echando la cabeza hacia atrás, gritó su nombre y el mundo alrededor desapareció, siendo el hombre al que se aferraba, su masa de músculos, la única cosa material que le impedía perderse también en un torbellino sideral.
Pedro la siguió inmediatamente con un bramido de agonía, su calor inundó las entrañas de Paula mientras su cuerpo se desmoronaba encima de ella.
–¡Dios! –gritó, derrumbándose sobre el cuerpo de Paula, su pecho palpitante, su respiración raída–. Joder. Voy a aplastarte.
Se giró a un lado y se la acercó, rodeándola con sus brazos.
Permanecieron en silencio mientras recuperaban el pulso y sus cuerpos descendían las alturas del orgasmo. Paula descansaba sobre el pecho de Pedro, saciada y feliz como nunca lo había estado.
–No hemos usado condones –dijo por fin, no sin remordimiento.
–Tienes mi informe médico –replicó él, su voz algo enronquecida.
Ella no lo había leído todavía, pero no era ninguna enfermedad lo que le preocupaba. Él no le hubiera dado su informe si no fuera positivo en su totalidad.
–Yo no te he dado el mío –replicó ella.
–Entonces, compartiremos lo que sea que tengas. Si es mortal, moriré contigo – contestó Pedro, completamente en serio–. No puedo vivir sin ti nunca más, Paula. Es demasiado doloroso.
Paula tuvo que tragarse un nudo en la garganta.
Ella sentía lo mismo por él. Vivir sin Pedro había sido como vivir en la oscuridad, esperando que un día saliera el sol.
–No tengo nada. Pero no estoy tomando la píldora. No tengo el ciclo, pero sigue siendo arriesgado. Soy médico, por el amor de Dios.
–Me voy a casar contigo de todas maneras –resonó, enrollándose para envolverla con su cuerpo–. Te vas a casar conmigo, Paula.
No fue una pregunta, fue una exigencia.
Ella sonrió, mirando a su macho alfa por encima de ella, condenadamente masculino en su
dominación.
–Te dije que ya hablaríamos de eso.
–Es ya. Y tú me perteneces –declaró posesivamente.
–Ya lo veremos –murmuró ella, empujándolo hacia abajo para darle un beso de ternura que se tornó rápidamente apasionado. Besar a Pedro era como acercar una llama a la gasolina. Se inflamaba instantáneamente al rojo vivo.
–¿Estás intentado desviar la conversación? –le reprochó Pedro cuando pudo coger aire.
–No. De verdad. Sólo quería recuperar el tiempo perdido –le dijo seductora, juguetona.
–Creí que no te gustaba el sexo –le recordó él con voz sugestiva.
–Me parece que he cambiado de opinión –dijo jugando con el pie en los gemelos de Pedro.
–Creo que tengo que trabajarte dando un giro de 180º –respondió con un susurro ronco.
–¿Siempre consigues lo que te propones? –preguntó Paula, echándole una tórrida mirada.
–Puedes apostarlo –contesto Pedro con agresividad, enterrando sus dedos en la leonina, indomable mata de pelo de Paula.
Mientras él procedía a amaestrarla con solo un beso, Paula se convenció de que Pedro estaba en lo cierto.
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