domingo, 22 de julio de 2018

CAPITULO 27 (TERCERA HISTORIA)




Paula no sabía muy bien cómo explicarlo, pero lo intentaría.


— Las cosas eran diferentes al principio. Era encantador, me ponía atención. Su actitud controladora empezó algunos meses después de que empezáramos a salir. Los triste es que no fue en absoluto una sorpresa. Crecí con ello. Se parecía a mi padre. Yo no era muy fuerte, Pedro. Caí en el círculo del abuso. Se disculpaba y prometía no volver a hacerlo. Pero lo hacía. Yo quería terminar con él, pero me temo que no fui lo suficientemente fuerte para luchar por mi libertad.


— ¿Y los amigos? —preguntó Pedro serenamente.


— Ninguno. Poco a poco, metódicamente, consiguió aislarme. Hice algunos amigos en la universidad, pero no me dejaba verlos —respondió con un eco de remordimiento—. ¡Me sentí tan aliviada cuando fue a la cárcel! Pensé que ese sería el final. Terminé los estudios y volví a Florida, con la esperanza de empezar una nueva vida, de ser más inteligente.


— Cariño, tú eres brillante y con talento. Estabas condicionada por tu pasado y eras muy joven todavía. No te culpes —insistió 
Pedroacariciándole la espalda—. Reapareció al salir de la cárcel, amenazando a tus hermanos y a mí, estuvo a punto de volarme los sesos. ¿Cómo impediste que eso pasara? Por lo que tengo entendido, podría haberme matado fácilmente. Estaba lo suficientemente loco para hacerlo.


— Estaba mucho peor que antes —admitió Paula —. Me culpaba por todo y estaba completamente ido. Creía que yo quería estar realmente con él y estaba dispuesto a todo para conseguir lo que quería. Sabía que lo haría.


Se acabaron los secretos. Se acabaron los secretos.


— Te fui infiel, Max. Pedro Lo siento.


Fue la frase más dolorosa que había dicho en su vida, pero Pedro quería sinceridad y ella necesitaba decirle la verdad. Pedro soltó su abrazo y se levantó para dirigirse a la chimenea. 


Apoyando los brazos sobre la cornisa de piedra, mirando hacia abajo, cada músculo en tensión. Paula contuvo la respiración mirando su perfil. 


No se movía, excepto por el vaivén del pecho al respirar, de forma irregular. El futuro de Paula pendiente de un hilo, mirándolo, esperando a ver si la miraría con repulsión o con desdén. Pero necesitaban absoluta franqueza entre ellos. Era algo que él necesitaba saber. Ella no era ya la mujer asustada que fue. Y sin embargo esto sólo hacía posible decir las cosas pero no las hacía más fáciles de decir.


— Te violó el hijo de puta, ¿no? —Pedro se volvió para mirarla, iracundo, los puños apretados—. Morir no es suficiente para un cabrón como él.


Paula podía sentir la furia de Pedro vibrando en su cuerpo, pero se dio cuenta de que no iba dirigida a ella. Extendió los brazos y Pedro fue hasta ella, cogiéndola en brazos y sentándola en su regazo. Los brazos fuertemente apretados alrededor de ella.


Odiaba a Dany. Y confiaba en ella. Sabía que nunca lo habría traicionado por su voluntad.


— Me violentó. No me violó. Quería que le chupara …y lo hice. Estabas a punto de subir al avión. Sólo necesitabas unos minutos. Nada me importaba, Pedro. Hubiera hecho lo que me pidiese en ese momento para que no te hiciera nada —explicó desesperadamente.


— ¡Mierda! Hubiera preferido que el hijo de puta me matase antes que obligarte a hacer …eso. —La voz de Pedro se fue apagando. Su rostro palideció, su expresión cambió, como si hubiera adivinado algo—. La noche que recobraste la memoria, en la ducha…


— Aún tengo pesadillas con él. Estaba soñando con lo que pasó. Me desperté habiendo recuperado la memoria. Quería desterrar los malos recuerdos con buenos recuerdos. Y eso es lo que hice — confesó.


— Tuvo que ser duro. No tenías que …


— Quería hacerlo. ¡Lo deseaba tanto! Duro, sí, pero no difícil —dijo con una sonrisa trémula, intentando ahuyentar la culpabilidad que veía en el hermoso rostro de Pedro—. Siempre había querido hacerlo, pero siempre me pareció que no querías eso. Dejé de intentarlo.


— Mi amor. Lo quería, quería tanto sentir la dulzura de tus labios que temía que si pasaba no podría contenerme —respondió más abiertamente.


— Fue estupendo —dijo Paula con una pequeña sonrisa—. Mantendrá alejadas todas las pesadillas.


— Yo mantendré tus pesadillas lejos. Nunca tendrás malos sueños otra vez. Cambiaré cada minuto de dolor que hayas sufrido por felicidad. Te lo prometo —juró con intensidad, pero con una expresión tranquila.


Paula dudaba que Pedro pudiera hacer que el genio de la lámpara le concediera todos sus deseos pero estaba dispuesta a creerlo, con la certeza de que haría todo lo posible para que así fuera, hasta amarrar al personaje de cuentos a la pata de la cama si fuera necesario.


— Simplemente, ámame siempre como ahora. Eso es todo —murmuró, llevando los brazos alrededor de su cuello.


— Nunca dejaré de hacerlo —concurrió PedroLa tensión había abandonado su cuerpo—. Sólo prométeme que no intentarás protegerme de nada otra vez. No a tu costa. Habría muerto antes que dejar que te pusiera un dedo encima.




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